Constructores de catedrales, los primeros arquitectos de la historia

Cuando, a inicios del siglo XI, Europa empezó a despertar del dilatado letargo en el que había caído tras las invasiones de vikingos y musulmanes, una de sus manifestaciones más evidentes del resurgir fue la fiebre constructiva que se desató en el continente. El monje cluniacense francés Raúl Glaber dejó testimonio expresivo de ello al escribir en sus Historias que en los albores de ese siglo «se vio en casi toda la tierra, pero sobre todo en Italia y en la Galia, reedificar las construcciones de las viejas iglesias; pues, aunque la mayor parte estaban bien construidas y no tenían necesidad de ello, una verdadera emulación empujó a cada una de las comunidades cristianas a querer poseer una construcción más suntuosa que la de sus vecinos. De esta manera, se podía decir que el mundo mismo se sacudía para despojarse de su vetustez y se revestía por todas partes de un blanco manto de iglesias. Así, casi todas las iglesias de las sedes episcopales, las de los monasterios consagrados a toda clase de santos, incluso las pequeñas capillas de las aldeas, fueron reconstruidas por los fieles, ahora más hermosas».

Glaber explicaba así el nacimiento del arte románico. La euforia constructiva que se desató en toda la cristiandad dio lugar a una gran renovación de las técnicas de edificación y de la organización del trabajo. La culminación
de tales procesos tendría lugar en la época gótica, desde mediados del siglo XII hasta el XV, cuando Europa vivió una auténtica revolución arquitectónica y constructiva.

El estilo gótico se originó a mediados del siglo XII en las prósperas poblaciones urbanas alrededor de París. Allí se levantaron edificios emblemáticos como la abadía de Saint-Denis (considerado el primer templo gótico de la historia) y las catedrales de París y Laon. Este gótico primitivo se difundió rápidamente por el resto de Francia y Europa dando lugar a las construcciones cada vez más altas y espectaculares del siglo XIII, como las catedrales de Reims, Amiens o Estrasburgo. El nuevo estilo arquitectónico se abrió camino por todos los rincones de la cristiandad, penetrando especialmente a través de las rutas comerciales y de peregrinación, como el Camino de Santiago en el caso de la península ibérica.

En la construcción de las catedrales participaba un amplísimo elenco de trabajadores. Antes de que se iniciara cualquier labor, un provisor o fabriquero se encargaba de la recaudación y la gestión de los fondos. Las obras empezaban con los picapedreros que sacaban el material de las canteras. Los peones abrían las zanjas para la cimentación, acondicionaban el terreno y cargaban materiales. Los albañiles levantaban los muros, los carpinteros montaban andamios o hacían las cerchas o tablazón del tejado, mientras que los herreros, plomeros, tejeros, pizarreros y cordeleros llevaban a cabo las tareas de su especialidad. Para los acabados ornamentales se empleaba a mosaiquistas, a yeseros que hacían los enlucidos, a pintores que se encargaban de la decoración final de los muros y del coloreado de las esculturas, a vidrieros y hasta a los campaneros que fundían las campanas a pie de obra.

Construcción de una catedral en una miniatura de las Crónicas de Francia (1494).

Estos equipos tan variopintos estaban coordinados por un jefe: el magister operis o maestro de obras. Al principio pudo ser un albañil o un cantero que se distinguía por sus habilidades y su capacidad emprendedora, pero poco a poco estos maestros se fueron desprendiendo de su actividad manual para adquirir un protagonismo más intelectual, asemejándose a lo que hoy sería un arquitecto. Pierre de Montreuil (hacia 1200-1267), que trabajó en Notre-Dame de París, se definía en su epitafio como doctor lathomorum, es decir, «doctor en cantería», un título de rango universitario.

Otros, en cambio, criticaban a los maestros de obras por su posición de privilegio respecto a los demás trabajadores. A mediados del siglo XIII, el fraile Nicolas de Biard se refería a ellos con desdén: «[En las construcciones] acostumbra haber un maestro principal que da órdenes solo con la palabra, pero que raramente o nunca pone manos a la obra y, sin embargo, recibe salarios más altos que el resto […]. Los maestros de los albañiles, con la varita en la mano, les dicen a los demás: “Tállame la piedra por aquí”, y no trabajan nada, aunque reciben una recompensa muy grande».

Vidriera de la catedral de Chartres que representa la reconstrucción del templo a inicios del siglo XIII, después de su destrucción por un incendio en 1194. En ella aparece el magister operis planificando la obra y los diferentes operarios especializados que la llevaban a cabo. La pieza original, realizada en torno a 1210, fue destruida en 1816 y restaurada en 1927.

