De pueblo fantasma a imprescindible de Cáceres
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Re: De pueblo fantasma a imprescindible de Cáceres
En 1955 sus habitantes fueron desalojados porque el pueblo iba a inundarse por un embalse, pero nunca se inundó. Hoy su patrimonio y sus gentes se resisten al olvido.
A Granadilla se suele ir por un motivo específico. Nunca se la cruza, ni siquiera por casualidad. Su característica torre medieval no toma por sorpresa a ninguna persona mientras conduce por una ruta más o menos transitada. Y no deja de ser paradójico, teniendo en cuenta que los musulmanes que la fundaron alrededor del siglo IX, en plena expansión del califato, eligieron ese punto por su ubicación estratégica: necesitaba una fortificación que sirviera de paso para la antigua Vía de La Plata.
Muchas ciudades medievales han visto crecer a su alrededor todo tipo de rutas y accesos que las han vuelto carne del turismo masivo contemporáneo. Granadilla es la excepción y sólo se puede ingresar por su lado norte, ya que las rutas que seguían las vegas del río Alagón y Aldobara quedaron cubiertas por las aguas del embalse Gabriel y Galán. Todo formaba parte de un plan perfectamente ungido: tras la expropiación de 1955 la idea era que Granadilla se inundara. Pero Granadilla nunca se inundó. Y aún hoy se encuentra en un estado de semi-ocultación, tan enigmática y cautivante, tan símbolo de los planes de regadío del franquismo.
Las fachadas de las casas hacen lo que pueden por no caerse, aguantando para nadie, rodeadas por murallas que completan un recorrido perimetral por el pueblo desde 1170, año en que Fernando II de León arrebató la ciudad a las manos musulmanas. Granadilla es una de las pocas ciudades-fortaleza en España que mantienen su muralla original, aunque hoy se trate de un pueblo tímidamente reconvertido al turismo low cost, con entrada gratis y una visita más o menos comentada por algunos carteles.
“Yo le dije a mi nieta que ahí estuvo alojada la hija de los Reyes Católicos, a la que llamaban Juana la Loca, porque me lo contó mi madre y supongo que a ella se lo contaría la suya”, comenta Puri Jiménez, quien cada vez que vuelve a Granadilla fascina a su nieta mezclando recuerdos familiares con leyendas de princesas en el castillo.
Puri tiene 69 años y vive en Alagón del Río, un pueblo de colonización cercano y al que se desplazaron la gran mayoría de los expulsados de Granadilla. Sus padres se fueron cuando ella tenía 6 años y Puri se quedó con sus abuelos cuatro años más mientras estuvo abierta la escuela, porque en el pueblo nuevo aún no había nada. Cuando cumplió 10 años tuvo que mudarse, en un carro tirado por una mula.
El castillo que corona la entrada al pueblo es lo primero que llama la atención al visitante. Si las carreteras acompañaran podría hablarse de un efecto sorpresa, pero no: todo aquel que va a Granadilla ya llega con la idea preconcebida de ver un castillo y de subir a su terraza superior a través de una escalera de caracol. Desde arriba se puede ver el trazado circular, ligeramente elíptico, de la muralla, que no conserva todas sus almenas pero sí su recorrido completo.
A la derecha, abajo, el embalse, un lago artificial con la perspectiva improbable de que alguna vez pudiera inundar este pueblo desalojado por la fuerza, nunca abandonado, algo que Eugenio Jiménez insiste mucho en que quede claro. “Granadilla de abandonado, nada. Granadilla fue expropiado, a nosotros nos echaron” dice este jubilado de 74 años que fundó hace veinte la Asociación de Hijos de Granadilla y que ahora está menos activo a causa de un ictus que lo ha dejado algo inmovilizado en su casa de Jaraís de la Vera, donde reside actualmente.
“Mi lucha en la asociación es devolver Granadilla a sus hijos, porque fue una injusticia la que se cometió”, dice Eugenio, cuya familia no consiguió establecerse en los pueblos de colonización y acabó en Madrid, donde él creció, formó su propia familia y crío a sus hijos. “El pantano estuvo mal proyectado, es que allí no iba a llegar nunca el agua, porque si llegaba allí tenía que saltar por encima de la presa. El pueblo no se inundó porque no se iba a inundar nunca”.
