España en la hora final
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España en la hora final
En estos últimos 25 años el mundo ha vivido unas profundas transformaciones que demuestran que nada puede ser considerado como definitivamente inamovible. La URSS ha desaparecido, Yugoslavia ha explotado en una media docena de países, Alemania se ha reunificado… Los ciclos de la Historia se aceleran y desaparecen naciones y aparecen otras. ¿Qué países estarán aquí dentro de 25 años y bajo qué forma?
España como país soberano ha dejado de existir cuando ratificó el Tratado de Lisboa. Desde ese mismo momento las instancias nacionales perdieron todo su poder. Las decisiones importantes son ahora asunto de funcionarios con sede en Bruselas.
Nada es menos seguro para España que su propia existencia. De nada sirve ni su gobierno, ni sus instituciones, ni su ejército, si el país está vendido por su propia élite política y abandonado por su población, convertida en un rebaño desnortado sin guías ni objetivos.
Para los españoles, el tren de la Historia está llegando a su término. Hay que recoger el equipaje y prepararse para bajar. Cuando el Raval de Barcelona o Lavapiés de Madrid (por tomar únicamente unos ejemplos emblemáticos) empezaron a pudrirse, muchos españoles hicieron las maletas. Esos barrios, y tantos otros, se han convertido en verdaderos degolladeros multiculturales, auténticos basurales sociales donde nadie con dos dedos de frente quisiera vivir y menos criar hijos. Llegará el momento en que otros muchos barrios y hasta ciudades enteras conozcan el fenónemo del éxodo masivo de su población española, abandonada a la ferocidad de estos invasores y sin defensa de sus gobernantes.
Atrás se quedan los que no pueden hacer otra cosa. Poco a poco veremos lo que ya ha pasado en otros países de nuestro entorno: la huida a gran escala de los autóctonos ante la presión de los colonos de esta invasión multiétnica. Pero la cosa seguirá igual. Cuando aquellos que han tenido que salir por piernas de esos barrios se sienten seguros, lejos del alcance de las pedradas o de los navajazos de esos “nuevos ciudadanos”, de esos exóticos “pagadores de pensiones”, entonces retoman su pequeña vida de consumidores y aficionados al fútbol que no quieren hacerse demasiadas preguntas ni realizar muchos esfuerzos.
Existen ya, pues, lugares en España en que la cara de un español ya no es bien mirada, en que su presencia ya no es bienvenida y donde es mejor que no ponga los pies. Pero estos mismos españoles han perdido el instinto de conservación y no mueven un dedo para impedir que otros le roben su lugar y los humillen en su propia casa. Ante la presión de los extranjeros, ceden su sitio y se alejan un poco… hasta que tengan que volver a hacer el equipaje cuando ese momentáneo refugio sea también invadido. Progresivamente, se acerca el día en que muchos españoles deberán cambiar de ciudad. Pero cambiar de ciudad no resolverá el problema, ya que la invasión se expande más rápidamente que el propio éxodo interno de los españoles. Llegará el momento en que ya no haya refugio donde ponerse a salvo de esta plaga. Entonces habrá que doblar la cerviz o abandonar el país. Claro, hay otra opción, pero de momento no parece que los españoles estén dispuestos siquiera a planteárselo en serio. En vez de luchar prefieren arrastrarse. En lugar de hacer frente al problema, siguen mirando la televisión, tratando de convencerse a sí mismos que después de todo la situación no está tan mal y que no hay que dejarse llevar de las advertencias catastrofistas de la extrema derecha. Morir a manos de este salvajismo antes que votar o creer al “fascismo”: esa es la elección de muchos, quizás de la mayoría. Subirán al cadalso que levantarán tarde o temprano los próximos amos de la situación contentos de no haber cedido al “discurso del odio” de los “racistas y los xenófobos”.
España está destinada al califato o a la anarquía, en todo caso al desastre. Si Qatar sigue comprado España al ritmo que lo lleva haciendo estos últimos años, el califato no debe ser descartado. Sobre todo si a esto le sumamos la demografía galopante de los colonos musulmanes que siguen llegando a espuertas y siguen reproduciéndose como batracios. A los “racistas y los xenófobos” que levanten su voz contra esa conquista y ocupación el sistema les callará la boca con los medios adecuados. Tenemos un ejército de políticos vendepatrias y de jueces traidores para llevar a cabo esa represión. Los medios serán (ya son) comprados con unos maletines de petrodólares. Ese califato tal vez no sea la peor opción. El dinero de las monarquías del Golfo le puede dar una apariencia de orden bajo la sharia. Obviamente nos convertiremos en sombras que apenas osarán levantar los ojos en la calle. Nos lo habremos buscado.
