Así saqueó el Imperio romano el oro y la plata de Hispania, el mayor tesoro secreto de la Antigüedad
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Así saqueó el Imperio romano el oro y la plata de Hispania, el mayor tesoro secreto de la Antigüedad
Plinio el Viejo habla de una abundancia en Hispania de oro, plomo, hierro, cobre y plata «que no se daba en ninguna parte del mundo». Para hacerse con estos metales se aplicó en algunas ocasiones una suerte de «fracking», que prácticamente partía en dos algunas montañas
A través de este mapa interactivo elaborado por Luis Cano se pueden examinar las minas romanas a lo largo de la geografía europea y la naturaleza de cada yacimiento
MINAS EXPLOTADAS POR EL IMPERIO ROMANO
Entre las muchas teorías sobre el origen etimológico de la palabra Hispania, una de las que más fuerza cobra hoy en día es que proceda de «I-span-ya», que se traduce como tierra donde se forjan metales, ya que «spy» en fenicio (raíz de la palabra «span») significa batir metales. Lo cual no sorprende dada la fama de las minas de oro, plata y cobre de la Península Ibérica, que atrajeron de forma hipnótica a griegos, fenicios, cartagineses y romanos.
Los herederos naturales de los fenicios, los cartagineses, continuaron la explotación de estos recursos mineros y se valieron de las posibilidades materiales y humanas de este territorio para sostener sus sucesivas guerras contra la República Romana. Cuando el gran Aníbal Barca, cuya madre era ibérica, encabezó su célebre marcha sobre los Alpes hacia Roma lo hizo partiendo desde España y con numerosas unidades procedentes de este territorio.
En Carthago Nova, ciudad fundada por el general cartaginés Asdrúbal el Bello, yerno de Aníbal, se hicieron claves los yacimientos de plomo argentífero en los que trabajaban 40.000 obreros, en una extensión de varios kilómetros cuadrados. El geógrafo griego Estrabón en su obra «Geografía» describe –gracias al testimonio de Polibio– cómo se extraía este plomo y el enorme rendimiento, 25.000 dracmas, que generaba cada día en beneficios. Las condiciones en las que trabajaban los mineros eran penosas y sus turnos maratonianos (se trabajaba tanto de noche como de día) quedaban marcados por la duración de las lámparas de aceite con las que se alumbraban.
Roma llegó poco después. Los romanos no acudieron a España para conquistarla, como hicieron con numerosos territorios a lo largo de su historia, sino para combatir precisamente contra Cartago. Además del interés militar, Roma planeó reconstruir el imperio económico griego a través de la Península, rica en recursos que en Italia escasean (oro, plata, cobre y hierro), así como en materiales para la construcción naval: madera y esparto.
El oro de Macedonia (también señalado en el mapa) que había financiado las guerras de Filipo II y Alejandro Magno estaba ya bajo mínimos y, salvo unos pocos filones de oro localizados en los Alpes y de azufre cerca de Roma, Italia carecía de grandes yacimientos mineros y envidiaba la calidad de las espadas celtíberas (las minas hispanas más famosas de hierro estaban en Cantabria). Estas armas eran capaces de realizar grandes cortes de un único tajo gracias al hierro aquí presente. El mapa del proyecto Pleiades muestra minas de este material en Cabo de la Nao, Valdestrada, Cerro de la Mina, Zambujal, Serra dos Monges, Somorrostro y Cabeço de Mua.
De esta forma, la República romana y posteriormente el Imperio emplearon las minas fenicias y abrieron nuevas explotaciones para convertir a Hispania en el más dorado foco de todo el mundo antiguo. Al igual que los conquistadores españoles en América y su obsesión por «El Dorado», la leyenda sobre la abundancia de metales brillantes hinchó la imaginación de los escritores del periodo. Es el caso del relato de un incendio en un monte boscoso de Turdetania, en Hispania Ulterior, que al extinguirse dejó supuestamente expuestos kilómetros de plata fundida saliendo a borbotones. Y sin duda, la calidad y abundancia del oro y la plata hispánicas no tenían igual en aquel periodo. Las cuencas de los ríos Tajo, Genil, Duero y Miño permitían recabar pepitas de oro sin apenas esfuerzo.
