Sitio y masacre en Villalar: los comuneros y la revolución española
Página 1 de 1.
Sitio y masacre en Villalar: los comuneros y la revolución española
Hay años en los que es mejor no levantarse, y episodios que es mejor sí recordar. A los imperios desmemoriados, los sepulta el tiempo, y una sana revisión del pasado hace que la autocrítica sea más constructiva y edificante, ya que convierte el empedrado del futuro en más transitable. Si no se hace así, la severidad de la amnesia acaba devorando a los que juegan al olvido.
El dominio del orbe occidental a nivel mercantil o militar o la confluencia de ambos aspectos, correspondió a partir de la frontera del siglo XIV a Castilla (sin demérito de las importantísimas aportaciones que Aragón hizo a la posterior construcción nacional con la contribución de sus enormes áreas de influencia en el Mare Nostrum). Desde entonces y por espacio de quinientos años, hasta 1805, seríamos la nación de referencia en Europa y posiblemente en el orbe conocido.
Como antecedente a las revueltas castellanas, habría que remontarse hasta 1467, año en que para enfrentar el bandolerismo señorial y la tremenda presión fiscal de la nobleza gallega sobre el hastiado campesinado local, los hijos de aquellos celtas que habitaron la esquina noroeste de la península, se alzaron en armas y crearon serios disturbios que los terratenientes locales, de la mano de la Iglesia, se encargaron de liquidar a sangre y fuego. El poder de los señores de la tierra hacía gemir al colectivo de campesinos, huérfano y desasistido de una justicia digna de tal nombre. Aquella revuelta pasó a la historia como la Irmandiña.
Pero el siglo entrante, el XVI, no presagiaba buenos modales. Las pérdidas de derechos de las germanías en Valencia y Mallorca, y la fundamentada rebelión de los comuneros, convirtió la península en un avispero de insurrectos cansados de tanto rigor fiscal y desatino regio. Los agraviados eran legión y la tolerancia a los abusos había rebasado todos los límites.
Con estos ingredientes, Padilla, que era un buen capitán, cumpliendo con el deber que como ciudadano estaba obligado a preservar, hacía exactamente aquello que había jurado defender. Había que evitar aunque fuera sólo testimonialmente, que los del norte de Europa, aquellos amanerados flamencos, dieran a sus perros de comer lo que en sus fastuosos banquetes se dilapidaba a costa de las espaldas de los castellanos.
Castilla en rebeldía
Discurría por aquel entonces el año 1520 y Castilla estaba sometida a los caprichos del nuevo emperador Carlos I, y éste, que ya había arruinado las arcas aragonesas anteriormente, perpetuaba su descarado expolio sobre los reinos hispánicos. Entonces ocurrió que algunos cabreados castellanos se plantaron y se negaron a seguir siendo maltratados por el soberano y su caprichosa y desmedida ambición.
A todo esto hay que recordar, que Carlos de Gante, no sólo era muy aficionado al boato, sino que se había autoerigido rey de las Españas en detrimento de su madre Juana I de Castilla, que era la que por derecho detentaba la corona. Vamos, que si no había sido un golpe de Estado, poco le faltaba. Además, cabe destacar, que esta joya de rey “pincel”, siempre atildado y con un gusto desmesurado por los brocados venecianos, tenía unas bases morales muy disolutas, laxas y aflamencadas, y que durante todo su reinado, no se le ocurriría visitar ni una sola vez a su madre, a la que mantuvo encerrada en Tordesillas a cal y canto en manos del sádico Marqués de Denia.
La coronada criatura era una” pieza” en toda regla. Pero claro; tanta gente cabreada a la vez significaba un problema que iba a resultar a la postre, de difícil solución y aquello se estaba poniendo “calentito”.
Este rey flamenco no pronunciaba ni una palabra de castellano para cuando en 1518, al año de morir el complejo y enorme Fernando el Católico, acudió a las Cortes Castellanas a jurar no se sabe qué. Eso sí, venia muy atildado y peripuesto el egregio personaje y rodeado de una pléyade de cortesanos con una clara predisposición para mirar de arriba abajo al personal. Los nobles locales vieron sus barbas chamuscar y no tuvieron que calentar mucho a los encendidos campesinos y comerciantes que veían cómo los impuestos subían de manera inmisericorde para financiar lejanas aventuras de un elemento que por no saber, no daba ni las gracias en el lenguaje de los locales.
Sitio y masacre en Villalar
Comenzaban a correr como la pólvora por las ciudades castellanas, pasquines con un par de líneas bastantes claras. Rezaban así:
“Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor".
