Una gran exposición nos descubre la inesperada afinidad entre El Greco y Picasso
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Re: Una gran exposición nos descubre la inesperada afinidad entre El Greco y Picasso
El Kunstmuseum de Basilea alberga hasta septiembre una extraordinaria exposición en la que dos genios de la pintura española se miran cara a cara.
Picasso siempre se reconoció deudor y se reivindicó como continuador de los clásicos de la pintura española que él, hombre inteligentísimo y de gran cultura artística, conocía bien. Obviamente, la enorme evolución que el pintor malagueño logró con la parte formal de su arte hace que esa relación no sea tan evidente, pero está ahí y un buen trabajo de presentación nos facilita descubrirla e ir desentrañándola.
Eso es, exactamente, lo que hace la exposición inaugurada hace sólo un par de semanas en el Kunstmuseum de Basilea, con el título Picasso El Greco. La espléndida muestra explora y, sobre todo, nos ayuda a explorar la influencia del maestro de origen griego en el pintor malagueño, al que se ha relacionado mucho con Velázquez y Goya –supongo que más por el significado histórico de los tres grandes de la historia de nuestro arte– pero al que, bien mirado, quizá une una relación más especial y directa con el autor de El entierro del Conde de Orgaz.
Yo mismo nunca había pensado en ello –habitualmente me pagan por pensar en otras cosas– y, sin embargo, al enterarme del planteamiento de esta exposición me pareció obvio: si un pintor clásico podía ser considerado un precursor del cubismo sin duda era El Greco, con su extrema libertad estilística y compositiva y su no tan sutil deformación de objetos y personas se diría que él avanzó varios pasos más que sus coetáneos en el camino que mucho tiempo después llevaría a Las Señoritas de Aviñón.
Una admiración evidente
La muestra arranca con una serie de bocetos y estudios en los que Picasso dibuja numerosos personajes con rostro, actitud y hasta ropajes muy parecidos a los de retratos de El Greco, para luego adentrarse en comparaciones en las que, colgados uno junto al otro, los óleos de ambos pintores nos descubren de pronto un paralelismo que va más allá de un parecido que no siempre es evidente –aunque en algún caso también lo hay– y que, creo, es un excelente resumen de cómo un gran artista influye en otro: no es que el malagueño pinte como el cretense, pero de alguna forma se observa con cierta claridad que ha asimilado su obra.
Cómo es obvio, el juego resulta más sencillo con las obras más figurativas de Picasso, con sus cuadros más tradicionales, si me permiten ustedes esa palabra, y la exposición nos ofrece algunos ejemplos excelentes de las épocas azul y rosa del pintor, como el maravilloso autorretrato que puede verse en la primera sala y que es una deslumbrante exhibición de maestría técnica y fuerza artística de un Picasso que sólo tenía veinte años cuando lo pintó.
Pero el parecido también alcanza a algunas de las obras cubistas de Picasso, en las que se puede observar con toca claridad la influencia o incluso la voluntad de imitar el estilo de El Greco, por muy complicado que esto pudiera parecernos a priori.
Trabajos de todas las épocas
Más allá de la comparación y los paralelismos, otro acierto de la exposición es que hace un recorrido bastante amplio por la obra de ambos pintores y sus distintas épocas, lo que permitirá al que no conozca demasiado bien a uno u a otro llevarse una impresión bastante amplia y no diré que completa, pero sí notable de lo que uno y otro son.
Incluso en el caso de El Greco, cuya obra quizá conozco un poco mejor –la de Picasso es inabarcable en su inmensidad– me he llevado algunas sorpresas agradables, como descubrir un bellísimo cuadro suyo que desconocía y que está en la Parroquia de San Ginés de Madrid, pero que he tenido que descubrir tan lejos como en Basilea.
Un trabajo sobresaliente
La exposición se disfruta aún más gracias al excelente trabajo que se ha hecho para ponerla en marcha. En primer lugar, la selección de cuadros que les comentaba, que me parece muy completa y acertada y nos permite descubrir obras que no sabíamos que existían o tener la posibilidad de disfrutar otras que están en colecciones privadas o museos por los que no es tan fácil que nos pasemos un día. Hay que reconocer también que la cantidad de cuadros expuestos es poco menos que abrumadora.
Además, el Kunstmuseum de Basilea resulta un espacio perfecto para albergarla: ubicando una parte importante del nuevo e interesante edificio del museo, todo está hecho con el cuidado para que el visitante no encuentre impedimento alguno para contemplar y saborear las obras. Como cabía esperar, la información que se ofrece es escueta pero suficiente y está en inglés para que la mayor parte de los viajeros pueda entenderla.
En definitiva, Picasso El Greco, que estará abierta hasta el próximo 25 de septiembre, es una excelente y en parte sorprendente exposición que, además, puede ser la excusa perfecta para conocer una de las ciudades más bellas de Suiza y, entre otras cosas, darse un chapuzón en el Rin para aprovechar la calidez suave del verano suizo.
