'Ser español me salvó del exterminio nazi'
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'Ser español me salvó del exterminio nazi'
Isaac Revah tenía 9 años cuando las gestiones del cónsul general de España en Atenas le salvaron del Holocausto gracias a su nacionalidad española.
Hoy es un octogenario de pensamiento fluido y elocuente que vive en París, pero que atiende a Gaceta.es desde Israel porque ha viajado a Jerusalén para asistir a la ceremonia oficial de reconocimiento de Sebastián Romero Radigales como ‘Justo entre las Naciones’. Isaac Revah es uno de los centenares de sefardíes que fueron salvados del holocausto nazi por el que fuera, entre 1943 y 1944, cónsul general de España en Atenas. Y es, además, uno de los principales artífices de que la institución israelí Yad Vashem haya honrado al diplomático español con este ‘título’ que ya ostentan cinco españoles por haber contribuido a salvar a miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1943, Isaac Revah tenía nueve años y vivía con sus padres en Salónica, ciudad del norte de Grecia que estaba ocupada por los nazis desde 1941. “Ya en 1942, los alemanes empezaron a aplicar sus leyes contra los 50.000 judíos que vivíamos en Salónica y, entre marzo y agosto de 1943, el 95 por ciento fue deportado a Auschwitz. De allí sólo volvieron 2.000 al terminar la guerra”.
Revah y su familia tuvieron suerte y fueron parte de ese cinco por ciento de judíos de Salónica que no fue enviado a Auschwitz. La razón fue que tenían la nacionalidad española –como otros 520 sefardíes de Salónica- y Alemania había determinado que los judíos con nacionalidad de alguno de los países considerados neutrales (como España) o aliados (como Italia) no serían deportados siempre y cuando fueran repatriados a esos países de los que eran nacionales. “No teníamos ninguna condición especial, ni moral ni física, y sólo nos salvó la nacionalidad española”.
El 20 de noviembre de 1924, Miguel Primo de Rivera había publicado un decreto ley que permitía a los descendientes de los judíos expulsados de los reinos de España por el ‘edicto de Granada’ que los Reyes Católicos promulgaron el 31 de marzo de 1492 obtener la nacionalidad española. Revah explica que “sólo 800 de los 75.000 sefardíes que entonces vivían en Grecia solicitaron la nacionalidad”. Él y su familia la tenían ya antes del decreto de 1924 porque su bisabuelo, uno de los ‘protegidos’, actuaba como intermediario comercial con el imperio otomano.
En enero de 1943, Alemania dio un ultimátum a España con un plazo de tres meses para que repatriara a los sefardíes. Si no lo hacía, irían a un campo de exterminio. “Mientras, mi familia vivía encerrada y asustada, pero todavía éramos unos privilegiados y ni siquiera teníamos que llevar la estrella amarilla”.
El gobierno español reaccionó con frialdad al ultimátum argumentando que no tenía capacidad para acoger a tantas personas. Sin embargo, en marzo de 1943 y tras una reunión ministerial, el Ejecutivo se comprometió a recibir a un número limitado de judíos de Salónica durante tres meses. El entonces ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Gómez-Jordana, remitió un telegrama comunicando esta decisión, entre otros, al embajador en Berlín y a Sebastián Romero Radigales, cónsul general en Atenas. Pero el telegrama no fue acompañado de un apoyo real sino de una actitud pasiva -cuando no de una oposición clara a la repatriación-. Así se desprende de los telegramas entres Gómez-Jordana y Romero Radigales en mayo y julio que el Centro Sefarad-Israel ha mostrado a Isaac Revah para completar el escrito que añadió al dossier de la International Raoul Wallenberg Foundation ante la Yad Vashem para el reconocimiento de Romero Radigales como ‘Justo entre las Naciones’. Esos telegramas revelan las órdenes del ministro al cónsul de no ser muy activo ni empeñarse en buscar barcos españoles o suecos que trasladen a los sefardíes.
La actitud de muchos diplomáticos españoles, subraya Revah, fue “muy contraria a la que les ordenaban y actuaron con la firme voluntad de proteger a los judíos. Fue el caso de Romero Radigales”.
