El verdadero Yasser Arafat

El egipcio Mohamed Muhammad Ab dar-Ra uf Qudowa al-Husayni, más conocido como Yasser Araft (1929-2004), premio Nobel de la paz en 1994 es una figura controvertida, héroe liberador para unos y terrorista sanguinario para otros. En sus aspectos más íntimos no era menos contradictorio: Ahmad Jibril, fundador del Frente Popular por la Liberación de Palestina, confirmó que era homosexual y que muró de sida, lo que contrasta con su fama de mujeriego (especialmente cimentada en las sorprendentes declaraciones de la no se sabe si extremadamente veraz actriz y periodista uruguaya Isabel Pisano,  autora del libro A solas con Arafat  (1997), que lo define como persona supersensible, con muchísimo sentido del humor , muy pasional, romántico y terriblemente celoso). Incluso si conciliamos las dos inclinaciones sexuales, eso no supone demérito alguno del gran hombre. También Alejandro Magno y Julio César fueron ambidiestros, de pelo y pluma. Arafat fue astuto y maniobrero. Logró comparecer ante las naciones Unidas con una pistola al cinto. Acabó loco como un cencerro. Su máximo logro fue conseguir que la ONU reconociera a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) legítima representante del pueblo palestino. Era muy coqueto y ocultaba cuidadosamente la calva bruñida bajo el pañuelo palestino (que se arreglaba morosamente para que luciera un plieguecito encima del entrecejo). Resumiendo: un pájaro de cuenta.



Yasser Arafat dominó el movimiento nacional palestino durante cuarenta años, con nefastas consecuencias para su propio pueblo. En muchos y relevantes aspectos, él no era, en absoluto lo que aparentaba ser.

Arafat decía que había nacido en Jerusalén, pero en realidad era oriundo de Egipto y había pasado su infancia en Gaza.

Presentaba la OLP como un actualizado movimiento revolucionario marxista-socialista, lo cual le valió el apoyo leal del Kremlin durante un cuarto de siglo. Pero hay evidencias contundentes de que comenzó su militancia clandestina y su primera base de influencia en la política revolucionaria árabe con el Ikhwan, la Hermandad Musulmana en Gaza y Egipto.

Ante el mundo, Arafat mostró una imagen de revolucionario incorruptible y desinteresado, pero hizo desaparecer miles de millones de dólares durante su largo dominio del movimiento nacional palestino, y su organización Al Fatah siempre estuvo sumida en la corrupción y la incompetencia.

Arafat presentó ante el mundo la fisonomía de un región árabe unificada en su oposición a Israel, pero mató a muchos árabes durante su prolongada carrera. En sus momentos de auge, todos los países árabes que le proporcionaron refugio a él y a la OLP quedaron posteriormente arruinados y asumidos en la guerra civil. En septiembre de 1970 el rey Hussein de Jordania expulsó a la OLP de su país,  y fue acogida por Líbano. Allí establecieron un poderoso enclave en el sur del país, conocido como tierra de Al Fatah. Pero, a diferencia de la muy superior  organización Hezbollah, que finalmente fue su sucesora, evidenciaron su falta de eficacia en la lucha contra Israel, con excepción de algunas pocas  incursiones en las que asesinaron civiles israelíes, incluyendo a más de veinte niños de una escuela de Ma´alot en el año 1974. Después de su comienzo en el Líbano en 1975, la OLP sumió a este país en una guerra civil que duró quince años y en una violencia anárquica que acabó con la vida de ciento cincuenta mil personas.

Muchos líderes árabes odiaban a Arafat o desconfiaban ampliamente de él, especialmente el rey Hussein de Jordania, el presidente Anwar Sadat de Egipto y, sobre todo, el presidente Hafez Assad de Siria.

Arafat tenía pocas dotes de organizador y de administrador, pero era sumamente listo en la táctica política, y era también despiadado como líder y revolucionario. Era un maestro del a estafa. Los sauditas y los líderes del mundo árabe pagaban a Arafat por su protección, sabiendo que si no lo hacían, los asesinos de la OLP y los políticos subversivos se iban a ensañar con ellos. Durante y después del proceso de paz de Oslo, los lideres europeos aportaron aún más dinero, pero a lo largo de todas las conversaciones nunca movieron un dedo para asegurarse de que se estaba haciendo un uso adecuado del mismo (de hecho, los fondos estaban siendo desviados a las cuentas de un banco suizo y utilizados con el fin de crear el arsenal para el terror que posteriormente mataría a miles de civiles israelíes durante la segunda Intifada). La administración Clinton y sus aclamados diplomáticos buscadores de la paz estaban demasiados aletargados como para cambiar la política.