Evitable e innecesaria: desmontando el movimiento inmigracionista que asola Europa
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Evitable e innecesaria: desmontando el movimiento inmigracionista que asola Europa
Uno de los principales argumentos del movimiento inmigracionista que asola Europa, y por extensión la decadente civilización occidental, es que la inmigración es un hecho incuestionable, ineludible e inevitable. Afirman que no hay nada que hacer, que el fenómeno inmigratorio siempre ha existido, y que punto y final. Con ello, pretenden acabar el debate, cerrar la discusión y convertir en irrefutables sus políticas de efecto llamada y de promoción de la invasión inmigratoria.
El segundo argumento es el de la necesidad de mano de obra en Europa, que ya refuté, al menos parcialmente ayer, con datos extraídos de los propios informes que maneja la Comisión Europea.
El tercer argumento, vinculado al anterior, es el de la supervivencia de nuestros sistemas de pensiones y prestaciones públicas. Ante el descenso vertiginoso de la natalidad y el envejecimiento de nuestras sociedades, dicen, es preciso incrementar la población europea y por ello procede incentivar al máximo la llegada de inmigrantes, legales o ilegales, aunque en el fondo eso es irrelevante para la “élite” gobernante, el “intelectual” de pasquín, el tertuliano de pago.
El mensaje que se lanza a las ya adormecidas sociedades occidentales es inevitabilidad y necesidad. Un discurso falsario sustentado en una visión economicista del mundo, que huye de profundizar y que se pretende imponer sin debate y sin preguntar a los españoles. Y ahí están todos, no tengan dudas, desde la izquierda a los “gestores” pasando por los separatistas y los autodenominados liberales. O lo tomas o serás condenado por nuestros grandes medios de comunicación al ostracismo y a la muerte civil, pena de extrañamiento social. Refutación.
Primero, efectivamente siempre ha habido fenómenos inmigratorios pero el progreso y la prosperidad de las comunidades humanas llegó con el sedentarismo, el dominio de la tierra y la creación de organizaciones políticas, sociales y culturales más complejas basadas precisamente en la identificación con un territorio en el que la comunidad se fortalece con lazos espirituales, de experiencia individual y comunitaria, culturales, afectivos, de solidaridad económica. El fenómeno inmigratorio es una realidad pero en modo alguno necesariamente buena.
Además, ese fenómeno bondadoso del traslado de poblaciones que el inmigracionista promueve e idealiza desde organizaciones internacionales – gubernamentales o no pero todas sostenidas sustancialmente con fondos públicos -, es tan incierto como el discurso de Rousseau sobre el “buen salvaje”. Los fenómenos inmigratorios de hace 5.000 años no se realizaban cruzando fronteras de Estados-nación, incumpliendo leyes aprobadas por parlamentos soberanos ni aprovechando los ingentes recursos del llamado Estado del bienestar, sufragados por la población de recepción, con sus impuestos. Normalmente, daban lugar a guerras y conflictos. Que es lo que sucede en las calles de Europa. Ergo si lo que queremos es preservar la paz y la seguridad, hemos de controlar severamente la inmigración.
Segundo, el envejecimiento de una comunidad nacional es negativo en sí mismo. Las sociedades con crisis demográfica tienden a la desaparición. Siempre. Pero entre promocionar la natalidad, fortalecer los vínculos familiares propios, fomentar la iniciativa personal y familiar, reindustrializar, ayudar a los jóvenes a forjarse un futuro con empleos estables, retribuciones suficientes y seguridad en las calles; y forzar las migraciones y el conflicto cultural con dinero público, hay un abismo.
El determinismo inmigracionista proclama y consolida la derrota de nuestra civilización. Si ellos quieren darse por derrotados, nosotros no. Les venceremos a fuerza de trabajo, estudio, ilusión y defensa de estas comunidades nacionales europeas que no van a desaparecer a pesar de sus esfuerzos.
Hace unos meses, junto a otros eurodiputados del Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, tanto de VOX, como de Fratelli de Italia, Demócratas Suecos y PIS de Polonia, pregunté a la Comisión Europea por qué, en lugar de condenar, no se reconocía el efecto disuasorio de modelos de asilo como el de Australia (Fronteras soberanas), Dinamarca o el recién anunciado en Reino Unido consistente en trasladar el control de legalidad de las entradas de extranjeros a Ruanda. En Australia, las muertes en el mar se redujeron a cero, y el negocio de las mafias también.
