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ISRAEL Y LOS PALESTINOS (Pablo Molina)

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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:42 pm

LOS PALMEROS DE ARAFAF

El tratamiento que la progresía orgánica otorga al conflicto de Oriente Medio, es una muestra más de la esquizofrenia doctrinal que asola a nuestras clases intelectuales. No hay una explicación racional para el odio antisionista de los progres, más allá de identificar al Estado de Israel con los EEUU, y ya sabemos que para la izquierda, todo el que cuente con el apoyo expreso o tácito del Gran Satán es digno de ser meticulosamente aborrecido. Si todos los llamados “movimientos de liberación nacional” cuenta con el aplauso fervoroso de la izquierda europea, no se explica por qué el sionismo, en última instancia una expresión más de esa aspiración emancipadora, continua siendo tratado con ese desprecio furibundo.

Si uno escucha o lee las crónicas de los enviados especiales a la zona, incluidos lo relatos lisérgicos del corresponsal de ABC, la imagen del conflicto es la de un país eminentemente nazi, Israel, que masacra a la inocente población palestina con el fin de mantener la ocupación de unos territorios arrebatados ilegalmente al noble pueblo de Arafat. Los palestinos responden a esta política aniquiladora a través de una gallarda defensa armada, cuyos resultados son mostrados a la opinión pública occidental de una forma curiosa: Cuando un palestino revienta cargado de dinamita en un autobús o un restaurante de comida rápida israelí, despanzurrando a varias decenas de civiles de todas las edades, los medios de comunicación hablan de muertos; cuando el ejercito israelí ataca una célula terrorista palestina, nuestros medios de comunicación suele finalizar la pieza informativa mostrando la fotografía del héroe suicida, algunas imágenes de su familia y las penurias que han de sufrir por culpa de Israel, cuyas palas excavadoras se aprestan a derrumbar la modesta vivienda del piadoso musulmán, autopropulsado al cielo para disfrutar de las huríes a las que tiene derecho en virtud del estricto código coránico. Jamás se dice ni una sola palabra de las víctimas judías, casi siempre civiles, aunque entre ellas abunden los niños, sin duda los seres humanos más inocentes.

Quien justifica el terrorismo de origen palestino por la ocupación israelí de algunos territorios no conoce la historia de la famosa “ocupación”; y si la conoce, miente a sabiendas por motivos ideológicos. Lo primero es disculpable, lo segundo no.

El primer hecho que conviene conocer es que, con la creación del estado de Israel, los judíos no pudieron nunca arrebatar ningún territorio al estado palestino, por la sencilla razón de que éste nunca ha existido. Hasta 1948, fecha en que la ONU acordó el reparto del territorio que aún quedaba del Mandato de Palestina original, los palestinos eran una población principalmente nómada, sin ningún rasgo cultural o político que los diferencia del resto de los árabes de la zona y sin ninguna aspiración de crear un estado propio. En esta partición, a los israelitas les correspondieron tres franjas del territorio sin conexión entre sí (la mayor parte en el desierto del Neguev) y un trozo de la ciudad de Jerusalén, también aislada de cualquier territorio bajo su soberanía. El mismo día en que las Naciones Unidas acordaron la creación de este nuevo Estado, la Liga Árabe declaró la guerra a Israel. No había sido ocupado ningún territorio. Entonces, como ahora, el objetivo no era otro que “echar a los judíos al mar”.
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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:42 pm

El ejército israelí rechazó el ataque, aunque las naciones árabes siguieron formalmente en guerra. Después de esta primera batalla, los países musulmanes de la zona expulsaron de su territorio a más de seiscientos mil judíos, que el naciente Israel se vio obligado a acoger. A pesar de que la mayor parte de su territorio se encontraban en un desierto sin petróleo, la iniciativa israelí consiguió implantar un sistema económico productivo y de paso una democracia homologable a la de cualquier país occidental, en la que sus ciudadanos, árabes o judíos, gozaba de la misma libertad. Aun hoy, la población árabe de Israel cuenta con muchos más derechos que en cualquier país musulmán, sobre todo las mujeres, para las que los países islámicos reservan elevadas dosis de discriminación, aunque a nuestras feministas de cuota el hecho les parezca un simpático rasgo de multiculturalidad. Ya en tiempos de Arafat, los árabes israelíes del norte del país se negaron siempre a trasladarse a la zona gobernada por la Autoridad Nacional Palestina. Temían más a los chicos de Arafat que a Sharon, para estupor de los progres del resto del mundo, que tienen muy claro quien es el bueno y quien el malo de esta película.

