ABUELO, ¿TÚ NO ESTABAS MUERTO?
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ABUELO, ¿TÚ NO ESTABAS MUERTO?
Son numerosos los casos de personas fallecidas que vuelven del mundo de los espíritus para comunicarse con sus seres queridos. A veces para transmitir algún mensaje importante, otras para mostrar que se encuentran bien y, en ocasiones, para resolver los problemas de familiares y amigos e incluso para salvarles la vida o desvelarles secretos que habían ocultado durante su existencia terrenal. A continuación, cedemos la palabra a los testigos de tan fascinantes sucesos. Pasen, lean, sorpréndanse y luego opinen. Por Miguel Pedrero
El señor Adolfo falleció en noviembre de 1986 con 76 años, tras una vida repleta de dificultades a causa de sus ideas republicanas. Después de la Guerra Civil española (1936-1939) permaneció varios años oculto en una casa de la capital de España ante el temor de que la policía franquista lo detuviera. Finalmente pudo rehacer su vida, encontró trabajo, se casó y crió a cinco hijos junto a Dominga, su inseparable compañera. Su yerno, Antonio García, lo vio frente a él… seis meses después de su fallecimiento. «Como de costumbre, me acosté antes que mi mujer María, que siempre se suele quedar un rato en el salón, leyendo o viendo la tele –comienza a relatarme–. Acababa de tumbarme en la cama, cuando de pronto observé una especie de neblina delante de mi cara, como si alguien hubiera exhalado el humo de un cigarrillo. Inmediatamente esa neblina se compactó formando la figura de mi suegro, pero sólo de cintura para arriba. No se movió durante todo el rato que permaneció frente a mí. Lo tenía muy cerca, un poco por encima de la cama, y estaba iluminado pero muy tenuemente…
…Me llamó la atención que no tenía la edad a la que falleció, sino alrededor de unos 50 años, y su aspecto era de salud, de plenitud, a pesar de que había muerto consumido por los efectos de una larga enfermedad. Entonces me habló. Me dijo que su hija –mi mujer– tenía mucho carácter y que no hacía bien diciendo siempre que sí. Que a veces debía poner el no por delante e imponer mi criterio. Cuando terminó, extendió su brazo derecho y me tocó la frente. En ese instante sentí una descarga eléctrica que me recorrió todo el cuerpo y ya no recuerdo nada más. Tardé unos dos o tres meses en contárselo a mi mujer, pero no me hizo demasiado caso».
«NO TE PREOCUPES, ESO SE SOLUCIONARÁ»
Años después, el señor Adolfo volvió a aparecerse a otro miembro de su familia, en este caso a Carlota García, hija de Antonio y María. A causa de una serie de problemas familiares hacía años que no mantenía contacto con su abuela Dominga, que vivía en casa de unos parientes. «Yo siempre mantuve una relación excelente con mi abuela –me contaba Carlota–, pero esas personas consiguieron alejarla de sus hijos y nietos. La última vez que mi madre y yo la vimos fue en 2007. Tres años después, a principios de agosto de 2010, me ocurrió algo sorprendente. Estaba en Sevilla de vacaciones junto a mi novio, que es de allí. Él dormía plácidamente a mi lado y yo estaba con mi cámara viendo unas fotos que había tomado los días anteriores. Cuando me cansé, la dejé encima de la mesilla, y entonces vi, más o menos a un metro de la cama, delante de mis narices, algo muy extraño. Era como una especie de tela de araña o rejilla de color blanco y estaba iluminada, pero no demasiado. Entonces escuché una voz que se identificó como mi abuelo, con el que mantuve una conversación»… (Continúa en AÑO/CERO 304)
El señor Adolfo falleció en noviembre de 1986 con 76 años, tras una vida repleta de dificultades a causa de sus ideas republicanas. Después de la Guerra Civil española (1936-1939) permaneció varios años oculto en una casa de la capital de España ante el temor de que la policía franquista lo detuviera. Finalmente pudo rehacer su vida, encontró trabajo, se casó y crió a cinco hijos junto a Dominga, su inseparable compañera. Su yerno, Antonio García, lo vio frente a él… seis meses después de su fallecimiento. «Como de costumbre, me acosté antes que mi mujer María, que siempre se suele quedar un rato en el salón, leyendo o viendo la tele –comienza a relatarme–. Acababa de tumbarme en la cama, cuando de pronto observé una especie de neblina delante de mi cara, como si alguien hubiera exhalado el humo de un cigarrillo. Inmediatamente esa neblina se compactó formando la figura de mi suegro, pero sólo de cintura para arriba. No se movió durante todo el rato que permaneció frente a mí. Lo tenía muy cerca, un poco por encima de la cama, y estaba iluminado pero muy tenuemente…
…Me llamó la atención que no tenía la edad a la que falleció, sino alrededor de unos 50 años, y su aspecto era de salud, de plenitud, a pesar de que había muerto consumido por los efectos de una larga enfermedad. Entonces me habló. Me dijo que su hija –mi mujer– tenía mucho carácter y que no hacía bien diciendo siempre que sí. Que a veces debía poner el no por delante e imponer mi criterio. Cuando terminó, extendió su brazo derecho y me tocó la frente. En ese instante sentí una descarga eléctrica que me recorrió todo el cuerpo y ya no recuerdo nada más. Tardé unos dos o tres meses en contárselo a mi mujer, pero no me hizo demasiado caso».
«NO TE PREOCUPES, ESO SE SOLUCIONARÁ»
Años después, el señor Adolfo volvió a aparecerse a otro miembro de su familia, en este caso a Carlota García, hija de Antonio y María. A causa de una serie de problemas familiares hacía años que no mantenía contacto con su abuela Dominga, que vivía en casa de unos parientes. «Yo siempre mantuve una relación excelente con mi abuela –me contaba Carlota–, pero esas personas consiguieron alejarla de sus hijos y nietos. La última vez que mi madre y yo la vimos fue en 2007. Tres años después, a principios de agosto de 2010, me ocurrió algo sorprendente. Estaba en Sevilla de vacaciones junto a mi novio, que es de allí. Él dormía plácidamente a mi lado y yo estaba con mi cámara viendo unas fotos que había tomado los días anteriores. Cuando me cansé, la dejé encima de la mesilla, y entonces vi, más o menos a un metro de la cama, delante de mis narices, algo muy extraño. Era como una especie de tela de araña o rejilla de color blanco y estaba iluminada, pero no demasiado. Entonces escuché una voz que se identificó como mi abuelo, con el que mantuve una conversación»… (Continúa en AÑO/CERO 304)
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