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Mensaje por Artenauta Sáb Sep 28, 2013 12:53 pm

Es una de las películas más recordadas de la historia del cine y que ha marcado de una manera más significativa a distintas generaciones.

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El Exorcista’ provocó el miedo a millones de personas y desde su estreno estuvo inmersa en la polémica. Lo cierto es que tanto el director de la película,William Friedkin, como el autor de la novela en la que se basa, William P. Blatty, consiguieron con mejor o peor suerte sacar al demonio a la luz pública justo en los años del posconcilio y cuando en muchos ambientes eclesiales se negaba o se callaba sobre su existencia.

Han pasado justamente cuarenta años desde aquella polémica película. Desde entonces se han filmado réplicas similares pero El Exorcista sigue en la mente de estas generaciones. Y su director ha querido hablar de ello para explicar cuál era su intención con y censurar algunas críticas que ha recibido en estas décadas.

Durante su estancia en Venecia donde recibió en León de Oro por su trayectoria, Friedkin concedió una interesante entrevista al diario ABC en la que dejaba este titular: "“El Exorcista no es cine de terror, trata sobre el misterio de la fe"”. En este sentido, el polémico director afirmaba en otra entrevista en Estados Unidos que la película trataba  “cuestiones mucho más profundas de lo que se puede encontrar en una película de terror. Ni a Blatty ni a mí nunca se nos pasó por nuestra mente hacer una película de terror”.

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Volviendo a su entrevista en ABC el veterano director indica que “en ella ocurren cosas terribles, pero muchas de las películas de terror que veo -el 95% de ellas- son simplemente, ¡basura! ¡No hablan de nada! Solo intentan asustar a la gente. Con El Exorcista no intentamos asustarles, intentamos que piensen sobre el misterio de la fe en torno a un caso real, uno de los tres casos que fueron validados por la Iglesia Católica en Estados Unidos durante el siglo XX, un caso de posesión demoniaca. ¡No estoy utilizando la historia como un instrumento para asustar a la gente!”.

Por ello, afirma que “el demonio de El exorcista es el reflejo de ficción…de una historia real”. Sobre cómo se decidió a realizar esta película, William Friedkin contaba en otra entrevista que “había leído los archivos jesuitas en Washington DC del caso del exorcismo en 1949 que llevó a Bill a escribir su novela. Luego hablé con el presidente de Georgetown, una universidad jesuita, sobre este caso y lo que él sabía, y estaba convencido de que lo que había sucedido era algo que estaba más allá de nuestra comprensión general de la enfermedad y cómo curarla. Esto no era una historia de miedo, esto era algo de lo sobrenatural en el mundo natural.

Y así fue cómo me acerqué a la película”. Preguntado por qué esta película sigue vigente cuarenta años después pese a los avances del cine y de los efectos especiales, Friedkin considera que “porque hace pensar a la gente de todas las religiones -incluso a quienes no practican ninguna- en el misterio de la fe. Para quienes creen en Jesús, la película ilustra el poder de Cristo; pero también para quienes creen en Mahoma o en Buda. Las únicas personas que creo que están equivocadas son aquellas que dicen que no existe ningún dios”. Igualmente le preguntaban si siendo agnóstico creía en los exorcismos. Ante esto, el director de la película afirmaba que “la definición de agnóstico es alguien que cree que el poder de Dios es incognoscible. Esa es mi posición.

Creo en Dios y creo en el alma humana. Tal vez algún día se descubra la causa de lo que pasó con esa joven, pero en aquel entonces, era solo curable por un exorcismo”. Sobre este asunto, intenta explicar por qué El Exorcista es una experiencia poderosa incluso para las personas no religiosas. En su opinión, “ofrece una explicación de por qué cosas malas suceden a gente buena. El objetivo del demonio no es la niña, es el sacerdote que está perdiendo la fe. El demonio está tratando de hacer creer al sacerdote que no hay Dios, que todos estamos sucios, que somos execrables y no valemos un comino.

Al final de la película el sacerdote recupera su fe. Así que para mí es un final potente y positivo". En esta particular forma de ver la fe, añade que "personalmente creo que dentro de cada uno de nosotros hay estas fuerzas del bien y del mal constantemente luchando por nuestras almas. Ese es el objetivo de todas las películas que he hecho". Sin embargo, pese a las críticas recibidas por la película, William Friedkin asegura que ésta ha ayudado al cristianismo en Estados Unidos y que ha llegado incluso a suscitar vocaciones.

Cuenta que en un plató de televisión coincidió con el actor James Cagney que le abroncó porque su peluquero de toda la vida, "el mejor que he tenido" –según sus palabras-, vio la película y tras esto dejó su profesión y entró al seminario. Sobre el cristianismo, el director de El Exorcista confiesa que "aunque no soy católico, me siento abrumado por la idea de que un hombre de 33 años, de una minúscula parte del mundo y en la que ninguna palabra escrita salió de su mano haya afectado así a la vida de millones de personas.

