La guerra de Arauco: Chile se resiste al dominio español
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La guerra de Arauco: Chile se resiste al dominio español
En una ocasión, el Emperador Carlos V resumió con sátira el conflicto: «Chile le cuesta al Imperio la flor de mis guzmanes»
En 1535, sólo quedaban cenizas del otrora poderoso Imperio Azteca, y Francisco de Pizarro se afanaba en aplastar los últimos restos del Imperio Inca. La superioridad tecnológica, la bravura de los conquistadores y las enfermedades que portaban habían provocado el derrumbe de las dos grandes máquinas militares de América. Si el Imperio español no era dueño de todo un continente, no era por falta de ganas o aliento, sino por falta de capacidad demográfica. Pero sólo iba a ser cuestión de tiempo juntar a los hombres necesarios.
Precisamente en esos años, Pedro de Valdivia y un centenar de soldados, que habían participado en la conquista de Perú, se internaron en la región del Bío Bío para descubrir que todavía quedaba un rival que merecía atención: los belicosos indígenas de la región de Chile.
Al no tener noticias de grandes civilizaciones o imperios como en México y Perú, Pedro de Valdivia esperaba un fácil sometimiento por las armas de estos pueblos a la Corona y su posterior evangelización. Sin embargo, su fallo de cálculos iba a costar la vida a Pedro de Valdivia, así como a los miles de soldados españoles desangrados en un cruel enfrentamiento contra los Pehuenches, Mapuches, Huilliches, Picunches y Cuncos, que iban a resistir al dominio imperial durante siglos.
Una tierra hostil
Unos años antes, Diego de Almagro –considerado el descubridor de Chile– dio fe del hostil paisaje chileno y la ferocidad de sus pobladores. Su paso por los Andes y su regreso a través del desierto de Atacama se convirtió en una pesadilla de la que Valdivia debió haber tomado nota. No en vano, Pedro de Valdivia quería constatarlo en persona e inició la conquista de la región. Consiguió sólo once soldados para su hueste, más una mujer, Inés Suárez, y unos mil indios auxiliares. A lo largo del camino se le unirían más expedicionarios, como Francisco de Villagra y Francisco de Aguirre que junto a sus hombres incrementaron las huestes de Valdivia.
Aunque la mayor parte de Chile fue conquistada sin mucho esfuerzo, los mapuches («gente de la tierra» en idioma mapudungun) –que tenían experiencia previa en el enfrentamiento contra ejércitos extranjeros, sobre todo con los incas– comenzaron una salvaje guerra de guerrillas. Para ello, aprovecharon la escarpada geografía llena de bosques y montañas.
Valdivia es aniquilado en Tucapel
Pedro de Valdivia obtuvo importantes victorias en Andalién y en Penco. Avances que permitieron a Valdivia fundar Concepción, La Imperial,Valdivia, Villarrica y Los Confines. Pero la naturaleza irreducible de los mapuches estaba próxima a revelarse. Un joven mapuche llamado Lautaro, utilizando los conocimientos del ejército español, que había obtenido al haber sido «paje» de Valdivia, condujo una rebelión contra los españoles. Con sorprendentes tácticas para la época, neutralizó a la caballería española en la batalla de Tucapel (1553), donde capturó y dio muerte a Valdivia y a todos sus hombres. Según distintas leyendas, los mapuches extrajeron el corazón de Valdivia y se lo comieron tras la batalla.
Después de avanzar a través del Bio Bío, Lautaro planeó una ofensiva contra Santiago que contó con escaso apoyo entre sus tropas. Y para fortuna de los intereses del Imperio español, un mapuche capturado reveló a tiempo los planes de Lautaro. Los conquistadores españoles decidieron atacar por sorpresa su campamento. Fue una decisiva victoria donde falleció Lautaro.
Pero la guerra no terminó ahí. Las guerrillas indígenas se encargaron siempre de recordar al Imperio español que los indígenas de Chile podían ser conquistados, pero nunca dominados. De forma intermitente, los poblados españoles y criollos se vieron obligados varias veces a despoblar las grandes ciudades y retirarse de las zonas territoriales indígenas.
Para Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y el Virreinato del Perú, la Guerra de Arauco fue un quebradero de cabeza por su irresuelta situación constante en el tiempo y su alto coste de vidas. En una ocasión, el Emperador Carlos V resumió con sátira el asunto: «Chile le cuesta al Imperio la flor de mis guzmanes».
