Merrick, el Hombre Elefante: “No soy un monstruo”
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Merrick, el Hombre Elefante: “No soy un monstruo”
“Mi cráneo tiene una circunferencia de 91,44 cm, con una gran protuberancia carnosa en la parte posterior del tamaño de una taza de desayuno. La otra parte es, por describirla de alguna manera, una colección de colinas y valles, como si la hubiesen amasado…”
Joseph Merrick iniciaba su descripción de sí mismo de este modo. Le llamaban el Hombre Elefante. Aquejado del Síndrome de Proteus, Merrick representa aún ahora el ejemplo más claro de deformidad humana, un cuerpo cruelmente tumorado que escondía tras esa piel rugosa y elefantina una mente privilegiada y sensible. Un hombre brillante que murió con apenas 27 años y que nos dejó un legado; un legado para nuestra conciencia: “No soy un monstruo.”
Primeros años: Pérdidas y supervivencia.
La enfermedad de Joseph empezó a ser patente a partir de los dos años: su crecimiento era anormal, con unos huesos deformes, un cráneo desmesurado y extraños bultos poblando su piel. Su infancia fue un reto que afrontar gracias a la insistencia de su madre, quien cada día lo llevaba y lo recogía del colegio empeñada en que recibiera una buena educación, instrucción que ella misma se encargaba de complementar con sus conocimientos de arte y poesía.
Pero esos primeros años de cariño se desvanecieron tempranamente con su muerte, quedando al cargo de su padre y una madastra que lo obligaron a dejar la escuela y a trabajar. Pero Joseph sufría grandes dolores en su cadera y sólo tenía una pequeña mano que le permitía poder manipular cosas. La otra era algo parecido a una pata de elefante.
A pesar de ello trabajó un tiempo en una fábrica de tabaco y luego como vendedor ambulante, pero la enfermedad seguía avanzando, deformándolo más aún… hasta el punto de que las protuberancias de su boca le dificultaban el habla, hasta el extremo de que su cabeza era ya algo tan desorbitado que le impedía dar un paso sin que todo un séquito de gente empezara a perseguirlo.
Abandonó su casa con 15 años, se cubrió la cabeza con una especie de saco, y empezó a trabajar en lo único que le fue posible: El Circo.
Atracción de circo, leyenda médica y años de felicidad.
El periplo de John Merrick en la compañía circense fue toda una aventura de tristezas y calamidades. Ver su cuerpo era un gran reclamo para el público, sin embargo, a los pocos días de iniciar los espectáculos se les clausuraba de inmediato la función por “indecencia”. Las autoridades británicas no veían con buenos ojos que un ser con semejante aspecto apareciera públicamente. Vistas las dificultades, la compañía decidió probar suerte en Francia. Eran ya dos los años en que Joseph vivía esa existencia errática donde jamás logró ser feliz ni un solo momento. Pero lo peor vino para él cuando el director del circo lo abandonó a su suerte no sin antes robarle todo su dinero ahorrado, viéndose de pronto solo en un país extranjero, perdido y asediado por millares de ojos que lo seguían allí donde fuera…
Al final las autoridades lo ayudaron a volver a Inglaterra. Estaba tan aterrado y traumatizado por lo vivido que solo se le ocurrió ir a un sitio, al London Hospital, en busca de la única persona que había sido bueno con él: Frederick Treves.
Este médico, además de operarlo para mejorar un poco su calidad de vida, se prestó de inmediato a acogerlo en el propio hospital, pero la dirección del centro no tenía medios para hacerse cargo de un enfermo crónico de por vida, así que publicaron un anuncio con tal de encontrar financiación.
Y la consiguieron de inmediato. El pueblo británico empezó a enviar donativos al London Hospital para que tuviera un hogar y una buena calidad de vida. Y así fue: John Merrick pasó allí la época más feliz de su existencia… murió una mañana del 11 de abril de 1890 mientras dormía.
Curiosidades
Un hombre brillante:
Cuando el doctor Frederick Treves y su equipo lo examinó, llegaron a la conclusión de que Joseph, además de padecer la terrible enfermedad de filariasis o síndrome de Proteus, tenía un retraso mental. Pero la realidad era que su timidez, más sus dificultades en el habla debido a los tumores que bloqueaban su boca, hicieron que Joseph no se atreviera a comunicarse con los médicos durante los primeros días, hasta que poco a poco y para sorpresa de todos dejó entrever su gran cultura, educación y su sensibilidad. “No soy un monstruo”, dijo, y les habló de arte y poesía, les habló de Jane Austen, su escritora favorita, y de todos los lugares que soñaba con ver alguna vez. Joseph Merrick tenía una inteligencia superior a la media.
Personas que lo ayudaron:
Merrick tuvo relación por carta durante muchos años con una actriz, la señora Kendall. Siempre ofreció altas cantidades de dinero al hospital para su atención, le enviaba regalos e incluso profesores que le enseñaron aquellas artes en las que Joseph estaba interesado.
