Doce mitos, errores y mentiras históricas sobre el Imperio español que se cometen con frecuencia
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Doce mitos, errores y mentiras históricas sobre el Imperio español que se cometen con frecuencia
El Siglo de Oro, origen de la Leyenda Negra contra España, tiene todas las cartas para ser el culmen de los errores, mitos y tópicos sobre la historia de este país
Raro es encontrar un periodo histórico en España que no sea objeto de discusión o de deformación interesada de los hechos. Raro es encontrar últimamente a dos españoles de acuerdo en algo... No obstante, el Siglo de Oro, origen de la Leyenda Negra contra España e incómodo obstáculo para explicar la grandeza de las reformas Borbónicas que estaban por venir, tiene todas las cartas para ser el culmen de los errores, mitos y tópicos sobre la historia de este país.
Esta visión sacada directamente de la Leyenda Negra incurre en varios errores. El primero es que la anécdota de la venta de joyas es falsa. Fue el propio Hernando Colón, hijo del navegante, quien en «La Historia del Almirante» lanzó la pintoresca historia en la que aparece la reina católica ofreciendo empeñar sus joyas para financiar el viaje colombino. Una imagen sin duda muy bella que recogió Fray Bartolomé de Las Casas en su «Historia General de las Indias». Si bien es cierto que Fernando e Isabel la Católica tenían su economía volcada en ese momento sobre la guerra de Granada, tres carabelas no eran un esfuerzo hercúleo.
La Reina no podía empeñar sus joyas porque hacía tiempo que las tenía comprometidas a los jurados de Valencia como garantía de un préstamo para financiar la guerra de Granada
Además, la Reina no podía empeñar sus joyas porque hacía tiempo que las tenía comprometidas a los jurados de Valencia como garantía de un préstamo para financiar la guerra de Granada. Buena parte de los fondos y recursos entregados a Colón procedieron de una sanción a la villa de Palos para que pusieran en manos del navegante dos naves. Colón financió la parte que le correspondía con un préstamo de su amigo y factor el florentino Juanoto Berardi.
Raro es encontrar un periodo histórico en España que no sea objeto de discusión o de deformación interesada de los hechos. Raro es encontrar últimamente a dos españoles de acuerdo en algo... No obstante, el Siglo de Oro, origen de la Leyenda Negra contra España e incómodo obstáculo para explicar la grandeza de las reformas Borbónicas que estaban por venir, tiene todas las cartas para ser el culmen de los errores, mitos y tópicos sobre la historia de este país.
1.º Isabel I no vendió sus joyas por Colón
Cuenta la leyenda que Isabel la Católica, Reina de un país pobre y austero, tuvo que vender hasta sus joyas para financiar la aventura de un misterioso genovés que, solo tras ser rechazado por Francia, Inglaterra y Portugal, recaló en un lugar tan tétrico como la España de los Reyes Católicos. Aquella venta de joyas permitió al italiano, un auténtico genio de la navegación (tan genio que, de haber sido cierto que se dirigía a Asia, hubiera conducido a la muerte a 90 hombres, 85 de ellos castellanos), descubrir un nuevo continente y regar de oro y esclavos Castilla.Esta visión sacada directamente de la Leyenda Negra incurre en varios errores. El primero es que la anécdota de la venta de joyas es falsa. Fue el propio Hernando Colón, hijo del navegante, quien en «La Historia del Almirante» lanzó la pintoresca historia en la que aparece la reina católica ofreciendo empeñar sus joyas para financiar el viaje colombino. Una imagen sin duda muy bella que recogió Fray Bartolomé de Las Casas en su «Historia General de las Indias». Si bien es cierto que Fernando e Isabel la Católica tenían su economía volcada en ese momento sobre la guerra de Granada, tres carabelas no eran un esfuerzo hercúleo.
La Reina no podía empeñar sus joyas porque hacía tiempo que las tenía comprometidas a los jurados de Valencia como garantía de un préstamo para financiar la guerra de Granada
Además, la Reina no podía empeñar sus joyas porque hacía tiempo que las tenía comprometidas a los jurados de Valencia como garantía de un préstamo para financiar la guerra de Granada. Buena parte de los fondos y recursos entregados a Colón procedieron de una sanción a la villa de Palos para que pusieran en manos del navegante dos naves. Colón financió la parte que le correspondía con un préstamo de su amigo y factor el florentino Juanoto Berardi.