Miro a la Iglesia Católica y veo a estos hombre con los trajes largos y todo ese oro y me pregunto qué tiene que ver con este joven que llevaba una sencilla túnica y sandalias y que curaba enfermos. Pero también me pregunto cómo millones de personas han estado dispuestas a dar sus vidas por estas creencias. Y porque me pregunto, tengo curiosidad por saber". Fuente
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Mensaje por Cybernauta Dom Oct 13, 2013 11:25 am

Se cumplen cuatro décadas del estreno de la película basada en el caso de un joven salvado por un sacerdote “de las garras del demonio”.

Desde que la novela de William P. Blattty fue llevada al cine, los exorcismos y las posesiones han pasado a convertirse en un subgénero clásico dentro del terror cinematográfico. Una amplia secuela, generalmente exitosa, siguió a la película de Friedkin de 1973 durante los años setenta y ochenta. En las últimas décadas, los cambios educativos y la progresiva falta de fe en Occidente auguraban una disminución en la producción de este tipo de cintas, pero el éxito de títulos como El exorcismo de Emily Rose, Exorcismo en Connecticut o El Rito parecen indicar lo contrario. ¿Cómo es que sigue atrayendo esta temática, considerada por algunos como de otra época? ¿Se trata de ciencia ficción o hay algo más?

El libro de Blatty no era el relato fiel de lo acaecido a un joven de 14 años de Mount Rainier según el Washington Post, pero se le aproximaba bastante. Blatty tuvo noticia del exorcismo mientras estudiaba en Georgetown -quizá por eso los protagonistas del libro son jesuitas-, y pensó que aquél era un modo de ayudar a la fe de quienes dudaban: “Si una investigación demostrase que la posesión es real ¡qué ayuda sería para la fe titubeante de tantos millones de personas!”. Lo que el autor, en realidad, perseguía era crear una novela de suspense y misterio en la que envolver cuestiones de fe, y aún hoy sigue insistiendo en que su propósito no era “asustar a la gente”.

Los sucesos habían comenzado a raíz de la muerte de tía Harried, con quien el joven Robbie solía practicar la güija. Tras intentar reiterados contactos espiritistas con ella, unos extraños ruidos comenzaron a oírse en la buhardilla. Sus padres llenaron la casa de trampas para roedores, en la suposición de que quien arañaba los techos de la habitación del chico no podía ser sino algún animal. Como aquello no pareció funcionar, y cada noche Robbie estaba más aterrado, su madre y su abuela decidieron que dormirían con él. De madrugada comenzó a oírse el crujir obsesivo de unos pasos en torno a cama, hasta que las dos mujeres se atrevieron a preguntar: “Si eres Harried, da cuatro golpes”.

Y cuatro golpes resonaron en la habitación. Inmediatamente, algo comenzó a rasgar la cama y a levantar las sábanas, ante el espanto de las mujeres y el chico. En los días siguientes los fenómenos fueron en aumento, hasta que un día, delante de testigos, los abrigos salieron disparados desde un armario, una mesa dio un espectacular vuelco y una Biblia cayó a los pies del muchacho lanzada desde una estantería situada a varios metros de distancia. En el colegio, la mesa de Robbie se estrelló inopinadamente contra las paredes de la clase.

El recurso a los psiquiatras no fue de ninguna ayuda. Los médicos dictaminaron la perfecta normalidad del chico, por lo que los padres acudieron a un pastor luterano. Los protestantes, sin embargo, apenas están pertrechados para estos casos, pues Lutero había suprimido los rituales de exorcismo católicos. Así que el pastor desvió al chico hacia la Iglesia católica. Al mismo tiempo, la familia se mudaba a Saint Louis.

El primero que se encargó de él fue el padre Hughes, pero optó por dejarlo cuando en una de las sesiones Robbie le desgarró el brazo desde el hombro hasta la mano con un muelle de la cama, mientras rezaba el Padre Nuestro. Necesitó más de cien puntos de sutura. Desde ese momento, unos nueve sacerdotes se encargaron del exorcismo del muchacho. Los principales, en los que se inspiró la novela, fueron Walter Halloran, William Bowden y Raymond Bishop, que nos dejaron un diario con todo lo que ocurrió. Las sesiones se fueron haciendo más y más duras. Sobre la piel de Robbie podían leerse palabras como “Infierno“ y unos descarnados arañazos recorrían su abdomen de un lado a otro. Los sacerdotes, asustados, observaron cómo una cruz se formaba en el antebrazo izquierdo del chico que, tras una hora durante la que se hizo visible, desapareció.

Cada noche, entre el 16 de marzo y el 18 de abril, los curas salían abatidos de las sesiones. Dejaban a Robbie aparentemente calmado, pero a la noche siguiente todo volvía a comenzar de nuevo. El padre Bowden le bautizó en el catolicismo para darle la comunión, pero eso no hizo efecto a corto plazo. El muchacho rechazaba la hostia y la escupía. Soltaba sus ataduras, se retorcía hasta extremos increíbles y trataba de golpear con el puño a los presentes; blasfemaba y maldecía. Según Bishop, mordía la mano cuando se le intentaba dar la comunión y rompía a ladrar mientras reía convulsamente. Todo ello alternado con parrafadas en latín en las que insultaba a la Virgen y a los santos con su retorcida y escalofriante voz .

