La gesta olvidada del «Sansón español» que aplastó solo a un gigantesco ejército francés
Página 1 de 1.
La gesta olvidada del «Sansón español» que aplastó solo a un gigantesco ejército francés
La historia de Diego García de Paredes está a caballo entre la realidad y el mito. Su heroicidad más famosa fue la de resistir, en 1503, el envite de un inmenso ejército galo en el río Garellano. Aquel día, acabó con la vida de 500 enemigos
La historia está llena de guerreros casi sobrehumanos que, sin más ayuda que una espada, logran detener a costa de su vida a un sin fin de enemigos. Entre los más populares destaca un combatiente noruego que, allá por el siglo XI, defendió en solitario (y durante muchísimas horas) el puente inglés de Stamford con el único objetivo de que su señor, Harold III, pudiese organizar sus ejércitos para enfrentarse al enemigo. Su gesta es más que popular en el país. Y eso, a pesar de que tiene mucho que envidiar a una similar, pero mucho más castiza: la del «Sansón extremeño», Diego García de Paredes.
Guerrero letal y estratega temible, este héroe español (seguidor del popular Gonzalo Fernández de Córdoba) se ganó a golpe de mandoble el apodo que le dio el ejército francés durante el siglo XVI: «Le gran diable». Un apelativo que poca traducción necesita y que deja claro el pavor que causaba entre los militares galos. No es para menos ya que -siempre según las crónicas- llegó a segar la vida de hasta 500 enemigos mientras defendía (más solo que el Laúna al que se cree que hace referencia el conocido dicho) un puente construido con barcazas por el enemigo en las cercanías del río Garellano (en Nápoles).
¿Realidad o mito? ¿Leyenda o hecho palpable? A día de hoy, los expertos no son capaces de ponerse de acuerdo. Sin embargo, para el periodista especializado en historia César Cervera Moreno, lo que realmente importa no es que este Hércules rojigualdo acabara con 10, 100 o 500 enemigos aquel día. Según sus palabras, lo más reseñable es que, tras esta exagerada cifra, hay un deseo por parte de los cronistas de dejar claro que Diego García de Paredes era uno de los militares más letales de su tiempo. Al menos, así lo explica en su nueva obra: «Superhéroes del imperio. Mito y realidad de los hombres que forjaron España» (La esfera de los libros, 2018).
«”Le gran diable” se destacó evitando el avance francés, aun cuando la cifra de los 500 muertos pueda ser una exageración grotesca. […] Al igual que en otros fragmentos legendarios de su biografía, se puede leer entre líneas de esta anécdota el estilo bravucón del personaje y otros detalles», explica Cervera en su libro. En cualquier caso, las heroicidades de este curioso Sansón fueron equiparables a la cantidad de señores a los que sirvió fielmente. Una lista que incluye al Papa Alejandro VI (de la familia Borja -más popular por su traducción italiana: Borgia-).
Diego García de Paredes nació en 1468 en Trujillo, y desde sus primeros años estuvo unido a una espada. A día de hoy, su infancia se debate también entre la realidad y la leyenda. Así lo deja claro, al menos, el mismísimo Miguel de Cervantes en el Quijote, donde explica que el «Sansón extremeño» «detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia» o que, en una ocasión, arrancó la pila de agua bendita de la iglesia de Santa María la Mayor para ofrecer a su madre el líquido elemento. «Se afirma que, tras ello, fueron necesarios seis hombres para meter la pila de nuevo», completa Cervera.
Pero la fuerza no le granjeó en principio una buena cantidad de monedas. Nada más lejos. De hecho, se vio obligado a tomar las de Villadiego y viajar hasta Italia para ganarse el pan. Tuvo suerte, pues en Nápoles logró hacerse un hueco a las órdenes de Alejandro VI. Así lo explicó el mismo «Sansón extremeño» en su biografía: «En el mismo año llegué a Roma con gran necesidad yo y mi hermano Álvaro de Paredes, en la cual ciudad no hallamos quien nos diese de comer, y estando pensando cómo se podría salir de tal fatiga, acordamos de asentar por alabarderos en la Guarda del Papa».
