La leyenda negra en 1898: España, el país más odiado por Estados Unidos
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La leyenda negra en 1898: España, el país más odiado por Estados Unidos
La falsa creencia de que los protestantes eran superiores a los católicos, algo que se justificaba en el auge del Imperio inglés, dio lugar a una doctrina racista que situaba a los anglosajones en lo más alto de la escala evolutiva
«En Estados Unidos no se acuerdan de la guerra con España en 1898. Lo más viejo tiene diez años», reza una de las citas más populares del humorista Woody Allen. Pero lo cierto es que la leyenda negra contra todo lo español estuvo presente hasta bien avanzado el siglo XX –cuando otros enemigos ocuparon el interés americano– por culpa precisamente de la guerra de 1898. El desastre militar protagonizado por los escombros del Imperio español frente a la emergente armada americana estuvo firmemente secundada por una campaña propagandística que renovó a nivel mundial la mala imagen de los españoles. Como luego ocurriría con los alemanes, los japoneses y los comunistas, los españoles se convirtieron en los enemigos recurrentes de EE.UU. incluso en el cine. En la película «The Sea Hawk» (El halcón del mar, 1940), Felipe II aparece retratado como un tirano fascista que contempla un enorme mapa del mundo y planifica la invasión de Inglaterra. Su estética oscura traza una referencia directa con el nuevo enemigo de Inglaterra y EE.UU. por esas fechas: Adolf Hitler.
España, que había sido un importante apoyo de las 13 Colonias durante la Guerra de Independencia contra los ingleses –a riesgo de crear un mal precedente en los territorios españoles de América, como de hecho ocurrió–, se tornó en el principal enemigo de EE.UU. a finales del siglo XIX. Las ideas ilustradas y liberales que habían entrado en Estados Unidos en el siglo XVIII, se unieron a sus simpatías por las nuevas repúblicas nacientes al sur, aumentando el sentimiento antiespañol. Y aprovechando el crecimiento del movimiento independentista en Cuba, EE.UU. se inmiscuyó en el conflicto con la intención de encontrar un casus beli para apropiarse de los últimos territorios españoles de ultramar. La escalada de recelos entre los gobiernos de EE.UU. y España fue en aumento, mientras en la prensa de ambos países se daban fuertes campañas de desprestigio contra el adversario. De esta manera, el hundimiento en La Habana del acorazado americano de segunda clase Maine, enviado básicamente para intimidar a España, fue utilizado por los periódicos de William Randolph Hearst, hoy día el Grupo Hearst, uno de los principales imperios mediáticos del mundo, para convencer a la Opinión Pública de la culpabilidad de España y de la necesidad de empezar una guerra contra este país.
La guerra resultó un completo desastre para la armada española. Además de conceder la independencia de Cuba, que se concretará en 1902, España tuvo que ceder Filipinas, Puerto Rico y Guam. Sin embargo, las consecuencias a largo plazo fueron todavía más nocivas para los intereses hispánicos: EE.UU. recogió y amplificó la leyenda negra sobre España. Así, la visión negativa sobre nuestro país, que tenía su génesis en la propaganda holandesa, francesa e inglesa vertida durante el periodo imperial, fue elevada al grado de relato histórico con el ascenso de las potencias que habían rivalizado con la Monarquía hispánica por el cetro europeo y, más tarde, el heredero más destacado de éstas. «Nada quedaba más que los españoles; es decir, indolencia, orgullo, crueldad y superstición infinita. Así España destruyó toda la libertad de pensamiento a través de la inquisición, y durante muchos años el cielo estuvo lívido con las llamas del auto de fe; España estaba ocupada llevando leña a los pies de la filosofía, ocupada quemando a gente por pensar, por investigar, por expresar opiniones honestas. El resultado fue que una gran oscuridad cubrió España, atravesada por ninguna estrella e iluminada por ningún sol naciente», expuso el político norteamericano Robert Green Ingersoll en los años previos a la Guerra de Cuba. La fobia anglosajona contra lo español fue asumida por EE.UU. con todas sus mentiras y exageraciones incluidas.