Hasta los años de la expropiación y la partida, Granadilla contaba con más de 1200 habitantes y 300 hogares, según los datos del INE. Todas esas personas, más de 90 familias, tuvieron que irse y empezar de cero en otro sitio.
A Granadilla se suele ir por un motivo específico. Nunca se la cruza, ni siquiera por casualidad. Su característica torre medieval no toma por sorpresa a ninguna persona mientras conduce por una ruta más o menos transitada. Y no deja de ser paradójico, teniendo en cuenta que los musulmanes que la fundaron alrededor del siglo IX, en plena expansión del califato, eligieron ese punto por su ubicación estratégica: necesitaba una fortificación que sirviera de paso para la antigua Vía de La Plata.
Muchas ciudades medievales han visto crecer a su alrededor todo tipo de rutas y accesos que las han vuelto carne del turismo masivo contemporáneo. Granadilla es la excepción y sólo se puede ingresar por su lado norte, ya que las rutas que seguían las vegas del río Alagón y Aldobara quedaron cubiertas por las aguas del embalse Gabriel y Galán. Todo formaba parte de un plan perfectamente ungido: tras la expropiación de 1955 la idea era que Granadilla se inundara. Pero Granadilla nunca se inundó. Y aún hoy se encuentra en un estado de semi-ocultación, tan enigmática y cautivante, tan símbolo de los planes de regadío del franquismo.
Las fachadas de las casas hacen lo que pueden por no caerse, aguantando para nadie, rodeadas por murallas que completan un recorrido perimetral por el pueblo desde 1170, año en que Fernando II de León arrebató la ciudad a las manos musulmanas. Granadilla es una de las pocas ciudades-fortaleza en España que mantienen su muralla original, aunque hoy se trate de un pueblo tímidamente reconvertido al turismo low cost, con entrada gratis y una visita más o menos comentada por algunos carteles.
“Yo le dije a mi nieta que ahí estuvo alojada la hija de los Reyes Católicos, a la que llamaban Juana la Loca, porque me lo contó mi madre y supongo que a ella se lo contaría la suya”, comenta Puri Jiménez, quien cada vez que vuelve a Granadilla fascina a su nieta mezclando recuerdos familiares con leyendas de princesas en el castillo.
Puri tiene 69 años y vive en Alagón del Río, un pueblo de colonización cercano y al que se desplazaron la gran mayoría de los expulsados de Granadilla. Sus padres se fueron cuando ella tenía 6 años y Puri se quedó con sus abuelos cuatro años más mientras estuvo abierta la escuela, porque en el pueblo nuevo aún no había nada. Cuando cumplió 10 años tuvo que mudarse, en un carro tirado por una mula.
El castillo que corona la entrada al pueblo es lo primero que llama la atención al visitante. Si las carreteras acompañaran podría hablarse de un efecto sorpresa, pero no: todo aquel que va a Granadilla ya llega con la idea preconcebida de ver un castillo y de subir a su terraza superior a través de una escalera de caracol. Desde arriba se puede ver el trazado circular, ligeramente elíptico, de la muralla, que no conserva todas sus almenas pero sí su recorrido completo.
A la derecha, abajo, el embalse, un lago artificial con la perspectiva improbable de que alguna vez pudiera inundar este pueblo desalojado por la fuerza, nunca abandonado, algo que Eugenio Jiménez insiste mucho en que quede claro. “Granadilla de abandonado, nada. Granadilla fue expropiado, a nosotros nos echaron” dice este jubilado de 74 años que fundó hace veinte la Asociación de Hijos de Granadilla y que ahora está menos activo a causa de un ictus que lo ha dejado algo inmovilizado en su casa de Jaraís de la Vera, donde reside actualmente.