Sin embargo, una desavenencia con el sumo pontífice le obligó iniciar un camino tortuoso como soldado de fortuna en el que estuvo a las órdenes de personajes como el duque de Urbino o Próspero Colonna. Aunque su vida como espadachín a sueldo se extendió solo hasta el año 1500, cuando se unió al Gran Capitán para conquistar Cefalonia a los turcos. Fue precisamente en esta ciudad donde Diego se ganó el apodo que le acompañó hasta su muerte después de combatir en solitario, y durante tres días, sobre las murallas enemigas.
Aquella contienda le granjeó una heroica reputación entre sus compañeros. Sin embargo, el «Sansón extremeño» tuvo que esperar hasta 1502 para ganarse un hueco en la historia. Y es que, ese fue el año en el que el «Gran Capitán» le llamó para que combatiera bajo sus órdenes contra los franceses en Nápoles (una urbe que se disputaban a mandobles desde hacía varios años aquella primigenia España y la más asentada «France»).
Iniciada la contienda, nuestro Diego demostró su gallardía al enfrentarse -y aplastar, todo sea dicho- a la caballería pesada gabacha (los carros de combate de la época) en la batalla de Ceriñola, acaecida el 28 de abril de 1503.
Después de Ceriñola, el «Gran Capitán» no se amilanó y continuó su avance hacia la ciudad de Gaeta. La campaña fue narrada pormenorizadamente por el cronista Fernando del Pulgar en su «Crónica del Gran Capitán». Para su desgracia, no pudo ser más desastrosa ya que, superados por el enemigo, a los nuestros no les quedó más remedio que poner pies en polvorosa. «Viendo el daño que la artillería hacía a su gente, y viendo así mismo que cada día esperaban el socorro del rey de Francia los de la ciudad, […] determinó retirarse», desvela el autor de la época.
Desesperados, los hombres del «Gran Capitán» huyeron hacia la orilla este del río Garellano.
Inmediatamente, los españoles instalaron su campamento y aseguraron los pasos para evitar que los galos pudieran atravesar el Garellano. La respuesta francesa consistió en construir un puente uniendo varias barcazas para dar, cuanta más guerra, mejor. Y fueron precisamente aquellos trozos de madera los que se convirtieron en testigos mudos de un enfrentamiento verbal entre el «Gran Capitán» y su «hijo adoptivo», nuestro Diego García de Paredes.
Según se puede leer en la «Chronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar» elaborada en 1584, todo comenzó cuando los franceses atravesaron el puente y atacaron las posiciones españolas con bravura.
En la crónica «Diego Garcia de Paredes i relacion breue de su tiempo», de Tomás Mayo de Vargas, se desvela que pintaban bastos para el Gran Capitán y los suyos hasta que el gigante apareció con unos 1.500 hombres. Al mando de este «tercio», como se le denomina en el texto, el «Sansón extremeño» obligó a huir al enemigo. No obstante, parece que el «Sansón» le reprochó sutilmente a su superior su actuación de la siguiente guisa:
«Qué tanta vergüenza es para todos que los franceses hayan osado penetrar en los términos del campamento».
En palabras de Mayo, el Gran Capitán le respondió entonces con cierto desdén:
«Este no es momento de quejas, sino de volver por la reputación de España, echando […] a los enemigos».
El gigante, sabedor de que atacar a los galos en su campamento era una locura, quiso entonces hacer ver a su señor el peligro que suponía combatir directamente contra el enemigo. Sus palabras fueron recogidas en la «Chronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar»:
«Señor, lo que los franceses deseaban hacer ya me parece que lo han hecho, que ha sido quitar nuestra guardia del paso, con el daño y muerte de vuestra gente. Ya ellos se retiran a su campo […] y no hay al presente contra quien pelear. Por tanto, señor, mi parecer es que no pasemos más adelante, y pues de la otra parte no hay ningún francés con quien pelear, y no tenemos otros enemigos con quien combatir que no sea su artillería, que muy peligro [hará] contra nosotros. […] Según hemos visto, […] mejor sería que esperemos a que pasen mil o dos mil franceses, y que entonces diésemos sobre ellos, a donde sin duda tendríamos cierta victoria, y podríamos ganar todo el campo».
Esta postura tan cauta no gustó demasiado al Gran Capitán, quien cargó contra García de Paredes por meterle el miedo en el cuerpo:
«Diego Garcia, pues no puso Dios en vos miedo, no lo pongáis vos en mi».