La noche del 18 de abril, tras una lucha casi a la desesperada en la que Robbie hizo un alarde de posturas imposible, una luz cegadora súbitamente inundó la estancia. El joven, extrañamente calmado, se incorporó en la cama y, sencillamente dijo: “San Miguel ha venido”. En una iglesia cercana, un grupo de sacerdotes que oraban por el chico, vieron, a la misma hora, una poderosa luz que cruzaba la bóveda del templo. El exorcismo había terminado. ¿CIENCIA FICCIÓN O HAY ALGO MÁS?


Última edición por Internauta el Dom Oct 13, 2013 11:26 am, editado 1 vez
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Abrumado por Cristo Empty Qué es un exorcismo

Mensaje por Cybernauta Dom Oct 13, 2013 11:25 am

El exorcismo es un sacramental, un signo sagrado que infunde gracia por medio de la acción eclesial. La medalla milagrosa, el rosario, el agua bendita, las peregrinaciones o la veneración de reliquias son también sacramentales. Pero la característica del exorcismo es la petición pública de protección contra el demonio, de acuerdo a la autoridad conferida por Cristo a su Iglesia. El propio Jesús practicó exorcismos con una cierta frecuencia, según nos cuentan los evangelios, y legó a los apóstoles dicha facultad.

En los primeros siglos no existían manuales de exorcismo, sino que se suponía era bastante el carisma delegado por Cristo para la expulsión de espíritus malignos. Había textos desde el siglo VI (Statua Ecclesiae Latinae) que contenían fórmulas específicas de exorcismo, pero el primer tratado escrito expresamente con el objeto de dirigir la expulsión del demonio del cuerpo de un poseído, data de 1614: es el Rituale Romanum de Paulo V, el manual que se ha venido utilizando desde hace cuatrocientos años.

En enero de 1999, y a instancias de la conferencia episcopal alemana (que había solicitado no sólo la elaboración de otro texto que sustituyera al ritual del siglo XVII, sino la eliminación del exorcismo en su totalidad) se presentó el conocido como Exorcismo para el Nuevo Milenio, cuya verdadera denominación es De exorcismis et supplicationibus quibusdam. Aunque Juan Pablo II autorizó el manual, las fuertes presiones de los principales exorcistas –que consideraban inútil el nuevo texto– lograron que se permitiera el empleo del viejo ritual; hoy, todos los exorcistas utilizan el Rituale Romanum de 1614.

Existe una forma muy común de exorcismo, como es el bautismo, que puede celebrar cualquier sacerdote. También los laicos pueden orar por una liberación, y a veces la propia Iglesia utiliza esta facultad para ayudar en un exorcismo. Pero el exorcismo solemne sólo está al alcance de los sacerdotes que hayan sido autorizados por el obispo correspondiente.

El sacerdote debe discriminar entre aquellos que acuden a él verdaderamente infestados o poseídos por el demonio y quienes se encuentran aquejados de una enfermedad mental. Algunos síntomas de posesión son inequívocos. En primer lugar, se produce una aversión a todo lo sagrado, lo religioso, a Cristo y, muchas veces de forma particular, a la Virgen María. Con frecuencia el poseído muestra una fuerza mayor de lo normal, en ocasiones, descomunal. Además, es capaz de averiguar cosas que para un ser humano se encuentran ocultas sin que exista ninguna posibilidad de que las haya conocido por otros medios. Y, no pocas veces, manifiesta una imposible capacidad para hablar idiomas que desconoce, frecuentemente lenguas muertas o extremadamente raras.

Los exorcistas con experiencia someten a los poseídos a distintas pruebas, para comprobar la veracidad de la posesión. Así, por ejemplo, se les ofrece beber agua supuestamente bendita, lo que despertará en ellos una furia inducida por autosugestión, en cuyo caso puede descartarse la causa demoníaca. Y al contrario; se les hace beber agua bendita sin que lo sepan, a la espera de su reacción.

O se les rocía con agua bendita con la máxima discreción mientras el poseído no tiene posibilidad alguna de apercibirse; por ejemplo, cuando están de espaldas y visten abrigos gruesos. Los verdaderamente poseídos manifestarán sentir que se queman. A veces, el diablo rectifica al sacerdote si este comete un error teológico. Y existe algún caso en el que el poseído ha puntualizado alguna sentencia originaria en latín, griego, arameo o hebreo. Incluso se han producido casos en los que la lengua utilizada ha sido aún más extraña, como acadio u otros idiomas mesopotámicos. Pero por más despliegue de habilidades de que sea capaz, no debemos olvidar que el demonio, cuya naturaleza es angelical, tiene un poder limitado de dañar al ser humano. Ese límite se encuentra exactamente donde Dios le ha marcado.

La verdadera historia de El Exorcista
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Abrumado por Cristo Empty El Exorcista, la verdadera historia

Mensaje por Artenauta Vie Dic 27, 2019 2:20 pm

El reciente caso de una joven exorcizada por Juan Pablo II en el Vaticano ha vuelto a suscitar el interés público por la posesión diabólica. Además, al estreno de la película Poseídos hay que sumar un nuevo montaje del clásico film El Exorcista, basado en un suceso real que vamos a detallarles.

