El suicidio de Europa
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El suicidio de Europa
Da igual que uno sea alto funcionario, sea feminista de izquierda, presidente de gobierno, reformista u oposición, a todos Trump parece haberles nublado su indudable capacidad de raciocinio. Y ese es el verdadero problema existencial de Europa
La semana pasada, el presidente de la Comisión de la Unión Europea, Donald Tusk, escribía una carta a los aún 28 estados miembros, alertando de que el nuevo presidente americano, Donald J. Trump representaba “una amenaza existencial” para Europa. Al mismo tiempo, la diputada sueca Barbro Sörman, se atrevía a escribir “que los refugiados violen a las mujeres es mejor a que lo hagan los suecos”. Poco después, nuestro reacio-a-hacer-declaraciones presidente, Mariano Rajoy se sinceraba y confesaba a la prensa que él no está “a favor de las fronteras”.
Da igual que uno sea alto funcionario, sea feminista de izquierda, presidente de gobierno, reformista u oposición, a todos Trump parece haberles nublado su indudable capacidad de raciocinio. Y ese es el verdadero problema existencial de Europa, la ceguera de sus dirigentes, de su elite política y también económica. Un universo peculiar, despegado del mundo real, protegido por sus alianzas y absolutamente sordo al creciente clamor popular en contra de sus bien defendidos privilegios, su corrupción y sus oscuros tejemanejes. No han aprendido nada del Reino Unido del Brexit, del ascenso a la Casa Blanca de Donald Trump y de lo que se está cociendo en Holanda y Francia. Todo lo descalifican con la palabra mágica de moda: “populismo”. Todo lo que no pertenece a su mundillo, a los arcaicos partidos tradicionales, a las instituciones comunitarias, todo es populismo. Pero no se dan cuenta que lo que ellos arrojan como un insulto, es un orgullo para muchos. Por razones bien básicas.
Para Tusk, la diputada sueca, Mariano Rajoy y restos de integrantes del establishment político, populismo es hacer un elogio de las fronteras, por ejemplo; o rechazar la emigración, sobre todo si es musulmana; o defender la meritocracia y no un capitalismo de amiguetes, sobres e intercambio de favores; o querer que los gobiernos se comporten de una manera ética y moral, sin discriminaciones arbitrarias, tratando a todos por igual y defendiendo los intereses de las clases medias; o no olvidar las raíces judeo-cristianas que han hecho, a través de la Historia, que seamos lo que somos.
No vivimos en tiempos normales. Y no me refiero a la larga crisis del 2008 que aún sufrimos por la estulticia y cobardía de nuestros gobernantes. Nos encontramos al borde de un abismo civilizacional. Y ese abismo no es obra de Donald Trump. Se ha estado formando durante largos años donde los conservadores han asumido los presupuestos de la socialdemocracia y el socialismo, el infantilismo de mayo del 68. El problema no es que la UE sea un Frankenstein tecnocrático, sin alma ni valores. El problema es quienes han dejado que sea así.
Y la respuesta es bien clara. Los responsables de la traición a Europa son todos aquellos que prefieren ser violados por un refugiado, todos aquellos que no creen en las fronteras y todos aquellos que se niegan a ver que otra Europa no sólo es deseable sino que empieza a ser posible.
Europa y la UE son dos cosas bien distintas. Europa es el producto de una larga, rica y compleja Historia; es el producto y a la vez expresión de una civilización que hunde sus raíces en las creencias y valores judeo-cristianos; es un sistema político basado en la soberanía de los Estados y en la progresiva limitación de los poderes de los gobernantes; es una sociedad donde los individuos son iguales y deben enfrentarse a las consecuencias de sus actos y asumir sus responsabilidades; es la cuna de la democracia parlamentaria y de los derechos de la persona. Es el triunfo del bien sobre las ideologías de la muerte y la pobreza, como fueron el nazismo y el comunismo.
La UE nació como rechazo del nacionalismo a quien se acusaba de los horrores de la guerra. Por eso se creó y se expandió como un proyecto burocrático con el objetivo de trascender a sus miembros originarios, los Estado Nación. El mercado único, la zona de libre comercio, no eran suficientes. Para culminar el sueño de sus fundadores, la UE tenía que crear una identidad y una cultura que borrara las identidades nacionales. Afortunadamente, ni la bandera azul estelada, ni la apropiación indebida del Himno de la a Alegría de Beethoven, ni el erasmus, han conseguido generar esa supuesta “cultura europea”. Todo alrededor de la UE sigue siendo artificial. Desgraciadamente, la UE y sus dirigentes sí han logrado acabar con el orgullo patrio y el amor al país donde se nace. Chauvinista, se grita a quien antepone su nación a Bruselas.