Aquel ataque supuso un verdadero cuchillo para el «Sansón extremeño», que le respondió -atendiendo a la misma relación- con «gran enojo»:
«Señor, lo que yo tengo dicho no son palabras de miedo, que hoy no hay quien meta mayor miedo […] que yo meteré. […]. Yo haré que de aquí a veinte días, si queréis caminar, que nos metamos dentro en Francia quedando vencidos y rotos los franceses».
Después de estas palabras, y con un «incendio en los ojos» por la ira, Diego bajó de su caballo, cogió un montante (una gran espada a dos manos) y se dirigió hacia el puente francés ávido de sangre enemiga. El que el «Gran Capitán» albergara una mera duda sobre su valor fue un daño peor que un lanzazo en el corazón. Con todo, y a pesar de su enojo, el «Sansón extremeño» se aventuró totalmente sereno hacia las barcazas unidas y solicitó a los guardias franceses parlamentar.
«Los franceses, viendo que venía solo, […] que parecía venir en paz, se allegaron pacíficamente a hablarle, el cual en llegado a ellos, los trató con mucha cortesía, y los franceses así mismo».
El gigante solicitó entonces audiencia con todas las personalidades francesas del campamento. Desde el general, hasta los capitanes. Y, al menos según la crónica, las consiguió. Fue entonces cuando desató su furia y «se metió entre ellos» dando espadazos con su montante.
La escena resultante dejó asombrados a galos y españoles. Un solo hombre luchando como un león contra todos aquellos enemigos. La respuesta gabacha no se hizo esperar y, atendiendo a las fuentes, enviaron un total de 2.000 hombres para enfrentarse a este alocado personaje.
«Peleando como un bravo León, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor, Julio César o Alejandro Magno, ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Oracio en su denuedo y animosidad».
La relación de Mayo narra esencialmente el mismo combate:
«En el de Garellano, el español Diego García de Paredes, sin ayuda alguna, solo, no resiste, más acomete, y sustenta igual batalla contra todo un campo lleno de valentísimos soldados franceses, y de mayor nombre que los toscanos, en que hizo tal estrago que poblaba las riveras de cuerpos de franceses, los cuales siempre tuvieron el paso abierto, sin que derribasen el puente los españoles, con que se renovaba por puntos la contienda con la muchedumbre de enemigos».
Finalmente, la infantería española acudió en su ayuda y los franceses se vieron obligados a huir. En el camino, sin embargo, las crónicas afirman que los galos tuvieron que lamentar más de 500 muertos provocados por las manos de Diego García de Paredes. Algunos aplastados por su montante, y otros ahogados mientras intentaban intentar huir. En cualquier caso, la gesta del «Sansón extremeño» provocó el asombro de los presentes y los cronistas, como así quedó claro en una relación que César Cervera cita en «Superhéroes del imperio»:
«Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos... saliese sin lesión».
¿Debemos creer las crónicas al pie de la letra? Según desvela César Cervera a ABC, hay que interpretarla: «Tal vez si pudiéramos quitar capas de mito a la historia de Hércules o al Sansón de la Biblia en el fondo, muy en el fondo, saldría un ser humano que existió en términos más razonables. Con Diego García de Paredes pasa igual; si quitamos capas de exageración de lo que se dice de él en las crónicas, aparecen una serie de maniobras completamente reales, que acometió un oficial que luchaba preferentemente con un mandoble gigante (esto revela que tenía que exponerse mucho)».
La realidad, no obstante, se oculta para Cervera tras todas estas exageraciones. «Como soldado debió ser un tipo muy bestia, con una fuerza y una estatura por encima de la media, que en la defensa de sitios angostos, como un puente o una muralla, le daba una clara ventaja. Que matara a diez o a 500 hombres ya depende del adorno. En todo caso, como decía el personaje de Samuel L. Jackson en la película de "El Protegido", “vivimos tiempos tan mediocres que nos cuesta creer que en otros tiempos hubiera hombres extraordinarios”», añade.
La historia está llena de guerreros casi sobrehumanos que, sin más ayuda que una espada, logran detener a costa de su vida a un sin fin de enemigos. Entre los más populares destaca un combatiente noruego que, allá por el siglo XI, defendió en solitario (y durante muchísimas horas) el puente inglés de Stamford con el único objetivo de que su señor, Harold III, pudiese organizar sus ejércitos para enfrentarse al enemigo. Su gesta es más que popular en el país. Y eso, a pesar de que tiene mucho que envidiar a una similar, pero mucho más castiza: la del «Sansón extremeño», Diego García de Paredes.