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2.º La expulsión de los judíos no arruinó el país
La idea decimonónica de que la economía de España se desinfló a partir de la conversión forzosa de esta minoría religiosa, que había sido sucesivamente perseguida de otros países vecinos antes, parte de la premisa cuestionable de que el tiempo anterior a este acontecimiento fue de un gran esplendor para Castilla y de que los judíos habían contribuido a la grandeza de los reinos hispánicos de forma decisiva. En este sentido, Joseph Pérez desmonta en 'Historia de una tragedia: la expulsión de los judíos de España' (Barcelona, Crítica) esta premisa al considerar que «en vista de la documentación publicada sobre fiscalidad y actividades económicas no cabe la menor duda de que los judíos no constituían ya una fuente de riqueza relevante [en Castilla y en Aragón], ni como banqueros ni como arrendatarios de rentas ni como mercaderes que desarrollasen negocios a nivel internacional».
Su influencia estaba ya en caída libre cuando el primer imperio plenamente global se alzaba. El Imperio español no entraría en colapso hasta finales del siglo XVII (si bien aguantó en pie hasta el siglo XIX) por múltiples factores, entre ellos unos gastos militares inabordables y una fiscalidad disparatada en Castilla, pero no por la expulsión dos siglos antes de una población minoritaria. «Todo lo que sabemos ahora demuestra que la España del siglo XVI no era precisamente una nación económicamente atrasada [...]. », concluye Joseph Pérez en el citado libro.
En este sentido, la economía española no se derrumbó a raíz de la expulsión, sino que precisamente coincidió con los enormes beneficios que el Descubrimiento y colonización de América trajeron para Castilla. Empezando porque la auténtica cifra de los que llegaron a salir del país fue muy inferior a la proclamada por la leyenda negra y, de hecho, la expulsión afectó sobre todo a las clases más bajas, a los que menos tenían que perder si no se convertían al cristianismo.
En tiempos de los Reyes Católicos, siempre según datos aproximados, los judíos representaban el 5% de la población de sus reinos con cerca de 200.000 personas. De todos estos afectados por el edicto, 50.000 nunca llegaron a salir de la península pues se convirtieron al cristianismo y una tercera parte regresó a los pocos meses alegando haber sido bautizados en el extranjero. Algunos historiadores han llegado a afirmar que solo se marcharon definitivamente 20.000 habitantes, entre los cuales no estaban aquellos calificados como «talentos de las ciencias y el dinero», que en su mayoría aceptaron la conversión.
Su influencia estaba ya en caída libre cuando el primer imperio plenamente global se alzaba. El Imperio español no entraría en colapso hasta finales del siglo XVII (si bien aguantó en pie hasta el siglo XIX) por múltiples factores, entre ellos unos gastos militares inabordables y una fiscalidad disparatada en Castilla, pero no por la expulsión dos siglos antes de una población minoritaria. «Todo lo que sabemos ahora demuestra que la España del siglo XVI no era precisamente una nación económicamente atrasada [...]. », concluye Joseph Pérez en el citado libro.
Expulsión de los judíos de España (año 1492), según Emilio Sala.
En este sentido, la economía española no se derrumbó a raíz de la expulsión, sino que precisamente coincidió con los enormes beneficios que el Descubrimiento y colonización de América trajeron para Castilla. Empezando porque la auténtica cifra de los que llegaron a salir del país fue muy inferior a la proclamada por la leyenda negra y, de hecho, la expulsión afectó sobre todo a las clases más bajas, a los que menos tenían que perder si no se convertían al cristianismo.
En tiempos de los Reyes Católicos, siempre según datos aproximados, los judíos representaban el 5% de la población de sus reinos con cerca de 200.000 personas. De todos estos afectados por el edicto, 50.000 nunca llegaron a salir de la península pues se convirtieron al cristianismo y una tercera parte regresó a los pocos meses alegando haber sido bautizados en el extranjero. Algunos historiadores han llegado a afirmar que solo se marcharon definitivamente 20.000 habitantes, entre los cuales no estaban aquellos calificados como «talentos de las ciencias y el dinero», que en su mayoría aceptaron la conversión.
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3.º Carlos V no era alemán
La familia Habsburgo tiene su origen más remoto en el antiguo ducado de Suabia, una región germanófona de lo que hoy es Suiza. Desde allí extendieron su influencia a Austria, epicentro de su poder real, y lograron hacerse con la dignidad imperial, que era un cargo más nominal que efectivo. En este ascenso hacia el cetro europeo, a finales del siglo XV los Habsburgo enlazaron con otra poderosa familia, la Casa de Borgoña, a través del matrimonio del futuro Maximiliano I con María de Borgoña, hija del mítico monarca Carlos «El Temerario».
Carlos de Gante, nacido y educado en lo que hoy es Bélgica, era heredero de estas dos tradiciones. Como le ocurriría a Felipe II cuando viajó a los Países Bajos a principios de su reinado sin saber apenas francés, Carlos fue recibido con bastante recelo entre la nobleza española al ser proclamado Rey de Castilla y luego de Aragón a causa de su incapacidad para expresarse en su idioma más allá del saludo protocolario. Se repitió el problema en Alemania cuando disputó y obtuvo la elección como Emperador del Sacro Imperio Germánico. Carlos no había pisado nunca este territorio y entendía muy poco el alemán. Es más, fue un idioma que no pudo dominar del todo, como demuestra el hecho de que en sus intervenciones frente a dirigentes alemanes prefiriera hablar en francés.