Abrumado por Cristo Theexorcist
La Iglesia, siempre reacia a hablar del diablo, se ve desbordada por los casos de presuntos endemoniados que, en la actualidad, acuden hoy a ella en busca de ayuda. Mientras, sus exorcistas advierten que las prácticas espiritistas, la ouija, los ritos satánicos y los maleficios abren la puerta a este estremecedor fenómeno.


William Peter Blatty, autor de El Exorcista, era un joven estudiante de literatura en la universidad jesuita de Georgetown (Washington DC) cuando, en agosto de 1949, leyó una noticia en el diario The Washington Post: “Un sacerdote libra a un joven de Mount Rainier de las garras del demonio”. Veinticinco años después, tras investigar los hechos y cambiar —a petición del padre Bowdern, sacerdote que practicó aquel exorcismo— la identidad del protagonista, por la de una niña, escribió una novela de la que se vendieron trece millones de ejemplares. Dos años más tarde la convirtió en el guión de la mítica película del mismo nombre. Según Blatty, Bowdern, obligado por el juramento de secreto a no hablar del exorcismo, le dijo únicamente: “Puedo asegurar que el caso en que me vi implicado era auténtico”.

El arzobispado local ha eludido en diversas ocasiones la entrega de los documentos oficiales respecto a este caso, “por razones serias y validas” según sus propias palabras, pero nunca ha negado su existencia. Hoy, sin embargo, conocemos todos los detalles gracias a Tomas B. Allen quien, cuarenta años después, consiguió que el padre Halloran —uno de los nueve jesuitas que asistieron a Bowdern— le facilitara un diario del exorcismo. Este escrito fue hallado en 1978, durante las obras del hospital de los hermanos de los pobres de Saint Louis, en una de cuyas habitaciones, clausurada hasta esa fecha, se produjo el exorcismo último y definitivo. Se trata de veintiséis páginas mecanografiadas en las que se recogen los testimonios de 48 personas que asistieron a la víctima y contemplaron de cerca su endiablado estado. El maligno se manifiesta

El maligno se manifiesta

Todo empezó con el ruido de un suave goteo en casa de los Mannheim —los nombres son falsos—, en Mount Rainier (estado de Washington). Allí vivía Robbie, un chico de 13 años, con su abuela materna, su madre y su padre. El persistente sonido se inició un sábado por la noche. El niño y su abuela se hallaban solos y realizaron una gira por las habitaciones buscando el origen del ruido. Al entrar en el dormitorio de la anciana, vieron que en un cuadro en el que se representaba a Jesús estaba torcido y se movía como si alguien golpeara la pared tras él. El goteo cesó para dar paso al chirrido de unos arañazos tras la pared, “como si una garra rascara la madera”. Los arañazos continuaron oyéndose durante once días. Comenzaban hacia las siete de la tarde y paraban a media noche. Curiosamente, se detuvieron el día en que murió Harriet, una tía espiritista de Robbie, que había enseñado al muchacho a manejar el tablero ouija. A partir de aquel momento, Robbie pasaba horas enteras jugando con la ouija, intentando entrar en contacto con su querida tía difunta.

Fuera ésta o no la causa de la posesión, el hecho es que los fenómenos paranormales comenzaron a producirse a su alrededor sin interrupción. Al irse a dormir oía pasos junto a su cama y, durante el día, objetos y muebles pesados se deslizaban por el aire o se volcaban solos. Sus parientes podían ver girar vertiginosamente las sillas en que Robbie se sentaba. Él insistía en que no era culpa suya. Pero la fenomenología crecía y llegó a un punto de paroxismo la noche en que, para ahuyentar el miedo del chico, su abuela y su madre se acostaron con él. De pronto el colchón levitó y colcha y sábanas —completamente estiradas— se elevaron ante sus ojos como si algo invisible tirara de las esquinas.

La familia consultó a médicos, psiquiatras y psicólogos, que declararon normal a Robbie. También a médiums que diagnosticaron una crisis de adolescente que pasaría a su tiempo. Pero él ya no podía siquiera ir al colegio: su pupitre daba saltos y golpeaba los de los demás niños. Había comenzado a volverse hosco y reservado. Además, durante las noches tenía pesadillas en las que parecía hablar con alguien. Sus padres se dirigieron a un sacerdote luterano llamado Schulze quien, creyendo estar ante un poltergeist, rezó por el muchacho. Pero, tras pasar una noche con él y ser testigo directo de la aterradora fenomenología que rodeaba a Robbie y, sobre todo, al aparecer el 26 de enero sobre el pecho del niño unos arañazos en forma de letra, “como si alguien los hubiera trazado desde dentro con un cuchillo”, Schulze comenzó a pensar que un poder maligno había invadido al muchacho.

Es sabido que la posesión demoníaca se manifiesta, progresivamente, de tres formas: infestación (el demonio actúa sobre la materia circundante y produce fenómenos telequinéticos de toda índole); obsesión (atormenta a la víctima sin hacerla perder el conocimiento pero de modo evidente); y posesión (invade el cuerpo de la persona y lo trata como propiedad suya). Para Schulze, Robbie estaba a punto de pasar a la tercera fase, así que recomendó a la familia consultar a un sacerdote católico: “Ellos entienden de estas cosas”. Y es que, mientras las iglesias luteranas no conceden ninguna credibilidad teológica a la existencia del demonio, la católica tiene una larga tradición de exorcismos que se remonta a los realizados por Jesús. Además, desde los comienzos de la Cristiandad, cuentan para practicarlos con un ritual que se formalizó en 1614 bajo el nombre de Rituale Romanum.

