Los samuráis del Imperio español: la épica defensa de Filipinas contra los holandeses en 1600
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Los samuráis del Imperio español: la épica defensa de Filipinas contra los holandeses en 1600
Aunque los españoles lograron abordar dos barcos holandeses que bloqueaban Manila, el comandante enemigo se valió de un ardid para recuperar uno de los bajeles y masacrar a 250 españoles del San Diego, que en la retirada había naufragado de forma absurda
[A vueltas con los samuráis y los españoles, en las últimas semanas se ha hecho viral la falacia, por enésima vez, de que los combates de Cagayán (1582) fueron la primera vez en la que las armas occidentales, españolas para más señas, se impusieron a las japonesas. Es falso. Más allá de que se trató realmente de una lucha de piratas japoneses contra filipinos, indígenas mexicanos y un puñado de españoles; hay que recordar, sobre todo, que aquella no fue la primera vez en la que los europeos y los japoneses se enfrentaron. Ni la única, ni la última... Eso sin mencionar que los portugueses habían sometido repetidas veces a auténticos samuráis entre 1560 y 1580].
Los imperios ibéricos lucharon contra samuráis y soldados japoneses de todo tipo, pero también junto a ellos. El Imperio español tuvo que aliarse con extraños amigos con tal de defender su dominio sobre el Pacífico, donde el Imperio portugués, bajo la soberanía de Felipe II, también mantenía un enorme imperio comercial y numerosos enemigos. La Corona contrató samuráis para que lucharan en nombre de España contra los holandeses y las sublevaciones chinas, si bien lo hicieron en condición de mercenarios.
En Filipinas, los españoles tuvieron que enfrentarse con frecuencia a piratas chinos y japoneses, sublevaciones de la población china en estas islas y a la amenaza de que un Japón al fin unificado pusiera sus ojos en los territorios vecinos. Además, a finales del siglo XVI la llegada de comerciantes y piratas holandeses e ingleses se convirtió en la nueva amenaza predilecta a los intereses ibéricos. Como ocurriera 50 años antes con las incursiones de piratas ingleses en el Caribe, los holandeses vieron en las indefensas posesiones ibéricas en el Pacífico la mejor manera de herir al gigante contra el que las Provincias Unidas llevaban décadas combatiendo en Europa. Lo que empezó como un rebelión local en los Países Bajos había cruzado dos océanos para adquirir la categoría de guerra internacional.
Tras varias intentonas de asentarse en el Pacífico, las Provincias Unidas planearon en 1599 una expedición que, más allá de fijar nuevas rutas, perseguía como principal fin saquear y destruir los puestos ibéricos. Una escuadra de cuatro buques al mando de Oliver Van Noort partió a finales de verano para enfrentarse a un viaje infernal. En los 14 meses que tardó en llegar al Estrecho de Magallanes y dirigirse al Mar del Sur, la escuadra perdió dos barco, sufrió enfermedades, desencuentros y ataques enemigos. Pero al fin llegó contra todo pronóstico a las aguas dominadas por los dos imperios ibéricos.
Haciéndose pasar por un marino francés con autorización real, Van Noort obtuvo provisiones de los propios españoles y se le permitió llegar a las proximidades de Manila. El complicado viaje les había dejado sin los medios para atacar directamente la capital filipina, por lo que los holandeses se decidieron a, simplemente, bloquear el puerto desde la entrada de la bahía. Van Noort buscaba así hacerse con los barcos mercantes, chinos en su mayoría, que acudían a Manila a vender productos e incluso con algún galeón español repleto de plata. El bloqueo marítimo, no obstante, causó el pánico en la escasamente defendida ciudad, que ni siquiera contaba con barcos en el puerto, salvo un mercante en reparación y una pequeña fragata. Y es que la mayoría de los soldados y barcos, mercenarios japoneses incluídos, habían partido a una expedición de castigo a Mindanao, base de los piratas esclavistas llamados «moros» (musulmanes del Pacífico).