El esqueleto de Merrick:
El London Hospital conserva aún su esqueleto, pero no se exhibe. De su legado queda a la vista del público su sofá con ruedas, sus cartas, el gorro con el que se cubrió el rostro en sus primeros años, los vaciados de yeso de su cuerpo y unas maquetas de cartón que solía construir a pesar de las limitaciones de sus manos. SuperCurioso
Joseph Merrick iniciaba su descripción de sí mismo de este modo. Le llamaban el Hombre Elefante. Aquejado del Síndrome de Proteus, Merrick representa aún ahora el ejemplo más claro de deformidad humana, un cuerpo cruelmente tumorado que escondía tras esa piel rugosa y elefantina una mente privilegiada y sensible. Un hombre brillante que murió con apenas 27 años y que nos dejó un legado; un legado para nuestra conciencia: “No soy un monstruo.”
Primeros años: Pérdidas y supervivencia.
La enfermedad de Joseph empezó a ser patente a partir de los dos años: su crecimiento era anormal, con unos huesos deformes, un cráneo desmesurado y extraños bultos poblando su piel. Su infancia fue un reto que afrontar gracias a la insistencia de su madre, quien cada día lo llevaba y lo recogía del colegio empeñada en que recibiera una buena educación, instrucción que ella misma se encargaba de complementar con sus conocimientos de arte y poesía.
Pero esos primeros años de cariño se desvanecieron tempranamente con su muerte, quedando al cargo de su padre y una madastra que lo obligaron a dejar la escuela y a trabajar. Pero Joseph sufría grandes dolores en su cadera y sólo tenía una pequeña mano que le permitía poder manipular cosas. La otra era algo parecido a una pata de elefante.
A pesar de ello trabajó un tiempo en una fábrica de tabaco y luego como vendedor ambulante, pero la enfermedad seguía avanzando, deformándolo más aún… hasta el punto de que las protuberancias de su boca le dificultaban el habla, hasta el extremo de que su cabeza era ya algo tan desorbitado que le impedía dar un paso sin que todo un séquito de gente empezara a perseguirlo.
Abandonó su casa con 15 años, se cubrió la cabeza con una especie de saco, y empezó a trabajar en lo único que le fue posible: El Circo.
Atracción de circo, leyenda médica y años de felicidad.
El periplo de John Merrick en la compañía circense fue toda una aventura de tristezas y calamidades. Ver su cuerpo era un gran reclamo para el público, sin embargo, a los pocos días de iniciar los espectáculos se les clausuraba de inmediato la función por “indecencia”. Las autoridades británicas no veían con buenos ojos que un ser con semejante aspecto apareciera públicamente. Vistas las dificultades, la compañía decidió probar suerte en Francia. Eran ya dos los años en que Joseph vivía esa existencia errática donde jamás logró ser feliz ni un solo momento. Pero lo peor vino para él cuando el director del circo lo abandonó a su suerte no sin antes robarle todo su dinero ahorrado, viéndose de pronto solo en un país extranjero, perdido y asediado por millares de ojos que lo seguían allí donde fuera…
Al final las autoridades lo ayudaron a volver a Inglaterra. Estaba tan aterrado y traumatizado por lo vivido que solo se le ocurrió ir a un sitio, al London Hospital, en busca de la única persona que había sido bueno con él: Frederick Treves.
Este médico, además de operarlo para mejorar un poco su calidad de vida, se prestó de inmediato a acogerlo en el propio hospital, pero la dirección del centro no tenía medios para hacerse cargo de un enfermo crónico de por vida, así que publicaron un anuncio con tal de encontrar financiación.
Y la consiguieron de inmediato. El pueblo británico empezó a enviar donativos al London Hospital para que tuviera un hogar y una buena calidad de vida. Y así fue: John Merrick pasó allí la época más feliz de su existencia… murió una mañana del 11 de abril de 1890 mientras dormía.
Curiosidades
Un hombre brillante:
Cuando el doctor Frederick Treves y su equipo lo examinó, llegaron a la conclusión de que Joseph, además de padecer la terrible enfermedad de filariasis o síndrome de Proteus, tenía un retraso mental. Pero la realidad era que su timidez, más sus dificultades en el habla debido a los tumores que bloqueaban su boca, hicieron que Joseph no se atreviera a comunicarse con los médicos durante los primeros días, hasta que poco a poco y para sorpresa de todos dejó entrever su gran cultura, educación y su sensibilidad. “No soy un monstruo”, dijo, y les habló de arte y poesía, les habló de Jane Austen, su escritora favorita, y de todos los lugares que soñaba con ver alguna vez. Joseph Merrick tenía una inteligencia superior a la media.
Personas que lo ayudaron:
Merrick tuvo relación por carta durante muchos años con una actriz, la señora Kendall. Siempre ofreció altas cantidades de dinero al hospital para su atención, le enviaba regalos e incluso profesores que le enseñaron aquellas artes en las que Joseph estaba interesado.
El esqueleto de Merrick:
El London Hospital conserva aún su esqueleto, pero no se exhibe. De su legado queda a la vista del público su sofá con ruedas, sus cartas, el gorro con el que se cubrió el rostro en sus primeros años, los vaciados de yeso de su cuerpo y unas maquetas de cartón que solía construir a pesar de las limitaciones de sus manos. SuperCurioso
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