El papel vergonzoso de los medios de comunicación españoles ante la crisis
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El papel vergonzoso de los medios de comunicación españoles ante la crisis
Los medios de comunicación españoles, en concordancia con su degradación y alejamiento de la democracia en las últimas décadas, se han cubierto de vergüenza y oprobio por el papel que han desempeñado en la gestación y explosión de la actual crisis. Han silenciado el desastre creciente de la economía, han tapado las mentiras, carencias y errores del gobierno y han proyectado hacia la sociedad una imagen de normalidad y de fiesta que ha impedido a los ciudadanos ser conscientes de que eran conducidos hacia el abismo por una "casta" política ineficiente, arrogante y tramposa.
Han tenido que llegar las denuncias veraces y solemnes de grandes medios internacionales para que los españoles tomen conciencia del desastre económico de su país. Sólo gracias a The Economist y al Financial Times hemos sabido que Zapatero es un inmaduro "que no da la talla" y que España, bajo su mandato, se dirige hacia el abismo. Casi la totalidad de los grandes medios españoles han mentido u ocultado la verdad, que también es mentir, traicionado su deber de informar con veracidad, olvidando su obligación de defender a los ciudadanos y a la democracia y actuando como cómplices de los políticos y de los poderosos que han esquilmado y hundido a España.
Los políticos, los grandes culpables del desastre español, eran y son, sin merecerlo, las estrellas rutilantes de la prensa, la radio y la televisión. Ver un telediario significa contemplar un desfile brillante de políticos poderosos que exhiben poder y que parecen gobernar una nación con tino y sin traumas, cuando la realidad es que son mediocres que conducen su país hacia el matadero.
Si los medios han olvidado la obligación de informar verazmente, peor todavía ha sido el incumplimiento del deber democrático de vigilar, fiscalizar y criticar a los grandes poderes, en especial, al gobierno. Los medios españoles, sometidos y muchas veces "babosos" ante los poderosos que contratan publicidad, han soportado y difundido la mentira del poder, elevada al rango de método de gobierno, han ocultado el endeudamiento suicida de España, han escondido la corrupción, silenciando que infecta al Estado hasta la médula, han desviado la mirada ante los privilegios indecentes de la "casta", la marginación de los ciudadanos de los procesos de toma de decisiones y otros muchos desmanes y errores que nos han conducido hasta el dramático momento actual, en el que España es ya el gran enfermo de Europa, un país poco fiable, incapaz de adoptar las medidas que necesita con urgencia y en riesgo auténtico de quiebra.
Pocas líneas y pocos espacios en los medios para cubrir el gran drama del avance de la pobreza. Insuficientes espacios para destacar el terrible sufrimiento de los millones de parados, las grandes víctimas de la ineficacia del poder, a los que ni siquiera se les ha asegurado el derecho fundamental a vivir con dignidad. Los medios han dejado de mirar hacia el ciudadano y han concentrado su atención en la "casta" que controla el Estado, de la que esperaban y muchas veces obtenían, dinero en forma de publicidad, concesiones de frecuencias y canales audiovisuales, filtraciones y muchas otras ventajas, algunas de ellas inconfesables.
A cambio, esos medios han contribuido activamente a la manipulación de los ciudadanos por el poder, han convivido con la mentira, se han alejado de la verdad y han convertido al ciudadano, que es el aliado natural de la prensa libre en democracia, en la presa a la que se ha engañado y narcotizado.
Como consecuencia de esas traiciones, el ciudadano está dejando de leer periódicos y hasta la televisión ha sentido en sus propias carnes el descenso de una audiencia que se refugia en Internet para encontrar allí la verdad y la decencia informativa que ya no encuentra el los imperios mediáticos.
Como consecuencia de la traición, el periodista es, junto con el político, el profesional mas desprestigiado de la España del siglo XXI. Hace apenas dos décadas, políticos y periodistas eran considerados como los grandes héroes de la democracia, pero hoy son señalados, con toda justicia, como los grandes traidores, unos por haber hundido la democracia, transformándola en una sucia oligocracia de partidos, y los otros por poner la información al servicio de los partidos y haber actuado como cómplices de los políticos en el mal gobierno, el engaño, la manipulación y la corrupción del sistema.