Picasso siempre se reconoció deudor y se reivindicó como continuador de los clásicos de la pintura española que él, hombre inteligentísimo y de gran cultura artística, conocía bien. Obviamente, la enorme evolución que el pintor malagueño logró con la parte formal de su arte hace que esa relación no sea tan evidente, pero está ahí y un buen trabajo de presentación nos facilita descubrirla e ir desentrañándola.
Eso es, exactamente, lo que hace la exposición inaugurada hace sólo un par de semanas en el Kunstmuseum de Basilea, con el título Picasso El Greco. La espléndida muestra explora y, sobre todo, nos ayuda a explorar la influencia del maestro de origen griego en el pintor malagueño, al que se ha relacionado mucho con Velázquez y Goya –supongo que más por el significado histórico de los tres grandes de la historia de nuestro arte– pero al que, bien mirado, quizá une una relación más especial y directa con el autor de El entierro del Conde de Orgaz.
Yo mismo nunca había pensado en ello –habitualmente me pagan por pensar en otras cosas– y, sin embargo, al enterarme del planteamiento de esta exposición me pareció obvio: si un pintor clásico podía ser considerado un precursor del cubismo sin duda era El Greco, con su extrema libertad estilística y compositiva y su no tan sutil deformación de objetos y personas se diría que él avanzó varios pasos más que sus coetáneos en el camino que mucho tiempo después llevaría a Las Señoritas de Aviñón.
Una admiración evidente
La muestra arranca con una serie de bocetos y estudios en los que Picasso dibuja numerosos personajes con rostro, actitud y hasta ropajes muy parecidos a los de retratos de El Greco, para luego adentrarse en comparaciones en las que, colgados uno junto al otro, los óleos de ambos pintores nos descubren de pronto un paralelismo que va más allá de un parecido que no siempre es evidente –aunque en algún caso también lo hay– y que, creo, es un excelente resumen de cómo un gran artista influye en otro: no es que el malagueño pinte como el cretense, pero de alguna forma se observa con cierta claridad que ha asimilado su obra.
Cómo es obvio, el juego resulta más sencillo con las obras más figurativas de Picasso, con sus cuadros más tradicionales, si me permiten ustedes esa palabra, y la exposición nos ofrece algunos ejemplos excelentes de las épocas azul y rosa del pintor, como el maravilloso autorretrato que puede verse en la primera sala y que es una deslumbrante exhibición de maestría técnica y fuerza artística de un Picasso que sólo tenía veinte años cuando lo pintó.
Pero el parecido también alcanza a algunas de las obras cubistas de Picasso, en las que se puede observar con toca claridad la influencia o incluso la voluntad de imitar el estilo de El Greco, por muy complicado que esto pudiera parecernos a priori.
Trabajos de todas las épocas
Más allá de la comparación y los paralelismos, otro acierto de la exposición es que hace un recorrido bastante amplio por la obra de ambos pintores y sus distintas épocas, lo que permitirá al que no conozca demasiado bien a uno u a otro llevarse una impresión bastante amplia y no diré que completa, pero sí notable de lo que uno y otro son.
Incluso en el caso de El Greco, cuya obra quizá conozco un poco mejor –la de Picasso es inabarcable en su inmensidad– me he llevado algunas sorpresas agradables, como descubrir un bellísimo cuadro suyo que desconocía y que está en la Parroquia de San Ginés de Madrid, pero que he tenido que descubrir tan lejos como en Basilea.
Un trabajo sobresaliente
La exposición se disfruta aún más gracias al excelente trabajo que se ha hecho para ponerla en marcha. En primer lugar, la selección de cuadros que les comentaba, que me parece muy completa y acertada y nos permite descubrir obras que no sabíamos que existían o tener la posibilidad de disfrutar otras que están en colecciones privadas o museos por los que no es tan fácil que nos pasemos un día. Hay que reconocer también que la cantidad de cuadros expuestos es poco menos que abrumadora.
Además, el Kunstmuseum de Basilea resulta un espacio perfecto para albergarla: ubicando una parte importante del nuevo e interesante edificio del museo, todo está hecho con el cuidado para que el visitante no encuentre impedimento alguno para contemplar y saborear las obras. Como cabía esperar, la información que se ofrece es escueta pero suficiente y está en inglés para que la mayor parte de los viajeros pueda entenderla.
En definitiva, Picasso El Greco, que estará abierta hasta el próximo 25 de septiembre, es una excelente y en parte sorprendente exposición que, además, puede ser la excusa perfecta para conocer una de las ciudades más bellas de Suiza y, entre otras cosas, darse un chapuzón en el Rin para aprovechar la calidez suave del verano suizo.
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