Carlos de Gante, nacido y educado en lo que hoy es Bélgica, era heredero de estas dos tradiciones. Como le ocurriría a Felipe II cuando viajó a los Países Bajos a principios de su reinado sin saber apenas francés, Carlos fue recibido con bastante recelo entre la nobleza española al ser proclamado Rey de Castilla y luego de Aragón a causa de su incapacidad para expresarse en su idioma más allá del saludo protocolario. Se repitió el problema en Alemania cuando disputó y obtuvo la elección como Emperador del Sacro Imperio Germánico. Carlos no había pisado nunca este territorio y entendía muy poco el alemán. Es más, fue un idioma que no pudo dominar del todo, como demuestra el hecho de que en sus intervenciones frente a dirigentes alemanes prefiriera hablar en francés.
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4.º El Escorial no tardó mucho en construirse
La expresión «dura más que la obra del Escorial» se emplea habitualmente para definir una empresa interminable, que se alarga más de lo esperado. Injusta referencia a las obras que Felipe II ordenó y supervisó en cada uno de sus detalles para levantar «la octava maravilla del mundo», el Real Monasterio de El Escorial, residencia y tumba del Monarca. La realidad es que uno de los mayores edificios de su tiempo fue completado en solo 35 años para gran asombro de los viajeros europeos. El embajador veneciano lo definió como «superior a cualquier otro edificio hoy existente en el mundo», mientras que el embajador de Lucca lo definió como «la fábrica mayor y mejor dispuesta de Europa».
En total, el obrero mayor calculaba que el Rey había gastado seis millones y medio de ducados para finalizar por completo la edificación
Las obras como tal terminaron de forma oficial en septiembre de 1584 con la apertura de la basílica, tras solo 21 años, aunque se alargaron por diez años más en otras estancias. A la vista de todos, Felipe II lloró mientras asistía a la consagración de la basílica, después de la cual los obreros empezaron a desmantelar los andamios y las grúas de madera. Según fray Antonio de Villacastín, obrero mayor del templo, habían trabajado de ordinario «1.500 oficiales de la construcción, y otros tantos peones, 300 carros de bueyes y mulas» que cobraban 10.000 ducados al mes en los años claves de la obra. En total, el obrero mayor calculaba que el Rey había gastado seis millones y medio de ducados para finalizar por completo la edificación.
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5.º El negro como símbolo de elegancia
Debido al afán por atribuir a los Reyes españoles un aire siniestro y fanático se suele poner énfasis en su vestuario oscuro y en la sobriedad de su corte. Lo primero que habría que matizar en este sentido es que no es cierto que reyes como Felipe II vistieran siempre de negro, de hecho hay varias representaciones suyas con colores tan vivos como el blanco o el azul. Lo segundo que se puede decir es que el negro era, por razones económicas, un color vinculado a la elegancia, y no al fanatismo. En un tiempo donde no existían los tintes sintéticos, los dos colores más difíciles, y con ello más caros, de obtener eran el rojo y el negro.
El Rey Felipe II de España.
El acceso en América a tintes naturales como el palo de Campeche, un árbol propio del Yucatán, o la cochinilla, un parásito que machacado da lugar a un rojo puro, colocaron a los notables españoles en una posición privilegiada a la hora de vestirse de lujo. La dinastía de los Habsburgo adoptó así en la corte el estilo de gran sobriedad, caracterizado por el uso de estos colores y de prendas ceñidas, sin arrugas ni pliegues y aspecto rígido, sobre todo en las mujeres que usaban verdugado o guardainfantes (una falda hueca compuesta por un armazón de alambres o madera). Este estilo era sumamente incómodo para las mujeres, que necesitaban horas para vestirse. No obstante, la apariencia rigorista, de tonos oscuros, incorporaba algunos detalles de color como cadenas de oro o la cruz de alguna orden. Y en el caso de las mujeres, estaban permitidas algunas concesiones más en forma de complementos.
Rápidamente esta moda se extendió por Europa, bajo el nombre de «vestir a la española», sobre todo en Holanda, Francia, Flandes e Inglaterra. Felipe II mantuvo la estética planteada por su padre, pero le añadió la tradicional gola con la que el Monarca aparece en todos sus retratos. La gola era un adorno fruncido o plegado utilizado por hombres y mujeres alrededor del cuello que ya se empleaba en el centro de Europa desde la Edad Media. Y, por influencia directa del Imperio español, otras prendas fueron popularizadas como capas, corsés y guardainfantes.