Fue así como los Mannheim se pusieron en contacto con el padre Hughes, párroco de la iglesia católica más cercana. Al principio éste se limitó a darles agua bendita y unos cirios consagrados, remedios infalibles contra el demonio. Pero la botella con agua bendita explotó al entrar en el dormitorio de Robbie y las velas, al ser prendidas, lanzaron tales llamas que casi incendiaron la casa. Entonces Hughes decidió visitar al chico. Al parecer, Robbie estaba en la cama, en estado de trance, y le recibió diciéndole en latín: “Oh, sacerdote de Cristo, sabes que soy un demonio. ¿Por qué me molestas?”.

Precisamente, según el Rituale Romanum, la capacidad de hablar o entender una lengua extranjera desconocida anteriormente por la persona es una de las características de la posesión, sobre todo si va unida a la exhibición de una fuerza sobrehumana, el conocimiento de hechos ocultos o futuros y una profunda aversión hacia lo sagrado que se manifiesta incluso hacia las medallas, cruces o reliquias ocultas. Así que Hughes —tal y como indica el ritual— solicitó permiso para practicar un exorcismo al arzobispo de Washington, O’Boyle, quien, incomprensiblemente, se lo concedió. Y es que en el Rituale se dice expresamente que “el sacerdote designado para hacer un exorcismo, además de distinguirse por su piedad, prudencia y vida íntegra, debe ser inmune a cualquier ansia de engrandecimiento personal y no confiar en su poder sino en el divino, así como de edad madura y reverenciado no sólo por su cargo sino por sus cualidades morales”. Características todas ellas que Hughes, a sus 29 años de edad, no había tenido tiempo de reunir. Tampoco siguió el joven párroco otra instrucción del ritual, a saber: “Recurrir a un estudio profundo del asunto (…) examinando los autores aprobados y los casos producidos”. Quizá por todo ello, aunque realizó una confesión general, ofreció misa y oraciones especiales e incluso ayunó, el exorcismo resultó trágico.

A finales de febrero, Robbie fue ingresado en el Georgetown Hospital, dirigido por jesuitas y atendido por monjas que guardaron el más absoluto secreto. Fue atado con correas a una cama y permaneció tumbado con los ojos cerrados, aparentemente tranquilo. Al entrar Hughes en la habitación, tocado con birrete negro, estola púrpura al cuello y con un reluciente aspersor de agua bendita, Robbie “despertó” y con voz perentoria le ordenó quitarse la cruz que llevaba oculta. Asimismo se dice que empezó a proferir juramentos en lengua semítica y aramea y en su pecho comenzaron a aparecer nuevos arañazos.

Hughes se arrodilló junto a la cama con el ritual en las manos, recitó la Letanía de los Santos en latín y luego el Padre Nuestro con el que comienzan las oraciones propias del exorcismo, pero al decir “Mas líbranos del mal”, Robbie logró desasir una de sus manos y aflojar una pieza del somier… La monja y el auxiliar presentes oyeron de pronto un alarido de Hughes… Robbie había rajado el brazo izquierdo del sacerdote desde el hombro hasta la muñeca. Alguien dijo que para cerrar la herida fueron necesarios más de 100 puntos. El exorcismo no prosiguió. Hughes sufrió una crisis nerviosa y abandonó Mount Rainier durante un tiempo.

Jesuitas en acción


Las murmuraciones de los vecinos, la desesperación o el hecho de que el cuerpo de Robbie empezara a actuar como un tablero ouija formando palabras con arañazos, fueron el detonante para que sus padres se trasladaran a St. Louis, donde tenían parientes. Allí, la familia pidió consejo al padre J. Bishop, profesor de teología.

Bishop habló con sus superiores y parece que la comunidad jesuita se hizo cargo del asunto. El 9 de marzo, éste visitó por primera vez a los Mannheim. Les interrogó sobre lo sucedido y realizó aspersiones con agua bendita por toda la casa. Especialmente en el dormitorio de Robbie, donde además practicó un exorcismo simple y colocó una reliquia de Santa Margarita sobre la almohada. Todo fue inútil. La reliquia salió disparada y rompió un espejo y el propio Bishop presenció el frenético movimiento de la cama de Robbie y los arañazos que aparecieron en su cuerpo. Al día siguiente habló con el padre William S. Bowdern, jesuita de 52 años, responsable de la iglesia de San Javier y considerado como un hombre santo por quienes le conocían. Por indicación del arzobispo Ritter, habría de ser Bowdern quien llevara a cabo el exorcismo.