Plinio el Viejo habla de una abundancia en Hispania de oro, plomo, hierro, cobre y plata «que no se daba en ninguna parte del mundo». Como prueba de su calidad –advertía este militar, gobernante y escritor– la corona de oro, de 7.000 libras de oro, con la que el Emperador Claudio celebró su triunfo sobre Britannia procedía de Hispania Citerior. Este mismo autor aclara que a las bolitas pequeñas de oro se las llamaba baluca o «balux», mientras que a las de 10 libras o más se las designaba «palaga» o «palacurna». También distingue hasta tres métodos de extracción del oro: el lavado de las arenas, la explotación de los filones mediante pozos y galerías y un método revolucionario llamado «ruina montium», una suerte de «fracking» del periodo.
La explotación intensiva de las minas condujo a la invención de este método que prácticamente partía en dos algunas montañas. Uno de los casos más conocidos de esta extracción agresiva llamada «el ruina montium» se aplicó en los yacimientos de oro de Las Médulas (El Bierzo, León). Esta compleja técnica consistía en la excavación en las montañas de galerías y pozos sin salida exterior. Después, a través de una extensa red de canales se conducía agua por las galerías para que la presión derrumbara parte de la montaña. Entre el barro resultante era más fácil dar con las pepitas de oro.
«Con galerías llevadas a largas distancias, en el hueco de la montaña, estas minas se agrietan de repente, y el deslizamiento de las tierras entierra a los trabajadores. Si bien puede parecer menos imprudente recoger perlas y coral en las profundidades del mar, ¡hemos sido capaces de hacer la tierra más mortal que el agua!», explica Plinio el Viejo sobre los riesgos a los que tenían que exponerse los mineros en Las Médulas, la mayor mina de oro descubierta de todo el Imperio Romano. La red hidráulica para arrojar sobre este yacimiento leonés todo el agua a presión requirió, mediante trabajo humano, 1,75 millones de metros cúbicos de materiales rocosos y un recorrido de 600.000 metros.
El mantenimiento de estos puestos mineros necesitaba, además, la movilización de destacamentos militares para vigilar a los mineros y defender posiciones consideradas estratégicas. Al igual que la presencia de ingenieros militares para planear las obras hidráulicas y la excavación de túneles. Y es que no era moco de pavo lo que Roma se jugaba en las minas hispánicas. La explotación de los recursos mineros se realizó con intensidad sobre todo en el Noroeste de la Hispania peninsular desde el siglo I hasta el III d.C. Solo en esta región, F.J Sánchez Palencia calcula en 1983 que los romanos obtuvieron 230.000 kilogramos de oro y removieron 680.000.000 metros cúbicos de tierra.
Como afirma José María Blázquez en su trabajo «El Impacto de la Hispania romana en la economía del imperio romano», la cifra del oro extraído en el noroeste (Asturias, Galicia, Lusitania) en tiempos del emperador Vespasiano representaría entre el 6% y el 7,5% de los ingresos del Estado. En el Imperio romano únicamente las minas de Dacia, conquistadas más tarde por Trajano, podían competir con los yacimientos astures.
Sin embargo, a partir del siglo III los principales yacimientos fueron agotándose. Las minas de Carthago Novo estaban ya exhaustas a comienzos del Imperio, al igual que las de Sierra Morena a finales del siglo II. Asimismo, la crisis económica iniciada en tiempos de Cómodo hizo que las minas de oro del Noroeste también perdieran su rentabilidad hasta agotarse a partir del año 235.
El plomo blanco también era muy apreciado desde tiempos de Troya, según testimonio de Homero, y arrastraba una curiosa leyenda. Según ciertas fábulas griegas se extraía de ciertas islas del Mar Atlántico y se transportaba en embarcaciones de mimbre y cuero hasta la Península ibérica. No en vano, hoy se sabe que en verdad se encontraban en Lusitania y la Gallaecia en las arenas negras, mezclado con guijarros, que se amontonan en lechos torrenciales secos. Una vez limpiada la arena, el material era tostado en hornos para que adquiriera su característico color blanco. Las hetairas griegas empleaban este material como mascarilla para tener una tez de color blanquecino. En contraste, el plomo negro era abundante en Cantabria y en las Islas Baleares y se usaba para la fabricación de tubos y láminas. El estaño era rico en Galicia.
En suma, la riqueza y variedad de minerales que se daba en Hispania no se daba en ningún otro rincón del Mundo Antiguo, pues a todos los minerales mencionados había que sumar esmeraldas, cristales, crisocollas (empleada en tintorería), el sori (a modo de pomada para los ojos), calcantos, carbúnculos, chryselectrum (una piedra preciosa parecida al ámbar), piedras imán, piedras especulares (usada como vidrio).
