Ante el multiculturalismo: el honor o la traición
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Ante el multiculturalismo: el honor o la traición
Ninguna nación nace multicultural. El multiculturalismo es una situación artificial y malsana que sólo afecta a los Estados en declive general. Un Estado multicultural porta en lo más profundo de si mismo los gérmenes de su futura destrucción nacional. Todas las naciones multiculturales desembocan en un estado de ruina política, moral, económica y social. La avidez y la corrupción caraterizan al gobierno tanto como las medidas opresoras dirigidas contra los ciudadanos. La mentira y el engaño son lo propio de los medios de comunicación, los políticos y las instituciones educativas.
En los tiempos modernos, el multiculturalismo está instituido de arriba hacia abajo como una herramienta de la clase alta dirigente y utilizada para enfrentar uno o varios grupos raciales o étnicos contra otro. El caos cultural que se deriva de ello sirve a los designios políticos, los objetivos económicos y las necesidades de poder de las élites dirigentes y sus socios. Esa técnica ha sido desarrollada por los ideólogos marxistas que utilizaron el multiculturalismo en Rusia para dividir y vencer la resistencia al establecimiento de un Estado comunista. El resultado final de su toma de control fue el asesinato de 30 millones de personas en la Unión Soviética. Y muchos millones más en el resto del mundo.
Los cabalistas internacionales que apoyaron a Lenin, Trotzky y Stalin como jefes multiculturales del Estado Soviético desde sus establecimientos bancarios en Nueva York, apoyan hoy de la misma manera a los jefes multiculturales de los EEUU y Europa Occidental. Una red interconectada de fundaciones como Ford o Carnegie, imperios financieros como Rockefeller y Rothschild y organismos gubernamentales bajo su control férreo trabajan conjuntamente con las oficinas de propaganda controlada por el New York Times, CBS y Hollywood para promover y favorecer el multiculturalismo. Estos ejemplos conciernen a los EEUU, pero el mismo proceso con los mismos métodos son empleados en otras partes.
El multiculturalismo es utilizado como un martillo para forjar a los pueblos dóciles que conformarán los Estados obedientes del Nuevo Orden Mundial. Como arma de guerra de política moderna, el multiculturalismo tiene pocos equivalentes, lo que explica su utilización actual en toda Europa Occidental, los EEUU, Canadá, Australia... La parcelación y división deliberada de estas naciones y la pérdida de la identidad nacional y de proyecto común que desemboca en grupos políticos en conflicto entre ellos sirve de trampolín a un gobierno mundial. ¿Pero quién compondrá ese gobierno mundial? Una clase dirigente constituida en una “jerarquía económica” reemplazará la “jerarquía natural” que la filosofía del siglo XIX. Una fuerza que considera a los países y las personas que los pueblan primero como objetivos económicos para explotar, y después como objetivos militares que deben ser vencidos si oponen resistencia. No hay que dejarse engañar por la apariencia entusiasta de esos “palmeros” de izquierda que son utilizados como los portavoces más convencidos del esplendor del multiculturalismo.
Por su parte los partidarios liberales del multiculturalismo no son más que parásitos oportunistas montados sobre las espaldas de una situación social para medrar en política. Los liberales incoherentes que se hacen los valedores del multiculturalismo no deberían ser considerados como representantes de las principales corrientes liberales. El verdadero instigador, la élite invisible que promueve el multiculturalismo como un arma de guerra contra los pueblos, son cualquier cosa menos liberales, progresista o democráticos. Al contrario, son unos tiranos mundialistas que quieren más poder, más riqueza, más control sobre las personas, y se burlan de la opinión de aquellos que quieren gobernar. El plan de las élites prevee un gobierno mundial dictatorial compuesto de Estados federados por la fuerza, que serán en realidad Estados policiales sin fronteras. La ONU servirá de pantalla comercial y de escaparate público a los que manipulan los acontecimientos mundiales detrás de las bambalinas. Su proyecto económico es una plantación mundial de trabajadores supervisados por sociedades transnacionales que se preocupan de los derechos de las personas que fabrican sus productos tanto como lo hacía Stalin de sus trabajadores miserables.
