De Aquiles a Batman: el mundo necesita superhéroes
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De Aquiles a Batman: el mundo necesita superhéroes
Así lo atestigua el éxito en taquilla de las adaptaciones de cómics protagonizados por poderosos enmascarados que, tras el disfraz, tienen problemas muy humanos.
Primero fue la narración, luego la escritura, más tarde los dibujos, después la pequeña pantalla y, por último, los efectos especiales. Los superhéroes nacieron hace mucho, mucho tiempo, en una Antigüedad Clásica que los llamaba semidioses y encontraba en Hércules un dechado de proezas y en Aquiles sólo un resquicio de vulnerabilidad.
Los problemas narrados por Homero han evolucionado con los siglos hasta llegar al millonario Bruce Wayne (Batman para los noctámbulos) que, como Aquiles, es el campeón de su pueblo; o al periodista Clark Kent, que, como Aquiles, tiene un punto débil que no está en su talón sino en la kriptonita. Porque el mundo necesita superhéroes. Y los superhéroes esconden una lucha interna y externa, la del bien y el mal. Pueden ser muy humanos bajo sus máscaras y por eso han saltado de las viñetas a la gran pantalla, donde los salvadores en mallas se prodigan con tres o cuatro películas al año para demostrar a los espectadores que el mundo tiene quien le salve.
El profesor de la Universidad de Málaga Francisco Ruiz del Olmo, en Le damos un repaso a los superhéroes (Editorial Comunicación Social, 2011), explica que las adaptaciones al cine triunfan porque los superhéroes tienen un fin: “Ayudar a los humanos y estabilizar valores colectivos alterados por la acción del mal”.
Pero, ¿cuántos Batman serán necesarios para llegar de veras al corazón del Caballero Oscuro? En las últimas décadas se han ofrecido versiones para todos los gustos: desde la pop televisiva de Adam West en los sesenta a la estrenada el mes pasado con un Christian Bale profundo que admite no ser un fan de los cómics pero que aceptó el encargo del director Christopher Nolan para su trilogía de Batman Begins porque “era adecuado a las intenciones del original de Bob Kane”.
Ese ciudadano Kane al que se refiere el actor es el padre del hombre murciélago, el que en 1939 ideó al justiciero de Gotham; un millonario de día que por las noches se enfunda en su supertraje para vigilar la ciudad. Porque justamente ahí, en la pregunta formulada por el poeta satírico romano de finales del siglo I Décimo Junio Juvenal, Quis custodiet ipsos custodes? (“¿Quién vigila al vigilante?”), reside uno de los grandes misterios de los superhéroes. En él se inspiraron Alan Moore y Dave Gibbons para escribir en 1986 Watchmen, novela gráfica en la que presentan a unos enmascarados clandestinos que se toman la justicia por su mano. “Uno de los epígrafes de Moore es el famoso aforismo acuñado por Friedrich Nietzsche: ‘Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo a un abismo, también este mira dentro de ti’. ¿Rorschach [protagonista de Watchmen] o Batman han prestado debida atención a este consejo? ¿O quizá los demás estamos demasiado asustados para asumir un riesgo noble y encararnos contra los monstruos?”, reflexiona el profesor de Filosofía Aeon J. Skoble.
Muy humanos en esas debilidades, en esas dudas, en esos precipicios. De esta forma se presentan los superhéroes, con cercanía y atractivo para el público. Porque, ¿dónde están sus límites?, ¿se encuentran por encima de la ley?, ¿en qué momento deben parar? Las preguntas no hallan fácil respuesta, aunque los cómics y novelas gráficas llevan años intentando dar con ella.
En las películas, puro espectáculo, la cuestión se plantea de forma directa: los mutantes de X-Men se enfrentan a un mundo que “les odia y les teme” y busca fórmulas políticas para tenerlos bajo control pese a que ellos sólo aspiran al bien.
“El camino heroico es, en ocasiones, solitario, pero siempre es el correcto. Si tenemos en mente la imagen de los superhéroes, quizá resulte más fácil ser fiel al camino moral más elevado, el único que a la postre nos satisfará”, analizan Jeph Loeb y Tom Morris en Los superhéroes y la filosofía (Blackie Books, 2012).