El Rey Felipe II de España.
El acceso en América a tintes naturales como el palo de Campeche, un árbol propio del Yucatán, o la cochinilla, un parásito que machacado da lugar a un rojo puro, colocaron a los notables españoles en una posición privilegiada a la hora de vestirse de lujo. La dinastía de los Habsburgo adoptó así en la corte el estilo de gran sobriedad, caracterizado por el uso de estos colores y de prendas ceñidas, sin arrugas ni pliegues y aspecto rígido, sobre todo en las mujeres que usaban verdugado o guardainfantes (una falda hueca compuesta por un armazón de alambres o madera). Este estilo era sumamente incómodo para las mujeres, que necesitaban horas para vestirse. No obstante, la apariencia rigorista, de tonos oscuros, incorporaba algunos detalles de color como cadenas de oro o la cruz de alguna orden. Y en el caso de las mujeres, estaban permitidas algunas concesiones más en forma de complementos.
Rápidamente esta moda se extendió por Europa, bajo el nombre de «vestir a la española», sobre todo en Holanda, Francia, Flandes e Inglaterra. Felipe II mantuvo la estética planteada por su padre, pero le añadió la tradicional gola con la que el Monarca aparece en todos sus retratos. La gola era un adorno fruncido o plegado utilizado por hombres y mujeres alrededor del cuello que ya se empleaba en el centro de Europa desde la Edad Media. Y, por influencia directa del Imperio español, otras prendas fueron popularizadas como capas, corsés y guardainfantes.
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6.º Sí hubo esclavos en América
La Corona española trató desde la época de Isabel La Católica, que insistió repetidas veces en que los indios fueran tratados «muy bien y con cariño», en evitar cualquier método de esclavitud de los habitantes de América. Sus esfuerzos estuvieron limitados por la imposibilidad de imponer su poder a tantísimos kilómetros de distancia y por cuestiones prácticas. Con todo, la Corona logró sacar adelante una serie de leyes para proteger a los indios que resultan inéditas en cualquier otro proceso similar en esos siglos, pero aquello ni logró acabar con ciertas discriminaciones (en Nueva España, por ejemplo, los indios tenían prohibido montar a caballo o usar armas de fuego) ni significó que la esclavitud desapareciera por completo de América. Las encomiendas no dejaban de ser una esclavitud encubierto, por no hablar de los esclavos africanos, tan necesarios como mano de obra en el Nuevo Mundo.
Desde mediados del siglo XV, Portugal empezó a capturar a grupos de esclavos en la costa africana y a venderlos, entre otros países europeos, a los reinos españoles. La Corona lusa se hizo en 1455 con los derechos de este comercio por bula papal y, con ello, se garantizó un negocio millonario en América. Los primeros africanos llegarían en 1502 y, ocho años después, la Corona autorizó el envío de 250 esclavos a La Española. Solo un siglo después se calcula que 100.000 se habrían enviado al continente americano, aunque, según el historiador británico Eric Hobsbawm, la cifra podría alcanzar el millón en el siglo XVI, tres millones en el XVII y durante el siglo XVIII los 7 millones si se computan tanto los del norte como los del sur. Sus labores iban desde las tareas domésticas a ser auxiliares de los conquistadores en combate.
Frente a la imagen uniforme de los conquistadores blancos y barbudos abriéndose paso por el continente, la realidad fue mucho más diversa. Aparte de los indios que estaban aliados con los españoles, los conquistadores incluían en sus filas tanto esclavos como hombres libres de raza negra. En esas fechas se distinguía en las crónicas entre esclavos «ladinos», o «de Castilla», es decir, los que llevaban viviendo antes de ir América al menos un año en la Península, y los esclavos «bozales», o «de Guinea» o «de Cabo Verde», aquellos recién sacados de sus propios países y que eran «infieles».
No en vano, la ley y las costumbres españolas garantizaban a los esclavos ciertos derechos y protecciones que no se hallan en otros sistemas de esclavitud. Tenían el derecho a la seguridad personal y mecanismos legales por los cuales podían escapar de los abusos de sus amos. Se les permitía poseer y transferir propiedades y emprender procesos legales, lo que derivaría en el «derecho a la autocompra». Esta legislación más laxa que otras potencias hizo que algunas ciudades fronterizas con las colonias británicas se terminaran convirtiendo en refugio de esclavos. Bastante conocido es el caso de La Florida, cuyo primer asentamiento estable lo fundó en 1565 Menéndez de Avilés.
