Historia de las plañideras: vida y obra de las mujeres que cobraban por llorar
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Historia de las plañideras: vida y obra de las mujeres que cobraban por llorar
Hasta mediados del siglo pasado, las plañideras eran habituales también en España, especialmente en los pueblos. Ofreciendo sus lágrimas a cambio de dinero, acudían al funeral de alguien que no conocían, pero cuya vida habían estudiado previamente
“El sistema lagrimal se desarrolló por primera vez cuando los peces se convirtieron en anfibios terrestres. Dejamos el agua y empezamos a llorar por el hogar que habíamos abandonado” dice Heather Christle en ‘El libro de las lágrimas’. Llorar, ese acto que responde a emociones de todo tipo. Llorar por miedo, por alegría, por tristeza, desde que llegamos al mundo. Aunque para Christle, “quizá no podemos conocer las verdaderas razones de nuestro llanto. Quizá no lloramos por, sino cerca o alrededor”. Respuesta, pregunta, a veces el llanto no es nada de eso, es una forma. El llanto es una capacidad.
Sin embargo, no es una capacidad reconocida, sino relegada a las mujeres, empleada para satisfacer la forma del sistema patriarcal hasta nuestros días. Recientemente, en Madrid, han abierto una llorería. Pero mucho antes de la capitalización del llanto sin desestigmatizarlo, mucho antes de que empresas cobraran a quienes necesitan llorar, fueron las mujeres las que cobraron por hacerlo.
Destinadas por fuerza a la fragilidad vinculada a la lágrima, en algún momento de la Historia decidieron hacer de ello una forma de sustento. Plañideras, lloronas, 'choronas', 'vocetrices', lastimeras o rezanderas. Se habla de ellas con la distancia del pasado, de lo antiguo, pero su existencia y su presencia histórica durante siglos apelan a la actualidad.
“Las plañideras actuaban como seres psicopompos, acompañando al difunto en el tránsito hacia el otro mundo, y repetían el gesto mágico de la diosa con el fin de procurar su renacimiento en el Más Allá”, sostiene la investigadora Sofía Lili Reyes. Es decir, las plañideras, acudían a los rituales funerarios en representación de las diosas, “eran como actrices trágicas que dramatizaban el dolor con gestos extremos: lágrimas, sollozos, golpes el pecho, rasgándose las vestiduras, arañándose el rostro, arrancándose mechones de cabello o manchándose el cuerpo y la cabeza de barro”.
Según apunta Reyes, se ha encontrado en momias que los embalsamadores colocaron entre sus vendas pequeñas plaquitas que representaban a Isis y Neftis, una forma de ofrenda como amuleto para facilitar el paso a la nueva vida. Pero fue en la Antigüedad donde las plañideras se expandieron y expandieron sus llantos. Del latín, plangere, significa sollozar.
Así por ejemplo, en la Ilíada, Homero describe a Hécabe, madre de Héctor, arrancándose los cabellos ante la muerte de su hijo, o el llanto de las Ninfas por el padre de Andrómaca y el de las Nereidas en el funeral de Aquiles.
Más adelante, en el Antiguo Testamento, el profeta Jeremías llama a las “lamentatrices” a llorar por la nación hebrea cuando Judá e Israel son tomados por el emperador caldeo Nabucodonosor II y las reincidencias de su pueblo en el paganismo: “Atended, llamad a las lamentatrices, que vengan; buscad a las más hábiles en su oficio” (Jeremías, 9:17).
"A sus pies comenzó a regarlos con sus lágrimas; los enjuagaba con sus cabellos, los besaba y los ungía de bálsamos... Perdonados le son sus pecados, porque ha amado mucho" dice la Biblia sobre María Magdalena, conformando el modelo de pecadora y penitente en su encuentro con Jesús.
El Cristianismo imperante en Europa, sin embargo, no aceptaba aquellos coros de llantos cada vez más habituales, y durante siglos trató de prohibirlos para evitar, precisamente, que las mujeres se reapropiaran del propio estigma o simplemente para que no tuvieran aquel rol tan marcado en la sociedad. “En España, las constituciones sinodales de Sevilla prohibían a la viuda e hijas del difunto la asistencia al entierro para evitar que llorasen” apunta Verónica Zárate al respecto. No obstante, no lo consiguieron.