A través de este mapa interactivo elaborado por Luis Cano se pueden examinar las minas romanas a lo largo de la geografía europea y la naturaleza de cada yacimiento
MINAS EXPLOTADAS POR EL IMPERIO ROMANO
Entre las muchas teorías sobre el origen etimológico de la palabra Hispania, una de las que más fuerza cobra hoy en día es que proceda de «I-span-ya», que se traduce como tierra donde se forjan metales, ya que «spy» en fenicio (raíz de la palabra «span») significa batir metales. Lo cual no sorprende dada la fama de las minas de oro, plata y cobre de la Península Ibérica, que atrajeron de forma hipnótica a griegos, fenicios, cartagineses y romanos.
Objeto de deseo para Grecia
Las poblaciones griegas y fenicias en la península vinieron buscando de forma indisimulada los metales preciosos que aquí abundaban. El escritor griego Ateneo ya había advertido en el siglo III a.C. sobre la riqueza minera de la zona más occidental bañada por el Mediterráneo. Desde sus colonias en la costa mediterránea, estos pueblos establecieron enclaves comerciales desde los que compraban metales a los distintos pueblos prerromanos. Como muestra de que el oro abundaba, los hombres de Celtiberia acostumbraban a portar unos brazaletes de oro llamados «viriae».Los herederos naturales de los fenicios, los cartagineses, continuaron la explotación de estos recursos mineros y se valieron de las posibilidades materiales y humanas de este territorio para sostener sus sucesivas guerras contra la República Romana. Cuando el gran Aníbal Barca, cuya madre era ibérica, encabezó su célebre marcha sobre los Alpes hacia Roma lo hizo partiendo desde España y con numerosas unidades procedentes de este territorio.
En Carthago Nova, ciudad fundada por el general cartaginés Asdrúbal el Bello, yerno de Aníbal, se hicieron claves los yacimientos de plomo argentífero en los que trabajaban 40.000 obreros, en una extensión de varios kilómetros cuadrados. El geógrafo griego Estrabón en su obra «Geografía» describe –gracias al testimonio de Polibio– cómo se extraía este plomo y el enorme rendimiento, 25.000 dracmas, que generaba cada día en beneficios. Las condiciones en las que trabajaban los mineros eran penosas y sus turnos maratonianos (se trabajaba tanto de noche como de día) quedaban marcados por la duración de las lámparas de aceite con las que se alumbraban.
Roma llegó poco después. Los romanos no acudieron a España para conquistarla, como hicieron con numerosos territorios a lo largo de su historia, sino para combatir precisamente contra Cartago. Además del interés militar, Roma planeó reconstruir el imperio económico griego a través de la Península, rica en recursos que en Italia escasean (oro, plata, cobre y hierro), así como en materiales para la construcción naval: madera y esparto.
El oro de Macedonia (también señalado en el mapa) que había financiado las guerras de Filipo II y Alejandro Magno estaba ya bajo mínimos y, salvo unos pocos filones de oro localizados en los Alpes y de azufre cerca de Roma, Italia carecía de grandes yacimientos mineros y envidiaba la calidad de las espadas celtíberas (las minas hispanas más famosas de hierro estaban en Cantabria). Estas armas eran capaces de realizar grandes cortes de un único tajo gracias al hierro aquí presente. El mapa del proyecto Pleiades muestra minas de este material en Cabo de la Nao, Valdestrada, Cerro de la Mina, Zambujal, Serra dos Monges, Somorrostro y Cabeço de Mua.
Más metales preciosos que en ninguna otra parte
En base a un minucioso trabajo de Ancient World Mapping Center, el Stoa Consortium y el Institute for the Study of the Ancient World, que han delimitado todos los yacimientos romanos conocidos en el mundo; en ABC Historia hemos podido cuantificar el número de minas presentes en la Península Ibérica y comprobar su importancia en comparación con otros puestos alrededor del Imperio romano. Frente a las 32 minas de lo que hoy es Rumanía –también clave para los romanos–, España (23) y Portugal (11) suman un número de minas de oro superior a cualquier otra provincia romana. Por su parte, entre minas de oro, plata y cobre España contó con 83 zonas de explotación de origen romano, más que ningún otro territorio del mundo.De esta forma, la República romana y posteriormente el Imperio emplearon las minas fenicias y abrieron nuevas explotaciones para convertir a Hispania en el más dorado foco de todo el mundo antiguo. Al igual que los conquistadores españoles en América y su obsesión por «El Dorado», la leyenda sobre la abundancia de metales brillantes hinchó la imaginación de los escritores del periodo. Es el caso del relato de un incendio en un monte boscoso de Turdetania, en Hispania Ulterior, que al extinguirse dejó supuestamente expuestos kilómetros de plata fundida saliendo a borbotones. Y sin duda, la calidad y abundancia del oro y la plata hispánicas no tenían igual en aquel periodo. Las cuencas de los ríos Tajo, Genil, Duero y Miño permitían recabar pepitas de oro sin apenas esfuerzo.