El papel de los medios sigue siendo vengonzoso y traidor al ciudadano incluso en el difícil presente de España. Los medios, como los políticos, saben que el futuro de España está plagado de amenazas, dramas y sacrificios, pero lo ocultan. No dicen que los sueldos tendrán que bajar, que las pensiones, también descenderán, que nos jubilaremos más tarde y que volveremos a ser un país pobre, salvo que consigamos cambiar nuestra sociedad como un calcetín e impongamos en nuestra miserable cultura el esfuerzo, el respeto, el sacrificio, la decencia y otros valores que los políticos, con la complicidad de los medios, han asesinado en las ultimas décadas.
Ni siquiera se hacen eco del grito ciudadano que exige a los políticos que rebajen sus sueldos y renuncien a privilegios y ventajas que no merecen y que, además, en tiempos de crisis, son obscenos.
El silencio de los medios ante realidades tan españolas como la injusticia, la desigualdad y el asesinato de la democracia es de una indecencia inmunda.
Pero el asunto en el que la traición de los medios ha sido más vil y sucia es en la degeneración de la democracia española, convertida a espaldas de los ciudadanos en una vulgar dictadura de partidos políticos. La democracia le ha sido arrebatada al ciudadano y ha desaparecido de España sin que los grandes medios hayan dicho ni una sóla palabra al respecto.
De las grandes condiciones y normas, imprescindibles para que exista democracia, España no cumple ni siquiera una: no hay separación de poderes porque la Justicia está sometida y los partidos nombran magistrados en los altos tribunales; las elecciones no son libres porque no son los ciudadanos sino los partidos los que elaboran esas listas cerradas y bloqueadas ante las que el votante sólo puede decir "sí" o "no"; la ley no es igual para todos y se aplica "según convenga a la jugada", como reconoció el Ministro de Justicia Bermejo; el gobierno, que en democracia debe someterse a férreos controles por parte de la ciudadanía, se ha hecha casi impune e inmune y no permite control alguno; la sociedad civil, cuyo papel en democracia es servir de contrapeso al Estado, esta ocupada por los partidos y en estado de coma; el ciudadano, que es el soberano del sistema democrático, está marginado y es vapuleado a diario por "la casta" política; la prensa, cuyo papel en democracia es informar con veracidad y fiscalizar a los grandes poderes, sobre todo al Estado, está comprada, alineada con alguno de los grandes partidos y acostumbrada a mentir y a difundir "la verdad del poder", que es diametralmente diferente a la "verdad".
La prensa cómplice y cobarde es, después del inmenso fracaso de la "casta" política, el mayor drama de esta España actual, colocada al borde del precipicio por un gobierno incapaz y por partidos, tanto de derecha como de izquierda, que han traicionado al ciudadano y a la nación, anteponiendo sus intereses y privilegios al bien común.
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Han tenido que llegar las denuncias veraces y solemnes de grandes medios internacionales para que los españoles tomen conciencia del desastre económico de su país. Sólo gracias a The Economist y al Financial Times hemos sabido que Zapatero es un inmaduro "que no da la talla" y que España, bajo su mandato, se dirige hacia el abismo. Casi la totalidad de los grandes medios españoles han mentido u ocultado la verdad, que también es mentir, traicionado su deber de informar con veracidad, olvidando su obligación de defender a los ciudadanos y a la democracia y actuando como cómplices de los políticos y de los poderosos que han esquilmado y hundido a España.
Los políticos, los grandes culpables del desastre español, eran y son, sin merecerlo, las estrellas rutilantes de la prensa, la radio y la televisión. Ver un telediario significa contemplar un desfile brillante de políticos poderosos que exhiben poder y que parecen gobernar una nación con tino y sin traumas, cuando la realidad es que son mediocres que conducen su país hacia el matadero.
Si los medios han olvidado la obligación de informar verazmente, peor todavía ha sido el incumplimiento del deber democrático de vigilar, fiscalizar y criticar a los grandes poderes, en especial, al gobierno. Los medios españoles, sometidos y muchas veces "babosos" ante los poderosos que contratan publicidad, han soportado y difundido la mentira del poder, elevada al rango de método de gobierno, han ocultado el endeudamiento suicida de España, han escondido la corrupción, silenciando que infecta al Estado hasta la médula, han desviado la mirada ante los privilegios indecentes de la "casta", la marginación de los ciudadanos de los procesos de toma de decisiones y otros muchos desmanes y errores que nos han conducido hasta el dramático momento actual, en el que España es ya el gran enfermo de Europa, un país poco fiable, incapaz de adoptar las medidas que necesita con urgencia y en riesgo auténtico de quiebra.
