Qué ver en Osaka: nueve sorpresas en la ciudad más diferente de Japón

Barrios dedicados a los juegos y la tecnología, multitud de izakayas y puestos con delicias callejeras y emblemas únicos del budismo en el país nipón esperan al curioso visitante.

La tercera ciudad más grande de Japón, en la región de Kansai, llegó a ser capital del país durante unos pocos años. Perder aquel privilegio no le hizo empequeñecerse, sino que su espíritu mercantil hizo que se desarrollase notablemente. De hecho, el saludo típico en Osaka, mōkarimakka, se traduce como ‘¿estás ganando dinero?’, lo que da buena cuenta de su arraigado afán comercial.

A pesar de que la II Guerra Mundial destruyó gran parte de sus vestigios del pasado, hoy en día está considerada como una de las urbes más animadas y más sabrosas de todo Japón. Barrios dedicados enteramente a la animación y a la tecnología, calles repletas de puestos de comida callejera, delicias únicas del país e izakayas tradicionales y templos que constituyen un tesoro nacional es parte de lo que se puede disfrutar en esta ciudad nipona.



Adentrate en la cultura.

Rodeando la emblemática torre Tsutenkaku se vertebra el barrio de Shinsekai. El ambiente retro y su extraña mezcla entre lo occidental y lo oriental se debe a su diseño, hecho en base a la arquitectura y el urbanismo de Nueva York y París. Este ‘nuevo mundo’ - como se traduce su nombre del japonés - vivió una mala época tras la II Guerra Mundial, siendo considerado una zona peligrosa, pero lo cierto es que, hoy en día, es uno de los barrios de moda de Osaka.

Con numerosas tiendas y restaurantes y vistosos carteles de colores, Shinsekai es uno de los mejores lugares para conocer una parte de la historia de la ciudad y hacer algunas de las fotos más bonitas de Osaka. La torre Tsutenkaku, construída en 1912 como parte de un parque de atracciones, es uno de los lugares más icónicos, y no solo por su mirador, sino por cómo se ilumina por la noche.

Otros lugares que no puedes perderte en este barrio son el santuario ShinsekaiInari o el de Billiken, y si tienes tiempo, entra en algún salón de juego para practicar smart ball, el antepasado olvidado del famoso pachinko.

Quizá sea uno de los mejores momentos para perderse entre sus calles, repletas de neones y el olor de la deliciosa comida, como la Janjan Yokocho, donde probar las típicas brochetas de carne y verduras, kushikatsu, pez globo japonés, pasteles manju o horumon. Entre bares solo para locales y miembros de sociedades con curiosas puertas, existen restaurantes que sirven el típico sushi de Osaka, el sushi battera.

El centro neurálgico de Osaka es el lugar más animado de la ciudad. El distrito de Shinsaibashi es una explosión de tiendas, tiendas y más tiendas entre un mar de gente en el que se puede ver a turistas haciendo sus compras de souvenirs (os aseguro que es complicadísimo decidirse por uno), jóvenes japoneses haciendo directos y muchas parejas y amigos pasando la tarde o la noche.

No importa si es domingo a las 23h. La Shinsaibashi-suji, una calle llena de grandes almacenes pero también tiendas tradicionales y restaurantes de todo tipo, tiene 2,6 km de largo, y es una de las calles comerciales techadas más largas del mundo. No puedes perderte tiendas como la famosa Don Quijote o la Daimaru para comprar regalos y todo tipo de cachivaches que no sabías que necesitabas.



Pero tampoco sus puestos de comida, como el de los butaman de 551 Horai (hay uno en el aeropuerto de Osaka, para quienes no pueden irse sin darle un último bocado a estos bollitos adictivos), o el de Rikuro Ojisan, con las tartas de queso japonesas por las que se forman largas colas. Esta calle comercial acaba en el distrito de Dotonbori, cuyo puente sobre un canal con siglos de historia es uno de los puntos más concurridos de Osaka.