En 1967, Egipto, Siria y Jordania lanzaron un nuevo ataque contra Israel y de nuevo fueron repelidos. Tras esta batalla, y dado que las naciones agresoras se negaron a firmar la paz, Israel tomo el control de Cisjordania, la franja de Gaza y un trozo del desierto del Sinaí muy rico en petróleo. Seis años después, Siria y Egipto, con ayuda del resto de de países de la Liga Árabe, lanzaron otra vez un ataque militar contra Israel y de nuevo fueron derrotadas. Tras este nuevo descalabro, tan sólo Anwar el Sadat, presidente egipcio, firmo la paz con Israel, razón por la cual fue convenientemente asesinado por radicales islámicos, exactamente igual que otros dirigentes árabes, entre ellos tres reyes y seis primeros ministros, acusados de excesiva tolerancia con el pueblo judío.

En virtud de los acuerdos de Camp David, con los que Egipto e Israel firmaron la paz, el estado hebreo devolvió a sus anteriores soberanos la península del Sinaí, recordemos, rica en petróleo. Si el objetivo de Israel hubiera sido anexionase más y más franjas de terreno árabe, como firma la propaganda, aquella cesión nunca se hubiera producido. Por eso causa sonrojo escuchar que Israel niega al pueblo Palestino el derecho a tener un Estado propio. Al contrario, si los palestinos no se han constituido ya en una nación soberana es en gran medida debido a sus lideres, empeñados no en procurar a sus, ciudadanos mayores cotas de bienestar en un país estable, sino en “liquidar la presencia sionista”, como rezaban los estatutos de la Organización para la Liberación de Palestina, por cierto, creada en 1964 (dieciséis años después de la primera guerra contra Israel) no por palestinos –Arafat mismo era egipcio de nacimiento-, sino por agentes de la Liga Árabe para cumplir el designio de acabar con los judíos.
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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:43 pm

Cuando la presión internacional ante las sucesivas oleadas de atentados terroristas ordenados por la OLP adquirió dimensiones preocupantes, Arafat se avino a firmar los acuerdos de Oslo, forzado por el aislamiento al que los propio países árabes le sometían tras su apoyo explícito a la invasión de Kuwait, llevada a cabo por el genocida de Sadam Hussein, y por la hostilidad, cada vez mayor, de las poblaciones de Gaza y Cisjordania hacia unos dirigentes de la OLP en el exilio que no hacían nada por mejorar sus condiciones de vida. Una de las exigencias del acuerdo era eliminar de los estatutos de la organización el sagrado deber de acabar con el pueblo judío. Así lo hizo el líder palestino, no sin antes aclarar a su pueblo que era simplemente una táctica de engaño, con la justificación teológica de que el Profeta también firmó tratados de paz falsos con sus enemigos cuando así convino a sus necesidades estratégicas. El manejo de los sentimientos de su pueblo fue siempre la gran habilidad de Arafat. Cuando salía antes las cámaras insuflando ánimos a su pueblo para ir felizmente al martirio suicida, utilizaba el árabe; Si alguna vez se veía obligado a condenar algún atentado especialmente sangriento, lo hacía en ingles.