En 1535, sólo quedaban cenizas del otrora poderoso Imperio Azteca, y Francisco de Pizarro se afanaba en aplastar los últimos restos del Imperio Inca. La superioridad tecnológica, la bravura de los conquistadores y las enfermedades que portaban habían provocado el derrumbe de las dos grandes máquinas militares de América. Si el Imperio español no era dueño de todo un continente, no era por falta de ganas o aliento, sino por falta de capacidad demográfica. Pero sólo iba a ser cuestión de tiempo juntar a los hombres necesarios.
Precisamente en esos años, Pedro de Valdivia y un centenar de soldados, que habían participado en la conquista de Perú, se internaron en la región del Bío Bío para descubrir que todavía quedaba un rival que merecía atención: los belicosos indígenas de la región de Chile.
Al no tener noticias de grandes civilizaciones o imperios como en México y Perú, Pedro de Valdivia esperaba un fácil sometimiento por las armas de estos pueblos a la Corona y su posterior evangelización. Sin embargo, su fallo de cálculos iba a costar la vida a Pedro de Valdivia, así como a los miles de soldados españoles desangrados en un cruel enfrentamiento contra los Pehuenches, Mapuches, Huilliches, Picunches y Cuncos, que iban a resistir al dominio imperial durante siglos.
Una tierra hostil
Unos años antes, Diego de Almagro –considerado el descubridor de Chile– dio fe del hostil paisaje chileno y la ferocidad de sus pobladores. Su paso por los Andes y su regreso a través del desierto de Atacama se convirtió en una pesadilla de la que Valdivia debió haber tomado nota. No en vano, Pedro de Valdivia quería constatarlo en persona e inició la conquista de la región. Consiguió sólo once soldados para su hueste, más una mujer, Inés Suárez, y unos mil indios auxiliares. A lo largo del camino se le unirían más expedicionarios, como Francisco de Villagra y Francisco de Aguirre que junto a sus hombres incrementaron las huestes de Valdivia.
Aunque la mayor parte de Chile fue conquistada sin mucho esfuerzo, los mapuches («gente de la tierra» en idioma mapudungun) –que tenían experiencia previa en el enfrentamiento contra ejércitos extranjeros, sobre todo con los incas– comenzaron una salvaje guerra de guerrillas. Para ello, aprovecharon la escarpada geografía llena de bosques y montañas.
Valdivia es aniquilado en Tucapel
Pedro de Valdivia obtuvo importantes victorias en Andalién y en Penco. Avances que permitieron a Valdivia fundar Concepción, La Imperial,Valdivia, Villarrica y Los Confines. Pero la naturaleza irreducible de los mapuches estaba próxima a revelarse. Un joven mapuche llamado Lautaro, utilizando los conocimientos del ejército español, que había obtenido al haber sido «paje» de Valdivia, condujo una rebelión contra los españoles. Con sorprendentes tácticas para la época, neutralizó a la caballería española en la batalla de Tucapel (1553), donde capturó y dio muerte a Valdivia y a todos sus hombres. Según distintas leyendas, los mapuches extrajeron el corazón de Valdivia y se lo comieron tras la batalla.
Después de avanzar a través del Bio Bío, Lautaro planeó una ofensiva contra Santiago que contó con escaso apoyo entre sus tropas. Y para fortuna de los intereses del Imperio español, un mapuche capturado reveló a tiempo los planes de Lautaro. Los conquistadores españoles decidieron atacar por sorpresa su campamento. Fue una decisiva victoria donde falleció Lautaro.
Pero la guerra no terminó ahí. Las guerrillas indígenas se encargaron siempre de recordar al Imperio español que los indígenas de Chile podían ser conquistados, pero nunca dominados. De forma intermitente, los poblados españoles y criollos se vieron obligados varias veces a despoblar las grandes ciudades y retirarse de las zonas territoriales indígenas.
Para Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y el Virreinato del Perú, la Guerra de Arauco fue un quebradero de cabeza por su irresuelta situación constante en el tiempo y su alto coste de vidas. En una ocasión, el Emperador Carlos V resumió con sátira el asunto: «Chile le cuesta al Imperio la flor de mis guzmanes».
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