En los tiempos modernos, el multiculturalismo está instituido de arriba hacia abajo como una herramienta de la clase alta dirigente y utilizada para enfrentar uno o varios grupos raciales o étnicos contra otro. El caos cultural que se deriva de ello sirve a los designios políticos, los objetivos económicos y las necesidades de poder de las élites dirigentes y sus socios. Esa técnica ha sido desarrollada por los ideólogos marxistas que utilizaron el multiculturalismo en Rusia para dividir y vencer la resistencia al establecimiento de un Estado comunista. El resultado final de su toma de control fue el asesinato de 30 millones de personas en la Unión Soviética. Y muchos millones más en el resto del mundo.
Los cabalistas internacionales que apoyaron a Lenin, Trotzky y Stalin como jefes multiculturales del Estado Soviético desde sus establecimientos bancarios en Nueva York, apoyan hoy de la misma manera a los jefes multiculturales de los EEUU y Europa Occidental. Una red interconectada de fundaciones como Ford o Carnegie, imperios financieros como Rockefeller y Rothschild y organismos gubernamentales bajo su control férreo trabajan conjuntamente con las oficinas de propaganda controlada por el New York Times, CBS y Hollywood para promover y favorecer el multiculturalismo. Estos ejemplos conciernen a los EEUU, pero el mismo proceso con los mismos métodos son empleados en otras partes.
El multiculturalismo es utilizado como un martillo para forjar a los pueblos dóciles que conformarán los Estados obedientes del Nuevo Orden Mundial. Como arma de guerra de política moderna, el multiculturalismo tiene pocos equivalentes, lo que explica su utilización actual en toda Europa Occidental, los EEUU, Canadá, Australia... La parcelación y división deliberada de estas naciones y la pérdida de la identidad nacional y de proyecto común que desemboca en grupos políticos en conflicto entre ellos sirve de trampolín a un gobierno mundial. ¿Pero quién compondrá ese gobierno mundial? Una clase dirigente constituida en una “jerarquía económica” reemplazará la “jerarquía natural” que la filosofía del siglo XIX. Una fuerza que considera a los países y las personas que los pueblan primero como objetivos económicos para explotar, y después como objetivos militares que deben ser vencidos si oponen resistencia. No hay que dejarse engañar por la apariencia entusiasta de esos “palmeros” de izquierda que son utilizados como los portavoces más convencidos del esplendor del multiculturalismo.
Por su parte los partidarios liberales del multiculturalismo no son más que parásitos oportunistas montados sobre las espaldas de una situación social para medrar en política. Los liberales incoherentes que se hacen los valedores del multiculturalismo no deberían ser considerados como representantes de las principales corrientes liberales. El verdadero instigador, la élite invisible que promueve el multiculturalismo como un arma de guerra contra los pueblos, son cualquier cosa menos liberales, progresista o democráticos. Al contrario, son unos tiranos mundialistas que quieren más poder, más riqueza, más control sobre las personas, y se burlan de la opinión de aquellos que quieren gobernar. El plan de las élites prevee un gobierno mundial dictatorial compuesto de Estados federados por la fuerza, que serán en realidad Estados policiales sin fronteras. La ONU servirá de pantalla comercial y de escaparate público a los que manipulan los acontecimientos mundiales detrás de las bambalinas. Su proyecto económico es una plantación mundial de trabajadores supervisados por sociedades transnacionales que se preocupan de los derechos de las personas que fabrican sus productos tanto como lo hacía Stalin de sus trabajadores miserables.
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Los Estados vasallos deberán producir bienes y asegurarse la obediencia de sus sujetos
y considerar toda oposición al Estado policial sin fronteras como terrorismo. Así transcurrirán los mejores años. En los periodos malos, cuando las sociedades multinacionales elitistas serán incapaces de mantener el orden, la potencia militar de la OTAN será utilizada para imponer la obediencia.