La OLP ha sido desde la creación por el finado Arafat el epítome de la corrupción institucionalizada, probablemente a un nivel superior incluso a la propia ONU, que ya es ponerse. Las ingentes cantidades de dinero que la Unión Europea, los EEUU y, atención, el propio Israel, destinan cada año al pueblo palestino, no se invierten en la construcción de infraestructura, ni viviendas, ni en establecer las bases de una economía mínimamente productiva sino que pasan por el impenetrable tamiz de la hoy Autoridad Nacional Palestina para dedicarlas a la compra de armamento, a la financiación de atentados terroristas y a engordar las cuentas bancarias de sus líderes, a partes iguales. Para sostener semejante tinglado, resulta imprescindible contar con una masa popular ignorante y depauperada, viviendo en condiciones límite, a la que se le puede hacer creer que la culpa de sus males la tiene Israel, pues la mejoras en las condiciones de vida de los palestinos les haría ver el engaño y el edificio entero se vendría abajo. Los países árabes, ricos en petróleo, y los sultanes de la zona del golfo también podrían, si quisieran, acabar con el sufrimiento palestino destinándole un mísero porcentaje de su riqueza y apoyando la creación de un país estable en paz con su vecino hebreo. En cambio, ninguno de esto actores recibe la más mínima culpa cuando se habla del conflicto. Esta queda reservada exclusivamente a Israel.

La esposa de Arafat, suha, disfruto mientras vivía su marido de una pensión de 100.000 dólares mensuales que la ANP le entregaba religiosamente en su exilio parisino. Suha, una rubia teñida (¿No dice nada el Corán acerca de esta coquetería occidental?), habitual en las tiendas de los grandes diseñadores de moda parisina, cuando se veía obligada a visitar territorio palestino lo hacía a bordo de su potente BMW, recorriendo las calles de Gaza a toda pastilla, quizás por el miedo a perder el avión de vuelta a Europa. Atrás quedaban las calles sin asfaltar y familias enteras viviendo en la pobreza… por culpa de Israel claro.
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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:43 pm

Su marido, ídolo de actrices españolas que incluso peregrinaron a rendirle pleitesía y hacerse una foto sonriéndole con arrobo, todas con su pañoleta al cuello, ha sido el principal obstáculo para la existencia de un estado palestino libre y en paz con sus vecinos. Su odio visceral a los judíos sólo era equiparable a su pericia en el saqueo de dinero con destino a sus cuentas bancarias privadas.
Su responsabilidad directa en las interminables oleadas de terrorismo contra ciudadanos israelíes, fue premiada, no solo con el Premio Nóbel de la Paz, sino con la concesión de doctorados “honiris causa” por numerosas universidades de todo el mundo. El veintinueve de septiembre de mil novecientos noventa y nueve, la Universidad de Murcia para no ser menos, le concedió también el suyo, aunque el agraciado no se dignó ir a recogerlo, quizás porque esta distinciones no suele llevar aparejado ningún tipo de estipendio.

El prestigio de Arafat entre los ambientes culturales progresistas de medio mundo no hizo a lo largo de su vida nada más que crecer, sin importar, no ya los asesinatos continuos de civiles judíos –algo que por sí debiera acarrearle la condena más tajante-, sino hasta el sufrimiento de un pueblo palestino condenado a sobrevivir sin la menor esperanza de alcanzar algún día una vida decente en paz con sus vecinos israelíes.

La monarquía propagandista puesta en marcha por los terminales mediáticos progresistas ha marcado hitos en la historia de la desinformación desorganizada. En el verano de 2003, tras una serie de atentados suicidas con que la Autoridad Nacional Palestina suele condimentar sus treguas, Israel ordenó a su ejército una serie de incursiones en los focos más calientes del terrorismo palestino, Nablus, Tulkarem y Jenín. La prensa europea afilaba la pluma en busca de sangre fácil para arrojarla al rostro judío y finalmente fue la tercera ciudad elegida para este fin. En Jenin se habló de exterminio de población civil, de asesinatos masivos y de genocidio. Sin embargo el ejército israelí, en lugar de utilizar armas aéreas indiscriminadas, desarrolló sus operaciones con los soldados entrando casa por casa. Los medios de comunicación habían sacado la trompetería para hablar de miles de asesinados, cuando la realidad, certificada incluso por la ONU, nada sospechosa de connivencias sionista, fue que murieron menos de cien personas, la mitad de ellos soldados israelíes. Pero este último detalle, curiosamente, pasó inadvertido en las noticias de los telediarios, que días atrás rebosaban de diatribas lo que llegó a denominarse “el holocausto palestino”.
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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:43 pm