Primero fue la narración, luego la escritura, más tarde los dibujos, después la pequeña pantalla y, por último, los efectos especiales. Los superhéroes nacieron hace mucho, mucho tiempo, en una Antigüedad Clásica que los llamaba semidioses y encontraba en Hércules un dechado de proezas y en Aquiles sólo un resquicio de vulnerabilidad.
Los problemas narrados por Homero han evolucionado con los siglos hasta llegar al millonario Bruce Wayne (Batman para los noctámbulos) que, como Aquiles, es el campeón de su pueblo; o al periodista Clark Kent, que, como Aquiles, tiene un punto débil que no está en su talón sino en la kriptonita. Porque el mundo necesita superhéroes. Y los superhéroes esconden una lucha interna y externa, la del bien y el mal. Pueden ser muy humanos bajo sus máscaras y por eso han saltado de las viñetas a la gran pantalla, donde los salvadores en mallas se prodigan con tres o cuatro películas al año para demostrar a los espectadores que el mundo tiene quien le salve.
El profesor de la Universidad de Málaga Francisco Ruiz del Olmo, en Le damos un repaso a los superhéroes (Editorial Comunicación Social, 2011), explica que las adaptaciones al cine triunfan porque los superhéroes tienen un fin: “Ayudar a los humanos y estabilizar valores colectivos alterados por la acción del mal”.
Pero, ¿cuántos Batman serán necesarios para llegar de veras al corazón del Caballero Oscuro? En las últimas décadas se han ofrecido versiones para todos los gustos: desde la pop televisiva de Adam West en los sesenta a la estrenada el mes pasado con un Christian Bale profundo que admite no ser un fan de los cómics pero que aceptó el encargo del director Christopher Nolan para su trilogía de Batman Begins porque “era adecuado a las intenciones del original de Bob Kane”.
Ese ciudadano Kane al que se refiere el actor es el padre del hombre murciélago, el que en 1939 ideó al justiciero de Gotham; un millonario de día que por las noches se enfunda en su supertraje para vigilar la ciudad. Porque justamente ahí, en la pregunta formulada por el poeta satírico romano de finales del siglo I Décimo Junio Juvenal, Quis custodiet ipsos custodes? (“¿Quién vigila al vigilante?”), reside uno de los grandes misterios de los superhéroes. En él se inspiraron Alan Moore y Dave Gibbons para escribir en 1986 Watchmen, novela gráfica en la que presentan a unos enmascarados clandestinos que se toman la justicia por su mano. “Uno de los epígrafes de Moore es el famoso aforismo acuñado por Friedrich Nietzsche: ‘Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo a un abismo, también este mira dentro de ti’. ¿Rorschach [protagonista de Watchmen] o Batman han prestado debida atención a este consejo? ¿O quizá los demás estamos demasiado asustados para asumir un riesgo noble y encararnos contra los monstruos?”, reflexiona el profesor de Filosofía Aeon J. Skoble.
Muy humanos en esas debilidades, en esas dudas, en esos precipicios. De esta forma se presentan los superhéroes, con cercanía y atractivo para el público. Porque, ¿dónde están sus límites?, ¿se encuentran por encima de la ley?, ¿en qué momento deben parar? Las preguntas no hallan fácil respuesta, aunque los cómics y novelas gráficas llevan años intentando dar con ella.
En las películas, puro espectáculo, la cuestión se plantea de forma directa: los mutantes de X-Men se enfrentan a un mundo que “les odia y les teme” y busca fórmulas políticas para tenerlos bajo control pese a que ellos sólo aspiran al bien.
“El camino heroico es, en ocasiones, solitario, pero siempre es el correcto. Si tenemos en mente la imagen de los superhéroes, quizá resulte más fácil ser fiel al camino moral más elevado, el único que a la postre nos satisfará”, analizan Jeph Loeb y Tom Morris en Los superhéroes y la filosofía (Blackie Books, 2012).
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Poder y responsabilidad
Este argumento, planteado en los cómics desde el inicio –los superhéroes se ven abocados a la soledad porque han de mantener dobles identidades para proteger a aquellos que quieren, desde el adinerado Tony Stark, alias Iron Man, hasta el semidiós nórdico Thor, que se hace pasar por el doctor cojo Donald Blake– sirve de base a las películas.
“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. La frase con la que Peter Parker, alias Spiderman, intenta resolver sus dudas para compatibilizar su condición de persona aparentemente anónima con una capacidad inusitada para ayudar a sus semejantes es la clave en la que, de un modo u otro, se ha basado el cine para adaptar los cómics de superhéroes.