De la misma manera que la publicidad televisada está concebida por los mismos que se benefician de su difusión, el multiculturalismo es favorecido en un país por los que pretenden sacar provecho de su aceptación. Los que predican el multiculturalismo son denominados multicuturalistas y son generalmente los que menos cultural personal poseen. Como un árbol moribundo pierde sus hojas y es atacado por hongos y los gusanos de la descomposición, así una nación es minada por los multiculturalistas. La cultura dominante es atacada por todos los frentes. No es tanto un resultado de la malignidad como una necesidad. Mediante la difamación, el nivelamiento y el debilitamiento de la cultura dominante, se crea un ambiente para que haya tensiones y disturbios sociales, políticos, económicos, que producen el cambio que beneficiará los promotores del Estado multiculturalista.
Si el gobierno y los medios de comunicación ponen el acento sin descanso las cuestiones de raza, de sexo y de diversidad antes que los verdaderos problemas que debieran ser abordados, se creará una división creciente en la sociedad en ese sentido. Es exactamente lo que quieren los partidarios del multiculturalismo.
La inestabilidad social, causada por una erosión constante de las normas y los valores, acompañada por una competición descarnada por las oportunidades económicas cada vez más escasas y por el enfrentamiento permanente de los grupos étnicos, genera la alienación y el conflicto necesario para la implantación de un Estado multicultural. Además, la ausencia de normas y valores comunes conduce a la desorganización individual, que conlleva un comportamiento asocial. Ese es el marco vital de existencia de un Estado multicultural: la desorganización de las normas que garantizan el orden en una sociedad.
Como herramienta política, el multiculturalismo tiene varias aplicaciones. Es utilizado para impedir un consenso nacional entre el electorado. La confluencia de opiniones divergentes sobre la visión de la vida, las creencias, las religiones, los hábitos étnicos, etc…, alimenta un caudal turbulento de descontento que el multiculturalismo controla y dirige. Es un método perfecto para asegurarse que no pueda haber entendimiento, unidad y un deseo de destino común entre los gobernados. El multiculturalismo representa una forma básica del lema “dividir para mejor reinar”, en provecho del gobierno corrompido y sus socios.
El multiculturalismo es también una herramienta financiera utilizada para nivelar social y económicamente una población concreta. Cuando está instalado, conduce de hecho a una lucha para los recursos que re vuelven escasos, al igual que las oportunidades económicas, con un gobierno que favorece el trabajo barato. Éste se asegura una reserva de trabajadores pobres gracias a la inmigración (legal e ilegal) que al trabajar por renumeraciones inferiores, hunde sin cesar los salarios a la baja. Para la gran mayoría de los ciudadanos, el nivel de vida no subirá, sino que por el contrario, disminuirá constantemente.
De la misma manera que la publicidad televisada está concebida por los mismos que se benefician de su difusión, el multiculturalismo es favorecido en un país por los que pretenden sacar provecho de su aceptación. Los que predican el multiculturalismo son denominados multicuturalistas y son generalmente los que menos cultural personal poseen. Como un árbol moribundo pierde sus hojas y es atacado por hongos y los gusanos de la descomposición, así una nación es minada por los multiculturalistas. La cultura dominante es atacada por todos los frentes. No es tanto un resultado de la malignidad como una necesidad. Mediante la difamación, el nivelamiento y el debilitamiento de la cultura dominante, se crea un ambiente para que haya tensiones y disturbios sociales, políticos, económicos, que producen el cambio que beneficiará los promotores del Estado multiculturalista.
Si el gobierno y los medios de comunicación ponen el acento sin descanso las cuestiones de raza, de sexo y de diversidad antes que los verdaderos problemas que debieran ser abordados, se creará una división creciente en la sociedad en ese sentido. Es exactamente lo que quieren los partidarios del multiculturalismo.
La inestabilidad social, causada por una erosión constante de las normas y los valores, acompañada por una competición descarnada por las oportunidades económicas cada vez más escasas y por el enfrentamiento permanente de los grupos étnicos, genera la alienación y el conflicto necesario para la implantación de un Estado multicultural. Además, la ausencia de normas y valores comunes conduce a la desorganización individual, que conlleva un comportamiento asocial. Ese es el marco vital de existencia de un Estado multicultural: la desorganización de las normas que garantizan el orden en una sociedad.