Ciertamente, ya en ese momento se conocía de tropas samuráis al servicio de España, si bien es más preciso hablar únicamente de soldados japoneses, sin especificar su categoría social. La mayor parte de las veces se encuadraban como mercenarios al mando de oficiales españoles, aunque también hubo casos de oficiales indígenas. En esta condición participaron en varias misiones de castigo contra los piratas de la zona, entre ellas una contra lo que hoy es Taiwan. Asimismo, se contaron tropas de este tipo en la desesperada defensa que los españoles de Manila organizaron contra el bloqueo de los holandeses en 1600.
La acometida española iba a ser desesperada e incluso precaria. Los dos únicos barcos que dormitaban en el puerto, el mercante (el San Diego) y la pequeña fragata (el San Bartolomé), fueron armados con 14 y 10 cañones de tierra respectivamente. No obstante, como explica el historiador Agustín Rodríguez González en un artículo publicado en octubre de 1999 en la «Revista de defensa española», el mayor problema fue encontrar soldados de calidad para embarcar en estos buques. El oidor Antonio de Morga se hizo cargo de una tropa de unos centenares de hombres, la mitad españoles, muchos filipinos, negros y, por supuesto, mercenarios japoneses. Estos samuráis de fortuna gozaban de gran prestigio en el Pacífico, pero sonaban poco amenazantes frente a la flotilla holandesa. Solo el Mauritíus, el barco principal de los holandeses, contaba con más cañones que los dos barcos españoles juntos.
El plan de los españoles era de una simplicidad absoluta: embestirían los dos barcos con el viento y las mareas favorables contra el Mauritius, sin más objetivo que romper el bloqueo y hundir el barco principal. Y así se actuó al alba del 14 de diciembre. Van Noort ordenó levar anclas al ver el ataque español, mientras que el segundo barco holandés, el débil Eeridracht, se limitó a apartarse del área de acción.
El rápido abordaje protagonizado por el San Diego dejó fuera de juego al Mauritius. Después de que los arcabuces y mosquetes españoles barrieran la cubierta, treinta hombres al mando de un alférez se hicieron con el castillo y con los estandartes enemigos, lo que tradicionalmente significaba que el barco había sido sometido. De hecho, cuando llegó el San Bartolomé a descargar su fuego contra el barco holandés, el grupo de abordaje tuvo que identificarse a gritos para que no abrieran fuego contra soldados amigos. «España, España; victoria, se han rendido», vociferaron para evitar el fuego amigo.
Los holandeses supervivientes se atrincheraron bajo cubierta y solicitaron rendirse. Pero por alguna razón hoy desconocida, Morga cayó en un estado de postración y permitió a los holandeses pensar un plan de fuga.
En paralelo a esta situación de impasse, el San Bartolomé emprendió la marcha para dar caza a la Eeridracht, que intentaba huir desesperadamente a bastante distancia. Aún así lo interceptaron sin que en este caso hubiera dudas de cómo proceder. El comandante de la fragata, Juan de Alcega, abordó el barco e hizo prisionero al capitán Víesmann y otros veinticinco supervivientes.
Por el contrario, Van Noort ordenó resistir a los holandeses encerrados (26 de ellos heridos) en el Mauritius e incluso amenazó a los que querían rendirse con hacer volar la santabárbara si se movían un centímetro. Una amenaza en consonancia con la forma de proceder kamikaze típica de los Mendigos del Mar, que preferían quemar o hacer explotar sus barcos antes que rendirlos al Imperio español. Los holandeses sabían que los españoles los iban a ajusticiar en cuanto se rindieran, porque los consideraban piratas, herejes y rebeldes. No habría juicio. No tenían una salida fácil. ¿O sí?