Durante el románico, el maestro de obras podía ser el fabriquero, que era quien tenía la responsabilidad última en el desarrollo de las obras, pero también podía tratarse de un maestro externo contratado para la ejecución de las mismas. En algunas construcciones encontramos inscripciones en las que se indica un nombre propio junto con la expresión me fecit, «me hizo», pero no está claro si esos nombres corresponden al promotor, al responsable último de toda la obra o simplemente a un cantero más destacado.

Es en el período gótico cuando se empiezan a conocer los nombres de los arquitectos de las catedrales. Fue el caso de varios que trabajaron en la construcción de la catedral de Notre-Dame en París, como Jean de Chelles, nombrado jefe de obras hacia 1250 y bajo cuya dirección se hizo la fachada norte del transepto, incluyendo su famoso rosetón. El lado sur fue terminado por su sucesor, el ya mencionado Pierre de Montreuil, al que sustituyó en 1267 Pierre de Chelles, que quizá fuese hijo o sobrino de Jean.

Las obras de la fachada norte del transepto de Notre-dame de París se iniciaron hacia 1250 bajo la supervisión de Jean de Chelles. En la imagen, la fachada sur de la catedral, culminada por su sucesor, Pierre de Montreuil.

Muchos arquitectos iban de un país a otro según las ofertas de trabajo que recibían. Así sucedió con los que edificaron la catedral de Santiago de Compostela, primero el maestro Bernardo el Viejo –un nombre que no parece ser peninsular–, y luego el famoso maestro Mateo. Con el sueldo vitalicio de 100 maravedís anuales, una cantidad muy importante en la época, que en 1168 le ofreció Fernando II de León, el maestro Mateo se encargó de concluir la catedral antes de su consagración en 1211.

Otro ejemplo de movilidad lo ofrece Alexandre de Berneval. Nacido hacia 1367 en Normandía, se sabe que visitó Inglaterra y más tarde, en 1417, recaló en Ruan, donde trabajó al servicio del rey de Francia. Cuando los ingleses conquistaron la plaza dos años más tarde, Berneval construyó para ellos un castillo en colaboración con Jenson Salvart, entonces maestro de obras de la catedral. En 1424 aparece vinculado, también como maestro de obras, a la abadía de Saint-Ouen, en Ruan. En su iglesia, que tiene el formato y las dimensiones de una catedral, Berneval ejecutó, entre otras cosas, el rosetón sur.

Arquitecto. Anton Pilgram en un relieve de la catedral de Viena, cuya construcción dirigió él mismo en el siglo XV.



Se contaba que Berneval encargó a un hábil aprendiz suyo que realizara al mismo tiempo el rosetón norte, pero, al volver de un viaje, vio con amargura que el trabajo de su subordinado era muy superior al suyo. Cegado por la ira, lo asesinó, crimen por el que habría sido ajusticiado. Se trata de una leyenda, puesto que Berneval murió en 1440 como maestro respetado y fue enterrado en la iglesia que estaba construyendo, en una tumba en la que aparece con sus instrumentos de trabajo. Su epitafio dice que fue maestro de albañilería del rey en la bailía de Ruan.

A su lado hay la tumba de otro personaje, también con los atributos de arquitecto. Según una versión, ahí está enterrado su hijo Colin, que le sucedió al frente de las obras hasta su fallecimiento en 1479 y fue el verdadero autor del rosetón norte. Otra tesis, más romántica, dice que en la segunda tumba se inhumó a aquel operario asesinado por el maestro Berneval, como homenaje de los monjes de Saint-Ouen al joven aprendiz.

Tras el incendio de un templo románico anterior, en 1318 empezó la construcción de una nueva iglesia en estilo gótico. La nave central, de 134 m de largo, alcanza los 33 m de altura. Su gran luminosidad, lograda gracias a sus amplios vanos cubiertos de vidrieras, es característica del gótico flamígero.

Otro arquitecto francés que trabajó para los reyes de Inglaterra fue Guillaume de Sens. El cronista Gervasio de Canterbury anotó minuciosamente toda su actividad en la reconstrucción de la catedral de la abadía de Canterbury, destruida por un incendio en 1174. El cabildo llamó a varios maestros para proceder a la renovación del edificio y, «entre otros, vino un maestro de Sens llamado Guillaume, hombre enérgico y obrero ingenioso en piedra y en madera. En razón de su espíritu y de su renombre, a él se le confió la obra con preferencia sobre los demás». Guillaume mandó traer cargas de la muy apreciada piedra de Caen, al otro lado del canal de la Mancha, y, convertido también en ingeniero, «construyó ingeniosas máquinas para cargar y descargar los barcos y para subir las piedras y el mortero».