Los carteles publicitarios con anuncios de todo tipo (desde jóvenes estrellas del K-pop hasta señores vendiendo pasta de dientes) se llevan toda la atención del lugar, pero hay uno que destaca entre ellos, el de Glico Man, instalado en 1935, donde se ve un corredor, imagen de la empresa Glico. A su alrededor, numerosos restaurantes con grandes figuras de pulpos, dragones, gyozas y todo tipo de criaturas y comidas invitan a probar los takoyakis, okonomiyakis, ramen y cangrejo en izakayas para todos los gustos.

A pesar del fuerte carácter comercial de Osaka, con sus grandes carteles y reclamos gastronómicos, existe otra faceta de la ciudad visible en su magnificente castillo. Para llegar a él es necesario - y placentero - atravesar sus jardines, un lugar de descanso donde las parejas se hacen fotos con sus trípodes y otros tantos surcan en embarcaciones el foso que lo rodea, disfrutando de todas las perspectivas posibles. En primavera, sus cientos de cerezos ofrecen un espectáculo único.

Esta construcción es en realidad una reproducción del castillo original del siglo XVI que, tras batallas e incendios, sucumbió. En 1931 se erigió una réplica que, sin embargo, no se parece en nada en su interior. De hecho, en él se encuentra un museo y el altar Toyokuni, además de un ascensor que permite subir sus ocho pisos y disfrutar de una panorámica del este de la ciudad.

A pesar de que guarda una de las más bellas estampas que se pueden conseguir de un viaje a Osaka, no mucha gente visita su interior. Sin embargo, es una buena manera de conocer su historia, ya que se cree que la fortaleza fue el origen de la ciudad, fundada por Hideyoshi, tras destruir el templo budista que había en su lugar y llevar a sus monjes a la rendición.

Si hay un lugar para los geeks y los freaks en Osaka ese es Nipponbashi, también conocido como Den Den Town, el 'distrito electrónico’ de la ciudad y el sueño de cualquier amante del manga y de la tecnología. Similar al barrio Akihabara de Tokio - aunque no alcanza lo impresionante de este - sus calles están repletas de tiendas de gachapon para todos los gustos, salones de ufo catcher, karaokes temáticos, locales de reparación y venta de segunda mano, tiendas minúsculas de antigüedades, purikuras (fotomatones) y otros curiosos rincones.

Las calles Ota y Sakai Suji Dori es donde se concentran la mayoría de los que buscan desde tiendas hasta cafés con todo tipo de figurillas, adornos, carteles y videojuegos.



Entre cosplayers buscando un nuevo atuendo y curiosos por conocer esta cultura alternativa, están las parejas que tratan de conseguir accesorios, peluches y figurillas de sus personajes favoritos en los juegos de gancho.

Dulces extravagantes, pelucas de todos los colores, juegos de realidad virtual y una pequeña manzana donde se reparten tiendas muy antiguas que pueden albergar desde restaurantes de una o dos mesas hasta ferreterías, vendedoras de kimonos y demás. Las máquinas recreativas, el material de papelería, las maquetas, las librerías de manga - siempre con su apartado para adultos - y las tiendas de videojuegos retro no pueden faltar. Desde walkies talkies hasta la última consola de moda, pasando por pistolas de juguete, todo lo que te imagines del universo friki estará aquí.

Dejando atrás la parte de Osaka que fascina con sus luces, sus músicas y su apetito comercial, aún queda hueco para la magia de lo tradicional. Dentro de la lista de los grandes monumentos de Japón se encuentra el templo budista Shitenno-ji,que asegura ser el más antiguo del país. Dentro de su recinto se puede disfrutar del jardín Gokuraku-jodo, lleno de estanques y cerezos que siguen los preceptos de la filosofía zen.

En el interior del templo se encuentra el salón principal, el salón de conferencias y la pagoda. La construcción, que data del año 593, tiene su día más importante en la festividad de Shitennoji Wasso, en noviembre, donde cientos de personas con vestimentas del siglo VI conmemoran el hermanamiento entre Japón y el resto de Asia representando a los demás países del continente con baile y música tradicional.