“Mi lucha en la asociación es devolver Granadilla a sus hijos, porque fue una injusticia la que se cometió”, dice Eugenio, cuya familia no consiguió establecerse en los pueblos de colonización y acabó en Madrid, donde él creció, formó su propia familia y crío a sus hijos. “El pantano estuvo mal proyectado, es que allí no iba a llegar nunca el agua, porque si llegaba allí tenía que saltar por encima de la presa. El pueblo no se inundó porque no se iba a inundar nunca”.
Hasta los años de la expropiación y la partida, Granadilla contaba con más de 1200 habitantes y 300 hogares, según los datos del INE. Todas esas personas, más de 90 familias, tuvieron que irse y empezar de cero en otro sitio.
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El exilio y el retorno
La historia está a punto de acabar. Ricky (Antonio Banderas) regresa a Granadilla y se queda enmudecido al ver desierto su pueblo natal. Marina (Victoria Abril) va en su búsqueda y los dos se encuentran en la torre del castillo, donde sellan definitivamente un amor que comienza de manera enfermiza, con un secuestro. En la escena siguiente, Lola (Loles León) lleva en su coche a su hermana Marina y a Ricky por una carretera y los tres empiezan a cantar a coro Resistiré, del Dúo Dinámico. Es el final de ¡Átame!, una de las mejores películas de Pedro Almodóvar quien se enamoró del entorno y decidió filmar allí en 1990.
El pasado pervive en la memoria de mucha gente que se fue en la niñez y que ahora, en la edad adulta, regresan todos los días con los recuerdos y dos veces al año de manera presencial: el 1 de noviembre para Todos los Santos, cuando se celebra una misa en la iglesia restaurada, y el 15 de agosto para la fiesta de la Virgen de la Asunción, que se montan mercadillos con productos de la región. Granadilla resiste como imagen recurrente, como hogar arrebatado, refugio persistente para quienes nacieron allí. Con las inevitables dosis de nostalgia y una sensación eterna de permanencia.
En una de esas vueltas, Puri Jiménez pudo reencontrarse con Maricruz, una amiga de la infancia con las que compartieron juegos y castigos escolares por no saberse el credo, a quien estuvo 45 años sin ver. “No tenía ni mi teléfono ni mi contacto, así que al llegar preguntó por mí. Y le dijeron que estaba en la iglesia, en la misa. Así que me esperó fuera y cuando nos vimos nos abrazamos y lloramos mucho”, recuerda Puri.
La diáspora se hizo en camiones y en carros tirados por mulas o burros con enseres y niños dentro. A la expropiación forzosa se le prometía la novedad: los nuevos pueblos de colonización donde todo estaba por hacerse. Pero los primeros años fueron duros: las tierras era improductivas, el regadío tardaba en llegar, mucho tiempo durmiendo en barracones hasta tener las casas y los capataces del régimen que pedían cotas imposibles de productividad.
La familia de Eugenio Jiménez no aguantó demasiado y se fue a Madrid. Pero la de Juan Manuel García resistió y se quedó en Alagón del Río (en aquel momento llamado Alagón del Caudillo). Salió de Granadilla cuando tenía 8 años y aguantó hasta los 10 durmiendo en cobertizos prefabricados y viendo a su padre sufrir para hacer productivas cuatro hectáreas que apenas les alcanzaban para vivir a una familia con muchos hijos.
“Conocimos el chocolate ya siendo mayorcitos”, dice este granadino de 69 años que recuerda perfectamente el día que tuvieron que marcharse: “Nos levantamos bien temprano, como a las 5 de la mañana, y aparecimos por Alagón como a las 7 de la tarde”. Se fueron caminando con los animales, llevando pocas pertenencias: “Íbamos andando y cuando alguno se cansaba, se subía arriba del mulo y después había que bajarse y seguir andando”. Y hubo un segundo viaje en el que su padre trajo todos los enseres en un
Hace diez años, Juan Manuel García se decidió a desandar ese camino, cogió su mochila y se fue caminando desde Alagón hasta Granadilla para encontrarse con su prima Chari, que también se marchó del pueblo de pequeña y que vive en Pamplona. Llevaban 35 años sin verse. Recorrió un trayecto de 60 km, 12 horas a pie, para sellar un encuentro que Juan Manuel califica como “muy emotivo” pero que, probablemente, haya sido también tan cinematográfico: él no calculó bien la distancia y llegó más tarde de lo que pensaba, así que unos metros antes de entrar en Granadilla, con el castillo coronando imponente la entrada, vio el rostro de su prima tras el cristal de un coche. Habían pasado 35 años y la reconoció gracias a que Facebook se encargó ir refrescándole la imagen durante todos estos años que estuvieron sin verse. “Nos abrazamos, nos echamos a llorar que es lo primero que te sale, no puedes hablar siquiera”.