Cuando ya se cumplían seis horas desde el inicio del combate, los españoles detectaron numerosas vías de agua en el San Diego, mientras que un incendio fue declarado en el Mauritius. ¿Qué desencadenó este fuego? Pudo ser accidental, causado por la lucha o tal vez organizado por el comandante holandés. Sigue resultando un misterio; pero bastó ver una columna de humo saliendo del barco para que los españoles abandonaran en desorden la cubierta enemiga, temiéndose que se tratara de otra de esas estrategias suicidas de los holandeses.
El problema estaba en que el San Diego donde se refugiaron se iba irremediablemente a pique. Camino de la cercana isla Fortuna, el barco español se hundió a cien metros del Mauritius, que había sido recuperado por los holandeses. Los desesperados náufragos españoles fueron masacrados por los hombres de Van Noort, con un balance de 250 hombres cruelmente asesinados. Solo se salvó un centenar en los botes, sujetos a cualquier resto que flotara o nadando, entre ellos el propio Morga.
Los españoles habían logrado romper el bloqueo, pero a costa de graves pérdidas humanas. Van Noort regresó a Holanda con su dotación agotada, su buque averiado por el incendio y con dos de los palos inútiles. El San Bartolomé tampoco pudo o quiso perseguirlo. Ellos sí habían hecho preso al Eendracht, cuya tripulación fue ejecutada al completo una vez en Manila.
Haciendo un balance general, la expedición de Noort había resultado un desastre total y su única victoria era, si acaso, salvar la vida cuando todo parecía perdido. El regreso a Amsterdam fue tan terrible como el viaje de ida, fondeando allí tras tres años, el 26 de agosto de 1601, cuando solo quedaban vivos ocho tripulantes. Con todo, se convirtieron en los primeros holandeses en completar la vuelta al mundo.
A la travesía de Van Noort le siguió un auténtico desembarco holandés en Japón y otros territorios del Pacífico. Y serían los holandeses los que envenenaran las buenas relaciones entre los japoneses y los católicos, lo que desembocaría en la persecución de miles de cristianos en Japón. No obstante, aún en 1606 está documentada la participación de samuráis mercenarios en la sofocación de la rebelión de los sangleyeses (chinos) de Manila. En este sentido, también los holandeses imitaron posteriormente la estrategia ibérica y echaron mano de estos mercenarios.
CÉSAR CERVERA
[A vueltas con los samuráis y los españoles, en las últimas semanas se ha hecho viral la falacia, por enésima vez, de que los combates de Cagayán (1582) fueron la primera vez en la que las armas occidentales, españolas para más señas, se impusieron a las japonesas. Es falso. Más allá de que se trató realmente de una lucha de piratas japoneses contra filipinos, indígenas mexicanos y un puñado de españoles; hay que recordar, sobre todo, que aquella no fue la primera vez en la que los europeos y los japoneses se enfrentaron. Ni la única, ni la última... Eso sin mencionar que los portugueses habían sometido repetidas veces a auténticos samuráis entre 1560 y 1580].
Los imperios ibéricos lucharon contra samuráis y soldados japoneses de todo tipo, pero también junto a ellos. El Imperio español tuvo que aliarse con extraños amigos con tal de defender su dominio sobre el Pacífico, donde el Imperio portugués, bajo la soberanía de Felipe II, también mantenía un enorme imperio comercial y numerosos enemigos. La Corona contrató samuráis para que lucharan en nombre de España contra los holandeses y las sublevaciones chinas, si bien lo hicieron en condición de mercenarios.
En Filipinas, los españoles tuvieron que enfrentarse con frecuencia a piratas chinos y japoneses, sublevaciones de la población china en estas islas y a la amenaza de que un Japón al fin unificado pusiera sus ojos en los territorios vecinos. Además, a finales del siglo XVI la llegada de comerciantes y piratas holandeses e ingleses se convirtió en la nueva amenaza predilecta a los intereses ibéricos. Como ocurriera 50 años antes con las incursiones de piratas ingleses en el Caribe, los holandeses vieron en las indefensas posesiones ibéricas en el Pacífico la mejor manera de herir al gigante contra el que las Provincias Unidas llevaban décadas combatiendo en Europa. Lo que empezó como un rebelión local en los Países Bajos había cruzado dos océanos para adquirir la categoría de guerra internacional.
