El rechazo a Dios, clave de la decadencia de Europa y del mundo
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El rechazo a Dios, clave de la decadencia de Europa y del mundo
La Europa actual decepciona y sus ciudadanos contemplan, preocupados, como crecen la corrupción, la inseguridad, el euroescepticismo, la decadencia y la desilusión. Las raíces e identidades europeas están en peligro y la pobreza avanza por todas partes, incluso en países ricos como Alemania, Holanda, Suecia, Gran Bretaña y otros. Muchos se preguntan por la causa de ese desastre y la identifican en la baja calidad del liderazgo, la ausencia de valores y la insolidaridad, pero la verdadera causa del progresivo hundimiento de Europa y de todo el mundo occidental es la ausencia de Dios, el rechazo a la divinidad que presidia nuestras vidas hasta hace pocos años.
El Dios cristiano que presidió la creación de Europa, sus costumbres, identidad y valores está siendo relegado, abandonado y hasta combatido. Se está construyendo una Europa sin Dios y esa Europa nueva carece de grandeza, huele a totalitarismo y no convence ni ilusiona.
La desigualdad, la injusticia, la desprotección de los débiles, el desempleo, la pobreza, los guettos, la violencia, la falta de integración y otros muchos males de Europeo se deben a la impiedad, a la falta de misericordia y de amor al prójimo, todo fruto del abandono a un Dios de misericordia, que nos ha enseñado amar a todos sin condición ni restricción alguna.
En la Europa actual se discrimina al cristianismo y, en nombre de los valores como la igualdad, la tolerancia, los derechos, se quiere crear un orden mundial sin Dios, dominada por el Estado, en la que los ricos y sus aliados prevalezcan y se impongan sobre las masas de pobres.
La enseñanza cristiana establece que si los que tienen poder no lo usan para hacer el bien, fracasan y son inútiles. Cuando se reconoce a Dios como superior, entonces hay que colocar al pobre, al desvalido y al pueblo en sí en la cima de las prioridades.
Esa doctrina, que prioriza el interés de los pobres y desvalidos, es la que ha propiciado la creación de ese Estado de Bienestar que fue un signo de la grandeza de Europa y que ahora está siendo demolido por un poder que transfiere constantemente riquezas y derechos desde las clases medias, trabajadoras y depauperadas hasta las élites millonarias, que cada día pagan menos impuestos y ejercen mayor control sobre las leyes y los poderes político, legislativo, judicial y económico.
La exigencia de priorizar a los más humildes y necesitados, unida a la promoción de la dignidad humana y de la libertad que impone la religión cristiana, cuyo Dios considera como sus "hijos" a los seres humanos, convierten al cristianismo en un obstáculo odioso para los que quieren dominar el mundo y convertirlo en un enorme campo de esclavos sometidos por las élites poderosas.
El odio a Dios (sobre todo a Cristo) y su paulatina sustitución por un Estado cada vez más poderoso, capaz de crear una religión laicista y materialista, ajena a la trascendencia, es un fenómeno que trasciende las fronteras de Europa y contamina a todo el planeta, formando parte del gran sueño del poder mundial, que aspira a crear un gobierno único, todopoderoso, con capacidad de dominar todos los pueblos del planeta.
Hallary Clinton, probable próxima presidenta del país más poderoso del mundo, los Estados Unidos, ya ha expresado su intención de restar poder e influencia a las religiones en general y al Cristianismo en particular porque, a su juicio, merma el poder del Estado e impide la adopción de soluciones globales necesarias.
La democracia verdadera y las religiones que promueven la libertad individual y los derechos humanos son los dos mayores obstáculos que encuentran los poderosos para imponer su dominio absoluto en la Tierra. La democracia auténtica está practicamente erradicada y ha sido sustituida por el actual remedo de democracia, adulterada, de baja calidad y limitada a procesos trucados de elecciones, sin apenas participación y protagonismo de los ciudadanos. Ahora le toca el turno a las religiones y esa política de exterminio de Dios y de sus seguidores ya es claramente visible si se observa el mundo sin pasión y con fría lucidez.