Desde mediados del siglo XV, Portugal empezó a capturar a grupos de esclavos en la costa africana y a venderlos, entre otros países europeos, a los reinos españoles. La Corona lusa se hizo en 1455 con los derechos de este comercio por bula papal y, con ello, se garantizó un negocio millonario en América. Los primeros africanos llegarían en 1502 y, ocho años después, la Corona autorizó el envío de 250 esclavos a La Española. Solo un siglo después se calcula que 100.000 se habrían enviado al continente americano, aunque, según el historiador británico Eric Hobsbawm, la cifra podría alcanzar el millón en el siglo XVI, tres millones en el XVII y durante el siglo XVIII los 7 millones si se computan tanto los del norte como los del sur. Sus labores iban desde las tareas domésticas a ser auxiliares de los conquistadores en combate.
Pintura sobre el tema «mulato» (De negra y español sale mulato)
Frente a la imagen uniforme de los conquistadores blancos y barbudos abriéndose paso por el continente, la realidad fue mucho más diversa. Aparte de los indios que estaban aliados con los españoles, los conquistadores incluían en sus filas tanto esclavos como hombres libres de raza negra. En esas fechas se distinguía en las crónicas entre esclavos «ladinos», o «de Castilla», es decir, los que llevaban viviendo antes de ir América al menos un año en la Península, y los esclavos «bozales», o «de Guinea» o «de Cabo Verde», aquellos recién sacados de sus propios países y que eran «infieles».
No en vano, la ley y las costumbres españolas garantizaban a los esclavos ciertos derechos y protecciones que no se hallan en otros sistemas de esclavitud. Tenían el derecho a la seguridad personal y mecanismos legales por los cuales podían escapar de los abusos de sus amos. Se les permitía poseer y transferir propiedades y emprender procesos legales, lo que derivaría en el «derecho a la autocompra». Esta legislación más laxa que otras potencias hizo que algunas ciudades fronterizas con las colonias británicas se terminaran convirtiendo en refugio de esclavos. Bastante conocido es el caso de La Florida, cuyo primer asentamiento estable lo fundó en 1565 Menéndez de Avilés.
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7.º La Gran Armada no fue una derrota militar
La denominada Armada Invencible por la propaganda británica hace las veces de mito fundacional de la nación anglicana, de ahí la gran cantidad de mentiras y medias verdades con las que se ha ido adornando a este tropiezo de Felipe II que no fue una derrota militar como tal, sino más bien un fracaso operativo que se saldó con la pérdida de una pequeña parte de la flota durante el regreso a casa. Lejos del mito generalizado, la misión de la flota del Rey no era invadir Inglaterra, sino contactar con las tropas de Flandes, al mando de Alejandro Farnesio, para trasladarlas al otro lado del Canal, lo cual no se consiguió. Una vez la flota se alejó de Flandes quedó condenada a bordeando Irlanda sin la cartografía ni los medios adecuados. El mal tiempo provocó que los pequeños daños causados por los británicos se transformaran en hundimientos.
Agustín Ramón Rodríguez González y otros investigadores modernos reducen la cifra a las 35 unidades perdidas, muchas de ellas, «de pequeño tonelaje»
La mayoría de los hundimientos y naufragios fueron provocados por los elementos adversos, y no por los ingleses (responsables de solo cuatro pérdidas), como bien advierte la frase que Baltasar Porreño colocó en boca de Felipe II 40 años después de la derrota: «Yo no mandé a mis barcos a luchar contra los elementos». En cualquier caso, se perdió únicamente un tercio de los 130 barcos (19 galeones, 45 mercantes, 25 urcas, 4 galeazas y unas 33 unidades ligeras) que partieron de España.
La cifra exacta de barcos malogrados es complicada de sacar, porque el regreso se realizó de forma desordenada y a distintos puertos. La estimación de 60 unidades propuesta por Fernández Duro para enmendar las exageraciones británicas adoleció de importantes errores, empezando porque dio por pérdidas definitivas los barcos que se separaron de la escuadra principal. Agustín Ramón Rodríguez González y otros investigadores modernos reducen la cifra a las 35 unidades, muchas de ellas de pequeño tonelaje.
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8.º La piratería no entorpeció el comercio
La idea de que el comercio entre América y España fue una y otra vez interrumpido por piratas resulta un mito sin respaldo documental. Entre 1540 y 1650 –periodo de mayor flujo en el transporte de oro y plata–, de los 11.000 buques españoles que hicieron el recorrido América-España se perdieron 519 barcos, la mayoría por tormentas y otros motivos de índole natural. Solo 107 lo hicieron por ataques piratas, es decir, menos del 1%, según los cálculos expuestos por Fernando Martínez Laínez en su libro Tercios de España: 'Una infantería legendaria'.
Un 1% de fallos en un sistema de transportes casi inexpugnable, la Flota de Indias, que fue uno de los grandes hitos logísticos de su época, luego copiado en las dos guerras mundiales por los británicos, ha dado lugar a tropecientas películas y novelas sobre la piratería y las supuestas gestas de quienes se dedicaron a «chamuscar las barbas al Rey de España».
