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Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’

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Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’ Empty Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’

Mensaje por Abraham Jue Dic 31, 2015 1:55 pm

Así fue la lucha en el Imperio español por defender los derechos de la población indígena

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Isabel «la Católica» ya advirtió en la Real Provisión del 20 de diciembre de 1503 contra los posibles excesos de los conquistadores: «No consintáis ni deis lugar a que ninguna persona les haga mal a los indios ni ningún daño u otro desaguisado alguno»

Frente al mito del genocidio español en América, el escritor Pío Barojaopinó a principios del siglo XX que los españoles «hemos purgado el error de haber descubierto América, de haberla colonizado más generosamente de lo que cuentan los historiadores extranjeros con un criterio protestante imbécil, y tan fanático o más que el del católico». ¿A qué se refería el intelectual vasco con una colonización más generosa? Básicamente –reseñan los historiadores– a una legislación en defensa de los indígenas impensable en cualquier otro país europeo de ese periodo y de cualquier periodo colonial. Así, frente a la codicia de los conquistadores, fueron muchos los misioneros españoles que denunciaron la violencia desmedida y trabajaron para sacar adelante leyes más justas contra un tipo de esclavitud encubierta, las encomiendas. Sus esfuerzos quedaron materializados en las Nuevas Leyes de 1542, que reconocían a los indios como súbditos libres de la Corona española, y en la controversia de Valladolid, donde la ciudad castellana presenció un debate inédito sobre derechos humanos en pleno siglo XVI.

Al inicio de la conquista de América se vivió un periodo de indefinición jurídica en las nuevas tierras sobre la cuestión de cómo debía tratarse a la población indígena. Los primeros en sufrir casos claros de esclavitud fueron los indios taínos de La Española, ya en los primeros viajes de Cristóbal Colón, aunque pronto se recurrió a otras fórmulas como la recaudación de impuestos en oro a los indios y a las encomiendas. La institución de la encomienda fue una forma de canalizar la ambición de los conquistadores por crear un sistema feudal en América, como explica el libro «La empresa de América: los hombres que conquistaron imperios y gestaron naciones» (EDAF). El proceso consistía en «encomendar» a un grupo de indígenas a un conquistador, un encomendero, como si se tratara de un vasallaje pero sin cesión de tierras. Todo indígena varón entre los 18 y 50 años de edad era considerado tributario, lo que significaba que estaba obligado a pagar un tributo al Rey en su condición de «vasallo libre» de la Corona castellana o, en su defecto, al encomendero que ejercía este derecho en nombre del Monarca. Las encomiendas, no en vano, eran una cesión de los Reyes Católicos a cambio de que los conquistadores corrieran con los gastos de la evangelización: debían pagar, entre otros pagos, el hospedaje del cura doctrinero.
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Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’ Empty La codicia y brutalidad de los conquistadores

Mensaje por Abraham Jue Dic 31, 2015 1:56 pm

Este sistema dio lugar en su origen a numerosos abusos contra la población a manos de unos conquistadores que solo buscaban conseguir el máximo provecho de la mano de obra forzada. Sin embargo, conforme la Corona española fue ganando fuerza institucional en el Nuevo Mundo, fue posible ejercer un mayor control y evitar los abusos de un instrumento que vertebró la colonización de muchas tierras. Con el paso de los años, las encomiendas perdieron su papel en la colonización y, gracias a que se trataban de concesiones por un plazo determinado, la Corona pudo neutralizar el surgimiento de caudillos españoles. En otras regiones periféricas sin embargo, véase Yucatán, Paraguay o Chile, las encomiendas se mantuvieron durante varios siglos.

Así y todo, Isabel «la Católica» ya advirtió en la Real Provisión firmada el 20 de diciembre de 1503 contra los posibles excesos en las encomiendas: «Mando a vos, el dicho nuestro gobernador (…) que hagáis pagar a cada uno, el día que trabajare, el jornal e mantenimiento que según la calidad de la tierra y de la persona e del oficio vos pareciere que debiere haber (…) Lo cual hagan e cumplan como personas libres, como lo son, e non como siervos, e hacer que sean bien tratados; e los que de ellos fueran cristianos, mejor que los otros. Y no consistáis ni deis lugar a que ninguna persona les haga mal ni ningún daño u otro desaguisado alguno».

