Francis Bacon, "ese hombre horrible que pinta cuadros espantosos"
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Re: Francis Bacon, "ese hombre horrible que pinta cuadros espantosos"
Francis Bacon (1909 – 1992) es uno de los artistas que más inquietud despierta en el espectador. Su perturbador pincel recogió las sombras de una sociedad en crisis que deambulaba tras la Segunda Guerra Mundial y volcó en sus lienzos sangre, tortura, carne, sexo, angustias reprimidas y desesperación. El mundo se le antojaba amenazante. Como es de esperar, no todos entendieron su tormento. La mismísima Dama de Hierro se sintió incomoda ante sus creaciones. "¿No será ese hombre horrible que pinta esos cuadros tan espantosos?" aseguró Margaret Thatcher acerca de una retrospectiva del artista.
Se enfrentó a críticas devastadoras, aunque desde mediados de los noventa sus obras comenzaron a alcanzar cifras estratosféricas en subasta. En 2013, el tríptico Tres estudios de Lucian Freud se vendió en Christie's por más de 142 millones de dólares, un récord en ese momento. La puja duró seis minutos.
El 28 de abril de 1992, en la clínica Ruber de Madrid, el pintor expresionista dejaba este mundo a los 82 años. Se enfrentó a toda esa muerte, oscuridad y desasosiego que tanto había plasmado en sus obras. Estaba en la capital de España visitando a uno de sus amantes, a pesar de que su médico le había desaconsejaba viajar por su delicado estado de salud. Aquel hombre era José Capelo, un ingeniero español que podemos conocer gracias al Triptico 1991 que custodia el MoMa. Además, Bacon quería estudiar los pormenores de una exposición que tenía prevista inaugurar en una galería madrileña.
Uno de los pintores más poderosos del siglo XX fallecía en la ciudad en la que encontró a grandes referentes. Solía acudir con frecuencia al Museo del Prado y se detenía en las obras de Goya y Rembrandt, pero sobre todo en las de Velázquez. Tuvo fijación por el maestro sevillano. Reinterpretó El Papa Inocencio X (perteneciente a la Galleria Doria Pamphilj, de Roma) hasta en más de cuarenta ocasiones. El artista no quiso ver este cuadro en persona, o al menos así lo aseguró, sino que lo replicó a partir de una postal. Es difícil dilucidar si es cierta esta anécdota puesto que no siempre dijo la verdad. Por ejemplo, presumió de improvisación en sus cuadros aunque, tras su muerte, se hallaron dibujos preparatorios que siempre había negado.
Su carrera le debe mucho a España. Fue al ver la obra de Pablo Picasso, por el que sintió una profunda admiración, cuando se inició de forma autodidacta en la pintura. Sucedió en los años 30 del siglo pasado, tras visitar la exposición del malagueño en la Galerie Rosenberg de París. Una década después, él mismo haría desaparecer su obra temprana tras los pocos halagos obtenidos. Nueva York marcaría un antes y un después en su trayectoria. En 1946, el MoMa adquirió su Pintura (1946) y su nombre empezó a considerarse firmemente.
En su obra se repiten las figuras masculinas para lo que retrató habitualmente a sus amantes. Aparecen deformados, incluso mutilados, en posturas incómodas y aparentemente frágiles. Bacon primó ilustrar el alma del modelo frente a la búsqueda de un parecido físico. Destacan los retratos de George Dyer, una de sus parejas, al que conoció cuando éste entró a robar a su taller. Mantuvieron una relación compleja e inestable y Dyer se suicidó años más tarde. Bacon, embargado por el sentimiento de culpa, pintó los momentos finales de su amante en repetidas ocasiones en modo de homenaje, como en Retrato de George Dyer en un espejo (1968) del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
Más estable resultó su relación con John Edwards, que inició hacia 1975. Fue quien heredó sus bienes, unos 11 millones de libras esterlinas. El inglés era muy celoso de su intimidad y por ello sus biografías no son del todo exactas, a pesar de que dio numerosas entrevistas. En 1998, su vida saltó a la gran pantalla de la mano del director inglés John Maybury en la película Love is the Devil (El amor es el demonio), con Derek Jacobi en el papel protagonista y Daniel Craig interpretando a su pareja George Dyer.