Plinio el Viejo habla de una abundancia en Hispania de oro, plomo, hierro, cobre y plata «que no se daba en ninguna parte del mundo». Como prueba de su calidad –advertía este militar, gobernante y escritor– la corona de oro, de 7.000 libras de oro, con la que el Emperador Claudio celebró su triunfo sobre Britannia procedía de Hispania Citerior. Este mismo autor aclara que a las bolitas pequeñas de oro se las llamaba baluca o «balux», mientras que a las de 10 libras o más se las designaba «palaga» o «palacurna». También distingue hasta tres métodos de extracción del oro: el lavado de las arenas, la explotación de los filones mediante pozos y galerías y un método revolucionario llamado «ruina montium», una suerte de «fracking» del periodo.
La explotación intensiva de las minas condujo a la invención de este método que prácticamente partía en dos algunas montañas. Uno de los casos más conocidos de esta extracción agresiva llamada «el ruina montium» se aplicó en los yacimientos de oro de Las Médulas (El Bierzo, León). Esta compleja técnica consistía en la excavación en las montañas de galerías y pozos sin salida exterior. Después, a través de una extensa red de canales se conducía agua por las galerías para que la presión derrumbara parte de la montaña. Entre el barro resultante era más fácil dar con las pepitas de oro.
«Con galerías llevadas a largas distancias, en el hueco de la montaña, estas minas se agrietan de repente, y el deslizamiento de las tierras entierra a los trabajadores. Si bien puede parecer menos imprudente recoger perlas y coral en las profundidades del mar, ¡hemos sido capaces de hacer la tierra más mortal que el agua!», explica Plinio el Viejo sobre los riesgos a los que tenían que exponerse los mineros en Las Médulas, la mayor mina de oro descubierta de todo el Imperio Romano. La red hidráulica para arrojar sobre este yacimiento leonés todo el agua a presión requirió, mediante trabajo humano, 1,75 millones de metros cúbicos de materiales rocosos y un recorrido de 600.000 metros.
El mantenimiento de estos puestos mineros necesitaba, además, la movilización de destacamentos militares para vigilar a los mineros y defender posiciones consideradas estratégicas. Al igual que la presencia de ingenieros militares para planear las obras hidráulicas y la excavación de túneles. Y es que no era moco de pavo lo que Roma se jugaba en las minas hispánicas. La explotación de los recursos mineros se realizó con intensidad sobre todo en el Noroeste de la Hispania peninsular desde el siglo I hasta el III d.C. Solo en esta región, F.J Sánchez Palencia calcula en 1983 que los romanos obtuvieron 230.000 kilogramos de oro y removieron 680.000.000 metros cúbicos de tierra.
Como afirma José María Blázquez en su trabajo «El Impacto de la Hispania romana en la economía del imperio romano», la cifra del oro extraído en el noroeste (Asturias, Galicia, Lusitania) en tiempos del emperador Vespasiano representaría entre el 6% y el 7,5% de los ingresos del Estado. En el Imperio romano únicamente las minas de Dacia, conquistadas más tarde por Trajano, podían competir con los yacimientos astures.
Sin embargo, a partir del siglo III los principales yacimientos fueron agotándose. Las minas de Carthago Novo estaban ya exhaustas a comienzos del Imperio, al igual que las de Sierra Morena a finales del siglo II. Asimismo, la crisis económica iniciada en tiempos de Cómodo hizo que las minas de oro del Noroeste también perdieran su rentabilidad hasta agotarse a partir del año 235.