Isabel «la Católica» se encargó en vida de que no se aplicara la esclavitud a una población cuya condición jurídica era la de personas libres y no sujetas a servidumbre, pero su protección terminó a su fallecimiento. «Los mayores horrores de estas guerras… comenzaron desde que se supo en América que la Reina acababa de morir, porque Su Alteza no cesaba de encargar que se tratase a los indios con dulzura y se emplearan todos los medios para hacerlos felices», escribió a la muerte de la ReinaBartolomé de Las Casas, que describió como la mayoría de conquistadores empleaban las encomiendas a modo de esclavitud soterrada.

En este contexto, se suele señalar el sermón del fraile dominico Antonio Montesinos dado en la Española, en el año 1511, como el primer alegato en defensa de la igualdad entre indígenas y españoles. El sermón tuvo como eje central el cuestionamiento de la licitud del dominio español y de los abusos por parte de los conquistadores, lo cual no había sido puesto bajo debate hasta entonces dado que, según la teoría medieval del Dominus Orbis, bastaba la concesión del Papa para dar legitimidad a la conquista o a cualquier empresa. Los Reyes Católicos tenían el apoyo papal, pero tanto dentro como fuera de sus fronteras cada vez eran más los que planteaban que los argumentos teológicos eran una respuesta insuficiente.

Las Leyes de Burgos en 1512 (Odenanzas para el tratamiento de los Indios) fueron las primeras leyes que la Monarquía Hispánica dictó para su aplicación en las Indias con el fin de organizar su conquista. Firmadas porFernando «el Católico» el 27 de diciembre de 1512, el debate concluyó que el Rey de España tenía justos títulos de dominio sobre el continente americano y que el indio tenía la naturaleza jurídica de hombre libre con todos los derechos de propiedad, que no podía ser explotado, pero como súbdito debía trabajar a favor de la Corona. Pese a sus defectos, las Leyes de Burgos fueron precursoras dentro del derecho internacional y representaron una legislación vanguardista para su tiempo; sin embargo, la realidad es que no siempre se cumplió en los territorios españoles de ultramar y su valor efectivo se limitó a acotar las encomiendas.
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Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’ Empty Las Nuevas Leyes de 1542: prohibida la encomienda

Mensaje por Abraham Jue Dic 31, 2015 1:57 pm

En un edicto de 1530, Carlos I de España prohibió toda forma de esclavitud en cualquier tipo de circunstancia, pero los abusos siguieron una vez más, a pesar de los esfuerzos de la Corona, dando lugar a la voz más crítica de entre todos los misioneros: Bartolomé de Las Casas. Este fraile dominico, que acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje, denunció el maltrato que estaban sufriendo los indígenas en una obra escrita en 1552, «La Brevísima relación de la destrucción de las Indias», que fue usada como uno de los puntales de la leyenda negra que los enemigos del Imperio vertieron a nivel internacional. Como explica Joseph Pérez, autor de «La Leyenda negra» (GADIR, 2012), Las Casas pretendía «denunciar las contradicciones entre el fin –la evangelización de los indios– y los medios utilizados. Esos medios (la guerra, la conquista, la esclavitud, los malos tratos) no eran dignos de cristianos; pero el hecho de que los conquistadores fueran españoles era secundario». La propaganda extranjera hizo suya la tesis del fraile dominico y exageró aún más unas cifras de muertes ya de por sí poco realistas.

Con todo, no hay que olvidar que de Las Casas representaba a un grupo de españoles con el coraje de denunciar la injusticia, la mayoría misioneros, y a una creciente sensibilidad que con los años atrajo el interés de las autoridades. El fraile español fue muy influyente en la corte castellana y consiguió materializar sus protestas en 1542, con las Nuevas Leyes para el Tratamiento y Preservación de los Indios, que acabaron de golpe con la indefinición legal reinante en América. Estas leyes consideraban a los reinos de Indias en los mismos términos que a otros tantos dentro del Imperio español –como podía ser Aragón, Navarra, Sicilia, etc– y clasificaba definitivamente a los indios como súbditos de pleno derecho de la Corona, lo que impedía que fueran esclavizados bajo ningún supuesto. Concretamente, el artículo 35 prohibía directamente las encomiendas y el artículo 31 ordenaba que los indios sometidos a encomiendas debían ser transferidos a la Corona a la muerte del encomendador.