La entonces provincia de Burgos, –integrada por la actual de La Rioja y Cantabria– era favorable al emperador y la que mayormente nutría de tropa al ejército del flamenco venido a más. El resto del territorio castellano se había posicionado aunque de manera endeble, a favor del movimiento comunero.
En la toma de posiciones inicial antes de que la contienda, entre las partes, se desatara, la “nobleza” que veía que tenía más que perder con el bando sublevado, decidió pasarse a las tropas imperiales, lo cual dejó bastante mermadas las filas levantiscas contra aquel inicuo nuevo orden.
El 23 de abril los afines al usurpador flamenco, entraron a saco en Villalar y masacraron sin piedad a los sitiados. Los tres capitanes de la revuelta que pasaron a la historia por derecho propio; Padilla, Bravo y Maldonado, serían separados de su cuerpo sin muchas contemplaciones.
Todavía, en la milenaria Toledo, María Pacheco, la que seria viuda de Padilla, con gran decoro y audacia resistió un año más dentro de la amurallada ciudad, hija de todas las culturas. Finalmente, declarada en rebeldía, huyó a Portugal junto a su pequeño hijo disfrazada de aguadora y con la connivencia y protección del pueblo llano.
Con el tiempo, el nacionalismo castellano tendría en Villalar el espejo donde recordar su perdida grandeza. El emperador Carlos I de España y V de Alemania hipotecaría hasta las cejas las arcas públicas castellanas y aragonesas dejando a la nación en una situación próxima a la Edad de Piedra. Los recursos que provenían del otro lado del Atlántico, sólo servían para tapar agujeros, y estos eran cada vez más grandes. Una vez más, las tinieblas abortaban los brotes de libertad.
La historia indefectiblemente se repite.
El dominio del orbe occidental a nivel mercantil o militar o la confluencia de ambos aspectos, correspondió a partir de la frontera del siglo XIV a Castilla (sin demérito de las importantísimas aportaciones que Aragón hizo a la posterior construcción nacional con la contribución de sus enormes áreas de influencia en el Mare Nostrum). Desde entonces y por espacio de quinientos años, hasta 1805, seríamos la nación de referencia en Europa y posiblemente en el orbe conocido.
Como antecedente a las revueltas castellanas, habría que remontarse hasta 1467, año en que para enfrentar el bandolerismo señorial y la tremenda presión fiscal de la nobleza gallega sobre el hastiado campesinado local, los hijos de aquellos celtas que habitaron la esquina noroeste de la península, se alzaron en armas y crearon serios disturbios que los terratenientes locales, de la mano de la Iglesia, se encargaron de liquidar a sangre y fuego. El poder de los señores de la tierra hacía gemir al colectivo de campesinos, huérfano y desasistido de una justicia digna de tal nombre. Aquella revuelta pasó a la historia como la Irmandiña.
Pero el siglo entrante, el XVI, no presagiaba buenos modales. Las pérdidas de derechos de las germanías en Valencia y Mallorca, y la fundamentada rebelión de los comuneros, convirtió la península en un avispero de insurrectos cansados de tanto rigor fiscal y desatino regio. Los agraviados eran legión y la tolerancia a los abusos había rebasado todos los límites.
Con estos ingredientes, Padilla, que era un buen capitán, cumpliendo con el deber que como ciudadano estaba obligado a preservar, hacía exactamente aquello que había jurado defender. Había que evitar aunque fuera sólo testimonialmente, que los del norte de Europa, aquellos amanerados flamencos, dieran a sus perros de comer lo que en sus fastuosos banquetes se dilapidaba a costa de las espaldas de los castellanos.
Castilla en rebeldía
Discurría por aquel entonces el año 1520 y Castilla estaba sometida a los caprichos del nuevo emperador Carlos I, y éste, que ya había arruinado las arcas aragonesas anteriormente, perpetuaba su descarado expolio sobre los reinos hispánicos. Entonces ocurrió que algunos cabreados castellanos se plantaron y se negaron a seguir siendo maltratados por el soberano y su caprichosa y desmedida ambición.
A todo esto hay que recordar, que Carlos de Gante, no sólo era muy aficionado al boato, sino que se había autoerigido rey de las Españas en detrimento de su madre Juana I de Castilla, que era la que por derecho detentaba la corona. Vamos, que si no había sido un golpe de Estado, poco le faltaba. Además, cabe destacar, que esta joya de rey “pincel”, siempre atildado y con un gusto desmesurado por los brocados venecianos, tenía unas bases morales muy disolutas, laxas y aflamencadas, y que durante todo su reinado, no se le ocurriría visitar ni una sola vez a su madre, a la que mantuvo encerrada en Tordesillas a cal y canto en manos del sádico Marqués de Denia.