Joseph Campbell, profesor estadounidense conocido por su trabajo en mitología comparada y por servir de inspiración a George Lucas para escribir La guerra de las galaxias, inventó el término “monomito” para referirse al “viaje del héroe”, una especie de patrón narrativo hallado en muchos relatos procedentes de todo el mundo: la llamada de la aventura, el encuentro con el mago, la decisión vital, la verdadera personalidad...
En su obra El hombre de las mil caras (Fondo de Cultura Económica de España, 1992), Campbell defiende que la mitología tradicional ha sido asumida en el mundo moderno por creadores individuales, como los artistas y los cineastas, capaces de darle una vuelta a los mitos (visión narrativa de un motivo esencial, como la lucha contra el mal, la soledad del héroe, el descubrimiento del miedo) y contar historias, que en el fondo son viajes de realización personal, con la limitación del tiempo.
Como apunta Chris Claremont, guionista de X-Men en los años ochenta, los superhéroes “quizás son la mitología de EE UU, cuyos héroes, Crockett, Buffalo Bill o Custer, no tienen más de 200 años. El equipo de Marvel intentaba introducir personajes heroicos, dioses y semidioses de otras culturas en las publicaciones del grupo. Thor es el caso más claro”.
¿Por qué se han hecho cuatro películas de Spiderman en 10 años, la última de las cuales vuelve a contar el origen del personaje? ¿Y otras siete de Batman en apenas dos décadas, incluyendo también una nueva lectura de los traumas infantiles y miedos adultos de Bruce Wayne? ¿Y por qué en la mayoría de los casos han sido éxitos de taquilla? Guillermo del Toro (que ha dirigido dos películas sobre un superhéroe, Hellboy, y que podría realizar en breve la tercera) lo tiene claro: “El mundo necesita una nueva mitología y esos son los superhéroes. El hecho de que aparezcan cada vez más filmes de superhéroes no se debe a falta de imaginación, sino a la necesidad de crear ficción en el mundo que ha olvidado su lado espiritual, que no cree en la magia”.
El atractivo de las películas de superhéroes reside en dos razones: la primera, los efectos especiales han evolucionado lo suficiente para mostrar en una pantalla lo que millones de lectores llevan décadas imaginándose con un alto grado de efectividad; la segunda, los enmascarados también son personas. Mutantes, dioses, millonarios, extraterrestres... pero personas. Volviendo otra vez a Campbell, “los superhéroes se han abierto camino a la consciencia popular por la propia fuerza de su valor simbólico”.
¿Quién no se ha sentido alguna vez como un adolescente pensando que las circunstancias lo superan? ¿O quién no ha deseado tener un gran poder o los medios para conseguirlo e imponer la justicia y ayudar al débil? ¿Quién no ha tenido dudas sobre lo que es mejor o peor? ¿Quién no dudaría en sacrificarse por lograr un objetivo personal? Las dudas de los personajes del cómic (y del cine) son las dudas de todas las personas, de toda la humanidad.
“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. La frase con la que Peter Parker, alias Spiderman, intenta resolver sus dudas para compatibilizar su condición de persona aparentemente anónima con una capacidad inusitada para ayudar a sus semejantes es la clave en la que, de un modo u otro, se ha basado el cine para adaptar los cómics de superhéroes.
Joseph Campbell, profesor estadounidense conocido por su trabajo en mitología comparada y por servir de inspiración a George Lucas para escribir La guerra de las galaxias, inventó el término “monomito” para referirse al “viaje del héroe”, una especie de patrón narrativo hallado en muchos relatos procedentes de todo el mundo: la llamada de la aventura, el encuentro con el mago, la decisión vital, la verdadera personalidad...
En su obra El hombre de las mil caras (Fondo de Cultura Económica de España, 1992), Campbell defiende que la mitología tradicional ha sido asumida en el mundo moderno por creadores individuales, como los artistas y los cineastas, capaces de darle una vuelta a los mitos (visión narrativa de un motivo esencial, como la lucha contra el mal, la soledad del héroe, el descubrimiento del miedo) y contar historias, que en el fondo son viajes de realización personal, con la limitación del tiempo.