Guerrero letal y estratega temible, este héroe español (seguidor del popular Gonzalo Fernández de Córdoba) se ganó a golpe de mandoble el apodo que le dio el ejército francés durante el siglo XVI: «Le gran diable». Un apelativo que poca traducción necesita y que deja claro el pavor que causaba entre los militares galos. No es para menos ya que -siempre según las crónicas- llegó a segar la vida de hasta 500 enemigos mientras defendía (más solo que el Laúna al que se cree que hace referencia el conocido dicho) un puente construido con barcazas por el enemigo en las cercanías del río Garellano (en Nápoles).
¿Realidad o mito? ¿Leyenda o hecho palpable? A día de hoy, los expertos no son capaces de ponerse de acuerdo. Sin embargo, para el periodista especializado en historia César Cervera Moreno, lo que realmente importa no es que este Hércules rojigualdo acabara con 10, 100 o 500 enemigos aquel día. Según sus palabras, lo más reseñable es que, tras esta exagerada cifra, hay un deseo por parte de los cronistas de dejar claro que Diego García de Paredes era uno de los militares más letales de su tiempo. Al menos, así lo explica en su nueva obra: «Superhéroes del imperio. Mito y realidad de los hombres que forjaron España» (La esfera de los libros, 2018).
«”Le gran diable” se destacó evitando el avance francés, aun cuando la cifra de los 500 muertos pueda ser una exageración grotesca. […] Al igual que en otros fragmentos legendarios de su biografía, se puede leer entre líneas de esta anécdota el estilo bravucón del personaje y otros detalles», explica Cervera en su libro. En cualquier caso, las heroicidades de este curioso Sansón fueron equiparables a la cantidad de señores a los que sirvió fielmente. Una lista que incluye al Papa Alejandro VI (de la familia Borja -más popular por su traducción italiana: Borgia-).
De España a Nápoles
Diego García de Paredes nació en 1468 en Trujillo, y desde sus primeros años estuvo unido a una espada. A día de hoy, su infancia se debate también entre la realidad y la leyenda. Así lo deja claro, al menos, el mismísimo Miguel de Cervantes en el Quijote, donde explica que el «Sansón extremeño» «detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia» o que, en una ocasión, arrancó la pila de agua bendita de la iglesia de Santa María la Mayor para ofrecer a su madre el líquido elemento. «Se afirma que, tras ello, fueron necesarios seis hombres para meter la pila de nuevo», completa Cervera.
Pero la fuerza no le granjeó en principio una buena cantidad de monedas. Nada más lejos. De hecho, se vio obligado a tomar las de Villadiego y viajar hasta Italia para ganarse el pan. Tuvo suerte, pues en Nápoles logró hacerse un hueco a las órdenes de Alejandro VI. Así lo explicó el mismo «Sansón extremeño» en su biografía: «En el mismo año llegué a Roma con gran necesidad yo y mi hermano Álvaro de Paredes, en la cual ciudad no hallamos quien nos diese de comer, y estando pensando cómo se podría salir de tal fatiga, acordamos de asentar por alabarderos en la Guarda del Papa».
Sin embargo, una desavenencia con el sumo pontífice le obligó iniciar un camino tortuoso como soldado de fortuna en el que estuvo a las órdenes de personajes como el duque de Urbino o Próspero Colonna. Aunque su vida como espadachín a sueldo se extendió solo hasta el año 1500, cuando se unió al Gran Capitán para conquistar Cefalonia a los turcos. Fue precisamente en esta ciudad donde Diego se ganó el apodo que le acompañó hasta su muerte después de combatir en solitario, y durante tres días, sobre las murallas enemigas.
Aquella contienda le granjeó una heroica reputación entre sus compañeros. Sin embargo, el «Sansón extremeño» tuvo que esperar hasta 1502 para ganarse un hueco en la historia. Y es que, ese fue el año en el que el «Gran Capitán» le llamó para que combatiera bajo sus órdenes contra los franceses en Nápoles (una urbe que se disputaban a mandobles desde hacía varios años aquella primigenia España y la más asentada «France»).