Como herramienta política, el multiculturalismo tiene varias aplicaciones. Es utilizado para impedir un consenso nacional entre el electorado. La confluencia de opiniones divergentes sobre la visión de la vida, las creencias, las religiones, los hábitos étnicos, etc…, alimenta un caudal turbulento de descontento que el multiculturalismo controla y dirige. Es un método perfecto para asegurarse que no pueda haber entendimiento, unidad y un deseo de destino común entre los gobernados. El multiculturalismo representa una forma básica del lema “dividir para mejor reinar”, en provecho del gobierno corrompido y sus socios.
El multiculturalismo es también una herramienta financiera utilizada para nivelar social y económicamente una población concreta. Cuando está instalado, conduce de hecho a una lucha para los recursos que re vuelven escasos, al igual que las oportunidades económicas, con un gobierno que favorece el trabajo barato. Éste se asegura una reserva de trabajadores pobres gracias a la inmigración (legal e ilegal) que al trabajar por renumeraciones inferiores, hunde sin cesar los salarios a la baja. Para la gran mayoría de los ciudadanos, el nivel de vida no subirá, sino que por el contrario, disminuirá constantemente.
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Por regla general:
El grado de multiculturalismo en una sociedad es directamente proporcional a la corrupción en la cumbre del sistema político e inversamente proporcional a la unidad nacional.
Dicho de otra manera: el éxito del multiculturalismo se verifica cuando el país ha fracasado.
El multiculturalismo puede además ser utilizado como “herramienta de transición” para hacer pasar una población concreta de una forma de gobierno hacia otra. Cuando una situación política de codicia, de corrupción masiva y la divergencia de objetivos es acompañada de una situación social de drogas, de violencia y descontento, entonces se crea el ambiente perfecto para un cambio de gobierno hacia un sistema que sirve mejor los intereses a largo plazo de la élite dominante.
Observar que el problema y la solución son proporcionados a la vez por los mismos actores nos permite comprender por qué la CIA importa miles de millones de dólares de cocaína y otras drogas a los EEUU. Esto explica también que el FBI, la ATF (Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives” y las agencias federales gubernamentales más secretas, estén implicadas en el terrorismo interior o su disimulación. Así, lo que creemos ser acontecimientos independientes aparecen con su hilo conductor y sus metas comunes.
En el ambiente deletéreo del multiculturalismo existe la posibilidad de una propaganda para reeducar al pueblo en una entidad más maleable. Una población será moldeada mentalmente por nuevas formas de educación pública en las escuelas, el adoctrinamiento de los medios y por los discursos de las élites. Colocados en un crisol de necesidad económica y presión social, los ciudadanos libres se convierten en masas desanimadas que se adaptan y aceptan los cambios fundamentales de la evolución nacional como una solución de supervivencia. Para los reticentes, la sumisión por la fuerza se llevará a cabo bajo la forma de sanciones jurídicas disfrazadas en leyes antidrogas, antiterrorismo o antiodio. Todo esto conduce hacia lo que George Orwell predijo en su libro “1984”:
“Es prácticamente seguro que entramos en una era de dictaduras totalitarias, una era en que la libertad de pensamiento empezará por ser un pecado mortal antes de convertirse en una simple abstracción vacía de todo sentido.”
Estamos en una sociedad en la cual aquellos que tienen el comportamiento más asocial, el estilo de vida más desviado o están en situación de fracaso personal, son aquellos a los que el gobierno les presta más atención. ¡Esto no es una casualidad! No se trata de torpeza del gobierno ni es una desviación del liberalismo: es el resultado de una premeditación, de una intención, de un objetivo. En esto el gobierno y la oposición defienden el mismo programa. Es el programa de un gobierno que ha caído definitivamente entre las manos de las fuerzas del Mal. No entender este punto esencial conduce a tomar eternamente caminos equivocados o culpar inútilmente aquellos que no tienen el poder de cambiar el curso de los acontecimientos. La cólera dirigida contra los liberales, los izquierdista, los negros, los inmigrantes, las distintas etnias, se malgasta. Es la reorganización del gobierno de abajo hacia arriba lo que sería provechoso.