El pasado pervive en la memoria de mucha gente que se fue en la niñez y que ahora, en la edad adulta, regresan todos los días con los recuerdos y dos veces al año de manera presencial: el 1 de noviembre para Todos los Santos, cuando se celebra una misa en la iglesia restaurada, y el 15 de agosto para la fiesta de la Virgen de la Asunción, que se montan mercadillos con productos de la región. Granadilla resiste como imagen recurrente, como hogar arrebatado, refugio persistente para quienes nacieron allí. Con las inevitables dosis de nostalgia y una sensación eterna de permanencia.
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La diáspora se hizo en camiones y en carros tirados por mulas o burros con enseres y niños dentro. A la expropiación forzosa se le prometía la novedad: los nuevos pueblos de colonización donde todo estaba por hacerse. Pero los primeros años fueron duros: las tierras era improductivas, el regadío tardaba en llegar, mucho tiempo durmiendo en barracones hasta tener las casas y los capataces del régimen que pedían cotas imposibles de productividad.
La familia de Eugenio Jiménez no aguantó demasiado y se fue a Madrid. Pero la de Juan Manuel García resistió y se quedó en Alagón del Río (en aquel momento llamado Alagón del Caudillo). Salió de Granadilla cuando tenía 8 años y aguantó hasta los 10 durmiendo en cobertizos prefabricados y viendo a su padre sufrir para hacer productivas cuatro hectáreas que apenas les alcanzaban para vivir a una familia con muchos hijos.
“Conocimos el chocolate ya siendo mayorcitos”, dice este granadino de 69 años que recuerda perfectamente el día que tuvieron que marcharse: “Nos levantamos bien temprano, como a las 5 de la mañana, y aparecimos por Alagón como a las 7 de la tarde”. Se fueron caminando con los animales, llevando pocas pertenencias: “Íbamos andando y cuando alguno se cansaba, se subía arriba del mulo y después había que bajarse y seguir andando”. Y hubo un segundo viaje en el que su padre trajo todos los enseres en un
Hace diez años, Juan Manuel García se decidió a desandar ese camino, cogió su mochila y se fue caminando desde Alagón hasta Granadilla para encontrarse con su prima Chari, que también se marchó del pueblo de pequeña y que vive en Pamplona. Llevaban 35 años sin verse. Recorrió un trayecto de 60 km, 12 horas a pie, para sellar un encuentro que Juan Manuel califica como “muy emotivo” pero que, probablemente, haya sido también tan cinematográfico: él no calculó bien la distancia y llegó más tarde de lo que pensaba, así que unos metros antes de entrar en Granadilla, con el castillo coronando imponente la entrada, vio el rostro de su prima tras el cristal de un coche. Habían pasado 35 años y la reconoció gracias a que Facebook se encargó ir refrescándole la imagen durante todos estos años que estuvieron sin verse. “Nos abrazamos, nos echamos a llorar que es lo primero que te sale, no puedes hablar siquiera”.
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La restauración
Teresa Ciudad dejó Granadilla cuando tenía 12 años (ahora tiene 74) y lo hizo de la misma manera que Eugenio, Puri y Juan Manuel: con pena, sin mencionar algo parecido a la ilusión de la mudanza hacia un nuevo territorio. “Eran días muy tristes porque dejabas a las amigas, a la gente que conocías. Nos fuimos todos metidos en un camión que nos trajo los cuatros cacharros que teníamos, porque tampoco había más”, recuerda Teresa.