Como apunta Chris Claremont, guionista de X-Men en los años ochenta, los superhéroes “quizás son la mitología de EE UU, cuyos héroes, Crockett, Buffalo Bill o Custer, no tienen más de 200 años. El equipo de Marvel intentaba introducir personajes heroicos, dioses y semidioses de otras culturas en las publicaciones del grupo. Thor es el caso más claro”.
¿Por qué se han hecho cuatro películas de Spiderman en 10 años, la última de las cuales vuelve a contar el origen del personaje? ¿Y otras siete de Batman en apenas dos décadas, incluyendo también una nueva lectura de los traumas infantiles y miedos adultos de Bruce Wayne? ¿Y por qué en la mayoría de los casos han sido éxitos de taquilla? Guillermo del Toro (que ha dirigido dos películas sobre un superhéroe, Hellboy, y que podría realizar en breve la tercera) lo tiene claro: “El mundo necesita una nueva mitología y esos son los superhéroes. El hecho de que aparezcan cada vez más filmes de superhéroes no se debe a falta de imaginación, sino a la necesidad de crear ficción en el mundo que ha olvidado su lado espiritual, que no cree en la magia”.
El atractivo de las películas de superhéroes reside en dos razones: la primera, los efectos especiales han evolucionado lo suficiente para mostrar en una pantalla lo que millones de lectores llevan décadas imaginándose con un alto grado de efectividad; la segunda, los enmascarados también son personas. Mutantes, dioses, millonarios, extraterrestres... pero personas. Volviendo otra vez a Campbell, “los superhéroes se han abierto camino a la consciencia popular por la propia fuerza de su valor simbólico”.
¿Quién no se ha sentido alguna vez como un adolescente pensando que las circunstancias lo superan? ¿O quién no ha deseado tener un gran poder o los medios para conseguirlo e imponer la justicia y ayudar al débil? ¿Quién no ha tenido dudas sobre lo que es mejor o peor? ¿Quién no dudaría en sacrificarse por lograr un objetivo personal? Las dudas de los personajes del cómic (y del cine) son las dudas de todas las personas, de toda la humanidad.
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Extrenos
Los dos grandes estrenos de este verano han sido The Amazing Spiderman y El Caballero Oscuro. La leyenda renace. Christopher Nolan, director de esta última, insistió en las entrevistas de promoción de la película en que, más que centrarse en efectos especiales, su principal preocupación fue mostrar las emociones de un personaje “que se ha sacrificado, ha colgado la capa y ha pasado por el dolor, la felicidad, la vergüenza, el sufrimiento... Y queríamos mostrar dónde se encuentra ahora”. En el caso de la última revisión de Spiderman, el director Marc Webb negó que se hubiera planteado eliminar la traumática muerte de Ben, el tío de Peter Parker, como apuntaba un rumor. El motivo que argumentó fue que el personaje “necesita esa pérdida”.
Sin duda, uno de los mayores riesgos que asume una adaptación de cómic al cine es satisfacer a las legiones de fans que escrutarán la película con lupa. Pero no se trata sólo de que la viñeta y la imagen sean idiomas diferentes; además está el problema del tiempo. Un cómic puede permitirse presentar la evolución del personaje durante meses, años o décadas, mientras que el director únicamente tiene dos horas o poco más para mostrar lo mismo.
Pese a los distintos ritmos de ambos medios, queda patente que la gente recurre a ellos, que la humanidad necesita sus mitos. Porque explican el mundo, están en el inconsciente colectivo. Y porque nos ayudan a recordar que incluso un hombre invulnerable y una mujer capaz de leer la mente tienen los mismos miedos y temores que nosotros.
Artículo escrito por: Ana Fernández Abad y Héctor Asensio
Sin duda, uno de los mayores riesgos que asume una adaptación de cómic al cine es satisfacer a las legiones de fans que escrutarán la película con lupa. Pero no se trata sólo de que la viñeta y la imagen sean idiomas diferentes; además está el problema del tiempo. Un cómic puede permitirse presentar la evolución del personaje durante meses, años o décadas, mientras que el director únicamente tiene dos horas o poco más para mostrar lo mismo.
Pese a los distintos ritmos de ambos medios, queda patente que la gente recurre a ellos, que la humanidad necesita sus mitos. Porque explican el mundo, están en el inconsciente colectivo. Y porque nos ayudan a recordar que incluso un hombre invulnerable y una mujer capaz de leer la mente tienen los mismos miedos y temores que nosotros.
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