¿Por qué se acusa a los españoles de haber cometido genocidio en el continente americano?
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¿Por qué se acusa a los españoles de haber cometido genocidio en el continente americano?
La respuesta a esta pregunta es muy fácil si recurrimos a la manida Leyenda Negra. Según la RAE, la leyenda negra “es la opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI“. Y de esto se encargaron ingleses, franceses, holandeses e incluso algunos españoles durante los reinados de Carlos I y Felipe II, curiosamente coincidentes con la época de máximo esplendor del llamado Imperio español. Una leyenda que, cinco siglos después, sigue en vigor, que demasiada gente cree a pie juntillas y que desde el continente americano se repite como una letanía cuando en algún texto se narra la historia de los conquista y colonización del continente americano por parte de los españoles, que no de otras potencias europeas.
Antes de seguir, habría que precisar que nos encontramos en los siglos XV y XVI donde las potencias europeas se afanan en ampliar sus fronteras, descubrir nuevos territorios y someter a sus pobladores, esquilmar las materias primas y metales preciosos, y extender la fe cristiana -más poder, más riqueza y mayor número de súbditos a sus órdenes-. Exceptuando el matiz religioso, algo que ha sucedido a lo largo de toda la historia y en todos los rincones del mundo (incluso en el continente americano antes de llegar los europeos, como en el Imperio azteca). También los habitantes de la península ibérica hemos sido conquistados por otros pueblos: Cartago, Roma, pueblos germánicos, musulmanes o Francia. No descubro nada nuevo, sólo puntualizo que también hemos estado en el lado de los oprimidos o sometidos. Y esto no nos produce ningún tipo de recelo ni animadversión hacia estos pueblos. De hecho, nuestro patrimonio cultural, nuestra propia lengua o ciertas costumbres son un claro ejemplo de todos esos pueblos que pasaron por la península ibérica.
Entonces, ¿por qué esa animadversión hacia los españoles de algo ocurrido hace siglos? Parece que la respuesta está incluida en el título de este artículo… la acusación de genocidio de los pueblos precolombinos. Pero es que no hubo tal genocidio, y me explico.
Si se hubiese producido dicho genocidio (según la RAE, genocidio: “aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos“) sería imposible que en las poblaciones actuales de Hispanoamérica/Iberoamérica se viesen rasgos tan acusadamente indígenas. De hecho, al igual que por los rasgos físicos podemos aventurarnos a decir (y digo aventurarnos, que no asegurar) que un europeo es de un país nórdico, también podemos aventurarnos a hacerlo de alguien procedente de un país sudamericano o centroamericano. Además, estamos hablando de un territorio en el que se habla la lengua de aquellos conquistadores, se practica mayoritariamente su religión (actualmente, con mucho más fervor que en España) y, en lo esencial, rige su forma de derecho.
Las primeras expediciones al continente americano estuvieron compuestas casi exclusivamente por hombres. Así que, lógicamente los primeros encuentros sexuales entre españoles y mujeres indígenas tenían más que ver con la “necesidad sexual” de aquellos que con otra cosa. Aquellas relaciones, puntuales e inicialmente únicamente carnales, con el tiempo se fueron convirtiendo en habituales. La convivencia variaba desde meras mujeres de compañía hasta esposas, formalizadas a veces a través de ritos indios y no cristianos. El problema es que aquellas relaciones mixtas carecían de un verdadero status legal… hasta 1514. El rey Fernando el Católico aprobó en 1514 una real cédula que validaba cualquier matrimonio entre varones castellanos y mujeres indígenas. Al reconocer la posibilidad del matrimonio entre ambas razas, la cédula de Fernando el Católico sirvió para llenar un vacío legislativo referente a la condición legal de los indios, asegurando la absoluta legitimidad e igualdad de la descendencia que surgiera de los matrimonios mixtos comparados con los matrimonios de Castilla. No sólo reconocía una realidad ya existente, también se abría la puerta al mestizaje y a la simbiosis cultural. Esas nuevas generaciones mestizas fueron las responsables de crear una cultura híbrida, mezcla de ambas y con reconocibles patrones indígenas. Si echamos la vista unos kilómetros al Norte, a EEUU y Canadá, donde ingleses y franceses fueron los responsables de la conquista y donde no se produjo el mestizaje humano, podremos comprobar que, exceptuando algunas comunidades aisladas y casi como un reclamo turístico, no queda rastro de las culturas autóctonas, ni rasgos físicos indígenas entre las poblaciones actuales.
A nadie se escapa que los conquistadores cometieron actos reprochables y miserables a nuestros ojos (propios de todas las conquistas) y que se produjeron muchas muertes, tanto en la lucha directa como a consecuencia del sometimiento y el trabajo en las encomiendas. Aún así, la mayoría de las muertes de indígenas hay que achacarlas a la propagación entre ellos de enfermedades (gripe, viruela, sarampión…) de las que eran ignorantes portadores los recién llegados y para las cuales los indígenas carecían de defensas naturales. En palabras de Agustín Muñoz Sanz, jefe de la unidad de patología infecciosa del Hospital Infanta Cristina de Badajoz y profesor titular de Patología Infecciosa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura…
Este fenómeno representa un excelente y dramático ejemplo de lo que hoy se llama patología del viajero y del inmigrante. Las enfermedades infecciosas fueron un aspecto más, sin duda muy importante, del intercambio de personas, bienes y microbios entre dos zonas del planeta separadas durante milenios por un gran mar y por el océano del desconocimiento mutuo. […] Es materialmente imposible que las armas mataran más que las enfermedades y otros factores asociados. Pensar que algo más de cien hombres y unos cuantos caballos dirigidos por Hernán Cortés barrieron a un imperio enorme muy bien organizado y de alto nivel de civilización, como el azteca de Moctezuma (México), es desconocer la realidad de la historia. Algo similar ocurrió en la aventura de Pizarro en el imperio Inca de Huayna Cápac (Perú). La viruela y el sarampión fueron unos perfectos aliados –involuntarios, no intencionados– en el éxito de conquista española.