El multiculturalismo, al igual que la droga, es un arma insidiosa. Destruye a la vez el alma y el cuerpo de un pueblo. todos los lazos con la familia, la comunidad y el pueblo en su conjunto son destruídos por estos dos opiáceos del espíritu humano. Los dos son difundidos por la élite mundialista decidida a crear un orden mundial cuyo poder es tal que los sujetos no tienen ningún potencial de resistencia contra él.
Por su misma naturaleza, cada Estado policial naciente busca explotar a la vez el poder del Estado y el pueblo para su propia voluntad. Cuando se lanzan llamadas por medio de lemas como “la guerra contra el crimen, la droga, el odio, la pobreza, etc…”, el significado real es “¡Entreguen el poder al Estado y aplaudan la violación de vuestra libertad!”. En resumen: el multiculturalismo es otro programa concebido para crear los sujetos de un Estado policial sin fronteras. Cuando la “guerra contra la droga” se añade a la “guerra contra el terrorismo”, el mundo de Orwell de una guerra sin fin se ve realizado. Será su mundo, sus órdenes, nada nuevo en realidad: la voluntad despótica es tan vieja como la propia humanidad.
Dicho de otra manera: el éxito del multiculturalismo se verifica cuando el país ha fracasado.
El multiculturalismo puede además ser utilizado como “herramienta de transición” para hacer pasar una población concreta de una forma de gobierno hacia otra. Cuando una situación política de codicia, de corrupción masiva y la divergencia de objetivos es acompañada de una situación social de drogas, de violencia y descontento, entonces se crea el ambiente perfecto para un cambio de gobierno hacia un sistema que sirve mejor los intereses a largo plazo de la élite dominante.
Observar que el problema y la solución son proporcionados a la vez por los mismos actores nos permite comprender por qué la CIA importa miles de millones de dólares de cocaína y otras drogas a los EEUU. Esto explica también que el FBI, la ATF (Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives” y las agencias federales gubernamentales más secretas, estén implicadas en el terrorismo interior o su disimulación. Así, lo que creemos ser acontecimientos independientes aparecen con su hilo conductor y sus metas comunes.
En el ambiente deletéreo del multiculturalismo existe la posibilidad de una propaganda para reeducar al pueblo en una entidad más maleable. Una población será moldeada mentalmente por nuevas formas de educación pública en las escuelas, el adoctrinamiento de los medios y por los discursos de las élites. Colocados en un crisol de necesidad económica y presión social, los ciudadanos libres se convierten en masas desanimadas que se adaptan y aceptan los cambios fundamentales de la evolución nacional como una solución de supervivencia. Para los reticentes, la sumisión por la fuerza se llevará a cabo bajo la forma de sanciones jurídicas disfrazadas en leyes antidrogas, antiterrorismo o antiodio. Todo esto conduce hacia lo que George Orwell predijo en su libro “1984”:
“Es prácticamente seguro que entramos en una era de dictaduras totalitarias, una era en que la libertad de pensamiento empezará por ser un pecado mortal antes de convertirse en una simple abstracción vacía de todo sentido.”
Estamos en una sociedad en la cual aquellos que tienen el comportamiento más asocial, el estilo de vida más desviado o están en situación de fracaso personal, son aquellos a los que el gobierno les presta más atención. ¡Esto no es una casualidad! No se trata de torpeza del gobierno ni es una desviación del liberalismo: es el resultado de una premeditación, de una intención, de un objetivo. En esto el gobierno y la oposición defienden el mismo programa. Es el programa de un gobierno que ha caído definitivamente entre las manos de las fuerzas del Mal. No entender este punto esencial conduce a tomar eternamente caminos equivocados o culpar inútilmente aquellos que no tienen el poder de cambiar el curso de los acontecimientos. La cólera dirigida contra los liberales, los izquierdista, los negros, los inmigrantes, las distintas etnias, se malgasta. Es la reorganización del gobierno de abajo hacia arriba lo que sería provechoso.