Pocas líneas y pocos espacios en los medios para cubrir el gran drama del avance de la pobreza. Insuficientes espacios para destacar el terrible sufrimiento de los millones de parados, las grandes víctimas de la ineficacia del poder, a los que ni siquiera se les ha asegurado el derecho fundamental a vivir con dignidad. Los medios han dejado de mirar hacia el ciudadano y han concentrado su atención en la "casta" que controla el Estado, de la que esperaban y muchas veces obtenían, dinero en forma de publicidad, concesiones de frecuencias y canales audiovisuales, filtraciones y muchas otras ventajas, algunas de ellas inconfesables.
A cambio, esos medios han contribuido activamente a la manipulación de los ciudadanos por el poder, han convivido con la mentira, se han alejado de la verdad y han convertido al ciudadano, que es el aliado natural de la prensa libre en democracia, en la presa a la que se ha engañado y narcotizado.
Como consecuencia de esas traiciones, el ciudadano está dejando de leer periódicos y hasta la televisión ha sentido en sus propias carnes el descenso de una audiencia que se refugia en Internet para encontrar allí la verdad y la decencia informativa que ya no encuentra el los imperios mediáticos.
Como consecuencia de la traición, el periodista es, junto con el político, el profesional mas desprestigiado de la España del siglo XXI. Hace apenas dos décadas, políticos y periodistas eran considerados como los grandes héroes de la democracia, pero hoy son señalados, con toda justicia, como los grandes traidores, unos por haber hundido la democracia, transformándola en una sucia oligocracia de partidos, y los otros por poner la información al servicio de los partidos y haber actuado como cómplices de los políticos en el mal gobierno, el engaño, la manipulación y la corrupción del sistema.
El papel de los medios sigue siendo vengonzoso y traidor al ciudadano incluso en el difícil presente de España. Los medios, como los políticos, saben que el futuro de España está plagado de amenazas, dramas y sacrificios, pero lo ocultan. No dicen que los sueldos tendrán que bajar, que las pensiones, también descenderán, que nos jubilaremos más tarde y que volveremos a ser un país pobre, salvo que consigamos cambiar nuestra sociedad como un calcetín e impongamos en nuestra miserable cultura el esfuerzo, el respeto, el sacrificio, la decencia y otros valores que los políticos, con la complicidad de los medios, han asesinado en las ultimas décadas.
Ni siquiera se hacen eco del grito ciudadano que exige a los políticos que rebajen sus sueldos y renuncien a privilegios y ventajas que no merecen y que, además, en tiempos de crisis, son obscenos.
El silencio de los medios ante realidades tan españolas como la injusticia, la desigualdad y el asesinato de la democracia es de una indecencia inmunda.
Pero el asunto en el que la traición de los medios ha sido más vil y sucia es en la degeneración de la democracia española, convertida a espaldas de los ciudadanos en una vulgar dictadura de partidos políticos. La democracia le ha sido arrebatada al ciudadano y ha desaparecido de España sin que los grandes medios hayan dicho ni una sóla palabra al respecto.
De las grandes condiciones y normas, imprescindibles para que exista democracia, España no cumple ni siquiera una: no hay separación de poderes porque la Justicia está sometida y los partidos nombran magistrados en los altos tribunales; las elecciones no son libres porque no son los ciudadanos sino los partidos los que elaboran esas listas cerradas y bloqueadas ante las que el votante sólo puede decir "sí" o "no"; la ley no es igual para todos y se aplica "según convenga a la jugada", como reconoció el Ministro de Justicia Bermejo; el gobierno, que en democracia debe someterse a férreos controles por parte de la ciudadanía, se ha hecha casi impune e inmune y no permite control alguno; la sociedad civil, cuyo papel en democracia es servir de contrapeso al Estado, esta ocupada por los partidos y en estado de coma; el ciudadano, que es el soberano del sistema democrático, está marginado y es vapuleado a diario por "la casta" política; la prensa, cuyo papel en democracia es informar con veracidad y fiscalizar a los grandes poderes, sobre todo al Estado, está comprada, alineada con alguno de los grandes partidos y acostumbrada a mentir y a difundir "la verdad del poder", que es diametralmente diferente a la "verdad".