En el Reino Unido, en 2020, hubo 8.404 entradas ilegales por el canal de la Mancha en pequeñas embarcaciones. En 2021, 28.526. En 2022, las autoridades británicas asumían la llegada de más de 60.000 inmigrantes incumpliendo las leyes nacionales; lo cual era plausible al ver que solo en marzo, se había pasado de 831 (2021) a más de 3.000.
Tras el anuncio en 14 de abril de que los inmigrantes ilegales serían enviados, sin excepción, a Ruanda, a fin de “cribar” ahí la seriedad de las peticiones de asilo y el procedimiento de entrada, la situación cambió de golpe. Entre 20 de abril y 1 de mayo, no se detectó ni una embarcación, ni un inmigrante.
La respuesta de la Comisión Europea, que me ha llegado esta semana al despacho en Bruselas, dice: “La Comisión no tiene intención de examinar cómo podría modificarse el Pacto sobre Migración y Asilo propuesto en 2019 para incluir la tramitación externa de las solicitudes de asilo”. Esta es la realidad. Prejuicio inmigracionista frente a protección de fronteras y respeto a las vidas humanas. Los responsables políticos de las muertes en el Mediterráneo no están en las filas del sentido común ni en los barrios de España sino en quienes quieren rendir la Frontera Sur animando el efecto llamada, sin combatir las mafias y aplaudiendo a las oenegés cómplices, consolidando un modelo de negocio más parecido al esclavismo que a otra cosa.
POR Jorge Buxadé
El segundo argumento es el de la necesidad de mano de obra en Europa, que ya refuté, al menos parcialmente ayer, con datos extraídos de los propios informes que maneja la Comisión Europea.
El tercer argumento, vinculado al anterior, es el de la supervivencia de nuestros sistemas de pensiones y prestaciones públicas. Ante el descenso vertiginoso de la natalidad y el envejecimiento de nuestras sociedades, dicen, es preciso incrementar la población europea y por ello procede incentivar al máximo la llegada de inmigrantes, legales o ilegales, aunque en el fondo eso es irrelevante para la “élite” gobernante, el “intelectual” de pasquín, el tertuliano de pago.
El mensaje que se lanza a las ya adormecidas sociedades occidentales es inevitabilidad y necesidad. Un discurso falsario sustentado en una visión economicista del mundo, que huye de profundizar y que se pretende imponer sin debate y sin preguntar a los españoles. Y ahí están todos, no tengan dudas, desde la izquierda a los “gestores” pasando por los separatistas y los autodenominados liberales. O lo tomas o serás condenado por nuestros grandes medios de comunicación al ostracismo y a la muerte civil, pena de extrañamiento social. Refutación.
La realidad de la inmigración que te ocultan las élites
Primero, efectivamente siempre ha habido fenómenos inmigratorios pero el progreso y la prosperidad de las comunidades humanas llegó con el sedentarismo, el dominio de la tierra y la creación de organizaciones políticas, sociales y culturales más complejas basadas precisamente en la identificación con un territorio en el que la comunidad se fortalece con lazos espirituales, de experiencia individual y comunitaria, culturales, afectivos, de solidaridad económica. El fenómeno inmigratorio es una realidad pero en modo alguno necesariamente buena.
Además, ese fenómeno bondadoso del traslado de poblaciones que el inmigracionista promueve e idealiza desde organizaciones internacionales – gubernamentales o no pero todas sostenidas sustancialmente con fondos públicos -, es tan incierto como el discurso de Rousseau sobre el “buen salvaje”. Los fenómenos inmigratorios de hace 5.000 años no se realizaban cruzando fronteras de Estados-nación, incumpliendo leyes aprobadas por parlamentos soberanos ni aprovechando los ingentes recursos del llamado Estado del bienestar, sufragados por la población de recepción, con sus impuestos. Normalmente, daban lugar a guerras y conflictos. Que es lo que sucede en las calles de Europa. Ergo si lo que queremos es preservar la paz y la seguridad, hemos de controlar severamente la inmigración.