El multiculturalismo rampante ha acabado por hundir las señas de identidad propias. Cualquier expresión cultural, por minoritaria o extravagante que sea, vale tanto como la española, inglesa o gala. Es más, las minorías no es que sean respetadas, sino que tienen que gozar de privilegios y de una protección que ya quisieran para sí las especies en extinción. Pero a quien se opone a los flujos migratorios actuales se le tacha de xenófobo, racista e ignorante, puesto que se supone que Europa se ha hecho sobre migraciones. Por no hablar de los Estados Unidos. Pero, en realidad, los ignorantes son estos dirigentes y su corte intelectual de descastados nacionales y socialistoides secularizados. Porque la verdad es que las migraciones de hoy nada tienen que ver con las de antaño. Porque antes, existía la Nación, que no era sino un proyecto de unidad y unificación, del que los emigrantes querían formar parte. Hoy, lo sabemos bien, eso no es así. Más bien todo lo contrario: las minorías musulmanas demandan la aplicación de su ley allí donde habitan con ciertos números. Aspiran a que los demás aceptemos como normal sus costumbres e, incluso, que nos avengamos a comportarnos como ellos creen que debemos hacerlo.
Hay que decirlo alto y fuerte, hoy por hoy, el Islam es una barrera objetiva para la integración en la sociedad europea. Sea una religión de paz o no. Simplemente sus valores básicos son incompatibles con la cultura democrática. Porque la democracia no es el producto de un dictado legal o de un acuerdo sobre una constitución y mucho menos, el hábito de votar. Lo formal es tan importante como lo cultural. De hecho, las democracias más avanzadas son aquellas donde la sociedad ha desarrollado instintos tolerantes e igualitarios, donde los gobiernos si están sujetos al control de las instituciones, y donde los dirigentes, sean políticos o económicos, se comportan con respeto, responsabilidad social y éticamente.
La UE nos está llevando inexorablemente no a una Europa federal, fuerte y próspera. Nos está conduciendo progresivamente a una Europa islamizada. Y no es secreto por qué y cómo. Es la obra de quienes no creen en nuestras fronteras; quienes ven en América una amenaza existencial; y quienes prefieren ser violadas por refugiados a por sus nacionales.
La suerte es que aún estamos a tiempo de corregir este rumbo suicida. Acabar con el espacio Schengen es viable; modificar las normas para acceder a la nacionalidad y hacer de ésta un privilegio hereditario también; cerrar las fronteras al Islam se puede hacer. Es el momento de defenderse siendo ofensivos.
Rafael Bardají
La semana pasada, el presidente de la Comisión de la Unión Europea, Donald Tusk, escribía una carta a los aún 28 estados miembros, alertando de que el nuevo presidente americano, Donald J. Trump representaba “una amenaza existencial” para Europa. Al mismo tiempo, la diputada sueca Barbro Sörman, se atrevía a escribir “que los refugiados violen a las mujeres es mejor a que lo hagan los suecos”. Poco después, nuestro reacio-a-hacer-declaraciones presidente, Mariano Rajoy se sinceraba y confesaba a la prensa que él no está “a favor de las fronteras”.
Da igual que uno sea alto funcionario, sea feminista de izquierda, presidente de gobierno, reformista u oposición, a todos Trump parece haberles nublado su indudable capacidad de raciocinio. Y ese es el verdadero problema existencial de Europa, la ceguera de sus dirigentes, de su elite política y también económica. Un universo peculiar, despegado del mundo real, protegido por sus alianzas y absolutamente sordo al creciente clamor popular en contra de sus bien defendidos privilegios, su corrupción y sus oscuros tejemanejes. No han aprendido nada del Reino Unido del Brexit, del ascenso a la Casa Blanca de Donald Trump y de lo que se está cociendo en Holanda y Francia. Todo lo descalifican con la palabra mágica de moda: “populismo”. Todo lo que no pertenece a su mundillo, a los arcaicos partidos tradicionales, a las instituciones comunitarias, todo es populismo. Pero no se dan cuenta que lo que ellos arrojan como un insulto, es un orgullo para muchos. Por razones bien básicas.
Para Tusk, la diputada sueca, Mariano Rajoy y restos de integrantes del establishment político, populismo es hacer un elogio de las fronteras, por ejemplo; o rechazar la emigración, sobre todo si es musulmana; o defender la meritocracia y no un capitalismo de amiguetes, sobres e intercambio de favores; o querer que los gobiernos se comporten de una manera ética y moral, sin discriminaciones arbitrarias, tratando a todos por igual y defendiendo los intereses de las clases medias; o no olvidar las raíces judeo-cristianas que han hecho, a través de la Historia, que seamos lo que somos.