El multiculturalismo, al igual que la droga, es un arma insidiosa. Destruye a la vez el alma y el cuerpo de un pueblo. todos los lazos con la familia, la comunidad y el pueblo en su conjunto son destruídos por estos dos opiáceos del espíritu humano. Los dos son difundidos por la élite mundialista decidida a crear un orden mundial cuyo poder es tal que los sujetos no tienen ningún potencial de resistencia contra él.
Por su misma naturaleza, cada Estado policial naciente busca explotar a la vez el poder del Estado y el pueblo para su propia voluntad. Cuando se lanzan llamadas por medio de lemas como “la guerra contra el crimen, la droga, el odio, la pobreza, etc…”, el significado real es “¡Entreguen el poder al Estado y aplaudan la violación de vuestra libertad!”. En resumen: el multiculturalismo es otro programa concebido para crear los sujetos de un Estado policial sin fronteras. Cuando la “guerra contra la droga” se añade a la “guerra contra el terrorismo”, el mundo de Orwell de una guerra sin fin se ve realizado. Será su mundo, sus órdenes, nada nuevo en realidad: la voluntad despótica es tan vieja como la propia humanidad.
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Pero nada está perdido, la partida no está decidida. Las puertas de la esperanza están abiertas.
La antitesis del multiculturalismo es la solidaridad moral, religiosa y cultural entre los habitantes de una nación. Creer en si mismo es la mayor riqueza de un pueblo. Una cohesión que produce una visión nacional, con límites claros de lo que es aceptable y de lo que no lo es en los asuntos de una nación, al tiempo que permite las diferencias naturales entre los individuos. El multiculturalismo como arma de guerra se vuelve inoperante y es rechazado en un entorno así.
Los EEUU y la mayor parte de Europa están gobernados por políticos de los cuales lo mejor que se puede decir de ellos es que son hombres de pésima reputación, saqueadores del Estado en muchos casos, funcionarios a sueldo de la tiranía, peleles inanimados de la oligarquía mundial.
Una cosa es clara: la clase política dirigente de estos países está más cerca, desde el punto de vista ideológico, del gobierno mundial que de un espíritu de sano patriotismo preocupado en primer lugar por el destino de sus pueblos.
Pero la rebelión contra los tiranos dentro de la obediencia a Dios, es decir a los sanos principios de una naturaleza atacada por los destructores de todo lo armónico y vital, está en marcha. Escuchad atentamente y oiréis a lo lejos el sonido de las campanas de la libertad, que llaman a sus valientes hijos a su socorro. No distinguen entre izquierda y derecha, sólo entre el honor y la traición. Y no tendrán miedo de responder a esa llamada. Y aunque el cielo debe derrumbarse, ¡que se haga justicia!
Por Gerard Bellalta
Los EEUU y la mayor parte de Europa están gobernados por políticos de los cuales lo mejor que se puede decir de ellos es que son hombres de pésima reputación, saqueadores del Estado en muchos casos, funcionarios a sueldo de la tiranía, peleles inanimados de la oligarquía mundial.
Una cosa es clara: la clase política dirigente de estos países está más cerca, desde el punto de vista ideológico, del gobierno mundial que de un espíritu de sano patriotismo preocupado en primer lugar por el destino de sus pueblos.
Pero la rebelión contra los tiranos dentro de la obediencia a Dios, es decir a los sanos principios de una naturaleza atacada por los destructores de todo lo armónico y vital, está en marcha. Escuchad atentamente y oiréis a lo lejos el sonido de las campanas de la libertad, que llaman a sus valientes hijos a su socorro. No distinguen entre izquierda y derecha, sólo entre el honor y la traición. Y no tendrán miedo de responder a esa llamada. Y aunque el cielo debe derrumbarse, ¡que se haga justicia!
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