El historiador Germán Vázquez Chamorro, autor del libro 'Mujeres Piratas' (Algaba Ediciones), resta importancia a la influencia que pudo tener la piratería en el proceso de decadencia del Imperio español. En su opinión, los más famosos piratas encumbrados a la fama, sobre todo por la literatura y la propaganda inglesa, realmente atacaban barcos pesqueros o chalupas de escaso o nulo valor para la Corona española. De hecho, los enemigos de España prescindieron de aliarse con los piratas cuando descubrieron otros métodos para ganarle terreno a este imperio. Así, en los siglos XVII y XVIII, todas las naciones se conjuraron para perseguir y castigar sin piedad a los piratas.
Un 1% de fallos en un sistema de transportes casi inexpugnable, la Flota de Indias, que fue uno de los grandes hitos logísticos de su época, luego copiado en las dos guerras mundiales por los británicos, ha dado lugar a tropecientas películas y novelas sobre la piratería y las supuestas gestas de quienes se dedicaron a «chamuscar las barbas al Rey de España».
El historiador Germán Vázquez Chamorro, autor del libro 'Mujeres Piratas' (Algaba Ediciones), resta importancia a la influencia que pudo tener la piratería en el proceso de decadencia del Imperio español. En su opinión, los más famosos piratas encumbrados a la fama, sobre todo por la literatura y la propaganda inglesa, realmente atacaban barcos pesqueros o chalupas de escaso o nulo valor para la Corona española. De hecho, los enemigos de España prescindieron de aliarse con los piratas cuando descubrieron otros métodos para ganarle terreno a este imperio. Así, en los siglos XVII y XVIII, todas las naciones se conjuraron para perseguir y castigar sin piedad a los piratas.
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9.º Los españoles no se llevaron todo el oro
El argumento estrella de los que acusan a España de la pobreza de sus antiguas tierras es que los europeos se llevaron todo el oro y dejaron atrás una tierra pobre. La extracción de metales preciosos fue un objetivo prioritario durante la conquista de América: entre 1503 y 1660, se estima que a Sanlúcar de Barrameda llegaron unos 185.000 kilos de oro y diecisiete millones de kilos de plata, procedentes del Nuevo Mundo. La cifra puede parecer muy alta, pero solo supone una pequeña parte de las reservas americanas aún existentes. Según la web CEIC, dedicada a datos macroeconómicos, México extrajo el año pasado una cantidad de 110.000 kilogramos de oro, y Perú, 130.000. Lo mismo se puede decir de la plata: lo que España extrajo en 150 años es lo que, según los registros de CEIC, ha producido solo en los últimos cinco años Perú.
Las remesas de metales ayudaron a los Austrias a financiar sus guerras y sus palacios, pero supusieron un impacto negativo en la economía castellana y lastraron el desarrollo industrial. «El no haber dinero, oro ni plata en España es por haberlo y el no ser rica es por serlo», planteaba con acierto Martín González de Cellorigo ya en esos años. Con el paso del tiempo, la mayor parte del oro y la plata ni siquiera llegaba a pisar suelo español, siendo los banqueros del norte de Europa y de Génova sus principales beneficiados.
La captura de Moctezuma por Hernán Cortés.
Las remesas de metales ayudaron a los Austrias a financiar sus guerras y sus palacios, pero supusieron un impacto negativo en la economía castellana y lastraron el desarrollo industrial. «El no haber dinero, oro ni plata en España es por haberlo y el no ser rica es por serlo», planteaba con acierto Martín González de Cellorigo ya en esos años. Con el paso del tiempo, la mayor parte del oro y la plata ni siquiera llegaba a pisar suelo español, siendo los banqueros del norte de Europa y de Génova sus principales beneficiados.
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10.º Los Tercios eran una fuerza multinacional
Un persiste mito decimonónico presenta a los Tercios españoles, unidad de élite del siglo XVI de los Austrias, como guerreros patrióticos que luchaban por la nación española y su religión. La principal motivación de estos profesionales, que rara vez lucharon en suelo ibérico (las guerras de Portugal, Cataluña, defensa de la frontera con Francia, Rebelión de las Alpujarras y poco más...), era el dinero por encima de la defensa de un territorio u otro. El mero estudio de las nacionalidades de esta infantería plantea que los españoles componían la élite, sí, pero minoritaria, dentro de una fuerza multinacional.
Diferentes estudios han puesto de relieve que los españoles representaron solo el 16,7 por ciento de media de los soldados que lucharon bajo el reinado de Carlos V. En lo referido a los ejércitos que tomaron parte en la guerra de Flandes desplazados desde Italia, ya en el reinado de Felipe II, un 14,4 por ciento eran españoles. Los problemas demográficos de Castilla, no obstante, disminuyeron aún más el porcentaje de españoles avanzado el siglo XVII. En la batalla de Nördlingen, Felipe IV financió un ejército de 12.000 hombres que fue recibido con vítores de «¡Viva España!» por las fuerzas alemanas de Fernando de Hungría, aunque, en realidad, solo 3.200 eran españoles (cerca del 7 por ciento del total de las fuerzas imperiales).