El 10 de marzo por la noche, Bishop y Bowdern hablaron con Robbie y rezaron el rosario con él. El niño parecía tranquilo, pero en cuanto le dejaron solo en su habitación volvió a gritar pidiendo ayuda. Poco después mostraba dos arañazos en forma de cruz en sus antebrazos, algo que no dejó de extrañar a los jesuitas que en secreto habían llevado una reliquia del antebrazo de san Javier. Los sacerdotes calmaron a Robbie y le bendijeron. Pero, en cuanto le abandonaron, el chico sufrió una gran crisis durante la cual una librería de 25 kilos se movió sola colocándose ante la puerta de su dormitorio. Su madre logró introducirse por una rendija en la habitación a tiempo para ver cómo el crucifijo y las reliquias que los sacerdotes le habían puesto se deslizaban solos por su cuerpo hasta quedar a los pies de la cama. Los muebles habían cambiado de sitio por sí mismos, el niño se retorcía de dolor debido a los arañazos y las sacudidas del colchón eran frenéticas.

Tras haber ayunado, celebrado misa y hecho su confesión general, el 16 de marzo por la noche, Bowdern inició el exorcismo que habría de prolongarse en sucesivas sesiones hasta el 18 de abril. Comenzó pidiendo al niño que hiciera un examen de conciencia. Luego fue en busca de toda la familia y de los otros sacerdotes: Bishop, que habría de escribir el diario, y Halloran, de 26 años, cuya fuerza era necesaria para sujetar al poseso. Tras rociar con agua bendita la cama, que no dejaba de moverse, comenzó a leer las letanías del ritual. Cuando dijo: “Yo te ordeno, espíritu impuro, seas quien seas, junto con todos tus asociados que han tomado posesión de este siervo de Dios, que, por los misterios de la Encarnación, Pasión, Resurrección y Ascensión de nuestro Señor me digas mediante alguna señal tu nombre, el día y la hora de tu partida…”, ronchones rojos y arañazos cruzaron la garganta, los muslos, el estómago, la espalda y el rostro de Robbie. En su pecho apareció la palabra hell (infierno), y había sangre suficiente para ser secada con un pañuelo. Sobre el escaso vello púbico del niño también se dibujó la letra X y la palabra go (ir). Bowdern interpretó que el demonio se iría en diez días a través de la orina o los excrementos. En lo primero se equivocó. En lo segundo no. Pues, en cada sesión de exorcismo, salían de Robbie grandes cantidades de orina maloliente.


A partir de ese día, la lucha contra el mal fue ganando la batalla. Durante otra sesión, al preguntar al demonio su nombre, se dibujó con arañazos sobre el pecho de Robbie la palabra spite (rencor). No obstante, durante el día Robbie era un muchacho normal, algo característico de los posesos. Sólo durante los períodos de crisis, que a veces duraban horas y que, salvo en raras ocasiones, se presentaron siempre de noche, parecía ser otra persona. Chillaba, ladraba, reía diabólicamente, insultaba y maldecía al oír las plegarias o el nombre de Jesús. Y, al ir avanzando el exorcismo, comenzó a hablar con una voz profunda, ronca, y a volverse más violento. Gritaba obscenidades a los sacerdotes, les acusaba de terribles actos sexuales y les escupía. Su delgado cuerpo se arqueaba tanto que podía tocarse la cabeza con los dedos de los pies. Cantaba melodías que desconocía. Agitaba los brazos desesperadamente y, en cuanto se veía libre de ataduras, soltaba violentos puñetazos.

La última señal

Robbie era luterano y el padre Bowdern decidió bautizarle para acogerle en el seno de la Iglesia Católica. Además, el bautismo es otra forma de exorcizar. Sin embargo, tras recibir este sacramento, se tornó más agresivo. La voz del demonio salía con más frecuencia durante las crisis, hablaba con más autoridad, y profería más obscenidades. Su rostro adquiría expresiones diabólicas y sus uñas, extraordinariamente largas, arañaban su pecho. Conforme avanzaba la batalla, a los períodos de crisis se sucedían estados de calma en los que el chico proyectaba un aura siniestra que los exorcistas llaman “el roce de Satanás”. En cierta ocasión estuvo cuatro días muy tranquilo, pero era sólo otra treta del maligno que, “a veces, deja al cuerpo libre de molestias para hacer creer que ha sido expulsado”, señala el Rituale.

Finalmente, tras pasar por un verdadero calvario, durante el cual estuvo alojado en la rectoría de la Iglesia de San Javier, Robbie regresó en tren a Maryland y volvió de nuevo a Saint Louis. El niño fue ingresado a principios de abril en el hospital de los hermanos de los pobres.

El día 18 de ese mes, el padre Bowdern, consumido por el prolongado ayuno y la vigilia, se enfrentó a la que sería la última batalla. Robbie había comulgado ese día y los hermanos de los pobres habían puesto en su habitación una estatua del arcángel San Miguel venciendo al dragón.

Con el último amén del exorcismo la habitación pareció invadida de una calma absoluta y Robbie habló con una nueva voz, clara, autoritaria, rica y profunda: “Satanás, Satanás, soy san Miguel y te ordeno a ti y a los otros espíritus malignos que abandonéis el cuerpo en nombre de Dominus, inmediatamente, ¡ahora, ahora, ahora!”. Entonces, durante 7 u 8 minutos, Robbie se debatió entre violentísimas contorsiones. Luego, dijo con calma: “Se ha ido”. Miró a los sacerdotes y aseguró sentirse bien. Todos se felicitaron. Todos menos Bowdern, que ya no se fiaba del maligno y esperaba una señal característica del final exitoso del exorcismo.