No vivimos en tiempos normales. Y no me refiero a la larga crisis del 2008 que aún sufrimos por la estulticia y cobardía de nuestros gobernantes. Nos encontramos al borde de un abismo civilizacional. Y ese abismo no es obra de Donald Trump. Se ha estado formando durante largos años donde los conservadores han asumido los presupuestos de la socialdemocracia y el socialismo, el infantilismo de mayo del 68. El problema no es que la UE sea un Frankenstein tecnocrático, sin alma ni valores. El problema es quienes han dejado que sea así.
Y la respuesta es bien clara. Los responsables de la traición a Europa son todos aquellos que prefieren ser violados por un refugiado, todos aquellos que no creen en las fronteras y todos aquellos que se niegan a ver que otra Europa no sólo es deseable sino que empieza a ser posible.
Europa y la UE son dos cosas bien distintas. Europa es el producto de una larga, rica y compleja Historia; es el producto y a la vez expresión de una civilización que hunde sus raíces en las creencias y valores judeo-cristianos; es un sistema político basado en la soberanía de los Estados y en la progresiva limitación de los poderes de los gobernantes; es una sociedad donde los individuos son iguales y deben enfrentarse a las consecuencias de sus actos y asumir sus responsabilidades; es la cuna de la democracia parlamentaria y de los derechos de la persona. Es el triunfo del bien sobre las ideologías de la muerte y la pobreza, como fueron el nazismo y el comunismo.
La UE nació como rechazo del nacionalismo a quien se acusaba de los horrores de la guerra. Por eso se creó y se expandió como un proyecto burocrático con el objetivo de trascender a sus miembros originarios, los Estado Nación. El mercado único, la zona de libre comercio, no eran suficientes. Para culminar el sueño de sus fundadores, la UE tenía que crear una identidad y una cultura que borrara las identidades nacionales. Afortunadamente, ni la bandera azul estelada, ni la apropiación indebida del Himno de la a Alegría de Beethoven, ni el erasmus, han conseguido generar esa supuesta “cultura europea”. Todo alrededor de la UE sigue siendo artificial. Desgraciadamente, la UE y sus dirigentes sí han logrado acabar con el orgullo patrio y el amor al país donde se nace. Chauvinista, se grita a quien antepone su nación a Bruselas.
El multiculturalismo rampante ha acabado por hundir las señas de identidad propias. Cualquier expresión cultural, por minoritaria o extravagante que sea, vale tanto como la española, inglesa o gala. Es más, las minorías no es que sean respetadas, sino que tienen que gozar de privilegios y de una protección que ya quisieran para sí las especies en extinción. Pero a quien se opone a los flujos migratorios actuales se le tacha de xenófobo, racista e ignorante, puesto que se supone que Europa se ha hecho sobre migraciones. Por no hablar de los Estados Unidos. Pero, en realidad, los ignorantes son estos dirigentes y su corte intelectual de descastados nacionales y socialistoides secularizados. Porque la verdad es que las migraciones de hoy nada tienen que ver con las de antaño. Porque antes, existía la Nación, que no era sino un proyecto de unidad y unificación, del que los emigrantes querían formar parte. Hoy, lo sabemos bien, eso no es así. Más bien todo lo contrario: las minorías musulmanas demandan la aplicación de su ley allí donde habitan con ciertos números. Aspiran a que los demás aceptemos como normal sus costumbres e, incluso, que nos avengamos a comportarnos como ellos creen que debemos hacerlo.
Hay que decirlo alto y fuerte, hoy por hoy, el Islam es una barrera objetiva para la integración en la sociedad europea. Sea una religión de paz o no. Simplemente sus valores básicos son incompatibles con la cultura democrática. Porque la democracia no es el producto de un dictado legal o de un acuerdo sobre una constitución y mucho menos, el hábito de votar. Lo formal es tan importante como lo cultural. De hecho, las democracias más avanzadas son aquellas donde la sociedad ha desarrollado instintos tolerantes e igualitarios, donde los gobiernos si están sujetos al control de las instituciones, y donde los dirigentes, sean políticos o económicos, se comportan con respeto, responsabilidad social y éticamente.
La UE nos está llevando inexorablemente no a una Europa federal, fuerte y próspera. Nos está conduciendo progresivamente a una Europa islamizada. Y no es secreto por qué y cómo. Es la obra de quienes no creen en nuestras fronteras; quienes ven en América una amenaza existencial; y quienes prefieren ser violadas por refugiados a por sus nacionales.
La suerte es que aún estamos a tiempo de corregir este rumbo suicida. Acabar con el espacio Schengen es viable; modificar las normas para acceder a la nacionalidad y hacer de ésta un privilegio hereditario también; cerrar las fronteras al Islam se puede hacer. Es el momento de defenderse siendo ofensivos.
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