Una riqueza mineral sin igual
No solo de oro vivía Hispania. Después del dorado elemento el mineral más apreciado era la plata. «En casi todas las provincias se encuentra plata, pero la más bella es la de Hispania. La plata se halla también en terrenos estériles y hasta en las montañas; allí donde surge una veta se encuentra otra no lejos de ella», explica Plinio también en su obra «Historia natural» sobre la abundancia y calidad de la plata española. La mayoría de estos pozos se explotaban ya desde tiempos de Aníbal Barca y algunos estaban al borde de terminarse. La actual Córdoba era la más fértil en plata y calcopirita con 57 yacimientos, lo que suponía el 46% de los yacimientos conocidos de Roma. Este mismo territorio también era rico en cobre, llamado Mariano o también cordubense, de gran calidad y demanda en Roma.El plomo blanco también era muy apreciado desde tiempos de Troya, según testimonio de Homero, y arrastraba una curiosa leyenda. Según ciertas fábulas griegas se extraía de ciertas islas del Mar Atlántico y se transportaba en embarcaciones de mimbre y cuero hasta la Península ibérica. No en vano, hoy se sabe que en verdad se encontraban en Lusitania y la Gallaecia en las arenas negras, mezclado con guijarros, que se amontonan en lechos torrenciales secos. Una vez limpiada la arena, el material era tostado en hornos para que adquiriera su característico color blanco. Las hetairas griegas empleaban este material como mascarilla para tener una tez de color blanquecino. En contraste, el plomo negro era abundante en Cantabria y en las Islas Baleares y se usaba para la fabricación de tubos y láminas. El estaño era rico en Galicia.
En suma, la riqueza y variedad de minerales que se daba en Hispania no se daba en ningún otro rincón del Mundo Antiguo, pues a todos los minerales mencionados había que sumar esmeraldas, cristales, crisocollas (empleada en tintorería), el sori (a modo de pomada para los ojos), calcantos, carbúnculos, chryselectrum (una piedra preciosa parecida al ámbar), piedras imán, piedras especulares (usada como vidrio).
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El inmenso despliegue romano para conquistar Cantabria en el siglo I a.C.
Los investigadores descubren hasta 66 campamentos al norte del río Duero usados por los legionarios para enfrentarse a los cántabros y a los astures
Los enfrentamientos entre las legiones del Imperio romano y los distintos pueblos del norte hispano, cántabros y astures principalmente, a finales del siglo I a.C. representaron la culminación de los 200 años que duró la larga conquista de la península ibérica. La acción, dirigida personalmente por el emperador Augusto, se concretó en unos 10 años, entre el 29 y el 19 antes de Cristo.
Fue, como es de sobra conocido, una guerra de guerrillas en plena montaña que obligó a los legionarios a adaptar sus estrategias de combate. El descubrimiento reciente de docenas de nuevos campamentos, sin embargo, ha revelado que la presencia militar romana era mucho mayor en esta región norteña de lo que se creía hasta ahora, según explica un estudio publicado en la revista Geosciencies.
En plena montaña
Fue una guerra de guerrillas que obligó a los legionarios a adaptar sus estrategias de combate
La tecnología de teledetección permitió encontrar hasta 66 emplazamientos de diferentes tamaños, utilizados tanto para los entrenamiento directos como para refugiarse de las duras condiciones climatológicas en la franja norte de la cuenca del río Duero. Estos hallazgos han permitido a los investigadores mapear cómo los soldados atacaron a los grupos indígenas desde diferentes direcciones.
Los expertos analizaron fotografías aéreas e imágenes de satélite y utilizaron drones para crear mapas detallados de los sitios distribuidos en las actuales provincias de León, Palencia, Burgos y Cantabria. Estas ocupaciones temporales habían dejado huellas frágiles y sutiles en la superficie.
Las acequias o las murallas de tierra y piedra que protegen estas fortificaciones, por ejemplo, con el tiempo han sido rellenadas y aplanadas. Aún así, la combinación de diferentes imágenes de teledetección y trabajo de campo muestra la forma del perímetro de los campamentos militares, que a menudo formaban un rectángulo como si fuera un naipe.
Los nuevos yacimientos se ubican en las estribaciones que derivan de la Cordillera Cantábrica, donde se centró el conflicto entre los romanos y los pueblos locales. Esto sugiere que los soldados cruzaron entre las tierras bajas y altas, usando crestas en las montañas para alejarse de los lugares sitiados y conseguir más protección.
Que hubiera tantos campamentos en la región muestra el inmenso apoyo logístico que permitió a los soldados conquistar la zona. Los sitios se utilizaron para ayudar al desplazamiento hasta lugares remotos y para ayudar a los legionarios a superar los fríos meses de invierno. Algunos de los campamentos pueden haber albergado a la infantería romana durante semanas o meses, especialmente durante la noche.