Su antigua casa familiar está frente al castillo y es de las pocas que no se han venido abajo (la gran mayoría conserva solo una trazas de fachada, nada más). Ahora está arreglada y restaurada para servir de alojamiento a los monitores que encabezan los trabajos de restauración y los talleres para alumnos de diferentes escuelas que vienen cada año. “La última vez que fuimos había un chico asomado a la puerta y le dijimos que si nos dejaban verla. Y ya no la reconocimos, porque habían unido dos casas y ya habían hecho ellos lo que querían. Me hice la foto y me emocioné, claro”, dice Teresa.
Granadilla pertenece a la Confederación Hidrográfica del Tajo y está sujeta a las políticas de la Red de Parques Nacionales, un organismo autónomo que en 1984 permitió que el Ministerio de Educación incorpore al pueblo medieval dentro del Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados (PRUEPA) y donde hay otros dos pueblos históricos: Umbralejo, en la Sierra de Ayllón en Guadalajara, y Búbal, en el Valle de Tena de la provincia de Huesca. A través de este plan, que también promueven los ministerios para la Transición Ecológica y el Fomento, se ha restaurado la plaza principal y algunas calles principales de Granadilla (el castillo y la muralla ya habían empezado a ser restaurados cuando en 1980 se declaró a la ciudad Conjunto Histórico Artístico).
Puri, Teresa y Juan Manuel se muestran, en general, felices con este plan y con la nueva vida que le ha dado a Granadilla. Eugenio tiene sus reservas: Ninguna de las propuestas que han surgido desde su asociación han avanzado. Lo único que ha conseguido en estos 20 años es que se construyan nuevos nichos en el cementerio de las afueras del pueblo, destinados a aquellos hijos de Granadilla que quieran volver. “Uno no elige donde nace pero sí puede elegir donde descansa. Cuando llegue mi hora, ya les tengo dicho a mis hijos que yo quiero descansar donde nací”. Pero siempre hay peros: la condición de volver para quedarse en Granadilla es estar muerto.
nationalgeographic.com.es
Su antigua casa familiar está frente al castillo y es de las pocas que no se han venido abajo (la gran mayoría conserva solo una trazas de fachada, nada más). Ahora está arreglada y restaurada para servir de alojamiento a los monitores que encabezan los trabajos de restauración y los talleres para alumnos de diferentes escuelas que vienen cada año. “La última vez que fuimos había un chico asomado a la puerta y le dijimos que si nos dejaban verla. Y ya no la reconocimos, porque habían unido dos casas y ya habían hecho ellos lo que querían. Me hice la foto y me emocioné, claro”, dice Teresa.
Granadilla pertenece a la Confederación Hidrográfica del Tajo y está sujeta a las políticas de la Red de Parques Nacionales, un organismo autónomo que en 1984 permitió que el Ministerio de Educación incorpore al pueblo medieval dentro del Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados (PRUEPA) y donde hay otros dos pueblos históricos: Umbralejo, en la Sierra de Ayllón en Guadalajara, y Búbal, en el Valle de Tena de la provincia de Huesca. A través de este plan, que también promueven los ministerios para la Transición Ecológica y el Fomento, se ha restaurado la plaza principal y algunas calles principales de Granadilla (el castillo y la muralla ya habían empezado a ser restaurados cuando en 1980 se declaró a la ciudad Conjunto Histórico Artístico).
Puri, Teresa y Juan Manuel se muestran, en general, felices con este plan y con la nueva vida que le ha dado a Granadilla. Eugenio tiene sus reservas: Ninguna de las propuestas que han surgido desde su asociación han avanzado. Lo único que ha conseguido en estos 20 años es que se construyan nuevos nichos en el cementerio de las afueras del pueblo, destinados a aquellos hijos de Granadilla que quieran volver. “Uno no elige donde nace pero sí puede elegir donde descansa. Cuando llegue mi hora, ya les tengo dicho a mis hijos que yo quiero descansar donde nací”. Pero siempre hay peros: la condición de volver para quedarse en Granadilla es estar muerto.
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