Pero la dilación en la repatriación fue tal que “el 2 de agosto de 1943 nos deportaron al campo de concentración de Bergen-Belsen, en Baja Sajonia (Alemania). Los alemanes dijeron que su intención era que España tuviera dos meses para reflexionar antes de llevarnos a un campo de exterminio. Viajamos en trenes de ganado y tardamos diez días en llegar. Una vez allí, nos separaron de los judíos griegos y nos colocaron en una zona del campo donde estaban los prisioneros que cambiaban por alemanes capturados en zonas aliadas. Estábamos mucho mejor que los otros judíos, a quienes trataban con una crueldad infinita. Los alemanes no querían que, si finalmente éramos repatriados, pudiéramos dar testimonio de las brutalidades que allí se cometían. No nos sometían a trabajos forzados ni nos tatuaron el número de prisionero. Por las mañanas nos daban pan y café negro; algunos días, legumbres; y, una vez a la semana, leche con azúcar. El hambre se esfumaba enseguida porque no conocíamos la saciedad. A mí me permitían dormir con mi padre. A las seis nos despertaban para el recuento, que duraba dos horas a lo largo de las que los alemanes se paseaban entre nosotros con sus enormes perros. Hacían desinfecciones de nuestra ropa y, cada tres días, nos duchábamos. Entonces no entendía por qué mi padre me pedía que estuviera poco tiempo bajo la ducha. Yo era un niño, tengo recuerdos de niño y sé que no era consciente de lo todo lo que pasaba, pero también sé que nuestro sufrimiento no nos llevó al exterminio gracias a tener la nacionalidad española”.
Esa nacionalidad y también, insiste Revah, el esfuerzo de Romero Radigales que no mantuvo su presión sobre Madrid y Berlín hasta que en noviembre de 1943 aceptan la repatriación, en dos grupos, de los sefardíes de Bergen-Belsen. “Mi grupo fue el segundo y salimos del campo el 7 de febrero de 1944 hacia la frontera francesa y luego a Barcelona. Estuvimos cuatro meses en lo que a mí me parecía el paraíso. Pero dijeron que había que hacer sitio y nos trasladaron a Casablanca. De allí viajamos a Palestina en diciembre de 1944 y pasamos cuatro años, pero mi padre no se integró bien en el plano económico y nos fuimos a Francia, donde mi hermana y yo crecimos y estudiamos. Fui naturalizado francés cuando me negué a hacer el servicio militar en la Armada de Franco, pero ahora voy a solicitar de nuevo mi nacionalidad española porque hoy me siento muy cerca de España”.
> Europa pierde a su población judía
> Cientos de tumbas profanadas en un cementerio judío en Francia
Hoy es un octogenario de pensamiento fluido y elocuente que vive en París, pero que atiende a Gaceta.es desde Israel porque ha viajado a Jerusalén para asistir a la ceremonia oficial de reconocimiento de Sebastián Romero Radigales como ‘Justo entre las Naciones’. Isaac Revah es uno de los centenares de sefardíes que fueron salvados del holocausto nazi por el que fuera, entre 1943 y 1944, cónsul general de España en Atenas. Y es, además, uno de los principales artífices de que la institución israelí Yad Vashem haya honrado al diplomático español con este ‘título’ que ya ostentan cinco españoles por haber contribuido a salvar a miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1943, Isaac Revah tenía nueve años y vivía con sus padres en Salónica, ciudad del norte de Grecia que estaba ocupada por los nazis desde 1941. “Ya en 1942, los alemanes empezaron a aplicar sus leyes contra los 50.000 judíos que vivíamos en Salónica y, entre marzo y agosto de 1943, el 95 por ciento fue deportado a Auschwitz. De allí sólo volvieron 2.000 al terminar la guerra”.
Revah y su familia tuvieron suerte y fueron parte de ese cinco por ciento de judíos de Salónica que no fue enviado a Auschwitz. La razón fue que tenían la nacionalidad española –como otros 520 sefardíes de Salónica- y Alemania había determinado que los judíos con nacionalidad de alguno de los países considerados neutrales (como España) o aliados (como Italia) no serían deportados siempre y cuando fueran repatriados a esos países de los que eran nacionales. “No teníamos ninguna condición especial, ni moral ni física, y sólo nos salvó la nacionalidad española”.
El 20 de noviembre de 1924, Miguel Primo de Rivera había publicado un decreto ley que permitía a los descendientes de los judíos expulsados de los reinos de España por el ‘edicto de Granada’ que los Reyes Católicos promulgaron el 31 de marzo de 1492 obtener la nacionalidad española. Revah explica que “sólo 800 de los 75.000 sefardíes que entonces vivían en Grecia solicitaron la nacionalidad”. Él y su familia la tenían ya antes del decreto de 1924 porque su bisabuelo, uno de los ‘protegidos’, actuaba como intermediario comercial con el imperio otomano.