Además de los procedentes de la Península Ibérica, con una aplastante proporción de castellanos, las principales regiones que integraban los ejércitos de los Habsburgo españoles eran valones (los soldados católicos de los Países Bajos), alemanes e italianos. El cronista Zubiaurre describió a los valones como «buenos soldados y los más baratos». De los alemanes se elogiaba que eran pacientes y dispuestos en tareas de fortificación, pero se criticaba su carácter mercenario y su falta de espíritu en los asaltos.
Diferentes estudios han puesto de relieve que los españoles representaron solo el 16,7 por ciento de media de los soldados que lucharon bajo el reinado de Carlos V. En lo referido a los ejércitos que tomaron parte en la guerra de Flandes desplazados desde Italia, ya en el reinado de Felipe II, un 14,4 por ciento eran españoles. Los problemas demográficos de Castilla, no obstante, disminuyeron aún más el porcentaje de españoles avanzado el siglo XVII. En la batalla de Nördlingen, Felipe IV financió un ejército de 12.000 hombres que fue recibido con vítores de «¡Viva España!» por las fuerzas alemanas de Fernando de Hungría, aunque, en realidad, solo 3.200 eran españoles (cerca del 7 por ciento del total de las fuerzas imperiales).
Además de los procedentes de la Península Ibérica, con una aplastante proporción de castellanos, las principales regiones que integraban los ejércitos de los Habsburgo españoles eran valones (los soldados católicos de los Países Bajos), alemanes e italianos. El cronista Zubiaurre describió a los valones como «buenos soldados y los más baratos». De los alemanes se elogiaba que eran pacientes y dispuestos en tareas de fortificación, pero se criticaba su carácter mercenario y su falta de espíritu en los asaltos.
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11.º Felipe IV no era un Rey pasmado
Ni pasmado, ni Austria menor, ni rey libertino… el historiador Alfredo Alvar Ezquerra demostró hace pocos años en su biografía de 'Felipe IV: El Grande' (La Esfera de los Libros) que la imagen negativa del monarca español se construyó en la Ilustración y se valió de estereotipos que no se ajustan a la realidad. A pesar de imaginarle como alguien frívolo, solo preocupado por divertirse, no hay que olvidar que el Rey gobernó de forma directa durante 22 años sobre el mayor imperio conocido.
De joven fue un buen estudiante, culto, amante de la Historia, la Teología, el Derecho, la Música y los idiomas
Más allá de su papel político, marcado por el terremoto que supuso la Guerra de los 30 años, Felipe IV mantuvo un asombroso perfil cultural que le eleva como el Rey más cultivado de la historia española. De joven fue un buen estudiante, culto, amante de la Historia, la Teología, el Derecho, la Música y los idiomas. Le atrajeron el arte, el teatro y la poesía, hasta el punto de que pintaba y escribía con soltura. El Rey tradujo personalmente obras italianas, redactó estudios de educación de príncipes, compuso obrillas de teatro, leyó con desesperación y amó con pasión la pintura. Con los años, se convirtió en uno de los mayores coleccionistas de pintura de su época, con importantes colecciones de Tiziano, Rubens, José de Ribera y de Velázquez, entre otros.
De joven fue un buen estudiante, culto, amante de la Historia, la Teología, el Derecho, la Música y los idiomas
Más allá de su papel político, marcado por el terremoto que supuso la Guerra de los 30 años, Felipe IV mantuvo un asombroso perfil cultural que le eleva como el Rey más cultivado de la historia española. De joven fue un buen estudiante, culto, amante de la Historia, la Teología, el Derecho, la Música y los idiomas. Le atrajeron el arte, el teatro y la poesía, hasta el punto de que pintaba y escribía con soltura. El Rey tradujo personalmente obras italianas, redactó estudios de educación de príncipes, compuso obrillas de teatro, leyó con desesperación y amó con pasión la pintura. Con los años, se convirtió en uno de los mayores coleccionistas de pintura de su época, con importantes colecciones de Tiziano, Rubens, José de Ribera y de Velázquez, entre otros.
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12.º El reformista Carlos II
El reinado de Carlos II estuvo marcado por los problemas de salud del Monarca, cuyo coeficiente de consanguinidad alcanzó el 0,25 por ciento, el equivalente al fruto de una relación entre un padre y una hija, o entre un hermano y una hermana. Sus problemas físicos y mentales eran consecuencia de la política matrimonial que los Habsburgo habían realizado durante más de un siglo e hicieron que encadenara más validos que cualquiera de sus antecesores. No en vano, cuanto más se estudia al detalle el reinado más claramente se ve que el Rey, cuya figura fue deformada, más si cabe, por la propaganda francesa, puso los cimientos para la recuperación de sus reinos en medio de una tormenta perfecta a nivel internacional.