Pero lo que puede llegar a lo mejor será simplemente la anarquía, el desorden absoluto, la ley de la selva. En Sudáfrica, cuando el elemento civilizado de la población detenía las riendas del poder, había edificios tan lujosos como los más refinados hoteles de Paris o Nueva York por los que pasaban cabezas coronadas, presidentes y estrellas del espectáculo. Hoy esos palacios están ocupados por detritus humanos que han reemplazado las ventanas por cartones y hacen sus necesidades en bolsas de plástico que después tiran por los balcones. Este puede ser el destino de los más elegantes edificios de nuestras más modernas ciudades dentro de algunos años. Este será el futuro más probable de España y de Europa entera ¿O acaso toda esa abigarrada y montaraz humanidad que se nos ha metido por las puertas nos va a traer un nuevo siglo de oro cultural y un modelo de sociedad superior? Nos traen la cloaca, así de claro.
En la naturaleza, cuando un animal está herido, los carroñeros acuden de todas partes. El olor de la muerte los atrae como un imán. Todos quieren su trozo. España es hoy un animal moribundo. Desde el fondo del África, de los Andes o del sudeste asiático, el último de los somalíes, ecuatorianos o vietnamitas, acude a la carrera para apoderarse de su pedacito de carne en descomposición.
Con sus impuestos, los españoles financian el alojamiento, la alimentación y la sanidad de aquellos que los están sustituyendo. Cuando ya no haya más trabajadores españoles para mantener a todos estos parásitos, entonces será el caos y la violencia generalizada. La inmigración que España ha elegido está constituida en su gran mayoría por poblaciones incapaces de ganarse el pan que se comen y totalmente inaptas para producir otra cosa que gas carbónico y urea. Cagan y mean y poco más. Siempre habrá un puñado de negros, chinos, frijoles y hasta moros integrados socialmente, que paguen sus impuestos, abonen su alquiler y tiren la basura en su contenedor, pero estos serán sólo un error de guión, un error del sistema, en cierta manera.
Poco a poco los españoles se hacen reemplazar por seres venidos de los cuatro puntos cardinales de la cloaca mundial, y en el fondo están felices, la baba cayéndosele de la boca, una cerveza en la mano y la mirada fija en un campo verde con 22 jugadores corriendo detrás de una pelotica. España se va por el retrete, pero los españoles se muestran orgullosos de no caer en la tentación de la “intolerancia” y el “rechazo”.
Los españoles no difieren en esto de los demás europeos de nuestro entorno: quieren desaparecer. Sienten vergüenza de existir. Se sienten tan culpables que pasan por esta vida pidiendo perdón.
Ningún pueblo merece el genocidio, ni siquiera los pueblos que lo desean de todas sus fuerzas. A estos, nos vemos obligados por no sé escrúpulo, a defenderlos de sus propias tendencias autodestructivas. Como esos bomberos que se arriesgan para impedir a los suicidas de tirarse al vacío. Por esto, este grito en la tormenta. Por cumplir con un deber, por obedecer a un secreto impulso moral, aunque dudemos de que realmente sirva para algo. Link
España como país soberano ha dejado de existir cuando ratificó el Tratado de Lisboa. Desde ese mismo momento las instancias nacionales perdieron todo su poder. Las decisiones importantes son ahora asunto de funcionarios con sede en Bruselas.
Nada es menos seguro para España que su propia existencia. De nada sirve ni su gobierno, ni sus instituciones, ni su ejército, si el país está vendido por su propia élite política y abandonado por su población, convertida en un rebaño desnortado sin guías ni objetivos.
Para los españoles, el tren de la Historia está llegando a su término. Hay que recoger el equipaje y prepararse para bajar. Cuando el Raval de Barcelona o Lavapiés de Madrid (por tomar únicamente unos ejemplos emblemáticos) empezaron a pudrirse, muchos españoles hicieron las maletas. Esos barrios, y tantos otros, se han convertido en verdaderos degolladeros multiculturales, auténticos basurales sociales donde nadie con dos dedos de frente quisiera vivir y menos criar hijos. Llegará el momento en que otros muchos barrios y hasta ciudades enteras conozcan el fenónemo del éxodo masivo de su población española, abandonada a la ferocidad de estos invasores y sin defensa de sus gobernantes.
Atrás se quedan los que no pueden hacer otra cosa. Poco a poco veremos lo que ya ha pasado en otros países de nuestro entorno: la huida a gran escala de los autóctonos ante la presión de los colonos de esta invasión multiétnica. Pero la cosa seguirá igual. Cuando aquellos que han tenido que salir por piernas de esos barrios se sienten seguros, lejos del alcance de las pedradas o de los navajazos de esos “nuevos ciudadanos”, de esos exóticos “pagadores de pensiones”, entonces retoman su pequeña vida de consumidores y aficionados al fútbol que no quieren hacerse demasiadas preguntas ni realizar muchos esfuerzos.