JAVIER SANZ
Antes de seguir, habría que precisar que nos encontramos en los siglos XV y XVI donde las potencias europeas se afanan en ampliar sus fronteras, descubrir nuevos territorios y someter a sus pobladores, esquilmar las materias primas y metales preciosos, y extender la fe cristiana -más poder, más riqueza y mayor número de súbditos a sus órdenes-. Exceptuando el matiz religioso, algo que ha sucedido a lo largo de toda la historia y en todos los rincones del mundo (incluso en el continente americano antes de llegar los europeos, como en el Imperio azteca). También los habitantes de la península ibérica hemos sido conquistados por otros pueblos: Cartago, Roma, pueblos germánicos, musulmanes o Francia. No descubro nada nuevo, sólo puntualizo que también hemos estado en el lado de los oprimidos o sometidos. Y esto no nos produce ningún tipo de recelo ni animadversión hacia estos pueblos. De hecho, nuestro patrimonio cultural, nuestra propia lengua o ciertas costumbres son un claro ejemplo de todos esos pueblos que pasaron por la península ibérica.
Entonces, ¿por qué esa animadversión hacia los españoles de algo ocurrido hace siglos? Parece que la respuesta está incluida en el título de este artículo… la acusación de genocidio de los pueblos precolombinos. Pero es que no hubo tal genocidio, y me explico.
Si se hubiese producido dicho genocidio (según la RAE, genocidio: “aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos“) sería imposible que en las poblaciones actuales de Hispanoamérica/Iberoamérica se viesen rasgos tan acusadamente indígenas. De hecho, al igual que por los rasgos físicos podemos aventurarnos a decir (y digo aventurarnos, que no asegurar) que un europeo es de un país nórdico, también podemos aventurarnos a hacerlo de alguien procedente de un país sudamericano o centroamericano. Además, estamos hablando de un territorio en el que se habla la lengua de aquellos conquistadores, se practica mayoritariamente su religión (actualmente, con mucho más fervor que en España) y, en lo esencial, rige su forma de derecho.
Las primeras expediciones al continente americano estuvieron compuestas casi exclusivamente por hombres. Así que, lógicamente los primeros encuentros sexuales entre españoles y mujeres indígenas tenían más que ver con la “necesidad sexual” de aquellos que con otra cosa. Aquellas relaciones, puntuales e inicialmente únicamente carnales, con el tiempo se fueron convirtiendo en habituales. La convivencia variaba desde meras mujeres de compañía hasta esposas, formalizadas a veces a través de ritos indios y no cristianos. El problema es que aquellas relaciones mixtas carecían de un verdadero status legal… hasta 1514. El rey Fernando el Católico aprobó en 1514 una real cédula que validaba cualquier matrimonio entre varones castellanos y mujeres indígenas. Al reconocer la posibilidad del matrimonio entre ambas razas, la cédula de Fernando el Católico sirvió para llenar un vacío legislativo referente a la condición legal de los indios, asegurando la absoluta legitimidad e igualdad de la descendencia que surgiera de los matrimonios mixtos comparados con los matrimonios de Castilla. No sólo reconocía una realidad ya existente, también se abría la puerta al mestizaje y a la simbiosis cultural. Esas nuevas generaciones mestizas fueron las responsables de crear una cultura híbrida, mezcla de ambas y con reconocibles patrones indígenas. Si echamos la vista unos kilómetros al Norte, a EEUU y Canadá, donde ingleses y franceses fueron los responsables de la conquista y donde no se produjo el mestizaje humano, podremos comprobar que, exceptuando algunas comunidades aisladas y casi como un reclamo turístico, no queda rastro de las culturas autóctonas, ni rasgos físicos indígenas entre las poblaciones actuales.
A nadie se escapa que los conquistadores cometieron actos reprochables y miserables a nuestros ojos (propios de todas las conquistas) y que se produjeron muchas muertes, tanto en la lucha directa como a consecuencia del sometimiento y el trabajo en las encomiendas. Aún así, la mayoría de las muertes de indígenas hay que achacarlas a la propagación entre ellos de enfermedades (gripe, viruela, sarampión…) de las que eran ignorantes portadores los recién llegados y para las cuales los indígenas carecían de defensas naturales. En palabras de Agustín Muñoz Sanz, jefe de la unidad de patología infecciosa del Hospital Infanta Cristina de Badajoz y profesor titular de Patología Infecciosa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura…
Este fenómeno representa un excelente y dramático ejemplo de lo que hoy se llama patología del viajero y del inmigrante. Las enfermedades infecciosas fueron un aspecto más, sin duda muy importante, del intercambio de personas, bienes y microbios entre dos zonas del planeta separadas durante milenios por un gran mar y por el océano del desconocimiento mutuo. […] Es materialmente imposible que las armas mataran más que las enfermedades y otros factores asociados. Pensar que algo más de cien hombres y unos cuantos caballos dirigidos por Hernán Cortés barrieron a un imperio enorme muy bien organizado y de alto nivel de civilización, como el azteca de Moctezuma (México), es desconocer la realidad de la historia. Algo similar ocurrió en la aventura de Pizarro en el imperio Inca de Huayna Cápac (Perú). La viruela y el sarampión fueron unos perfectos aliados –involuntarios, no intencionados– en el éxito de conquista española.
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