La prensa cómplice y cobarde es, después del inmenso fracaso de la "casta" política, el mayor drama de esta España actual, colocada al borde del precipicio por un gobierno incapaz y por partidos, tanto de derecha como de izquierda, que han traicionado al ciudadano y a la nación, anteponiendo sus intereses y privilegios al bien común.
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Una manipulación mutante en la prensa
Se diría que el ritmo mediático de la política española se ha acelerado hasta alcanzar una velocidad de vértigo. Constantemente surgen noticias impactantes, escándalos que concentran la atención del público generando sorpresa e indignación. Pero no por mucho tiempo. Al poco, cada acontecimiento "histórico" queda enterrado y olvidado, eclipsado por un nuevo imán que atrae todas las miradas. Y el torrente de comentarios y discusiones se desplaza con celeridad al nuevo objeto. Rítmicas explosiones, breves bocanadas de fuego se suceden sin pausa pero el viento dispersa al instante sus cenizas. El frenético giro del carrusel informativo impide divisar con nitidez los objetos luminosos que surcan continuamente el espacio a velocidad sideral.
La intensa controversia sobre la implicación del Rey en la "Operación Armada" se diluyó instantáneamente tras una inoportuna multa en la Gran Vía de Madrid, el enésimo desvío de fondos en Andalucía, unos sospechosos viajes al Golfo, la fugaz reaparición de Bárcenas, el último espectáculo de Elpidio... Al contrario que los yogures, las noticias impactantes mantienen una apretada fecha de caducidad. Como replicantes de "Blade Runner", brillan con efímera luz cegadora pero sus recuerdos se desvanecen "como lágrimas en la lluvia". Sin tiempo para elaboración profunda, sólo cabe contemplar brevemente la superficie de cada fenómeno. La trepidante montaña rusa oprime el estómago contra la garganta del público y priva de aliento a los columnistas que intentan ajustar el tiro a la diana de la actualidad. Pero el alocado caos no es producto de la casualidad; más bien reflejo de un agitado mar de fondo, de una renovada estrategia de distracción.
Los medios cumplen la importante función de fijar la atención del público en determinados temas. Seleccionan entre la catarata de noticias otorgando un lugar destacado a las más relevantes. Y, en circunstancias normales, mantienen en el candelero durante algún tiempo los asuntos más cruciales. La anomalía actual es la efímera duración de los temas graves, su rápida ocultación tras la siguiente noticia impactante. Una treta dirigida a disipar la mirada del público, a evitar su focalización en los asuntos sensibles.
Un NO-DO postmoderno
Qué lejanos quedan esos tiempos en que la prensa establecía la agenda de los lectores a completo gusto y satisfacción de los gobernantes. Las noticias comprometidas, aquéllas capaces de cuestionar el statu quo, eran directamente silenciadas, ocultadas de la vista del público. Simplemente, no existían. El discurso informativo recreaba un NO-DO postmoderno, una tramoyaorwelliana de orden perfecto salpicada de reportajes dignos delHola. Juan Carlos era un Rey ejemplar, un dechado de virtudes. La Transición, un modelo para el resto de países. Nuestra Constitución, el hito que marcaba un antes y un después en la historia de España. Y el sistema autonómico, el remedio definitivo a todos los males territoriales, una vía para acercar los políticos al ciudadano... a una distancia tan corta que podían sustraerle limpiamente la cartera, pero siempre de forma indolora, con sonrisa de dentífrico. Había conflicto, claro, pero se limitaba a la inevitable riña partidaria, una impostada y teatral controversia de frases aprendidas, tópicos y trivialidades, que no impedía el amaño, el reparto de la tarta. El Régimen que nos "habíamos dado" era ideal; tenía que venir Internet a fastidiarlo todo.