Robbie contó que había visto en sueños como el arcángel se había encarado con el diablo haciéndole retroceder hacia una cueva cerrada con barrotes en cuya entrada estaba la palabra spite (‘rencor’). Cuando los demonios desaparecieron, notó como si algo tirara de su estómago. Luego se sintió relajado y feliz como no lo había estado desde el 15 de enero. A la mañana siguiente, comulgó en la capilla del hospital. Por la tarde durmió una larga siesta. Cuando despertó parecía no recordar nada de su penosa experiencia. “¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido?”, preguntó. En esos momentos, una explosión resonó en todo el hospital. Era la señal que Bowdern esperaba. Cuando Robbie salió del hospital, su habitación fue clausurada con llave.

En el cajón de la mesilla permaneció el diario de Bishop hasta ser hallado en 1978. Poco después de finalizar el exorcismo, durante una misa celebrada por Bowdern en la iglesia de San Francisco Javier, el ábside se iluminó y ante los asombrados jesuitas allí reunidos brilló por un instante la imagen de san Miguel, con una espada llameante en la mano. La casa donde se iniciaron los hechos fue quemada durante un ejercicio de bomberos. Hoy tan sólo queda el solar, pero nadie quiere comprarlo.

A pesar de las amenazas de muerte prematura que el demonio hizo a los exorcistas, el padre Bowdern murió en 1983 con 86 años y Bishop en 1978 con 72. En cuanto a Robbie, su vida transcurrió con normalidad. Se casó y tuvo dos hijos. No tuvieron tanta suerte algunas de las personas implicadas en el rodaje del film, William Friedkin, el director, recibió numerosas amenazas por parte de grupos satanistas. Cuatro miembros del equipo murieron en misteriosas circunstancias. La desaparición de objetos —incluidas varias cintas con escenas ya filmadas— era frecuente. En fin, tal cúmulo de desgracias que ha llevado a algunos a sugerir que sobre la película pesa una maldición.

Parapsicología, psiquiatría y posesión

Algunos psiquiatras creen que los “endemoniados” son víctimas de esquizofrenia o personalidad múltiple, ocasionada por abusos sexuales sufridos en la infancia. Otros sugieren que se debe al síndrome de Gilles la Tourette, cuyos afectados maldicen, gruñen y se retuercen de manera incontrolada; aunque este mal es incurable y la posesión, sin embargo, se cura. Por su parte, la doctora Judith L. Rapoport lo achaca al desorden obsesivo compulsivo (OCD).

El padre Martínez Sierra, teólogo y profesor de la Universidad de Comillas (Madrid) ha declarado que “antes de determinar si alguien está poseído o no, hay que desterrar absolutamente una posible enfermedad mental o la existencia de fenómenos parapsicológicos. Por eso, antes de aprobar un exorcismo se exigen informes de psiquiatras y parapsicólogos. Tan sólo si la persona presenta varias de las características señaladas por el ritual (aversión exagerada a lo sagrado, conocimiento de cosas ocultas o de lenguas ignoradas, y fuerza sobrehumana) puede tratarse el caso como una posesión. En cualquier caso, al demonio no le es preciso llegar a ésta para dificultar el reinado de Dios”.

Por su parte, el padre Fortea, párroco de la diócesis de Alcalá de Henares (Madrid), esta de acuerdo en que sacerdotes y psiquiatras han de trabajar conjuntamente en casos de supuestos posesos. Aunque, tal y como explica en su tesina, El exorcismo actual, varias razones distinguen claramente al poseso del enfermo mental. “Los posesos son personas absolutamente normales cuando salen de los períodos de crisis, no padecen delirios ni alucinaciones, cosa que no ocurre a los esquizofrénicos. Tampoco puede tratarse de epilépticos, pues los espasmos y agitación que sufren duran más de los 15 minutos que se prolongan estos ataques.

Además, durante la posesión, las convulsiones y crisis de violencia van en aumento, en lugar de disminuir, como ocurre con los enfermos mentales, y simultáneamente a ellas aparece una nueva identidad que razona y contesta coherentemente. En todo caso, no deja de ser curioso que este extraño síndrome demonopático de disociación de la personalidad, con el que numerosas personas acuden a las consultas de los psiquiatras desaparezca para siempre con una oración litúrgica, cuando desde un punto de vista psiquiátrico, con el exorcismo se debería reforzar la sugestión del enfermo. Por supuesto que algunas personas pueden fingir que están poseídas, pero para desenmascararlos basta decir el fragmento de un discurso de Cicerón en latín; si se agitan frenéticamente, entonces el sacerdote puede enviarlos con tranquilidad al psiquiatra.

