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Se repite la Historia y nos invaden los moros

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Mensaje por Cybernauta Lun Nov 02, 2015 12:52 pm

A pesar de esa solemne estupidez a la que llamamos memoria histórica, o precisamente por ella, los españoles estamos olvidando momento importantes y dolorosos de nuestra Historia, de la reciente y de la que no lo es tanto. Hasta que estos memos que dictan leyes, hacen y deshacen a su antojo, y manipulan, o intentan hacerlo, nuestras conciencias, no se den cuenta de que borrar la Historia de los libros de texto, no hace que desaparezca, tendremos un grave problema.

Ya es vergonzoso que se celebren homenajes a nuestros héroes caídos en Rusia, en Filipinas y en tantos campos de batalla en los que la semilla generosa de la sangre española ha marcado un antes y un después en las vidas de los lugareños. En Baler, ciudad en la que un puñado de españoles, ajenos al final de la guerra, resistieron como leones las embestidas de los indígenas tagalos. Cincuenta y cuatro españoles defendiendo la dignidad de España mientras los políticos de la época la tiraban a la basura. Una gesta heroica y gloriosa que aún conmemoran cada años los filipinos mientras nuestros gobernantes eliminan su recuerdo del callejero, no sea que a alguno se le ocurra pensar que eramos un país con dignidad y orgullo patrio.

En Rusia nuestros divisionarios dejaron bien clara la merecida fama de los soldados españoles, indisciplinados, desaseados, pero bravos como ninguno y, por eso, recordados con cariño entre quienes fueron sus enemigos pero no encuentran palabras de odio para referirse a ellos y, por supuesto, entre sus aliados.

Bien diferente la fama que nos hemos creado en la actualidad, no por culpa de nuestros soldados, sino por decisiones cobardes de nuestros políticos, que obligan a los nuestros a vergonzosas retiradas. Aún resuenan entre los soldados españoles, los cacareos burlones de los que se quedaban combatiendo en Irak. Solo los cobardes de traje y corbata los que firman las órdenes de retirada, pero son los profesionales de armas los que tienen que acatar con vergüenza y retirarse como cobardes.

Los padres de los mismos que hoy se reparten corruptelas y sillones en congreso, senado y empresa privada, nos avergonzaron con la vergonzosa, cobarde y traicionera retirada de nuestra colonia en el Sahara, poco después de que el padre el actual Monarca jurara por su honor que nunca se abandonaría a nuestros hermanos saharauis. Aún se muerden la lengua los legionarios viejos pensando en aquella ignominia, solo posible por la situación agónica de Franco.

Pero harían falta un millón de paginas escritas para narrar cada ocasión en que una decisión política ha dado lugar a la traición. No es esa mi intención, ni creo que haya tiempo para hacerlo. El repaso de la Historia, la que se escribe con mayúsculas a pesar de la cobardía y la traición, es solo para recordar que cada decisión tiene sus consecuencias. Nada es gratis, ni pasa por casualidad.

Setecientos años tardamos en expulsar a los moros de tierra española. Setecientos años de sangre, sudor y lágrimas. Pero no hemos aprendido absolutamente nada. Los mismos que nos han tenido doblegados durante siglos, provocaron una de las guerras más sangrientas que ha conocido la Historia de España y nos robaron el Sahara, y como guinda de un pastel indigesto, intentaron ridiculizarnos, otra vez, tomando una piedra en medio del mar para reclamar su soberanía.

Nosotros, como hacemos siempre, enseñamos la otra mejilla, costumbre que no entiendo en un país que cacarea hasta el aburrimiento que es laico. Dejar que se repita la ofensa, es seña de identidad del cristianismo, pero nunca lo ha sido del bravo español, expulsado de nuestras vidas por aquellos que las esquilman y las roban, sabedores de que si algún día resurge su destino es colgar de las ramas de un árbol.

Les abrimos las puertas, los brazos y los de nuestros vecinos. Les damos más derechos de los que nosotros mismos tenemos. Copan becas y subvenciones, porque es lo primero que aprenden, la forma de exigir, de pedir y conseguir. De las ayudas al alquiler, más del sesenta por ciento las copan ciudadanos árabes, que tienen más derechos que nosotros mismos, o que ciudadanos de Europa.

A la hora de tener familia, las suyas son numerosas, las nuestras, con suerte de dos o tres componentes. Es una cuestión de matemáticas y tiempo. No se adaptan, pero no se adaptan porque no tienen la necesidad de hacerlo, porque se bañan los pies en los lavabos de gasolineras y nosotros miramos a otro lado, porque tratan a las mujeres, a las suyas y a las nuestras, como mercancía estropeada y no miramos para no entrar en conflicto, Porque si les ofende el cerdo, se retira de los menús, si les ofende la cruz, no hay problema, fuera también. Que si quieren ir tapadas, pues viva Halloween, a disfrazarse y disfrutar. Y nosotros a tragar y a adaptarnos, porque nosotros sí, por cojones, nosotros si tenemos que adaptarnos.

Y como no teníamos muchos, como no eran suficientes, ahora abrimos nuestros brazos a los refugiados. De lo que son capaces ya están siendo testigos los países del norte de Europa, donde los más inteligentes ya los han acompañado a sus fronteras custodiados por el ejército. No me ladre ahora nadie que huyen de la guerra, ¡mentira!. De la guerra huyen los cobardes, porque las mujeres se quedan defendiendo su cultura, sus costumbres y sus vidas. Los que vienen no huyen de ninguna guerra, los que vienen, lo hacen para empezar una nueva, en la que impondrán su cultura, sus costumbres y sus normas. Hombres jóvenes y en edad de pelear, eso es lo que está “huyendo de la guerra”.

No faltará quien me llame racista, alarmista, apocalíptico. Me definirán con palabras de las que ni saben el significado. Les abrirán los brazos, pero antes con total seguridad registrarán asociaciones que los recibirán, previo pago y subvención. Aquí nada sale gratis, y la solidaridad babosa, la de televisión y lágrima de cocodrilo, menos que nada. Tiempo al tiempo. La última vez tardamos setecientos años. Vamos a ver lo que tardan en expulsarnos ellos, porque lo que tengo claro es que, esta vez, no son ellos los que se van, porque han venido a quedarse.

Por: Juanmi Manchegas
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