La llegada de Holanda al Pacífico
Tras varias intentonas de asentarse en el Pacífico, las Provincias Unidas planearon en 1599 una expedición que, más allá de fijar nuevas rutas, perseguía como principal fin saquear y destruir los puestos ibéricos. Una escuadra de cuatro buques al mando de Oliver Van Noort partió a finales de verano para enfrentarse a un viaje infernal. En los 14 meses que tardó en llegar al Estrecho de Magallanes y dirigirse al Mar del Sur, la escuadra perdió dos barco, sufrió enfermedades, desencuentros y ataques enemigos. Pero al fin llegó contra todo pronóstico a las aguas dominadas por los dos imperios ibéricos.
Haciéndose pasar por un marino francés con autorización real, Van Noort obtuvo provisiones de los propios españoles y se le permitió llegar a las proximidades de Manila. El complicado viaje les había dejado sin los medios para atacar directamente la capital filipina, por lo que los holandeses se decidieron a, simplemente, bloquear el puerto desde la entrada de la bahía. Van Noort buscaba así hacerse con los barcos mercantes, chinos en su mayoría, que acudían a Manila a vender productos e incluso con algún galeón español repleto de plata. El bloqueo marítimo, no obstante, causó el pánico en la escasamente defendida ciudad, que ni siquiera contaba con barcos en el puerto, salvo un mercante en reparación y una pequeña fragata. Y es que la mayoría de los soldados y barcos, mercenarios japoneses incluídos, habían partido a una expedición de castigo a Mindanao, base de los piratas esclavistas llamados «moros» (musulmanes del Pacífico).
Ciertamente, ya en ese momento se conocía de tropas samuráis al servicio de España, si bien es más preciso hablar únicamente de soldados japoneses, sin especificar su categoría social. La mayor parte de las veces se encuadraban como mercenarios al mando de oficiales españoles, aunque también hubo casos de oficiales indígenas. En esta condición participaron en varias misiones de castigo contra los piratas de la zona, entre ellas una contra lo que hoy es Taiwan. Asimismo, se contaron tropas de este tipo en la desesperada defensa que los españoles de Manila organizaron contra el bloqueo de los holandeses en 1600.
Ilustración de 1603 que refleja el hundimiento del galeón San Diego en el año 1600-
La acometida española iba a ser desesperada e incluso precaria. Los dos únicos barcos que dormitaban en el puerto, el mercante (el San Diego) y la pequeña fragata (el San Bartolomé), fueron armados con 14 y 10 cañones de tierra respectivamente. No obstante, como explica el historiador Agustín Rodríguez González en un artículo publicado en octubre de 1999 en la «Revista de defensa española», el mayor problema fue encontrar soldados de calidad para embarcar en estos buques. El oidor Antonio de Morga se hizo cargo de una tropa de unos centenares de hombres, la mitad españoles, muchos filipinos, negros y, por supuesto, mercenarios japoneses. Estos samuráis de fortuna gozaban de gran prestigio en el Pacífico, pero sonaban poco amenazantes frente a la flotilla holandesa. Solo el Mauritíus, el barco principal de los holandeses, contaba con más cañones que los dos barcos españoles juntos.
El plan de los españoles era de una simplicidad absoluta: embestirían los dos barcos con el viento y las mareas favorables contra el Mauritius, sin más objetivo que romper el bloqueo y hundir el barco principal. Y así se actuó al alba del 14 de diciembre. Van Noort ordenó levar anclas al ver el ataque español, mientras que el segundo barco holandés, el débil Eeridracht, se limitó a apartarse del área de acción.