Mientras el Imperio español debió enfrentarse a más enemigos que nunca, el tumulto de validos dio lugar a un reinado que, por momentos, afrontó desde una perspectiva largo placista los problemas internos que atenazaban a la península desde tiempos de los llamados Austrias mayores. Especialmente el Duque de Medinacelli y el Conde de Oropesa pusieron en marcha unas reformas estructurales que, si bien no fueron visibles hasta años después, contribuyeron a que la economía y la demografía española levantaran al fin la cabeza.
La agricultura castellana mostró signos positivos durante estos años, viviéndose un proceso de ruralización que cortó la sangría demográfica iniciada en tiempos de Felipe II. Una sangría de la que estuvo exenta la población eclesiástica. España era cada vez más un país de monjas, curas y fanáticos: si en 1620 había aproximadamente 100.000 eclesiásticos; en 1660, el número sobrepasaba los 180.000.
Mientras el Imperio español debió enfrentarse a más enemigos que nunca, el tumulto de validos dio lugar a un reinado que, por momentos, afrontó desde una perspectiva largo placista los problemas internos que atenazaban a la península desde tiempos de los llamados Austrias mayores. Especialmente el Duque de Medinacelli y el Conde de Oropesa pusieron en marcha unas reformas estructurales que, si bien no fueron visibles hasta años después, contribuyeron a que la economía y la demografía española levantaran al fin la cabeza.
La agricultura castellana mostró signos positivos durante estos años, viviéndose un proceso de ruralización que cortó la sangría demográfica iniciada en tiempos de Felipe II. Una sangría de la que estuvo exenta la población eclesiástica. España era cada vez más un país de monjas, curas y fanáticos: si en 1620 había aproximadamente 100.000 eclesiásticos; en 1660, el número sobrepasaba los 180.000.
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Esta fue la máxima extensión del Imperio español durante su edad de oro
El apogeo territorial del Imperio español tuvo lugar a finales del siglo XVIII
Cuando un historiador se refiere al Imperio español, está hablando del conjunto de territorios gobernados por las dinastías reinantes en España entre los siglos XVI y XX. Un periodo histórico en el que España se extendía por lo ancho y largo de todo el mundo, con colonias y otros territorios repartidos por la Tierra. Sin embargo, hubo un periodo muy concreto que se puede conocer como el apogeo territorial del Imperio español, ese instante en el que el Reino de las Españas cubría más superficie que nunca.
Para encontrar el apogeo del Imperio español tenemos que remontarnos a finales del siglo XVIII, momento en el que el reino ocupaba más de 20 millones de kilómetros cuadrados y albergaba a más de 60 millones de habitantes (más de los actuales) repartidos por diferentes territorios y colonias de América, Asia, África y el Pacífico. Además, el Imperio también estaba muy presente en el Viejo Continente.
Justo después, a principios del siglo XIX, empezaría lo que se conoce como el declive del Imperio español, comenzando por la batalla de Trafalgar en la que sufrimos una derrota a manos de la Armada británica.
Pese a que el apogeo durase poco tiempo, son aún muchos los territorios que han mantenido tradiciones sociales, culturales, religiosas y lingüísticas heredadas de España y de aquella época en la que formaron parte del Imperio.
Fuente.
Cuando un historiador se refiere al Imperio español, está hablando del conjunto de territorios gobernados por las dinastías reinantes en España entre los siglos XVI y XX. Un periodo histórico en el que España se extendía por lo ancho y largo de todo el mundo, con colonias y otros territorios repartidos por la Tierra. Sin embargo, hubo un periodo muy concreto que se puede conocer como el apogeo territorial del Imperio español, ese instante en el que el Reino de las Españas cubría más superficie que nunca.
Para encontrar el apogeo del Imperio español tenemos que remontarnos a finales del siglo XVIII, momento en el que el reino ocupaba más de 20 millones de kilómetros cuadrados y albergaba a más de 60 millones de habitantes (más de los actuales) repartidos por diferentes territorios y colonias de América, Asia, África y el Pacífico. Además, el Imperio también estaba muy presente en el Viejo Continente.
Justo después, a principios del siglo XIX, empezaría lo que se conoce como el declive del Imperio español, comenzando por la batalla de Trafalgar en la que sufrimos una derrota a manos de la Armada británica.
Pese a que el apogeo durase poco tiempo, son aún muchos los territorios que han mantenido tradiciones sociales, culturales, religiosas y lingüísticas heredadas de España y de aquella época en la que formaron parte del Imperio.
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