Las principales víctimas del poder político que asesina a Dios son los ciudadanos y la sociedad en general, que pierde valores, libertad, justicia, capacidad de convivencia y derechos, transformándose en esclavos del Estado.
Francisco Rubiales
El Dios cristiano que presidió la creación de Europa, sus costumbres, identidad y valores está siendo relegado, abandonado y hasta combatido. Se está construyendo una Europa sin Dios y esa Europa nueva carece de grandeza, huele a totalitarismo y no convence ni ilusiona.
La desigualdad, la injusticia, la desprotección de los débiles, el desempleo, la pobreza, los guettos, la violencia, la falta de integración y otros muchos males de Europeo se deben a la impiedad, a la falta de misericordia y de amor al prójimo, todo fruto del abandono a un Dios de misericordia, que nos ha enseñado amar a todos sin condición ni restricción alguna.
En la Europa actual se discrimina al cristianismo y, en nombre de los valores como la igualdad, la tolerancia, los derechos, se quiere crear un orden mundial sin Dios, dominada por el Estado, en la que los ricos y sus aliados prevalezcan y se impongan sobre las masas de pobres.
La enseñanza cristiana establece que si los que tienen poder no lo usan para hacer el bien, fracasan y son inútiles. Cuando se reconoce a Dios como superior, entonces hay que colocar al pobre, al desvalido y al pueblo en sí en la cima de las prioridades.
Esa doctrina, que prioriza el interés de los pobres y desvalidos, es la que ha propiciado la creación de ese Estado de Bienestar que fue un signo de la grandeza de Europa y que ahora está siendo demolido por un poder que transfiere constantemente riquezas y derechos desde las clases medias, trabajadoras y depauperadas hasta las élites millonarias, que cada día pagan menos impuestos y ejercen mayor control sobre las leyes y los poderes político, legislativo, judicial y económico.
La exigencia de priorizar a los más humildes y necesitados, unida a la promoción de la dignidad humana y de la libertad que impone la religión cristiana, cuyo Dios considera como sus "hijos" a los seres humanos, convierten al cristianismo en un obstáculo odioso para los que quieren dominar el mundo y convertirlo en un enorme campo de esclavos sometidos por las élites poderosas.
El odio a Dios (sobre todo a Cristo) y su paulatina sustitución por un Estado cada vez más poderoso, capaz de crear una religión laicista y materialista, ajena a la trascendencia, es un fenómeno que trasciende las fronteras de Europa y contamina a todo el planeta, formando parte del gran sueño del poder mundial, que aspira a crear un gobierno único, todopoderoso, con capacidad de dominar todos los pueblos del planeta.
Hallary Clinton, probable próxima presidenta del país más poderoso del mundo, los Estados Unidos, ya ha expresado su intención de restar poder e influencia a las religiones en general y al Cristianismo en particular porque, a su juicio, merma el poder del Estado e impide la adopción de soluciones globales necesarias.
La democracia verdadera y las religiones que promueven la libertad individual y los derechos humanos son los dos mayores obstáculos que encuentran los poderosos para imponer su dominio absoluto en la Tierra. La democracia auténtica está practicamente erradicada y ha sido sustituida por el actual remedo de democracia, adulterada, de baja calidad y limitada a procesos trucados de elecciones, sin apenas participación y protagonismo de los ciudadanos. Ahora le toca el turno a las religiones y esa política de exterminio de Dios y de sus seguidores ya es claramente visible si se observa el mundo sin pasión y con fría lucidez.
Las principales víctimas del poder político que asesina a Dios son los ciudadanos y la sociedad en general, que pierde valores, libertad, justicia, capacidad de convivencia y derechos, transformándose en esclavos del Estado.
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