En Jenin, precisamente, un cámara independiente grabó el mayor milagro ocurrido en la Tierra desde que el Atletic de Bilbao ganara dos ligas seguidas de la mano de Javier Clemente. Sucedió en el entierro de uno de los terroristas palestinos abatidos por el ejército israelí. El cortejo fúnebre, enarbolando banderas palestinas y fusiles automáticos como manda la liturgia, se dirigía a dar sagrada sepultura a uno de los héroes, cuando de pronto la impericia de los porteadores hizo que el muerto cayera al suelo. Y entonces ocurrió el prodigio: el finado se levantó, cual Lázaro con turbante y se volvió al catafalco con total normalidad. Un poco más adelante, ante el ruido de disparos lejanos, la procesión se dispara apresuradamente y nuevamente ocurrió el portento, con el muerto corriendo a toda velocidad junto a sus dolientes. Las imágenes pueden verse en el documental Pallywood, junto a otros hechos inexpiables como docenas de palestinos disparando vacíos simulando repeler ataques de fuerzas israelíes, heridas que cambian misteriosamente de extremidad o parturientas siendo aleccionadas sobre lo que lo que tienen que contar a la televisión sobre los controles israelíes de tráfico. En las algaradas organizadas por los radicales palestinos hay de todo directores de escenas, maquilladores y un buen puñado de extras que cumplen su papel con profesionalidad digna de licenciados del Actor Studio, de ahí que el documental al que hacemos referencia se titule “Palywood”. Pero no hay que culpar de ello a los palestinos. En realidad no hacen más que utilizar en su provecho la parcialidad de los medios de comunicación destacados en la zona, que rentabilizan mucho más las imágenes impactantes de niños lanzando piedras y de las ambulancias (la mayoría de la ONU) corriendo alocadamente con las sirenas a toda castaña, que si se limitaran al relato aséptico de los hecho (huelga decir que, de elegir esta última opción, ninguna televisión europea les compraría el material). Es una simbiosis que beneficia a todos, excepto al pueblo israelí… y a la verdad.

Más. El 30 de septiembre de 2000, el New York Times publicó la foto impactante de un joven ensangrentado mientras un militar israelí blandía su porra frente al él. En el pie de la foto se identificaba al herido como un palestino, víctima de los disturbios ocurridos en el Monte del Templo. La verdad, sin embargo, es que se trataba de Tuvia Grossman un estudiante judío de Chicago, que había sido sacado a la fuerza de un taxi de un barrio árabe por un grupo de unos cuarenta palestino que lo apalearon salvajemente. El soldado israelí solo intentaba parar la agresión. En su rectificación, el periódico se limitó que el herido era un estudiante americano en Israel, así, sin más. Ni una palabra des ataque sufrido ni de sus autores. Más tarde tuvo que reconocer toda la verdad, pero mientras tanto, la foto famosa había dado la vuelta al mundo.
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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:43 pm

Muy celebre fue también el caso del asesinato de Rachael Corrie, una pacifista norteamericana, se nos dijo, aplastada por una escavadora del ejercito israelí que intentaba derribar la vivienda de un honrado farmacéutico palestino, en el que vivía con su mujer y sus tres hijos. En realidad, la Corrie y sus camaradas, activistas todos del ISM (Internacional Solidarity Movement), grupo anárquico-comunista que apoya abiertamente el terrorismo palestino, intentaban evitar que el ejército israelí cegara los túneles que comunican Egipto y la Franja de Gaza, por los que entraba diariamente todo tipo de armamento con destino a los grupos terroristas. También esto último fue hábilmente escamoteado en las piezas informativas, en cumplimiento del manual de estilo judeofobo que todas las televisiones observan escrupulosamente.