A pocos metros se encuentra el templo Isshinji, un lugar que despierta una gran atracción a los visitantes de Osaka. Fundado supuestamente en 1185, este sitio es famoso por sus estatuas de Buda, hechas ni más ni menos que con restos de budistas fallecidos de todo Japón. Esta ‘macabra’ idea fue fruto de la falta de espacio, ya que se habían llegado a acumular hasta 50.000 urnas de personas que querían ser enterradas allí, como el actor Ichikawa Danjuro VIII.

En 1887, el sacerdote decidió que se construiría una estatua del buda Amida con una mezcla de resina y las cenizas de los fallecidos para así darle una salida a esas urnas sin ver perjudicado el espacio. Poco a poco se fueron construyendo más Okotsu Butsu, como se conoce a estas estatuas, concretamente una cada diez años, y ya son 13. También es curiosa la moderna puerta del templo y sus guardianes de bronce, nada similares a los que suele haber en las entradas a estos santuarios budistas.

Cuando se elaboró la iniciativa de desarrollo urbano de la Isla Nakano, importante distrito cultural y artístico de Osaka - el Museo Nacional de Arte fue concebido como la institución perfecta para estar en su mismo centro. El arte contemporáneo se reparte en el interior de su original estructura a lo largo de tres niveles enteramente subterráneos, donde las galerías de exhibición y los espacios públicos de encuentro se solapan.

Una colosal escultura de acero inoxidable y cristal da la bienvenida en la entrada del museo. Inspirada en los bosques de bambú nativos de la región, parece emerger de la tierra, creando un vestíbulo acristalado con sus 2.600 metros de longitud. Bajo tierra, el museo evoca un submarino de tres cascos con un diseño innovador que tiene en cuenta la protección contra los terremotos, la seguridad y el gasto energético.

Una obra de arte en sí mismo, en sus galerías, donde la luz natural entra del techo, se exponen más de 6.000 obras que incluyen grabados, esculturas, grabados, bocetos, carteles, fotografías y pinturas, entre otras. Desde obras de arte tradicional japonés hasta una serie de fotografías de Claude Monet, pasando por pinturas de Paul Cézanne, un mural de Joan Miró y cuadros de Pablo Picasso, el arte que aquí se muestra es internacional.

Considerado por muchos como la puerta a la Ruta de la Seda en Japón, el Santuario Sumiyoshi Taisha de Osaka sigue los preceptos de las tres deidades, conocidas como Sumiyoshi Sanjin. Conocido como el santuario Sumiyoshi más importante del país y sede del resto - más de 2.000 -, veneran a estas figuras que se encargan de defender Japón, promocionar la poesía waka y proteger a los marineros, lo que hace que muchos de sus visitantes pertenezcan a cuerpos de seguridad, poetas o trabajadores del mar.

Una de las partes más fascinantes es el camino de entrada. Tras el gran torii de piedra, el sendero sando ilumina los pasos en un increíble espectáculo de centenares de lámparas de tōrō que desembocan en el puente Sorihashi, con un bello estanque a sus pies. En el santuario, bien custodiado por dos estatuas de piedra, existe un salón dedicado a cada deidad.

En el exterior, sorprende el paseo kodama, repleto de árboles y, según los sintoistas, de sus espíritus, y piedras con kanjis que los sacerdotes han estado escribiendo durante años. Algunos de los mejores momentos para visitar este santuario es durante el festival de verano, del 30 de julio al 1 de agosto. Si no te coincide con el verano, una vez al mes, en el día del dragón, se hace una ceremonia para llamar a la buena fortuna en los negocios.

Ver Osaka desde las alturas es una de las experiencias únicas que vivir en la gran urbe del sur de Japón. Una metrópolis como esta no podía dejar de contar con grandes miradores donde disfrutar de su skyline único, es por eso que hay para todos los gustos y colores. Entre los de pago, se encuentra el famoso Abeno Harukas, ubicado en el edificio más alto de la ciudad y con vistas de 360º, perfecto para tomar algo en su cafetería o su restaurante. En la planta 16, 42 por debajo del mirador, existe otro gratuito con máquinas expendedoras.