En enero de 1943, Alemania dio un ultimátum a España con un plazo de tres meses para que repatriara a los sefardíes. Si no lo hacía, irían a un campo de exterminio. “Mientras, mi familia vivía encerrada y asustada, pero todavía éramos unos privilegiados y ni siquiera teníamos que llevar la estrella amarilla”.
El gobierno español reaccionó con frialdad al ultimátum argumentando que no tenía capacidad para acoger a tantas personas. Sin embargo, en marzo de 1943 y tras una reunión ministerial, el Ejecutivo se comprometió a recibir a un número limitado de judíos de Salónica durante tres meses. El entonces ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Gómez-Jordana, remitió un telegrama comunicando esta decisión, entre otros, al embajador en Berlín y a Sebastián Romero Radigales, cónsul general en Atenas. Pero el telegrama no fue acompañado de un apoyo real sino de una actitud pasiva -cuando no de una oposición clara a la repatriación-. Así se desprende de los telegramas entres Gómez-Jordana y Romero Radigales en mayo y julio que el Centro Sefarad-Israel ha mostrado a Isaac Revah para completar el escrito que añadió al dossier de la International Raoul Wallenberg Foundation ante la Yad Vashem para el reconocimiento de Romero Radigales como ‘Justo entre las Naciones’. Esos telegramas revelan las órdenes del ministro al cónsul de no ser muy activo ni empeñarse en buscar barcos españoles o suecos que trasladen a los sefardíes.
La actitud de muchos diplomáticos españoles, subraya Revah, fue “muy contraria a la que les ordenaban y actuaron con la firme voluntad de proteger a los judíos. Fue el caso de Romero Radigales”.
Pero la dilación en la repatriación fue tal que “el 2 de agosto de 1943 nos deportaron al campo de concentración de Bergen-Belsen, en Baja Sajonia (Alemania). Los alemanes dijeron que su intención era que España tuviera dos meses para reflexionar antes de llevarnos a un campo de exterminio. Viajamos en trenes de ganado y tardamos diez días en llegar. Una vez allí, nos separaron de los judíos griegos y nos colocaron en una zona del campo donde estaban los prisioneros que cambiaban por alemanes capturados en zonas aliadas. Estábamos mucho mejor que los otros judíos, a quienes trataban con una crueldad infinita. Los alemanes no querían que, si finalmente éramos repatriados, pudiéramos dar testimonio de las brutalidades que allí se cometían. No nos sometían a trabajos forzados ni nos tatuaron el número de prisionero. Por las mañanas nos daban pan y café negro; algunos días, legumbres; y, una vez a la semana, leche con azúcar. El hambre se esfumaba enseguida porque no conocíamos la saciedad. A mí me permitían dormir con mi padre. A las seis nos despertaban para el recuento, que duraba dos horas a lo largo de las que los alemanes se paseaban entre nosotros con sus enormes perros. Hacían desinfecciones de nuestra ropa y, cada tres días, nos duchábamos. Entonces no entendía por qué mi padre me pedía que estuviera poco tiempo bajo la ducha. Yo era un niño, tengo recuerdos de niño y sé que no era consciente de lo todo lo que pasaba, pero también sé que nuestro sufrimiento no nos llevó al exterminio gracias a tener la nacionalidad española”.
Esa nacionalidad y también, insiste Revah, el esfuerzo de Romero Radigales que no mantuvo su presión sobre Madrid y Berlín hasta que en noviembre de 1943 aceptan la repatriación, en dos grupos, de los sefardíes de Bergen-Belsen. “Mi grupo fue el segundo y salimos del campo el 7 de febrero de 1944 hacia la frontera francesa y luego a Barcelona. Estuvimos cuatro meses en lo que a mí me parecía el paraíso. Pero dijeron que había que hacer sitio y nos trasladaron a Casablanca. De allí viajamos a Palestina en diciembre de 1944 y pasamos cuatro años, pero mi padre no se integró bien en el plano económico y nos fuimos a Francia, donde mi hermana y yo crecimos y estudiamos. Fui naturalizado francés cuando me negué a hacer el servicio militar en la Armada de Franco, pero ahora voy a solicitar de nuevo mi nacionalidad española porque hoy me siento muy cerca de España”.
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