En julio de 2006, terroristas de la banda palestina Hamas penetraron en territorio israelí desde la franja de Gaza, asesinado a varios soldados y secuestrando a un joven cabo del ejercito hebreo. Para su liberación exigían la puesta en libertad de mil doscientos terroristas palestinos encarcelados por el gobierno de Israel. Unos días más tarde, la organización terrorista libanesa Hizbollah, hacía lo propio desde el norte, invadiendo territorio hebreo para asesinar a ocho soldados y secuestrar a otros dos con el mismo fin que sus colegas palestinos. En realidad se trató de dos operaciones preparadas con varios meses de antelación y ejecutadas con total premeditación. Las naciones árabes, hartas de que los judíos les derrotaran militarmente tantas veces como intentaron echarlos al mar, habían llegado a la conclusión de que lo más operativo para acabar con el estado hebreo era sustituir la lucha abierta en el terreno de batalla por el terrorismo indiscriminado, y a ello siguen dedicando sus esfuerzos con ejemplar puntualidad.

En respuesta a está última agresión, Israel desató una campaña militar en el sur del Líbano y en la franja de Gaza para rescatar a los soldados secuestrados y castigar a los culpables. Como no podía ser menos, los medios internacionales no tardaron en cargar las tintas contra el gobierno israelí por su falta de sensibilidad y escasa capacidad de dialogo con los “activistas” (o “milicianos” el adjetivo cambia según el día) de las organizaciones pro árabes. La ONU, para no ser menos, se ponía rapidamente en marcha para exigir el cese de las operaciones militares del ejercito israelí, calificando de inaceptable esta agresión a un país vecino. En menos que un funcionario onusino acepta un soborno, Koffi Anan olvidaba la doctrina de su propia organización en materia de secuestros y rehenes.

Por ejemplo, en 1979, la ONU aprobó un documento bajo el título de “Convención Internacional Contra la Tomo de Rehenes”, que entre otras cosas decretaba que…
…cualquier persona que rapte o detenga, y amenace con matar, herir o seguir reteniendo a otras personas con el fin de coaccionar a una tercera parte, a saber, un Estado, una organización internacional intergubernamental, una persona natural o jurídica o un grupo de personas, para que actué o se inhiba de actuar como condición explicita o implícita para la liberación del rehén, incurre en la ofensa de toma de rehenes según la definición de esta Convención.
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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:44 pm

Los terroristas de Hizbollah se dedicaron durante la ofensiva israelí a lanzar misiles contra la población del norte de Israel, infiltrados entre la población civil libanesa usada a estos efectos como escudo humano. La utilización mediática del conflicto alcanzó de nuevo cotas de elevado virtuosismo, pues cuando se trata de denigrar a los judíos, la creatividad occidental no conoce límites. Se trucaron fotografías, se manipularon reportajes y, en general. La carga de la culpa se adjudico al país que había sufrido el secuestro y el asesinato de sus soldados dentro de su propio territorio. La ONU, con su Secretario General al frente, insistió en la vigencia de la resolución 1701, en virtud de la cual, y en aras de alcanzar <una paz extensa, justa y duradera para Oriente Próximo>, prohibía la venta o suministros de armas y municiones a las organizaciones libanesas sin la previa autorización del gobierno del Líbano, como formar de garantizar suficientemente el cese de los ataques terroristas contra el norte de Israel. Al parecer, el bueno de Anan no cayó en la cuenta de que Hizbollah, la autora de los atentados, es una organización integrada en el gobierno del Líbano, por lo que difícilmente iba a denegarse ella misma los permisos para utilizar armamento sirio o iraní.

En todo caso, el gobierno de Olmert y, por extensión, el pueblo israelí, saben de sobra lo que puede esperar de la justicia de la ONU. Baste señalar que desde todas las resoluciones adoptadas por la ONU desde 1948, una cuarta parte tuvo como destino condenar expresamente al estado de Israel. Por el contrario, hasta la fecha, sólo cuatro países árabes han merecido una amonestación de la organización. Creo que el dato lo dice todo.