La información comenzó a fluir de manera incontrolada, a fugarse por los huecos de la gran red limitando drásticamente la capacidad de los medios convencionales para silenciar noticias inconvenientes. No quedaban ya osados dispuestos a retener en el cofre todo aquello que pregonaba la prensa digital. Los lectores podían comparar y sentirse estafados. Pero los caminos de la manipulación son inescrutables. Si no puedes tapar un árbol... escóndelo en el bosque. Si antes eran la escasez e irrelevancia de la información las que confundían a la gente, ahora podría manipular la abundancia, el exceso, el arte de tapar un asunto relevante con otro llamativo. El número de prestidigitación despistaría al observador cambiando constantemente el foco de atención. Un truco de espejos para crear un público con memoria de pez, volcado en la rabiosa actualidad, en lo más "in" y lo más "cool", sumergido en una vorágine entorpecedora de la reflexión. Más que un lector, un espectador de tenis siempre a merced de los caprichosos vaivenes de la bola
Recuperar el hilo argumental
La celeridad con que desaparece cada escándalo genera una noción de intrascendencia e insustancialidad, la impresión de que las noticias se miden por su atractivo, por su capacidad de tocar la fibra sensible. Un asunto crucial puede taparse con una información irrelevante pero poseedora de un contenido emocional equivalente o superior. Así, la atención del público podría trasladarse, sin solución de continuidad, desde las causas e implicaciones del 23F... al papel de los agentes de movilidad. Esa sucesión de pinceladas rápidas y toscas, sin visión de conjunto, sin resolución, acabaría provocando cansancio y hartazgo tras una rutina de surgimiento de expectativas, caída, olvido y, finalmente, pérdida de perspectiva.
Es necesario detenerse a reflexionar, tomar distancia del infernal proceso, separar el grano de la paja y buscar las causas últimas. Recobrar una visión de conjunto evitando que la rápida sucesión de árboles impida contemplar el bosque. Vivimos una crisis terminal, el fin del nefasto Régimen de la Transición. Una organización institucional carente de controles, equilibrios y responsabilidades. Repleta de favoritismo, privilegio, ignominia y corrupción. Una estructura cerrada, con clases dirigentes endogámicas, en constante defensa de sus intereses más inmediatos. Un sistema que, tras prometer el paraíso, se entregó a una orgía de pillaje y latrocinio, acabando con las esperanzas de millones de españoles. Ceden las carcomidas vigas, mostrando las vergüenzas tanto tiempo ocultadas.
El agitado balanceo no debe impedir la contemplación del horizonte. No sirven esas reformas cosméticas, superficiales, esos cambios lampedusianos destinados a conservar los privilegios de sus promotores. La transformación debe ser profunda, radical, dirigida a construir un sistema con responsabilidad, transparencia, rendición de cuentas, igualdad de oportunidades y drástica separación de lo público y lo privado. Es decir, un viaje hacia las antípodas del Régimen de 1978.
Juan Manuel Blanco [en Vozpopuli.com]
La intensa controversia sobre la implicación del Rey en la "Operación Armada" se diluyó instantáneamente tras una inoportuna multa en la Gran Vía de Madrid, el enésimo desvío de fondos en Andalucía, unos sospechosos viajes al Golfo, la fugaz reaparición de Bárcenas, el último espectáculo de Elpidio... Al contrario que los yogures, las noticias impactantes mantienen una apretada fecha de caducidad. Como replicantes de "Blade Runner", brillan con efímera luz cegadora pero sus recuerdos se desvanecen "como lágrimas en la lluvia". Sin tiempo para elaboración profunda, sólo cabe contemplar brevemente la superficie de cada fenómeno. La trepidante montaña rusa oprime el estómago contra la garganta del público y priva de aliento a los columnistas que intentan ajustar el tiro a la diana de la actualidad. Pero el alocado caos no es producto de la casualidad; más bien reflejo de un agitado mar de fondo, de una renovada estrategia de distracción.
Los medios cumplen la importante función de fijar la atención del público en determinados temas. Seleccionan entre la catarata de noticias otorgando un lugar destacado a las más relevantes. Y, en circunstancias normales, mantienen en el candelero durante algún tiempo los asuntos más cruciales. La anomalía actual es la efímera duración de los temas graves, su rápida ocultación tras la siguiente noticia impactante. Una treta dirigida a disipar la mirada del público, a evitar su focalización en los asuntos sensibles.