La coronada criatura era una” pieza” en toda regla. Pero claro; tanta gente cabreada a la vez significaba un problema que iba a resultar a la postre, de difícil solución y aquello se estaba poniendo “calentito”.
Este rey flamenco no pronunciaba ni una palabra de castellano para cuando en 1518, al año de morir el complejo y enorme Fernando el Católico, acudió a las Cortes Castellanas a jurar no se sabe qué. Eso sí, venia muy atildado y peripuesto el egregio personaje y rodeado de una pléyade de cortesanos con una clara predisposición para mirar de arriba abajo al personal. Los nobles locales vieron sus barbas chamuscar y no tuvieron que calentar mucho a los encendidos campesinos y comerciantes que veían cómo los impuestos subían de manera inmisericorde para financiar lejanas aventuras de un elemento que por no saber, no daba ni las gracias en el lenguaje de los locales.
Sitio y masacre en Villalar
Comenzaban a correr como la pólvora por las ciudades castellanas, pasquines con un par de líneas bastantes claras. Rezaban así:
“Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor".
La entonces provincia de Burgos, –integrada por la actual de La Rioja y Cantabria– era favorable al emperador y la que mayormente nutría de tropa al ejército del flamenco venido a más. El resto del territorio castellano se había posicionado aunque de manera endeble, a favor del movimiento comunero.
En la toma de posiciones inicial antes de que la contienda, entre las partes, se desatara, la “nobleza” que veía que tenía más que perder con el bando sublevado, decidió pasarse a las tropas imperiales, lo cual dejó bastante mermadas las filas levantiscas contra aquel inicuo nuevo orden.
El caso es que en medio de aquel trasiego de milicias propias y ajenas, dieron en meterse en Villalar las tropas comuneras para mejor resistir, pues sus recursos eran ciertamente desventajosos ante la bien equipada tropa de Carlos de Gante y en campo abierto poco o nada podían hacer. Y de esta guisa, se plantaron en medio del pueblo para resistir, lo mejor que fuera posible, al inminente asalto.El emperador Carlos I de España y V de Alemania, hipotecaría hasta las cejas las arcas públicas castellanas y aragonesas dejando a la nación en una situación próxima a la Edad de Piedra
El 23 de abril los afines al usurpador flamenco, entraron a saco en Villalar y masacraron sin piedad a los sitiados. Los tres capitanes de la revuelta que pasaron a la historia por derecho propio; Padilla, Bravo y Maldonado, serían separados de su cuerpo sin muchas contemplaciones.
Todavía, en la milenaria Toledo, María Pacheco, la que seria viuda de Padilla, con gran decoro y audacia resistió un año más dentro de la amurallada ciudad, hija de todas las culturas. Finalmente, declarada en rebeldía, huyó a Portugal junto a su pequeño hijo disfrazada de aguadora y con la connivencia y protección del pueblo llano.
Con el tiempo, el nacionalismo castellano tendría en Villalar el espejo donde recordar su perdida grandeza. El emperador Carlos I de España y V de Alemania hipotecaría hasta las cejas las arcas públicas castellanas y aragonesas dejando a la nación en una situación próxima a la Edad de Piedra. Los recursos que provenían del otro lado del Atlántico, sólo servían para tapar agujeros, y estos eran cada vez más grandes. Una vez más, las tinieblas abortaban los brotes de libertad.
La historia indefectiblemente se repite.
Infornauta- Cybernauta VIP
- Mensajes : 1238
Popularidad : 3507
Reputación : 1571
Fecha de inscripción : 01/12/2012
Localización : Infórmate
Temas similares
» ¿Sabes lo que fue la Revolución Industrial y que cambió en la vida de los hombres?
» Excavaciones arrojan luz sobre el sitio donde la Biblia ubica el Arca de la Alianza
» «La leyenda negra hizo que lo español se valore peor en España que en otro sitio»
» Una modelo escocesa, asaltada y herida en Barcelona por una manada de estos supuestos menas
» La Revolución de 1934 o de cómo la República traicionó a los trabajadores
» Excavaciones arrojan luz sobre el sitio donde la Biblia ubica el Arca de la Alianza
» «La leyenda negra hizo que lo español se valore peor en España que en otro sitio»
» Una modelo escocesa, asaltada y herida en Barcelona por una manada de estos supuestos menas
» La Revolución de 1934 o de cómo la República traicionó a los trabajadores
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.