La sordidez de estas campañas no conoce barreras. En la prensa española no es infrecuente, cada vez que hay noticia de un ataque israelí contra células terroristas palestinas, la presencia de viñetas sangrantes en las que se dibuja al judío, la mayoría de las veces en la figura del presidente Ariel Sharon, como un perro rabioso con una estrella de David (Gallego y Rey en El Mundo, 05-04-02) o un cerdo con kipá y una camiseta con la svástica (Ballesta en Cambio 16, 04-06-01). Los ejemplos son interminables sin que escapen a la tentación judeófoba, ni los periódicos más serios de tendencia conservadora. Mingote publicó un Viernes Santo una viñeta en la que presenta a Cristo portando la cruz de camino al Calvario, con la leyenda: “pues cuando se invente el Islam os vais a enterar, judíos”. Es difícil encontrar algo que excite con más saña el odio de estos “humoristas” que la existencia del pueblo judío. Sin embargo el trueno gordo, la madre de todas las campañas que aún hoy sigue utilizándose en contra del pueblo israelí, tendría su origen en los sucesos de los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Aquí el despelote fue total. Pero esta mentira merece un capitulo aparte. (Véase el artículo que introduje anteriormente en el foro SABRA Y CHATILA).
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Mensaje por Sportnauta Lun Dic 03, 2012 11:44 pm

Sabra y Chatila:Se desata la histeria colectiva.

Los nombres de los dos campos de refugiados palestinos tienen ya un carácter legendario y siguen siendo de gran utilidad a la hora de denigrar a los israelíes, especialmente a su anterior presidente Ariel Sharon. Para cualquiera que se haya formado una opinión basándose sólo en las informaciones de los medios convencionales, se trató de una masacre en toda regla organizada por el ejercito israelí, para acabar con la vida de varios miles de civiles palestinos desarmados mientras dormían plácidamente en sus tiendas de campaña. Pues no. Así no fue.

En 1970, el rey Hussein de Jordania ordenó el asesinato de varios miles de palestinos que vivían en su territorio y la expulsión de Arafat, que como el valiente soldado de Allah que siempre fue, cogió los trastos de matar para salir huyendo a toda velocidad. Gran parte de los grupos armados palestinos desplazados se instalaron en el Líbano, por entonces la única democracia del mundo árabe, donde rápidamente comenzaron a masacrar poblaciones enteras de cristianos. La tensión provocada por estas oleadas sangrientas de furor palestino fueron aprovechadas por Síria para invadir con su ejército el pequeño país, al que siempre consideró como una parte más de su territorio. La mayor resistencia a la invasión Siria se focalizó en los suburbios de Beirut, los cuales fueron convenientemente bombardeados noche y día por el hermano del presidente Assad, con un saldo de varios miles (si miles) de víctimas, a los que habría que sumar una cantidad mucho mayor, fruto de la masacre sirio-palestinas llevadas a cabo entre la población cristiano libanesa durante más de una década. Los medios de comunicación se limitaron a tomar nota del hecho. Ninguna protesta. Ninguna acusación de genocidio. Nada.

El 6 de junio de 1982, Israel puso en marcha la operación "Paz para Galilea", invadiendo el sur del Líbano con el fin de neutralizar los ataques con morteros que venía sufriendo hacía largo tiempo y de crear una línea de seguridad los ataques con morteros que venia sufriendo hacía largo tiempo y de crear una línea de seguridad que impidiera la continua infiltración de terroristas palestinos en su territorio. La iniciativa israelí tuvo dos efectos principales: por un lado proporcionar cierta tranquilidad a la población cristiana del sur del Líbano, que de esta forma se veía liberada en parte del yugo palestino, y por otra la expulsión de la OLP de Arafat que, con el héroe al frente, salió a toda pastilla buscando un nuevo refugio que finalmente encontró en Túnez.