Segundo, el envejecimiento de una comunidad nacional es negativo en sí mismo. Las sociedades con crisis demográfica tienden a la desaparición. Siempre. Pero entre promocionar la natalidad, fortalecer los vínculos familiares propios, fomentar la iniciativa personal y familiar, reindustrializar, ayudar a los jóvenes a forjarse un futuro con empleos estables, retribuciones suficientes y seguridad en las calles; y forzar las migraciones y el conflicto cultural con dinero público, hay un abismo.
El determinismo inmigracionista proclama y consolida la derrota de nuestra civilización. Si ellos quieren darse por derrotados, nosotros no. Les venceremos a fuerza de trabajo, estudio, ilusión y defensa de estas comunidades nacionales europeas que no van a desaparecer a pesar de sus esfuerzos.
Hace unos meses, junto a otros eurodiputados del Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, tanto de VOX, como de Fratelli de Italia, Demócratas Suecos y PIS de Polonia, pregunté a la Comisión Europea por qué, en lugar de condenar, no se reconocía el efecto disuasorio de modelos de asilo como el de Australia (Fronteras soberanas), Dinamarca o el recién anunciado en Reino Unido consistente en trasladar el control de legalidad de las entradas de extranjeros a Ruanda. En Australia, las muertes en el mar se redujeron a cero, y el negocio de las mafias también.
En el Reino Unido, en 2020, hubo 8.404 entradas ilegales por el canal de la Mancha en pequeñas embarcaciones. En 2021, 28.526. En 2022, las autoridades británicas asumían la llegada de más de 60.000 inmigrantes incumpliendo las leyes nacionales; lo cual era plausible al ver que solo en marzo, se había pasado de 831 (2021) a más de 3.000.
Tras el anuncio en 14 de abril de que los inmigrantes ilegales serían enviados, sin excepción, a Ruanda, a fin de “cribar” ahí la seriedad de las peticiones de asilo y el procedimiento de entrada, la situación cambió de golpe. Entre 20 de abril y 1 de mayo, no se detectó ni una embarcación, ni un inmigrante.
La respuesta de la Comisión Europea, que me ha llegado esta semana al despacho en Bruselas, dice: “La Comisión no tiene intención de examinar cómo podría modificarse el Pacto sobre Migración y Asilo propuesto en 2019 para incluir la tramitación externa de las solicitudes de asilo”. Esta es la realidad. Prejuicio inmigracionista frente a protección de fronteras y respeto a las vidas humanas. Los responsables políticos de las muertes en el Mediterráneo no están en las filas del sentido común ni en los barrios de España sino en quienes quieren rendir la Frontera Sur animando el efecto llamada, sin combatir las mafias y aplaudiendo a las oenegés cómplices, consolidando un modelo de negocio más parecido al esclavismo que a otra cosa.
POR Jorge Buxadé
¿Sabías Que?- Cybernauta VIP
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La realidad de la inmigración que te ocultan las élites
La invasión inmigratoria que se está produciendo, de hecho en toda Europa, bajo la mirada complaciente de gran parte de las “élites” gobernantes, dibuja un paisaje desolador para el continente. En medio de una feroz crisis de precios, con incrementos brutales en productos de primera necesidad, como la alimentación, la energía y el combustible. Solo unos pocos, aun aceptando el insulto o el etiquetaje propagandístico por parte de los medios de comunicación de masas y de esos “intelectuales” de medio pelo que han florecido en las universidades europeas, seguiremos insistiendo en la denuncia de los hechos ocultados sistemáticamente.
Una de las conclusiones del informe del Tribunal de Cuentas de la Unión, al que me refería en mi anterior artículo, es que los datos existentes no permiten realizar un seguimiento exhaustivo de las entradas ilegales, los retornos adoptados, y los retornos efectivamente ejecutados. Los españoles, y por extensión, todos los europeos, viven a oscuras de la realidad por ese proceso pernicioso: ocultación de datos reales, ocultación de la realidad por los medios de comunicación sostenidos con fondos públicos, manipulación de los “intelectuales” y “tertulianos” de salón. Mientras, nuestras costas saturadas de barcazas de las mafias que desembarcan ilegales, y nuestras plazas y barrios saturados de violencia, caos, desorden e inseguridad.