El objetivo de la ocupación, como recuerdan los investigadores, era expandir el imperio y poder explotar recursos naturales como el estaño y el oro. "Los campamentos temporales que instaló el ejército al desplazarse por territorio hostil o al realizar maniobras en torno a sus bases permanentes revelan la intensa actividad romana a la entrada de la Cordillera Cantábrica durante la última fase de la conquista de Hispania", apunta el doctor João Fonte de la Universidad de Exeter.
Hay una importante concentración de 25 yacimientos a lo largo de los valles del norte de Palencia y Burgos, así como del sur de Cantabria. En la provincia de León, se han documentado hasta 41 sitios en diferentes valles. Estos van desde pequeños fuertes de unos cientos de metros cuadrados hasta grandes recintos fortificados de 15 hectáreas.
La mayoría de estos sitios militares se ubicaron muy cerca de importantes ciudades romanas posteriores. Por ejemplo, Sasamón, una aldea de Burgos donde el emperador Augusto probablemente instaló su base mientras estuvo en el frente del noroeste de Iberia.
Los enfrentamientos entre las legiones del Imperio romano y los distintos pueblos del norte hispano, cántabros y astures principalmente, a finales del siglo I a.C. representaron la culminación de los 200 años que duró la larga conquista de la península ibérica. La acción, dirigida personalmente por el emperador Augusto, se concretó en unos 10 años, entre el 29 y el 19 antes de Cristo.
Fue, como es de sobra conocido, una guerra de guerrillas en plena montaña que obligó a los legionarios a adaptar sus estrategias de combate. El descubrimiento reciente de docenas de nuevos campamentos, sin embargo, ha revelado que la presencia militar romana era mucho mayor en esta región norteña de lo que se creía hasta ahora, según explica un estudio publicado en la revista Geosciencies.
En plena montaña
Fue una guerra de guerrillas que obligó a los legionarios a adaptar sus estrategias de combate
La tecnología de teledetección permitió encontrar hasta 66 emplazamientos de diferentes tamaños, utilizados tanto para los entrenamiento directos como para refugiarse de las duras condiciones climatológicas en la franja norte de la cuenca del río Duero. Estos hallazgos han permitido a los investigadores mapear cómo los soldados atacaron a los grupos indígenas desde diferentes direcciones.
Los expertos analizaron fotografías aéreas e imágenes de satélite y utilizaron drones para crear mapas detallados de los sitios distribuidos en las actuales provincias de León, Palencia, Burgos y Cantabria. Estas ocupaciones temporales habían dejado huellas frágiles y sutiles en la superficie.
Las acequias o las murallas de tierra y piedra que protegen estas fortificaciones, por ejemplo, con el tiempo han sido rellenadas y aplanadas. Aún así, la combinación de diferentes imágenes de teledetección y trabajo de campo muestra la forma del perímetro de los campamentos militares, que a menudo formaban un rectángulo como si fuera un naipe.
Los nuevos yacimientos se ubican en las estribaciones que derivan de la Cordillera Cantábrica, donde se centró el conflicto entre los romanos y los pueblos locales. Esto sugiere que los soldados cruzaron entre las tierras bajas y altas, usando crestas en las montañas para alejarse de los lugares sitiados y conseguir más protección.
Que hubiera tantos campamentos en la región muestra el inmenso apoyo logístico que permitió a los soldados conquistar la zona. Los sitios se utilizaron para ayudar al desplazamiento hasta lugares remotos y para ayudar a los legionarios a superar los fríos meses de invierno. Algunos de los campamentos pueden haber albergado a la infantería romana durante semanas o meses, especialmente durante la noche.
El objetivo de la ocupación, como recuerdan los investigadores, era expandir el imperio y poder explotar recursos naturales como el estaño y el oro. "Los campamentos temporales que instaló el ejército al desplazarse por territorio hostil o al realizar maniobras en torno a sus bases permanentes revelan la intensa actividad romana a la entrada de la Cordillera Cantábrica durante la última fase de la conquista de Hispania", apunta el doctor João Fonte de la Universidad de Exeter.
Hay una importante concentración de 25 yacimientos a lo largo de los valles del norte de Palencia y Burgos, así como del sur de Cantabria. En la provincia de León, se han documentado hasta 41 sitios en diferentes valles. Estos van desde pequeños fuertes de unos cientos de metros cuadrados hasta grandes recintos fortificados de 15 hectáreas.
La mayoría de estos sitios militares se ubicaron muy cerca de importantes ciudades romanas posteriores. Por ejemplo, Sasamón, una aldea de Burgos donde el emperador Augusto probablemente instaló su base mientras estuvo en el frente del noroeste de Iberia.
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