Si bien había sido de Las Casas quien había impulsado el debate, los fundamentos legales de estas Nuevas Leyes se basaban en las premisas del también fraile Francisco de Vitoria, quien defendía que «aunque los indios no quisieran reconocer ningún dominio al Papa, no se puede por ello hacerles la guerra ni apoderarse de sus bienes y territorio». No en vano, aunque Francisco de Vitoria –pionero en muchos asuntos de Derecho internacional– y de Las Casas perseguían fines humanitarias impulsando estas leyes, el principal objetivo de la Corona española era otro: reducir el poder de los conquistadores. «Estamos tan escandalizados como si nos enviara a mandar cortar cabezas, porque si es ansí como se dice, todos los de acá somos malos cristianos y traidores a nuestro Rey a quien con tanta fidelidad habemos servido con nuestras vidas y haciendas», escribió el cabildo de Guatemala a Carlos I al conocer los términos de la nueva legislación. Los conquistadores interpretaron el fin de las encomiendas como una agresión directa.

En Nueva España, lo que hoy es la zona de México, el virrey Mendoza consiguió evitar la sublevación de los conquistadores con una aplicación parcial de las Nuevas Leyes; pero el severo virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, dio lugar precisamente a lo contrario con su poco tacto. Nuñez de Vela causó una gran rebelión encabezada por Gonzalo Pizarro, hermano pequeño de Francisco Pizarro, que terminó con el virrey decapitado. Desde Madrid se apresuraron a enviar contra Pizarro al astuto y pragmáticoPedro de La Gasca, que pudo apagar el incendio y ejecutar al hermano del conquistador del Perú a cambio de posponer la abolición de las encomiendas en esta región.

Las leyes para atajar los abusos se sucedieron desde Madrid –al igual que las revueltas por parte de los encomendadores– y causaron la indignación de un Rey, Felipe II, acostumbrado a que sus órdenes se cumplieran al milímetro, pero que veía en la distancia con América una barrera insalvable: «Yo he sido informado que los delitos que los españoles cometen contra los indios no se castigan con el rigor que se hacen los de unos españoles contra otros (…) os mando por ello que de aquí en adelante castiguéis con mayor rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren o maltrataren a los indios, que si los mismos delitos se cometieses contra los españoles».
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Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’ Empty Valladolid, sede del debate sobre derechos humanos

Mensaje por Abraham Jue Dic 31, 2015 1:57 pm

En paralelo a todo este proceso legal sin parangón en ningún otro país de Europa –que ni se planteaban la necesidad de otorgar el reconocimiento de súbditos libres de la Corona a los indígenas que se encontraron en América–, continuó el debate teórico sobre la licitud de la conquista que había planteado en el pasado Francisco de Vitoria, ya por entonces fallecido. Durante la conocida como la controversia de Valladolid, celebrada entre 1550 y 1551, se enfrentaron quienes defendían que los indígenas tenían los mismos derechos que cualquier cristiano –tesis defendida por de Las Casas– contra los que creían que estaba justificado que un pueblo superior impusiera su tutela a pueblos inferiores para permitirles acceder a un grado más elevado de desarrollo, una idea capitaneada por Ginés de Sepúlveda.

A nivel práctico, la controversia de Valladolid sirvió para sacar pocas conclusiones finales y solo hubo una modificación reseñable a las leyes dictadas en 1542: la creación de la figura del «protector de indios». Esta figura legal era básicamente una oficina administrativa de la Colonización española de América dedicada a atender el bienestar de las poblaciones nativas de los amerindios y a evitar que fueran víctimas de abusos. Felipe II reglamentó su nombramiento y actividad en 1589.

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Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’ Empty El castigo de una furiosa Isabel La Católica a Cristóbal Colón por esclavizar a 1.600 indios

Mensaje por Vanessa Sáb Dic 07, 2019 8:29 am

Las Casas criticó la crueldad de Colón con los indios y afirmó en sus crónicas que contradecía el espíritu «de benevolencia, dulzura y paz cristiana» reclamado por los Reyes Católicos. Los Monarcas exigían que se tratara bien a los indios, que se enviaran mensajes a los caciques para reunirse con ellos y que se les llevaran regalos a esos encuentro

Los Reyes Católicos, como el propio Cristóbal Colón, creyeron en 1492 haber llegado a una isla de Asia y no a un nuevo continente. No obstante, incluso en la incertidumbre tuvieron claro que aquella oportunidad histórica debía guiarse por la evangelización y no por meros intereses económicos. Desde el principio, Isabel La Católica ordenó al navegante «tratar a dichos indios muy bien y con cariño», pero no siempre se hizo caso a lo que se predicaba desde España.