Umeda Sky Building es otro de los que no puede faltar en esta lista, uno de los más vanguardistas y peculiares por su estructura, con dos torres conectadas por escaleras mecánicas flotantes. En el piso 40 se encuentra el mirador, también de pago y con vistas de 360º, que muestra el norte de la ciudad.



La torre Tsutenkaku, en el barrio de Shinsekai, tiene un observatorio que se eleva a 91 metros del suelo. En su última planta, una plataforma con suelo de cristal amplifica la experiencia.

Si además de ver Osaka desde las alturas te apetece disfrutar de una atracción, son dos las norias que hay en la ciudad que permiten tener unas vistas magníficas de esta. La Noria Hep Five, en el centro comercial que le da nombre, y la de la tienda Don Quijote cercana al Glico Man, curiosa por su forma y menos elevada.

Nadie que se acerque a Osaka es ajeno a su fama como capital culinaria de Japón. En el área de Dotonbori, la zona donde se concentran la mayoría de puestos, se encuentran establecimientos como el 551 Horai, donde disfrutar del butaman (bollo relleno de cerdo al vapor), Sakamachi no Ten-don, un restaurante histórico donde disfrutar de arroz con tempura, o puestos de takoyaki sin fin, como el Takoyaki Juhachiban.

Sin duda, el callejón HozenjiYokocho, con más de 60 izakayas, es otro de los lugares donde perderse para probar bocados como el okonomiyaki. El mercado Kuromon, en el distrito de Namba, también es un excelente sitio para conocer qué se come en las casas japonesas y, por supuesto, disfrutar de sus platos, sobre todo del pescado fresco y el marisco, como la anguila o el cangrejo real, pero también los dulces, como el daifuku de fresa.

En cuanto a los sabores, más vale no irse sin probar la increíble tarta de queso japonesa, que bordan en Rikuro Ojisan Namba; el tako tamago, una brocheta de pulpito glaseado a la parrilla con huevo de codorniz; el cangrejo en cualquier plato, incluido sushi; o las kushiage, brochetas empanadas que sirven como snack perfecto.

Si tu presupuesto es menos ajustado, desde Viajes National Geographic os recomendamos que probéis la alta cocina tradicional de Osaka, Kappo, una especie de menú degustación con platos pequeños hechos frente al comensal con productos de calidad y una presentación cuidada en el que el chef es quien decide lo que cocinará. Si podemos recomendar un restaurante para experimentarlo, ese es el reconocido Naniwa Kappo Kigawa, cerca de Dotonbori.

Este viaje desde Osaka alcanza la imperial Nara y se adentra por los sagrados caminos del Kumano Kodo.

Japón no es un destino de este mundo. Con esa percepción se queda quien lo visita por primera vez. Porque no es de este mundo que todo funcione a la perfección, desde el tren a una máquina de refrescos.

No es de este mundo la pulcritud de los espacios públicos, ni que en un área conurbana como la de Tokio, con cerca de 30 millones de habitantes, no haya coches aparcados en la calle porque el espacio público no debe ser usado de manera privada. Ni tampoco es de este mundo que dejes una bicicleta en la acera sin cadena y a la mañana siguiente siga allí. Que no haya papeleras por las calles y no se vea un papel ni una colilla en el suelo. Que en el tren de alta velocidad pidan que no se hable por teléfono para no molestar al resto de usuarios… y que a nadie se le ocurra no hacer caso. Que puedas dejar tranquilamente el móvil o la billetera en la mesa del restaurante e irte al baño. Que todos los japoneses te saluden con una sonrisa y una inclinación, aunque no te entiendan.

No, la sociedad japonesa no es de este mundo; tiene algo de marciana –en el sentido de extraña–, diferente a cualquier otra sociedad que se haya visto. Eso es lo primero que atrapa de Japón, la sensación de tranquilidad, de que todo funciona y de que la educación y el respeto por lo público es algo sacrosanto. Marciano total. Luego están la primavera y la floración de los cerezos, el otoño vestido de ocre, rojo y amarillo, y esos templos de solemnes maderas. Y el contraste que lo impregna todo: entre los parsimoniosos monjes sintoístas y la ajetreada multitud del metro en hora punta; entre los jardines con cedros donde reina el silencio y el estruendo y el aire viciado de humo de un pachinko lleno de gente frente a máquinas de juego; o entre los rascacielos forrados de neones junto a los yokocho (callejones) que huelen a yakitori (brocheta de carne) y a sake.