Existen ya, pues, lugares en España en que la cara de un español ya no es bien mirada, en que su presencia ya no es bienvenida y donde es mejor que no ponga los pies. Pero estos mismos españoles han perdido el instinto de conservación y no mueven un dedo para impedir que otros le roben su lugar y los humillen en su propia casa. Ante la presión de los extranjeros, ceden su sitio y se alejan un poco… hasta que tengan que volver a hacer el equipaje cuando ese momentáneo refugio sea también invadido. Progresivamente, se acerca el día en que muchos españoles deberán cambiar de ciudad. Pero cambiar de ciudad no resolverá el problema, ya que la invasión se expande más rápidamente que el propio éxodo interno de los españoles. Llegará el momento en que ya no haya refugio donde ponerse a salvo de esta plaga. Entonces habrá que doblar la cerviz o abandonar el país. Claro, hay otra opción, pero de momento no parece que los españoles estén dispuestos siquiera a planteárselo en serio. En vez de luchar prefieren arrastrarse. En lugar de hacer frente al problema, siguen mirando la televisión, tratando de convencerse a sí mismos que después de todo la situación no está tan mal y que no hay que dejarse llevar de las advertencias catastrofistas de la extrema derecha. Morir a manos de este salvajismo antes que votar o creer al “fascismo”: esa es la elección de muchos, quizás de la mayoría. Subirán al cadalso que levantarán tarde o temprano los próximos amos de la situación contentos de no haber cedido al “discurso del odio” de los “racistas y los xenófobos”.
España está destinada al califato o a la anarquía, en todo caso al desastre. Si Qatar sigue comprado España al ritmo que lo lleva haciendo estos últimos años, el califato no debe ser descartado. Sobre todo si a esto le sumamos la demografía galopante de los colonos musulmanes que siguen llegando a espuertas y siguen reproduciéndose como batracios. A los “racistas y los xenófobos” que levanten su voz contra esa conquista y ocupación el sistema les callará la boca con los medios adecuados. Tenemos un ejército de políticos vendepatrias y de jueces traidores para llevar a cabo esa represión. Los medios serán (ya son) comprados con unos maletines de petrodólares. Ese califato tal vez no sea la peor opción. El dinero de las monarquías del Golfo le puede dar una apariencia de orden bajo la sharia. Obviamente nos convertiremos en sombras que apenas osarán levantar los ojos en la calle. Nos lo habremos buscado.
Pero lo que puede llegar a lo mejor será simplemente la anarquía, el desorden absoluto, la ley de la selva. En Sudáfrica, cuando el elemento civilizado de la población detenía las riendas del poder, había edificios tan lujosos como los más refinados hoteles de Paris o Nueva York por los que pasaban cabezas coronadas, presidentes y estrellas del espectáculo. Hoy esos palacios están ocupados por detritus humanos que han reemplazado las ventanas por cartones y hacen sus necesidades en bolsas de plástico que después tiran por los balcones. Este puede ser el destino de los más elegantes edificios de nuestras más modernas ciudades dentro de algunos años. Este será el futuro más probable de España y de Europa entera ¿O acaso toda esa abigarrada y montaraz humanidad que se nos ha metido por las puertas nos va a traer un nuevo siglo de oro cultural y un modelo de sociedad superior? Nos traen la cloaca, así de claro.
En la naturaleza, cuando un animal está herido, los carroñeros acuden de todas partes. El olor de la muerte los atrae como un imán. Todos quieren su trozo. España es hoy un animal moribundo. Desde el fondo del África, de los Andes o del sudeste asiático, el último de los somalíes, ecuatorianos o vietnamitas, acude a la carrera para apoderarse de su pedacito de carne en descomposición.
Con sus impuestos, los españoles financian el alojamiento, la alimentación y la sanidad de aquellos que los están sustituyendo. Cuando ya no haya más trabajadores españoles para mantener a todos estos parásitos, entonces será el caos y la violencia generalizada. La inmigración que España ha elegido está constituida en su gran mayoría por poblaciones incapaces de ganarse el pan que se comen y totalmente inaptas para producir otra cosa que gas carbónico y urea. Cagan y mean y poco más. Siempre habrá un puñado de negros, chinos, frijoles y hasta moros integrados socialmente, que paguen sus impuestos, abonen su alquiler y tiren la basura en su contenedor, pero estos serán sólo un error de guión, un error del sistema, en cierta manera.
Poco a poco los españoles se hacen reemplazar por seres venidos de los cuatro puntos cardinales de la cloaca mundial, y en el fondo están felices, la baba cayéndosele de la boca, una cerveza en la mano y la mirada fija en un campo verde con 22 jugadores corriendo detrás de una pelotica. España se va por el retrete, pero los españoles se muestran orgullosos de no caer en la tentación de la “intolerancia” y el “rechazo”.
Los españoles no difieren en esto de los demás europeos de nuestro entorno: quieren desaparecer. Sienten vergüenza de existir. Se sienten tan culpables que pasan por esta vida pidiendo perdón.
Ningún pueblo merece el genocidio, ni siquiera los pueblos que lo desean de todas sus fuerzas. A estos, nos vemos obligados por no sé escrúpulo, a defenderlos de sus propias tendencias autodestructivas. Como esos bomberos que se arriesgan para impedir a los suicidas de tirarse al vacío. Por esto, este grito en la tormenta. Por cumplir con un deber, por obedecer a un secreto impulso moral, aunque dudemos de que realmente sirva para algo. Link
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