Colón describió durante su primer viaje a los indios que encontró en una isla del Caribe, probablemente en las Bahamas, como «un pueblo gentil y pacífico y de gran sencillez» a los que regaló gorritos rojos y abalorios de cristal que colgaron en sus cuellos a cambio de oro. No tardó mucho en buscar formas de obtener más oro y de esclavizar a los lugareños. En su cuaderno de bitácoras, apuntó el mismo 12 de octubre de 1492 vio que los nativos aprendían muy rápido y «debían ser buenos sirvientes». Al día siguiente, presionó para que buscaran tesoros, pero estuvieron por la labor. En la tercera jornada anotó directamente que «con cincuenta hombres podría someter a todos ellos y obligarles a hacer todo lo que deseara».

Antes de explorar otras islas, los españoles escogieron a algunos indios para que trabajaran a la fuerza a su servicio, como explica Kirstin Downey en su libro «Isabel, La Reina Guerrera» (Espasa). En su avance, Colón no dejó de buscar nuevas formas de rentabilizar su descubrimiento y, en una isla bautizada como La Española estableció una fortaleza usando materiales de la Santa María, encallada en aquella costa. En el asentamiento, llamado La Navidad, quedaron varios europeos a la espera de que Cristóbal fuera y viniera de España.

A principios de 1493 los españoles visitaron una última isla antes del regreso a casa, donde, para sorpresa de todos, se toparon con la otra cara de los nativos. Al intentar hacer un trueque, los indígenas los contestaron con arcos y flechas, de modo que se produjo el primer enfrentamiento violento entre europeos y americanos en el Nuevo Mundo. Se trataba de los feroces caníbales, de cuyos peligros habían advertido los indios pacíficos de las anteriores islas.

La amistad de Isabel con Colón

De vuelta a España, previa parada en Lisboa, Isabel pidió verse con Colón cuanto antes al advertir la importancia de aquel hallazgo. En las ciudades castellanas se celebró de forma masiva aquella empresa y Colón fue recibido como un héroe allí por donde atravesó hasta verse con los reyes. El hijo de Colón describió con magnitud la bienvenida multitudinaria de Barcelona, donde estaban los monarcas:

«Toda la corte y toda la ciudad salió a saludarle; y los soberanos católicos le recibieron en público, sentados con toda majestuosidad y grandeza en ricos tronos bajo un baldaquín de tela y oro. Cuando se acercó a besarles la mano, se levantaron de sus tronos como si se tratara de un gran señor y no permitieron que les besara las manos, sino que le hicieran sentarse a su lado»

Colón fue agasajado por los Reyes, quienes escucharon asombrados los detalles del viaje y conocieron a varios indios de aquellas tierras. Más allá de las posibilidades económicas, se habló en la reunión de los millones de vidas que corrían el riesgo de condenarse si no eran evangelizadas, pues se habían encontrado muestras entre ellos de «idolatría y sacrificios diabólicos para venerar a Satán».

Seis meses después, Isabel dispuso una segunda travesía, esta vez formada por 17 barcos y cientos de personas embarcadas, muchas de alta posición. La Reina redactó dieciséis órdenes para esta expedición, cuyo primer punto se refería a la obligación de instruir en la religión cristiana a los indios, a los que «por todos los medios debían esforzarse y empeñarse en convencerlos» para convertirlos a «nuestra sagrada fe católica», además de enseñarlos español para que entendieran a los sacerdotes que envió con Colón. Isabel «La Católica» ordenó, asimismo, «tratar a dichos indios muy bien y con cariño, y abstenerse de hacerles ningún daño, disponiendo que ambos pueblos debían conversar e intimar y servir los unos a los otros en todo lo que puedan». En caso de que Colón conociera algún maltrato, debía « castigarles con severidad», en virtud de su autoridad como almirante, virrey y gobernador.