Durante su cuarto año de trabajo, mientras hacía los preparativos para armar las bóvedas, el andamiaje en el que estaba subido se rompió y Guillaume se precipitó desde una altura de 50 pies (unos 15 metros), junto con las piedras y los andamiajes. Tuvo que guardar cama. Ante la necesidad de cerrar la bóveda antes de la llegada del invierno, Guillaume encargó a uno de los religiosos de la comunidad que vigilara el trabajo de los obreros siguiendo sus indicaciones. Al año siguiente «el maestro, al ver que su salud no mejoraba, abandonó la obra de construcción y volvió a su hogar en Francia». La caída, que según algunos comentarios era un castigo por la soberbia y el hosco trato de Guillaume, fue fatal para el maestro, que murió en 1180.

La catedral de Canterbury, sede del primado de la Iglesia anglicana, fue erigida en estilo románico en el siglo XII, pero a finales del XIV fue enteramente renovada en el llamado estilo gótico perpendicular, característico de Inglaterra.

Francia también sirvió de lugar de formación para arquitectos de otros países. Ese fue probablemente el caso del italiano Benedetto Antelami, que además de arquitecto era un notable escultor. Aunque no se conoce mucho de su vida, se cree que estudió el estilo románico de la iglesia de San Trófimo de Arlés e incluso las primeras obras góticas de la región en torno a París. Se le atribuye el diseño y construcción del baptisterio de la catedral de Parma, un edificio de gran originalidad realizado entre 1178 y 1200, compuesto por varias plantas de galerías arquitrabadas, nada comunes en la época. Diversos autores le asignan también, en mayor o menor grado, el diseño, la construcción y la decoración de la basílica de San Andrés de Vercelli, iniciada en 1219 y terminada en 1227, donde a la tradición románica se incorporan elementos góticos como las bóvedas de crucería, los arbotantes y el rosetón. Antelami murió poco después, en 1230, cuando el gótico ya era el estilo triunfante en toda Europa.

El arte de la construcción. Relieve del campanario de la catedral de Florencia. Siglo XIV. Museo de la Obra de la Catedral, Florencia.


Las familias alemanas

En el ámbito centroeuropeo surgieron igualmente renombrados arquitectos, que a menudo formaban auténticas dinastías de artífices. Uno de ellos fue Peter Parler, miembro de una importante estirpe de canteros y escultores de Bohemia que trabajaron en las catedrales de Basilea o Friburgo. Su carrera estuvo vinculada a la ciudad de Praga, donde fue contratado en 1356, cuando tenía 23 años.

La imagen muestra la catedral de Parma, construida en estilo románico a finales del siglo XI y principios del XII. La torre campanario fue erigida a finales del siglo XIII y el baptisterio octogonal, a la derecha, es obra de Benedetto Antelami, de finales del siglo XII.


El emperador Carlos IV quiso hacer de Praga una gran capital, y Parler se convirtió en el instrumento de sus sueños. Junto a construcciones como el puente de Carlos, sobre el río Moldava, la construcción a la que Parler más se dedicó fue la catedral de San Vito, de la que fue maestro de obras desde 1356 hasta 1396. Entre sus realizaciones destacan las llamadas «bóvedas de red», un innovador sistema de nervios en zigzag que refuerza la estructura y la dota de mayor dinamismo ornamental. Sus hijos y sobrinos continuaron su obra, manteniendo las creaciones de Peter, hasta el punto de que se habla de un «estilo Parler» difundido por toda Europa.
Catedral de Praga

En esta vista del interior de la catedral de San Vito se aprecian las «bóvedas de red» diseñadas por el arquitecto Peter Parler, un sistema de dobles nervios dispuestos en diagonal que refuerzan la estructura e incrementan el efecto decorativo.


La catedral de Estrasburgo atrajo asimismo a varios afamados arquitectos. Erwin von Steinbach, formado quizás en la construcción del crucero de Notre-Dame de París a las órdenes de Jean de Chelles, fue nombrado su maestro de obras hacia 1277. Se encargó de continuar la construcción de la fachada oeste, ya iniciada, para la que elaboró uno de los tres planos que se conservan. Dirigió las obras hasta su muerte en 1318, pero su figura está rodeada de incertidumbres. Una historia habla de una presunta hija suya, llamada Sabina, que habría realizado, a las órdenes de su padre, parte de las esculturas de la catedral.