Es absurdo también —nos explica Fortea— sostener, como hacen algunos, que los posesos liberados por Jesús padecían en realidad enfermedades diversas. “Nunca se utiliza en los Evangelios la palabra posesión como sinónimo de enfermedad. Y además, si Jesús no creía en la posesión, ¿por qué no nos confirmó que estábamos en un error? Por el contrario, en Lucas 13,32 Jesús mismo se atribuye el poder de expulsar demonios y lo distingue de la virtud de curar enfermos. En realidad Jesús es el Gran Exorcista, y la Era Mesiánica se distingue por que al fin los demonios pueden ser expulsados del Reino de Dios”.

Ayudante del padre Amorth en Roma, Fortea, para quien “el demonio no tiene cuerpo, tan sólo se manifiesta a través del cuerpo invadido”, tuvo la oportunidad de asistir a varios exorcismos. “Lo que ocurre en una posesión es algo más moderado y sorprendente a la vez que lo relatado en la película El Exorcista. No es usual que en un mismo caso se reúna toda la fenomenología que se produjo durante el caso en que se basó el film; normalmente el poseso se limita a blasfemar ante lo sagrado, caer en trance y poner los ojos en blanco, además de agitar los brazos mientras se le dicen las oraciones. Pero puedo asegurar que algo maligno emana de la persona”.

Opinión de la Iglesia

El hecho de que Juan Pablo II tuviera que hacer frente, en septiembre de 2000, a una joven endemoniada, ha puesto de actualidad el fenómeno de la posesión diabólica. La Iglesia admite la existencia del diablo y, aunque no es un dogma de fe, también acepta que el maligno tiene poder para poseer a una persona. Así, en el Nuevo Catecismo se lee: “El exorcismo esta dirigido a la expulsión de los demonios o a la liberación de una posesión demoniaca a través de la autoridad espiritual que Cristo confió a su Iglesia”. En Italia, la cifra de supuestos posesos debe ser muy elevada, pues la Conferencia Episcopal de este país ha pedido a los párrocos más rigor selectivo a la hora de reclamar exorcismos.

Asimismo, ha decidido imprimir cuanto antes en versión italiana el Rituale Romanum, revisado en 1998 par la Congregación del Culto Divino. En él hay algunas oraciones para rezar en solitario contra el maligno. Por su parte, el padre Gabriele Amorth, con más de 50.000 exorcismos a sus espaldas, ha declarado que “el mundo esta lleno de demonios dispuestos a adueñarse de personas, animales y cosas. Y existen varias vías: el ocultismo, los cultos satánicos y los maleficios”. De la misma opinión es el padre Suñer, exorcista durante cuatro años de la diócesis de Barcelona: “Cualquier práctica esotérica puede permitir que el demonio entre en una persona si ésta invoca a Satanás”.

Rituale Romanum

Entre las reglas a seguir por el exorcista que se indican en el Rituale Romanum de la Iglesia Católica para expulsar al diablo están:

-Colocar un crucifijo ante la vista del poseso o en sus propias manos. Ponerle reliquias y medallas. Pero no acercarle demasiado la Santa Hostia pues puede maltratarla.

-No dialogar nunca con el demonio y ordenarle que se limite a contestar a las preguntas que se le dirijan. No creerle si simula ser un ángel o un difunto.

-No dar crédito a lo que vea u oiga que hace o dice el poseso. Preguntar a la víctima el nombre y número de entes malignos que lo poseen.

-Preguntar en que época y por qué o cómo se produjo la posesión, así como el día y hora en que abandonara al poseso.

- Exorcizar con autoridad enérgica, insistiendo en las palabras que más hacen sufrir al poseso.

-Hacer la señal de la cruz en las zonas del cuerpo donde el poseso acuse alteración.

-Rociar con agua bendita el cuerpo del poseso.

- Repetir las frases y palabras que más atormenten al demonio. Deben estar presentes los familiares para que vean cómo reacciona el poseso y le sujeten firmemente.

-Deben rezar durante la ceremonia y ser rociados por el exorcista con agua bendita.

-No hay que dar pábulo a las trampas y engaños que usan los demonios para hacer creer que han abandonado al poseso. En ocasiones incluso les dejan comulgar o les muestran alguna visión beatífica.

-Hay que recurrir siempre al ayuno y la oración pues, según dijo Jesús (Mateo 17,20), hay una especie de demonios que no puede ser expulsada más que por la oración y el ayuno.

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Abrumado por Cristo Empty Roland, el niño que inspiró la historia de 'El Exorcista': "Practicaba la ouija"

Mensaje por Conspiranoico Vie Feb 28, 2020 7:40 am

Roland era un chico de 13 años que acostumbraba a practicar la ouija con su tía

El realismo de 'El exorcista' no está nada alejado de la historia original

'El Exorcista', película para muchos favorita de terror está inspirada en una novela de William Peter Blatty que hoy hemos conocido más en profundidad en 'Milenio Live'. La posesión de Regan y todo lo que representa esta lucha del bien contra el mal se basó en la historia real de un chico de 13 años llamado Roland de Maryland. ¿Cómo ocurrió su caso? Carmen ha contado los antecedentes que inspiraron a la obra maestra de William Friedkin y resulta sorprendente que este testimonio sea real y no solo una ficción.

Escuchar audio.

Y además:

> Los espeluznantes audios de un exorcismo real en Alicante: “Me la llevo conmigo al infierno”
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