Un NO-DO postmoderno
Qué lejanos quedan esos tiempos en que la prensa establecía la agenda de los lectores a completo gusto y satisfacción de los gobernantes. Las noticias comprometidas, aquéllas capaces de cuestionar el statu quo, eran directamente silenciadas, ocultadas de la vista del público. Simplemente, no existían. El discurso informativo recreaba un NO-DO postmoderno, una tramoyaorwelliana de orden perfecto salpicada de reportajes dignos delHola. Juan Carlos era un Rey ejemplar, un dechado de virtudes. La Transición, un modelo para el resto de países. Nuestra Constitución, el hito que marcaba un antes y un después en la historia de España. Y el sistema autonómico, el remedio definitivo a todos los males territoriales, una vía para acercar los políticos al ciudadano... a una distancia tan corta que podían sustraerle limpiamente la cartera, pero siempre de forma indolora, con sonrisa de dentífrico. Había conflicto, claro, pero se limitaba a la inevitable riña partidaria, una impostada y teatral controversia de frases aprendidas, tópicos y trivialidades, que no impedía el amaño, el reparto de la tarta. El Régimen que nos "habíamos dado" era ideal; tenía que venir Internet a fastidiarlo todo.
La información comenzó a fluir de manera incontrolada, a fugarse por los huecos de la gran red limitando drásticamente la capacidad de los medios convencionales para silenciar noticias inconvenientes. No quedaban ya osados dispuestos a retener en el cofre todo aquello que pregonaba la prensa digital. Los lectores podían comparar y sentirse estafados. Pero los caminos de la manipulación son inescrutables. Si no puedes tapar un árbol... escóndelo en el bosque. Si antes eran la escasez e irrelevancia de la información las que confundían a la gente, ahora podría manipular la abundancia, el exceso, el arte de tapar un asunto relevante con otro llamativo. El número de prestidigitación despistaría al observador cambiando constantemente el foco de atención. Un truco de espejos para crear un público con memoria de pez, volcado en la rabiosa actualidad, en lo más "in" y lo más "cool", sumergido en una vorágine entorpecedora de la reflexión. Más que un lector, un espectador de tenis siempre a merced de los caprichosos vaivenes de la bola
Recuperar el hilo argumental
La celeridad con que desaparece cada escándalo genera una noción de intrascendencia e insustancialidad, la impresión de que las noticias se miden por su atractivo, por su capacidad de tocar la fibra sensible. Un asunto crucial puede taparse con una información irrelevante pero poseedora de un contenido emocional equivalente o superior. Así, la atención del público podría trasladarse, sin solución de continuidad, desde las causas e implicaciones del 23F... al papel de los agentes de movilidad. Esa sucesión de pinceladas rápidas y toscas, sin visión de conjunto, sin resolución, acabaría provocando cansancio y hartazgo tras una rutina de surgimiento de expectativas, caída, olvido y, finalmente, pérdida de perspectiva.
Es necesario detenerse a reflexionar, tomar distancia del infernal proceso, separar el grano de la paja y buscar las causas últimas. Recobrar una visión de conjunto evitando que la rápida sucesión de árboles impida contemplar el bosque. Vivimos una crisis terminal, el fin del nefasto Régimen de la Transición. Una organización institucional carente de controles, equilibrios y responsabilidades. Repleta de favoritismo, privilegio, ignominia y corrupción. Una estructura cerrada, con clases dirigentes endogámicas, en constante defensa de sus intereses más inmediatos. Un sistema que, tras prometer el paraíso, se entregó a una orgía de pillaje y latrocinio, acabando con las esperanzas de millones de españoles. Ceden las carcomidas vigas, mostrando las vergüenzas tanto tiempo ocultadas.
El agitado balanceo no debe impedir la contemplación del horizonte. No sirven esas reformas cosméticas, superficiales, esos cambios lampedusianos destinados a conservar los privilegios de sus promotores. La transformación debe ser profunda, radical, dirigida a construir un sistema con responsabilidad, transparencia, rendición de cuentas, igualdad de oportunidades y drástica separación de lo público y lo privado. Es decir, un viaje hacia las antípodas del Régimen de 1978.
Juan Manuel Blanco [en Vozpopuli.com]
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