Iniciada la contienda, nuestro Diego demostró su gallardía al enfrentarse -y aplastar, todo sea dicho- a la caballería pesada gabacha (los carros de combate de la época) en la batalla de Ceriñola, acaecida el 28 de abril de 1503.
Después de Ceriñola, el «Gran Capitán» no se amilanó y continuó su avance hacia la ciudad de Gaeta. La campaña fue narrada pormenorizadamente por el cronista Fernando del Pulgar en su «Crónica del Gran Capitán». Para su desgracia, no pudo ser más desastrosa ya que, superados por el enemigo, a los nuestros no les quedó más remedio que poner pies en polvorosa. «Viendo el daño que la artillería hacía a su gente, y viendo así mismo que cada día esperaban el socorro del rey de Francia los de la ciudad, […] determinó retirarse», desvela el autor de la época.
Desesperados, los hombres del «Gran Capitán» huyeron hacia la orilla este del río Garellano.
El puente de la discordia
Inmediatamente, los españoles instalaron su campamento y aseguraron los pasos para evitar que los galos pudieran atravesar el Garellano. La respuesta francesa consistió en construir un puente uniendo varias barcazas para dar, cuanta más guerra, mejor. Y fueron precisamente aquellos trozos de madera los que se convirtieron en testigos mudos de un enfrentamiento verbal entre el «Gran Capitán» y su «hijo adoptivo», nuestro Diego García de Paredes.
Según se puede leer en la «Chronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar» elaborada en 1584, todo comenzó cuando los franceses atravesaron el puente y atacaron las posiciones españolas con bravura.
En la crónica «Diego Garcia de Paredes i relacion breue de su tiempo», de Tomás Mayo de Vargas, se desvela que pintaban bastos para el Gran Capitán y los suyos hasta que el gigante apareció con unos 1.500 hombres. Al mando de este «tercio», como se le denomina en el texto, el «Sansón extremeño» obligó a huir al enemigo. No obstante, parece que el «Sansón» le reprochó sutilmente a su superior su actuación de la siguiente guisa:
«Qué tanta vergüenza es para todos que los franceses hayan osado penetrar en los términos del campamento».
En palabras de Mayo, el Gran Capitán le respondió entonces con cierto desdén:
«Este no es momento de quejas, sino de volver por la reputación de España, echando […] a los enemigos».
El gigante, sabedor de que atacar a los galos en su campamento era una locura, quiso entonces hacer ver a su señor el peligro que suponía combatir directamente contra el enemigo. Sus palabras fueron recogidas en la «Chronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar»:
«Señor, lo que los franceses deseaban hacer ya me parece que lo han hecho, que ha sido quitar nuestra guardia del paso, con el daño y muerte de vuestra gente. Ya ellos se retiran a su campo […] y no hay al presente contra quien pelear. Por tanto, señor, mi parecer es que no pasemos más adelante, y pues de la otra parte no hay ningún francés con quien pelear, y no tenemos otros enemigos con quien combatir que no sea su artillería, que muy peligro [hará] contra nosotros. […] Según hemos visto, […] mejor sería que esperemos a que pasen mil o dos mil franceses, y que entonces diésemos sobre ellos, a donde sin duda tendríamos cierta victoria, y podríamos ganar todo el campo».
Esta postura tan cauta no gustó demasiado al Gran Capitán, quien cargó contra García de Paredes por meterle el miedo en el cuerpo:
«Diego Garcia, pues no puso Dios en vos miedo, no lo pongáis vos en mi».
Aquel ataque supuso un verdadero cuchillo para el «Sansón extremeño», que le respondió -atendiendo a la misma relación- con «gran enojo»:
«Señor, lo que yo tengo dicho no son palabras de miedo, que hoy no hay quien meta mayor miedo […] que yo meteré. […]. Yo haré que de aquí a veinte días, si queréis caminar, que nos metamos dentro en Francia quedando vencidos y rotos los franceses».
Una gesta increíble
Después de estas palabras, y con un «incendio en los ojos» por la ira, Diego bajó de su caballo, cogió un montante (una gran espada a dos manos) y se dirigió hacia el puente francés ávido de sangre enemiga. El que el «Gran Capitán» albergara una mera duda sobre su valor fue un daño peor que un lanzazo en el corazón. Con todo, y a pesar de su enojo, el «Sansón extremeño» se aventuró totalmente sereno hacia las barcazas unidas y solicitó a los guardias franceses parlamentar.