Eurostat, oficina estadística de la Comisión Europea, ofrece datos cerrados a 1 de enero de 2021. El retraso de información completa es desolador. Ya sabemos que fiable no es.
A dicha fecha, había 447,2 millones de habitantes en la Unión Europea, de los cuales 37,5 millones no son nacidos en la Unión, y 23,7 millones no eran ciudadanos de los Estados de la Unión, de modo que hay 14,2 millones de personas que ya han adquirido nacionalidad de un estado miembro por mera residencia.
Uno de los más devastadores elementos que conforman el efecto llamada son las reclamaciones permanentes por parte de gobernantes de la Unión a la llegada masiva de inmigrantes a Europa para “resolver” los problemas de necesidad de mano de obra. Desde la Comisión Europea, desde el Parlamento Europeo y desde gobiernos como el de España se lanzó hace meses aquello de que Europa necesita 60 millones de inmigrantes para cubrir las necesidades de empleo. Pero Grullo, nuestro amigo del sentido común, diría que lo que se quiere es mano de obra barata que expulse definitivamente del mercado laboral a gran parte de los jóvenes europeos y que facilite mantener las rentabilidades empresariales.
Pero el dato mata el relato, ya sabemos. O mejor, nos permite construir un relato más justo y verdadero. El informe de Eurostat reconoce que solo 17 de cada 100 inmigrantes residentes en Europa han obtenido su permiso por razones de trabajo; el 40 por ciento lo obtuvo por reagrupación familiar, solo el 9 por ciento por asilo (refugio), el 3 por ciento por motivos educativos y el restante 32 por ciento se mete en un cajón de sastre bajo la categoría de “otros”. Ese “otros” lo dejo a la rica imaginación del lector.
A 1 de enero de 2021, la tasa de empleo en los europeos de entre 20 y 64 años es del 73,1 por ciento; entre los inmigrantes de la misma edad, el 57,5 por ciento; de lo que se colige que no es cierto cuanto se argumentó acerca del “mercado” de trabajo. Mercado mucho, trabajo más bien poco. Y cuidado, es una media europea; que ya sabemos que nuestros datos de desempleo son desalentadores en la comparativa con otras naciones europeas.
Entre los Veintisiete, las mayores tasas de paro correspondieron a España, con un 12,6 por ciento; Grecia, con un 12,3 por ciento; e Italia, con un 8,1 por ciento. Le siguen Suecia (7,6 por ciento), Francia (7,1 por ciento) y Finlandia (6,5 por ciento). Si nos fijamos en la tasa de paro de juvenil, en España fue del 27,9 por ciento, la segunda más alta entre los Veintisiete, por detrás del 29,5 por ciento de Grecia y por delante del 23,1 por ciento de Italia.
Sigamos con los datos escalofriantes. En toda la Unión, en 2021 se contabilizaron 200.000 entradas ilegales de extranjeros; un incremento del 60 por ciento respecto de 2020, de lo que se colige que cerrar las fronteras protege. En 2020, se dictaron en la UE 396.400 órdenes de expulsión del territorio europeo a extranjeros. Sólo 70.200, esto es, el 18 por ciento se ejecutaron; de modo que hay, al menos, 326.000 extranjeros ilegales en Europa que circulan y residen con una orden de expulsión vigente, solo en un año. ¿Quién les sostiene económicamente? La respuesta la sabemos: todos nosotros. Con nuestros impuestos, que se distribuyen luego en ayudas directas a la vivienda, a la manutención, a la educación; sostenimiento de las redes asistenciales privadas sostenidas con fondos públicos; sistemas de salud y pensiones públicas. Y sólo de un año, repito.
Solo vemos la punta del iceberg; iceberg que crece todos los días exponencialmente. En las costas de Canarias, Almería, Melilla o Baleares.
Estamos ante una invasión inmigratoria y hay que decirlo todos los días.
POR Jorge Buxadé
Una de las conclusiones del informe del Tribunal de Cuentas de la Unión, al que me refería en mi anterior artículo, es que los datos existentes no permiten realizar un seguimiento exhaustivo de las entradas ilegales, los retornos adoptados, y los retornos efectivamente ejecutados. Los españoles, y por extensión, todos los europeos, viven a oscuras de la realidad por ese proceso pernicioso: ocultación de datos reales, ocultación de la realidad por los medios de comunicación sostenidos con fondos públicos, manipulación de los “intelectuales” y “tertulianos” de salón. Mientras, nuestras costas saturadas de barcazas de las mafias que desembarcan ilegales, y nuestras plazas y barrios saturados de violencia, caos, desorden e inseguridad.