A Colón se le concedieron una infinidades de mercedes y amplia autoridad al otro lado del charco, pero los Reyes Católicos situaron a su alrededor a personajes de su confianza, entre ellos a Don Juan de Fonseca, encargado en la Corte de que se cumplieran las directrices de Isabel y de las flotas enviadas. Fonseca no era marino ni descubridor, pero, a diferencia de Colón, él sí era un excelente gestor. Sus constantes discrepancias anticiparon que el navegante no estaba en consonancia con los planes a largo plazo de Isabel.

El segundo viaje de la discordia

Al este de la actual Puerto Rico, la segunda expedición castellana entró en contacto con la tribu caníbal de los Caribes, en cuyo campamento «vieron piernas humanas sazonadas colgando de vigas, como acostumbramos nosotros a hacer con los cerdos, y la cabeza de un joven recién asesinado, aún con sangre húmeda, y partes de su cuerpo mezcladas con carne de ganso y loro», escribió Pedro Mártir. Junto a ellos, hallaron prisioneros de otra tribu que iban a ser ejecutados pronto y que Colón se llevó consigo. Otras tribus igual de belicosas llenaron de flechazos, untados de veneno, la travesía de Colón hasta el asentamiento La Navidad.

Los mosquitos y las enfermedades autóctonas convencieron ya a muchos conquistadores de que Colón había exagerado su relato y los conducía hacia la miseria. Sin embargo, peor resultó el viaje para los nativos, contagiados por enfermedades que en Europa no eran mortales, como una simple gripe, que sembraron de cadáveres el camino de esta segunda expedición.

En La Navidad descubrieron que los 39 españoles habían muerto. Una docena de sus cadáveres habían sido colocados, muchos sin ojos, para que se pudrieran al sol por los nativos, que habían asesinado a los colonos cuando estos empezaron a robarles comida y mujeres. Colón no castigó al líder local que había permitido aquella matanza por miedo a represalias, pero permitió otros abusos contra los indígenas, en contra de las órdenes de la Reina.

El cronistas Bartolomé de Las Casas describió como Alonso de Hojeda apresó más tarde a varios indios y ordenó que a uno de ellos le cortaran las orejas ante la sospecha de que había robado ropa, una pena habitual para este delito en el Viejo Continente. Lejos de frenar a sus hombres, Colón ordenó que ejecutaran a otros tres indios, en lo que fue el inicio de una oleada de actos vengativos.

Las Casas criticó la crueldad de Colón con los indios y recordó en sus crónicas que contradecía el espíritu «de benevolencia, dulzura y paz cristiana» reclamado por los Reyes Católicos. Los Monarcas exigían que se tratara bien a los indios, que se enviaran mensajes a los caciques para reunirse con ellos y que se les llevaran regalos a esos encuentros. No fueron el único tipo de críticas que recibió el explorador, que pronto demostró ser un mal administrador y un líder autoritario. El aragonés Mosén Margarit, amigo personal del Rey Fernando, decidió marcharse, sin pedir permiso a nadie, a España con tres barcos para informar en la corte de lo ocurrido.

El colmo de los desafíos a la Corona fue la captura de 1.600 nativos, que, sin capacidad de embarcarlos a todos, obligó a Colón a liberar a 400 de ellos. Las indígenas «para poder escapar mejor de nosotros, como tenían miedo de que volviéramos a apresarlas de nuevo, dejaron a sus hijos en el suelo y huyeron como desesperados» a las montañas, relató Miguel de Cuneo.

En España, la Reina Isabel se puso furiosa por la captura del millar de esclavos y ordenó al marino que devolviera como fuera a aquellos hombres y mujeres al Nuevo Mundo, lo que para muchos de ellos fue demasiado tarde, debido al frío ibérico y la exposición a enfermedades desconocidas.

Entre los indios que pudieron volver a casa, se contó un joven que trabó amistad con Bartolomé de Las Casas, cuyos familiares habían viajado en este segundo viaje a América. Aquel encuentro prendió la chispa a la lucha que de Las Casas acometió a lo largo de su vida en defensa de los derechos de los indígenas. De sus textos, poco precisos en sus cifras, se valieron los enemigos del Imperio español para tejer la llamada Leyenda Negra.