En agosto de 1982, gracias al presencia judía en el sur del país que neutralizaba en parte la presión Siria, el parlamento libanés eligió como primer ministro al jefe de la Falange Cristiana, Bashir Gemayel, cuyo programa de gobierno incluía luchar por la recuperación de la independencia del Líbano con la ayuda de Israel. Tan sólo unas semanas después, Gemayel caía asesinado en un atentado organizado por el servicio secreto Sirio. Los dirigentes de la Falange Cristiana decidieron entonces vengar el asesinato de su líder, enviando a cien de sus hombres a los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en los que asesinaron a varios cientos de ellos. Los dos campos estaban situado en la zona controlada por Israel, que en cuanto se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo ordenó a sus soldados penetrar en los dos campos para detener la matanza. Y aquí es cuando todas las cajas de trueno, que habían permanecido firmemente selladas durante casi una década de asesinatos masivos perpetrados por los árabes, se destaparon de golpe en un festival encarnizado de proporciones colosales.

Hobeika, jefe de la Falange Cristiana, nunca se arrepintió de la matanza cometida por sus hombres. Tampoco el régimen sirio de los Assad hizo jamás el menor el menor acto de contrición por las continuas masacres cometidas contra los cristianos árabes del sur del Líbano. Sin embargo, ni el uno ni el otro provocaron en los medios de comunicación occidentales ninguna expresión de condena. El odio justiciero de los acorazados informativos controlados por la izquierda, fue destinado única y exclusivamente a condenar a los judíos, por uno crímenes de los que, además, no eran responsables directos.

En esa ofensiva judeófoba a cuenta de lo sucesos de Sabra y Chatila, no se reparó en gastos. Películas, documentales, programas de televisión, reportajes de prensa, manifestaciones, incluso una canción ladrillo compuesta por el pelmazo de Alberto Cortez, fueron dedicados a glosar la dimensión eminentemente genocida de lo israelíes. Aún hoy, dos décadas después de los sucesos, Sabra y Chatila siguen apareciendo de forma recurrente cuando se trata de atacar al pueblo de Israel.

Aunque la mayoría de los medios de comunicación dejó de interesarle -mayormente porque no se podía echar la culpa a los judíos-, las matanzas entre cristianos y árabes libaneses siguieron sucediéndose con exquisita puntualidad. Tres años después los sucesos de Sabra y Chatila, grupos armados de terroristas musulmanes volvieron a entrar en el campo de Chatila. Según la ONU, insito, nada sospechosa de connivencias sionistas, más de seiscientos refugiados fueron asesinados. En octubre de 1990 las tropas sirias batieron otro record macabro asesinando a más de setecientos cristianos libaneses en solo ocho horas. Alberto Cortez, que con tanta presteza acudió a torturar el pentagrama cuando tocaba acusar a los judíos, prefirió seguir cantando bobadas sobre amores horteras, igual que el resto de la muchachada de los medios informativos, ocupada en otras noticias de mayor enjundia como el mundial de fútbol.

Los medios de comunicación españoles, fiel reflejo de sus colegas europeos, son abiertamente antijudíos. No es una opinión; es un dato. Israel, la única democracia en un Oriente Medio controlado en su 99% por teocracias islámicas, no suele encontrar a nadie que simpatice con la realidad de un pueblo obligado a sobrevivir rodeados de enemigos empeñados en su exterminio. La judeofobia, por otra parte, es prácticamente lo único que comparten las opciones políticas situadas en ambos extremos del arco ideológico, si bien es cierto que la patología se extiende como una mancha de aceite hacia los sectores más moderados de ambos bandos.

Los jóvenes que se ponen una pañoleta palestina al cuello no revindican la radicalidad de un pensamiento libre, sino la sumisión más genuflexa ante el medio ambiente cultural que les rodea. Lo revolucionario, en este caso, no es palmotear alborozados ante las neurosis obsesivas de las élites intelectuales, sino defender con espíritu crítico aquello que la razón individual nos dicta. Aunque sus conclusiones sean diametralmente contrarias a las que se intentan hacer pasar por modernas y progresistas. Sólo entonces se puede decir con orgullo que uno es libre. Radicalmente libre.
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Mensaje por Infornauta Lun Jun 02, 2014 3:33 pm

La manipulación informativa que se "fabrica" por los palestinos y se distribuye por las cadenas de televisión y medios informativos occidentales para criminalizar a Israel y fomentar el antisemitismo.


NO EXISTE islam moderado. Los verdaderos musulmanes, según mahoma y el coran, son los jihadistas
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