El rápido abordaje protagonizado por el San Diego dejó fuera de juego al Mauritius. Después de que los arcabuces y mosquetes españoles barrieran la cubierta, treinta hombres al mando de un alférez se hicieron con el castillo y con los estandartes enemigos, lo que tradicionalmente significaba que el barco había sido sometido. De hecho, cuando llegó el San Bartolomé a descargar su fuego contra el barco holandés, el grupo de abordaje tuvo que identificarse a gritos para que no abrieran fuego contra soldados amigos. «España, España; victoria, se han rendido», vociferaron para evitar el fuego amigo.
Los holandeses supervivientes se atrincheraron bajo cubierta y solicitaron rendirse. Pero por alguna razón hoy desconocida, Morga cayó en un estado de postración y permitió a los holandeses pensar un plan de fuga.
Una victoria que se convirtió en tragedia
En paralelo a esta situación de impasse, el San Bartolomé emprendió la marcha para dar caza a la Eeridracht, que intentaba huir desesperadamente a bastante distancia. Aún así lo interceptaron sin que en este caso hubiera dudas de cómo proceder. El comandante de la fragata, Juan de Alcega, abordó el barco e hizo prisionero al capitán Víesmann y otros veinticinco supervivientes.
Por el contrario, Van Noort ordenó resistir a los holandeses encerrados (26 de ellos heridos) en el Mauritius e incluso amenazó a los que querían rendirse con hacer volar la santabárbara si se movían un centímetro. Una amenaza en consonancia con la forma de proceder kamikaze típica de los Mendigos del Mar, que preferían quemar o hacer explotar sus barcos antes que rendirlos al Imperio español. Los holandeses sabían que los españoles los iban a ajusticiar en cuanto se rindieran, porque los consideraban piratas, herejes y rebeldes. No habría juicio. No tenían una salida fácil. ¿O sí?
Cuando ya se cumplían seis horas desde el inicio del combate, los españoles detectaron numerosas vías de agua en el San Diego, mientras que un incendio fue declarado en el Mauritius. ¿Qué desencadenó este fuego? Pudo ser accidental, causado por la lucha o tal vez organizado por el comandante holandés. Sigue resultando un misterio; pero bastó ver una columna de humo saliendo del barco para que los españoles abandonaran en desorden la cubierta enemiga, temiéndose que se tratara de otra de esas estrategias suicidas de los holandeses.
El problema estaba en que el San Diego donde se refugiaron se iba irremediablemente a pique. Camino de la cercana isla Fortuna, el barco español se hundió a cien metros del Mauritius, que había sido recuperado por los holandeses. Los desesperados náufragos españoles fueron masacrados por los hombres de Van Noort, con un balance de 250 hombres cruelmente asesinados. Solo se salvó un centenar en los botes, sujetos a cualquier resto que flotara o nadando, entre ellos el propio Morga.
Los españoles habían logrado romper el bloqueo, pero a costa de graves pérdidas humanas. Van Noort regresó a Holanda con su dotación agotada, su buque averiado por el incendio y con dos de los palos inútiles. El San Bartolomé tampoco pudo o quiso perseguirlo. Ellos sí habían hecho preso al Eendracht, cuya tripulación fue ejecutada al completo una vez en Manila.
Haciendo un balance general, la expedición de Noort había resultado un desastre total y su única victoria era, si acaso, salvar la vida cuando todo parecía perdido. El regreso a Amsterdam fue tan terrible como el viaje de ida, fondeando allí tras tres años, el 26 de agosto de 1601, cuando solo quedaban vivos ocho tripulantes. Con todo, se convirtieron en los primeros holandeses en completar la vuelta al mundo.
A la travesía de Van Noort le siguió un auténtico desembarco holandés en Japón y otros territorios del Pacífico. Y serían los holandeses los que envenenaran las buenas relaciones entre los japoneses y los católicos, lo que desembocaría en la persecución de miles de cristianos en Japón. No obstante, aún en 1606 está documentada la participación de samuráis mercenarios en la sofocación de la rebelión de los sangleyeses (chinos) de Manila. En este sentido, también los holandeses imitaron posteriormente la estrategia ibérica y echaron mano de estos mercenarios.
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