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Se enfrentó a críticas devastadoras, aunque desde mediados de los noventa sus obras comenzaron a alcanzar cifras estratosféricas en subasta. En 2013, el tríptico Tres estudios de Lucian Freud se vendió en Christie's por más de 142 millones de dólares, un récord en ese momento. La puja duró seis minutos.
El 28 de abril de 1992, en la clínica Ruber de Madrid, el pintor expresionista dejaba este mundo a los 82 años. Se enfrentó a toda esa muerte, oscuridad y desasosiego que tanto había plasmado en sus obras. Estaba en la capital de España visitando a uno de sus amantes, a pesar de que su médico le había desaconsejaba viajar por su delicado estado de salud. Aquel hombre era José Capelo, un ingeniero español que podemos conocer gracias al Triptico 1991 que custodia el MoMa. Además, Bacon quería estudiar los pormenores de una exposición que tenía prevista inaugurar en una galería madrileña.
Uno de los pintores más poderosos del siglo XX fallecía en la ciudad en la que encontró a grandes referentes. Solía acudir con frecuencia al Museo del Prado y se detenía en las obras de Goya y Rembrandt, pero sobre todo en las de Velázquez. Tuvo fijación por el maestro sevillano. Reinterpretó El Papa Inocencio X (perteneciente a la Galleria Doria Pamphilj, de Roma) hasta en más de cuarenta ocasiones. El artista no quiso ver este cuadro en persona, o al menos así lo aseguró, sino que lo replicó a partir de una postal. Es difícil dilucidar si es cierta esta anécdota puesto que no siempre dijo la verdad. Por ejemplo, presumió de improvisación en sus cuadros aunque, tras su muerte, se hallaron dibujos preparatorios que siempre había negado.
Un estudio caótico
Era desorden interno y externo. Su estudio rebosaba de basura, sin orden aparente, un caos como su alma. Estaba lleno de herramientas, pinturas, papeles… repleto de fotografías de torturas y enfermedades. Son datos que van componiendo su compleja personalidad. Bacon no tuvo una infancia y juventud fáciles, con traslados continuos entre Dublín, su ciudad de nacimiento, y Londres; y con un padre que no entendía su homosexualidad.Su carrera le debe mucho a España. Fue al ver la obra de Pablo Picasso, por el que sintió una profunda admiración, cuando se inició de forma autodidacta en la pintura. Sucedió en los años 30 del siglo pasado, tras visitar la exposición del malagueño en la Galerie Rosenberg de París. Una década después, él mismo haría desaparecer su obra temprana tras los pocos halagos obtenidos. Nueva York marcaría un antes y un después en su trayectoria. En 1946, el MoMa adquirió su Pintura (1946) y su nombre empezó a considerarse firmemente.
En su obra se repiten las figuras masculinas para lo que retrató habitualmente a sus amantes. Aparecen deformados, incluso mutilados, en posturas incómodas y aparentemente frágiles. Bacon primó ilustrar el alma del modelo frente a la búsqueda de un parecido físico. Destacan los retratos de George Dyer, una de sus parejas, al que conoció cuando éste entró a robar a su taller. Mantuvieron una relación compleja e inestable y Dyer se suicidó años más tarde. Bacon, embargado por el sentimiento de culpa, pintó los momentos finales de su amante en repetidas ocasiones en modo de homenaje, como en Retrato de George Dyer en un espejo (1968) del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
Más estable resultó su relación con John Edwards, que inició hacia 1975. Fue quien heredó sus bienes, unos 11 millones de libras esterlinas. El inglés era muy celoso de su intimidad y por ello sus biografías no son del todo exactas, a pesar de que dio numerosas entrevistas. En 1998, su vida saltó a la gran pantalla de la mano del director inglés John Maybury en la película Love is the Devil (El amor es el demonio), con Derek Jacobi en el papel protagonista y Daniel Craig interpretando a su pareja George Dyer.
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