Eurostat, oficina estadística de la Comisión Europea, ofrece datos cerrados a 1 de enero de 2021. El retraso de información completa es desolador. Ya sabemos que fiable no es.
A dicha fecha, había 447,2 millones de habitantes en la Unión Europea, de los cuales 37,5 millones no son nacidos en la Unión, y 23,7 millones no eran ciudadanos de los Estados de la Unión, de modo que hay 14,2 millones de personas que ya han adquirido nacionalidad de un estado miembro por mera residencia.
Uno de los más devastadores elementos que conforman el efecto llamada son las reclamaciones permanentes por parte de gobernantes de la Unión a la llegada masiva de inmigrantes a Europa para “resolver” los problemas de necesidad de mano de obra. Desde la Comisión Europea, desde el Parlamento Europeo y desde gobiernos como el de España se lanzó hace meses aquello de que Europa necesita 60 millones de inmigrantes para cubrir las necesidades de empleo. Pero Grullo, nuestro amigo del sentido común, diría que lo que se quiere es mano de obra barata que expulse definitivamente del mercado laboral a gran parte de los jóvenes europeos y que facilite mantener las rentabilidades empresariales.
Pero el dato mata el relato, ya sabemos. O mejor, nos permite construir un relato más justo y verdadero. El informe de Eurostat reconoce que solo 17 de cada 100 inmigrantes residentes en Europa han obtenido su permiso por razones de trabajo; el 40 por ciento lo obtuvo por reagrupación familiar, solo el 9 por ciento por asilo (refugio), el 3 por ciento por motivos educativos y el restante 32 por ciento se mete en un cajón de sastre bajo la categoría de “otros”. Ese “otros” lo dejo a la rica imaginación del lector.
A 1 de enero de 2021, la tasa de empleo en los europeos de entre 20 y 64 años es del 73,1 por ciento; entre los inmigrantes de la misma edad, el 57,5 por ciento; de lo que se colige que no es cierto cuanto se argumentó acerca del “mercado” de trabajo. Mercado mucho, trabajo más bien poco. Y cuidado, es una media europea; que ya sabemos que nuestros datos de desempleo son desalentadores en la comparativa con otras naciones europeas.
Entre los Veintisiete, las mayores tasas de paro correspondieron a España, con un 12,6 por ciento; Grecia, con un 12,3 por ciento; e Italia, con un 8,1 por ciento. Le siguen Suecia (7,6 por ciento), Francia (7,1 por ciento) y Finlandia (6,5 por ciento). Si nos fijamos en la tasa de paro de juvenil, en España fue del 27,9 por ciento, la segunda más alta entre los Veintisiete, por detrás del 29,5 por ciento de Grecia y por delante del 23,1 por ciento de Italia.
Sigamos con los datos escalofriantes. En toda la Unión, en 2021 se contabilizaron 200.000 entradas ilegales de extranjeros; un incremento del 60 por ciento respecto de 2020, de lo que se colige que cerrar las fronteras protege. En 2020, se dictaron en la UE 396.400 órdenes de expulsión del territorio europeo a extranjeros. Sólo 70.200, esto es, el 18 por ciento se ejecutaron; de modo que hay, al menos, 326.000 extranjeros ilegales en Europa que circulan y residen con una orden de expulsión vigente, solo en un año. ¿Quién les sostiene económicamente? La respuesta la sabemos: todos nosotros. Con nuestros impuestos, que se distribuyen luego en ayudas directas a la vivienda, a la manutención, a la educación; sostenimiento de las redes asistenciales privadas sostenidas con fondos públicos; sistemas de salud y pensiones públicas. Y sólo de un año, repito.
Solo vemos la punta del iceberg; iceberg que crece todos los días exponencialmente. En las costas de Canarias, Almería, Melilla o Baleares.
Estamos ante una invasión inmigratoria y hay que decirlo todos los días.
POR Jorge Buxadé
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