Si vives en las Rías Baixas seguro que, alguna vez, alguien te ha enviado a chorar o llorar a Cangas. Esta especie de antecesor de la llorería tiene sus raíces en la popularidad que alcanzaron las llamadas choronas en la zona. Dice Federico García Lorca en su poema ‘Muerto de amor’:
"Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres".
Las viejas (y jovenes) mujeres que lloran están por todas partes. El antropólogo estadounidense Melville Herskovits recuerda a los Dahomey en África Occidental. En esta comunidad, cuando alguien va a morir, todas las mujeres de la familia se reúnen para lanzar sus lamentaciones y, en este caso, les siguen hombres y niños. Los Dahomey utilizan el término “Avidochio”, que significa entregar las lágrimas al muerto.
En países de América Latina aún pueden verse a algunas mujeres de negro, con un pequeño libro en las manos, llorando por alguien a quien no conocen. Como apunta Reyes: “Simbólicamente, con las plañideras se puede medir la angustia y dolor o la miseria de una sociedad, ellas descubren y reviven verdades originadas por la cosmovisión y sentimientos como el amor y cohesión del grupo”.
“El sistema lagrimal se desarrolló por primera vez cuando los peces se convirtieron en anfibios terrestres. Dejamos el agua y empezamos a llorar por el hogar que habíamos abandonado” dice Heather Christle en ‘El libro de las lágrimas’. Llorar, ese acto que responde a emociones de todo tipo. Llorar por miedo, por alegría, por tristeza, desde que llegamos al mundo. Aunque para Christle, “quizá no podemos conocer las verdaderas razones de nuestro llanto. Quizá no lloramos por, sino cerca o alrededor”. Respuesta, pregunta, a veces el llanto no es nada de eso, es una forma. El llanto es una capacidad.
Sin embargo, no es una capacidad reconocida, sino relegada a las mujeres, empleada para satisfacer la forma del sistema patriarcal hasta nuestros días. Recientemente, en Madrid, han abierto una llorería. Pero mucho antes de la capitalización del llanto sin desestigmatizarlo, mucho antes de que empresas cobraran a quienes necesitan llorar, fueron las mujeres las que cobraron por hacerlo.
Destinadas por fuerza a la fragilidad vinculada a la lágrima, en algún momento de la Historia decidieron hacer de ello una forma de sustento. Plañideras, lloronas, 'choronas', 'vocetrices', lastimeras o rezanderas. Se habla de ellas con la distancia del pasado, de lo antiguo, pero su existencia y su presencia histórica durante siglos apelan a la actualidad.
Seres psicopompos
Las plañideras no lloraban por llorar, no cobraban por cualquier cosa, sino por lamentar la muerte de alguien cuya alma, a través de aquellos sollozos de mujeres, alcanzaría el descanso eterno. Según apunta la historiadora Ana Valtierra, tal y como recogen Ángeles Boix Ballester y Encarna Lorenzo Hernández, su origen podría estar en Egipto, en algunas mujeres que siguieron el ejemplo mitológico de Isis, la gran diosa madre. Cuenta la historia que Isis lloró desconsoladamente cuando murió su esposo Osiris, asesinado por su hermano Seth, mientras buscaba sus trozos por todo el país e intentaba devolverlo a la vida. Mito o realidad, las plañideras ya aparecen representadas en restos arqueológicos, desde cerámicas hasta pinturas de entonces.“Las plañideras actuaban como seres psicopompos, acompañando al difunto en el tránsito hacia el otro mundo, y repetían el gesto mágico de la diosa con el fin de procurar su renacimiento en el Más Allá”, sostiene la investigadora Sofía Lili Reyes. Es decir, las plañideras, acudían a los rituales funerarios en representación de las diosas, “eran como actrices trágicas que dramatizaban el dolor con gestos extremos: lágrimas, sollozos, golpes el pecho, rasgándose las vestiduras, arañándose el rostro, arrancándose mechones de cabello o manchándose el cuerpo y la cabeza de barro”.