«Los franceses, viendo que venía solo, […] que parecía venir en paz, se allegaron pacíficamente a hablarle, el cual en llegado a ellos, los trató con mucha cortesía, y los franceses así mismo».
El gigante solicitó entonces audiencia con todas las personalidades francesas del campamento. Desde el general, hasta los capitanes. Y, al menos según la crónica, las consiguió. Fue entonces cuando desató su furia y «se metió entre ellos» dando espadazos con su montante.
La escena resultante dejó asombrados a galos y españoles. Un solo hombre luchando como un león contra todos aquellos enemigos. La respuesta gabacha no se hizo esperar y, atendiendo a las fuentes, enviaron un total de 2.000 hombres para enfrentarse a este alocado personaje.
«Peleando como un bravo León, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor, Julio César o Alejandro Magno, ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Oracio en su denuedo y animosidad».
La relación de Mayo narra esencialmente el mismo combate:
«En el de Garellano, el español Diego García de Paredes, sin ayuda alguna, solo, no resiste, más acomete, y sustenta igual batalla contra todo un campo lleno de valentísimos soldados franceses, y de mayor nombre que los toscanos, en que hizo tal estrago que poblaba las riveras de cuerpos de franceses, los cuales siempre tuvieron el paso abierto, sin que derribasen el puente los españoles, con que se renovaba por puntos la contienda con la muchedumbre de enemigos».
Finalmente, la infantería española acudió en su ayuda y los franceses se vieron obligados a huir. En el camino, sin embargo, las crónicas afirman que los galos tuvieron que lamentar más de 500 muertos provocados por las manos de Diego García de Paredes. Algunos aplastados por su montante, y otros ahogados mientras intentaban intentar huir. En cualquier caso, la gesta del «Sansón extremeño» provocó el asombro de los presentes y los cronistas, como así quedó claro en una relación que César Cervera cita en «Superhéroes del imperio»:
«Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos... saliese sin lesión».
Entre el mito y la ficción
¿Debemos creer las crónicas al pie de la letra? Según desvela César Cervera a ABC, hay que interpretarla: «Tal vez si pudiéramos quitar capas de mito a la historia de Hércules o al Sansón de la Biblia en el fondo, muy en el fondo, saldría un ser humano que existió en términos más razonables. Con Diego García de Paredes pasa igual; si quitamos capas de exageración de lo que se dice de él en las crónicas, aparecen una serie de maniobras completamente reales, que acometió un oficial que luchaba preferentemente con un mandoble gigante (esto revela que tenía que exponerse mucho)».
La realidad, no obstante, se oculta para Cervera tras todas estas exageraciones. «Como soldado debió ser un tipo muy bestia, con una fuerza y una estatura por encima de la media, que en la defensa de sitios angostos, como un puente o una muralla, le daba una clara ventaja. Que matara a diez o a 500 hombres ya depende del adorno. En todo caso, como decía el personaje de Samuel L. Jackson en la película de "El Protegido", “vivimos tiempos tan mediocres que nos cuesta creer que en otros tiempos hubiera hombres extraordinarios”», añade.
Cybernauta- Co-Administrador
- Mensajes : 1394
Popularidad : 5233
Reputación : 2799
Fecha de inscripción : 24/11/2012
Temas similares
» La gesta olvidada de Pizarro: los 200 héroes españoles que vencieron a 40.000 incas
» Así aplastó España el navío más temible de la Royal Navy: la gesta que Inglaterra quiere que olvidemos
» La triste (y olvidada) muerte de Elcano tras completar la gesta más grande de España
» Nördlingen, la sangrienta batalla en la que el ingenio de los tercios españoles aplastó al imbatible ejército sueco
» «En 1921, los rifeños abrían a los soldados españoles en canal y les quemaban vivos»
» Así aplastó España el navío más temible de la Royal Navy: la gesta que Inglaterra quiere que olvidemos
» La triste (y olvidada) muerte de Elcano tras completar la gesta más grande de España
» Nördlingen, la sangrienta batalla en la que el ingenio de los tercios españoles aplastó al imbatible ejército sueco
» «En 1921, los rifeños abrían a los soldados españoles en canal y les quemaban vivos»
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.