La caída en desgracia del descubridor

Las relaciones entre Colón y la Reina empeoraron a raíz de esta ofensa, así como la percepción de las dotes de Cristóbal Colón como administrador. Los hijos del italiano fueron insultados en las calles de Granada por las familias de los que habían perdido la vida en América: «¡Ahí van los hijos del almirante de los mosquitos, el que ha descubierto las tierras de la vanidad y la ilusión, la tumba y la ruina de los caballeros castellanos!». Aún así, Isabel accedió finalmente a una tercera expedición tras dos años de súplicas.

El 30 de mayo de 1498, Colón partió al frente de una flota de seis barcos y la instrucción clara como el agua de que tratara a los indios con calma y dignidad y los condujera con «paz y tranquilidad» a la fe católica. Una vez en América, la situación que encontró en Santo Domingo era de alboroto, sedición y con centenares de personas enfermas de sífilis.

A pesar de todo, Colón pasó de largo y se fue a buscar oro en nuevas tierras, lo que en España levantó más indignación e insultos contra el navegante. Son «personas injustas, enemigos crueles y causantes de derramamiento de sangre española», personas que «disfrutaban» matando a quienes se oponían a ellos, en palabras de Pedro Mártir. Paranóico y cada vez más religioso, Colón empezó a ver enemigos en todas partes y se veía a sí mismo como una víctima de los designios de los poderosos de Castilla. Le habían exprimido y luego tirado como si fuera una naranja.

En la primavera de 1499, Isabel, al fin, tomó cartas en el asunto y envió a Francisco de Bobadilla a que investigara sobre el terreno lo que estaba ocurriendo. Tenía licencia real para arrestar a los rebeldes y asumir el poder en los fuertes de Colón. En La Española, se topó con siete españoles ahorcados y otros cinco a la espera de ser ejecutados al día siguiente por oponerse al navegante y sus incondicionales. Bobadilla descubrió pronto que Colón había ordenado que le cortaran la lengua a una mujer por el simple hecho de hablar mal de él y sus hermanos, así como cortar el cuello a un hombre por conducta homosexual.

El enviado de los Reyes Católicos asumió el control de la ciudad y se instaló en la casa del italiano ante aquella anarquía. A su regreso a La Española, Colón fue esposado y enviado a Europa con los grilletes. Permaneció seis semanas en prisión hasta que se le concedió audiencia con su querida Isabel. Todavía tuvieron que pasar más semanas, de hecho varios años, hasta que se permitió a Colón un cuarto viaje a América, bajo muchas condiciones, de las que incumplió varias.

Paradójicamente, aquel fue el más rentable de todos y en la que encontró una pista de oro en cantidades importantes. El navegante oyó en Panamá de grandes cantidades de este metal enterradas y también de otro océano, el Pacífico, a unos ochenta kilómetros de allí. Claro que fue otro ilustre explorador, Vasco Núñez de Balboa, al que se le reservó la hazaña de ser el primer europeo en contemplar años después el Pacífico, llamado durante un siglo el Lago español por el control con que este país lo dominó.

Con la caída en desgracia de Colón, la empresa americana entró en una nueva fase más ambiciosa. La Reina castellana tenía claro que quería llevar al Nuevo Mundo la educación castellana, la atención sanitaria, los sistemas políticos y los valores espirituales cristianos a millones de personas, aparte de que, por mucho aprecio que tuviera a Colón, no quería permitir que toda la conquista y evangelización se produjera a través de un solo hombre. Isabel abrió el abanico a otras expediciones a cargo de Alonso de Hojeda, Juan de la Cosa, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Pedro Alonso Niño...

La directriz de tratar bien a los indios y cooperar con ellos pervivió a la muerte de la Reina, aunque no faltaron conquistadores que hicieron oídos sordos y cometieron numerosos abusos, castigados por la Corona siempre que fue posible. La presencia de los representantes reales en un territorio tan extenso fue siempre escasa y condicionada por el poder de los grandes terratenientes.

En los días que precedieron a su muerte, el 26 de noviembre de 1504, una de las pocas preocupaciones que Isabel la Católica plasmó en su testamento estuvo puesta en los «inocentes» del Nuevo Mundo y de las Islas Canarias. La Monarca comprendía que la esclavitud estaba justificada para los «infieles» y los enemigos vencidos, no para los habitantes de la tierra descubierta por Cristóbal Colón. En su lecho escribió: «No consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados».

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Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’ Empty Re: Isabel de Castilla: ‘No consintáis a que ninguna persona haga mal a los indios’

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