Mujeres llorando en un mural de la tumba de Ramose.
Según apunta Reyes, se ha encontrado en momias que los embalsamadores colocaron entre sus vendas pequeñas plaquitas que representaban a Isis y Neftis, una forma de ofrenda como amuleto para facilitar el paso a la nueva vida. Pero fue en la Antigüedad donde las plañideras se expandieron y expandieron sus llantos. Del latín, plangere, significa sollozar.
Así por ejemplo, en la Ilíada, Homero describe a Hécabe, madre de Héctor, arrancándose los cabellos ante la muerte de su hijo, o el llanto de las Ninfas por el padre de Andrómaca y el de las Nereidas en el funeral de Aquiles.
Más adelante, en el Antiguo Testamento, el profeta Jeremías llama a las “lamentatrices” a llorar por la nación hebrea cuando Judá e Israel son tomados por el emperador caldeo Nabucodonosor II y las reincidencias de su pueblo en el paganismo: “Atended, llamad a las lamentatrices, que vengan; buscad a las más hábiles en su oficio” (Jeremías, 9:17).
Un llanto asignado a las mujeres
Con el Cristianismo, esta figura toma fuerza con prototipos e imágenes como la de María Magdalena o incluso la propia Virgen María, a través de la cual se sigue representando (y en parte recordando) un llanto asignado a las mujeres. Desde Giotto a Van der Weyden, las mujeres llorando en la pintura religiosa llegan hasta Courbet en el siglo XIX."A sus pies comenzó a regarlos con sus lágrimas; los enjuagaba con sus cabellos, los besaba y los ungía de bálsamos... Perdonados le son sus pecados, porque ha amado mucho" dice la Biblia sobre María Magdalena, conformando el modelo de pecadora y penitente en su encuentro con Jesús.
El Cristianismo imperante en Europa, sin embargo, no aceptaba aquellos coros de llantos cada vez más habituales, y durante siglos trató de prohibirlos para evitar, precisamente, que las mujeres se reapropiaran del propio estigma o simplemente para que no tuvieran aquel rol tan marcado en la sociedad. “En España, las constituciones sinodales de Sevilla prohibían a la viuda e hijas del difunto la asistencia al entierro para evitar que llorasen” apunta Verónica Zárate al respecto. No obstante, no lo consiguieron.
Las choronas de las Rías Baixas
Hasta mediados del siglo pasado, las plañideras eran habituales también en España, especialmente en los pueblos. Ofreciendo sus lágrimas a cambio de dinero, acudían al funeral de alguien que no conocían, pero cuya vida habían estudiado previamente. Y allí, alrededor del féretro, daban forma al dolor y alzaban las voces para que con ellas se elevara el alma de la persona. De aquello existe una memoria popular entre dichos y poesía.Si vives en las Rías Baixas seguro que, alguna vez, alguien te ha enviado a chorar o llorar a Cangas. Esta especie de antecesor de la llorería tiene sus raíces en la popularidad que alcanzaron las llamadas choronas en la zona. Dice Federico García Lorca en su poema ‘Muerto de amor’:
"Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres".
Un entierro en Ornans' (Gustave Courbet, 1849-1850)
Las viejas (y jovenes) mujeres que lloran están por todas partes. El antropólogo estadounidense Melville Herskovits recuerda a los Dahomey en África Occidental. En esta comunidad, cuando alguien va a morir, todas las mujeres de la familia se reúnen para lanzar sus lamentaciones y, en este caso, les siguen hombres y niños. Los Dahomey utilizan el término “Avidochio”, que significa entregar las lágrimas al muerto.
En países de América Latina aún pueden verse a algunas mujeres de negro, con un pequeño libro en las manos, llorando por alguien a quien no conocen. Como apunta Reyes: “Simbólicamente, con las plañideras se puede medir la angustia y dolor o la miseria de una sociedad, ellas descubren y reviven verdades originadas por la cosmovisión y sentimientos como el amor y cohesión del grupo”.
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