Japón es el agua casi hirviendo de un onsen (baños termales), el suelo de tatami de un ryokan (alojamiento tradicional) y también el naranja butano de los torii en la entrada de los santuarios. Es el contraste de una sociedad amabilísima, pero con un elevado grado de infelicidad –por la exigencia a la que el colectivo somete al individuo– y altamente tecnificada, que inventó el tren bala en 1964 pero donde todavía hay tiendas que solo aceptan efectivo. Creo que por todo eso, Japón engancha tanto al viajero occidental.

OSAKA, EL PUNTO DE PARTIDA

Una de sus puertas de entrada es Osaka, porque allí está el aeropuerto internacional de Kansai a donde llegan muchas aerolíneas europeas. Osaka merece sobradamente que se le dediquen dos o tres días. Si acabas de llegar al país, el barrio de Dotombori, el de los restaurantes, los neones, los izakayas (especie de taberna que sirven bebidas y tapas) y el ambiente nocturno te encandilará.

Otro punto de interés es el Castillo de Osaka, que impacta de lejos con su color níveo. Es la estampa icónica de una fortaleza medieval de la época Edo, de madera y con cinco pisos exteriores en forma de pagoda. Su construcción se inició en 1583 por el daimio (señor feudal) Toyotomi Hideyoshi y tuvo un papel fundamental en muchos lances de la historia del país. Por desgracia fue arrasado en la II Guerra Mundial y lo que ahora vemos es una copia casi exacta del original, pero de cemento. Lo rodean aún las ciclópeas murallas y unos cuidados jardines muy recomendables para disfrutar del hanami, la observación de los cerezos en flor cada primavera. Como contraste, en el barrio de Umeda se elevan algunos de los rascacielos más vanguardistas del país, con un observatorio espectacular en la Umeda Sky Building.

Castillo de HimejI, UNA JOYA MEDIEVAL

Para ver un complejo medieval de madera hay que dirigirse a Himeji, 100 km al oeste de Osaka. Edificado en 1346 aunque muy reconstruido en 1680, el Castillo de Himeji o de la Garza Blanca es una de las doce únicas fortalezas originales de los cientos que hubo en Japón. Declarado Patrimonio de la Humanidad, es una joya de la arquitectura medieval que ha llegado a nuestros días con una salud envidiable y cuya visita es un viaje en el tiempo. Tiene una torre principal en forma de pagoda de cinco plantas desde donde ejercieron su poder muchos sogunes, entre ellos los Tokugawa, el clan que gobernó Japón con mano de hierro durante 250 años (de 1600 a 1868), manteniendo al país aislado del resto del mundo.



SABOR Y PANORÁMICAS EN KOBE

Entre las ciudades de Osaka y Himeji queda Kōbe, el topónimo que
se ha extendido por el mundo como sinónimo de carne de gran calidad... y de elevado precio. Kobe no es una ciudad muy turística, pero se suele usar como punto de pernoctación en los viajes que se dirigen o que llegan desde el lejano suroeste de la isla de Honshu. Sin embargo, tiene algunas zonas de interés, como el puerto –denominado New Harbour–, que cuenta con muchos lugares para pasear y un centro comercial repleto de terrazas y restaurantes.



En cualquiera de esos espacios o en las calles aledañas a la estación del Shinkansen o tren bala, se puede probar la famosa ternera de Kobe, procedente de una vaca virgen o macho castrado (wagyu) de la variante Tajima de la raza Negra. Y digo «probar» con toda la intención, porque al precio que está –unos 140 euros por 100 gramos– no es como para quitarse el hambre con una comilona. Merece la pena también subir a la torre del puerto de Kobe, el icono de la ciudad. Y visitar el museo de la Destilería de Sake Hakutsuru, con reproducciones a escala 1:1 de los diversos procesos manuales de fabricación de la bebida nacional nipona...