«En Estados Unidos no se acuerdan de la guerra con España en 1898. Lo más viejo tiene diez años», reza una de las citas más populares del humorista Woody Allen. Pero lo cierto es que la leyenda negra contra todo lo español estuvo presente hasta bien avanzado el siglo XX –cuando otros enemigos ocuparon el interés americano– por culpa precisamente de la guerra de 1898. El desastre militar protagonizado por los escombros del Imperio español frente a la emergente armada americana estuvo firmemente secundada por una campaña propagandística que renovó a nivel mundial la mala imagen de los españoles. Como luego ocurriría con los alemanes, los japoneses y los comunistas, los españoles se convirtieron en los enemigos recurrentes de EE.UU. incluso en el cine. En la película «The Sea Hawk» (El halcón del mar, 1940), Felipe II aparece retratado como un tirano fascista que contempla un enorme mapa del mundo y planifica la invasión de Inglaterra. Su estética oscura traza una referencia directa con el nuevo enemigo de Inglaterra y EE.UU. por esas fechas: Adolf Hitler.
España, que había sido un importante apoyo de las 13 Colonias durante la Guerra de Independencia contra los ingleses –a riesgo de crear un mal precedente en los territorios españoles de América, como de hecho ocurrió–, se tornó en el principal enemigo de EE.UU. a finales del siglo XIX. Las ideas ilustradas y liberales que habían entrado en Estados Unidos en el siglo XVIII, se unieron a sus simpatías por las nuevas repúblicas nacientes al sur, aumentando el sentimiento antiespañol. Y aprovechando el crecimiento del movimiento independentista en Cuba, EE.UU. se inmiscuyó en el conflicto con la intención de encontrar un casus beli para apropiarse de los últimos territorios españoles de ultramar. La escalada de recelos entre los gobiernos de EE.UU. y España fue en aumento, mientras en la prensa de ambos países se daban fuertes campañas de desprestigio contra el adversario. De esta manera, el hundimiento en La Habana del acorazado americano de segunda clase Maine, enviado básicamente para intimidar a España, fue utilizado por los periódicos de William Randolph Hearst, hoy día el Grupo Hearst, uno de los principales imperios mediáticos del mundo, para convencer a la Opinión Pública de la culpabilidad de España y de la necesidad de empezar una guerra contra este país.
La guerra resultó un completo desastre para la armada española. Además de conceder la independencia de Cuba, que se concretará en 1902, España tuvo que ceder Filipinas, Puerto Rico y Guam. Sin embargo, las consecuencias a largo plazo fueron todavía más nocivas para los intereses hispánicos: EE.UU. recogió y amplificó la leyenda negra sobre España. Así, la visión negativa sobre nuestro país, que tenía su génesis en la propaganda holandesa, francesa e inglesa vertida durante el periodo imperial, fue elevada al grado de relato histórico con el ascenso de las potencias que habían rivalizado con la Monarquía hispánica por el cetro europeo y, más tarde, el heredero más destacado de éstas. «Nada quedaba más que los españoles; es decir, indolencia, orgullo, crueldad y superstición infinita. Así España destruyó toda la libertad de pensamiento a través de la inquisición, y durante muchos años el cielo estuvo lívido con las llamas del auto de fe; España estaba ocupada llevando leña a los pies de la filosofía, ocupada quemando a gente por pensar, por investigar, por expresar opiniones honestas. El resultado fue que una gran oscuridad cubrió España, atravesada por ninguna estrella e iluminada por ningún sol naciente», expuso el político norteamericano Robert Green Ingersoll en los años previos a la Guerra de Cuba. La fobia anglosajona contra lo español fue asumida por EE.UU. con todas sus mentiras y exageraciones incluidas.
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Libros de escolares sesgados
El historiador norteamericano Philip Powell (California, 1913-1987) fue uno de los primeros en analizar esta campaña contra los españoles en su obra «La Leyenda Negra. Un invento contra España»: «La escala de los héroes de la anti-España se extiende desde Francis Drake hasta Theodore Roosevelt; desde Guillermo «El Taciturno» hasta Harry Truman; desde Bartolomé de Las Casas hasta el mexicano Lázaro Cárdenas, o desde los puritanos de Oliverio Cromwell a los comunistas de la Brigada Abraham Lincoln –de lo romántico a lo prosaico, y desde lo casi sublime hasta lo absolutamente ridículo-. Hay mucha menos distancia de concepto que la que hay de tiempo entre el odio anglo-holandés a Felipe II y sus ecos en las aulas de las universidades de hoy; entre la anti-España de la Ilustración y la anti-España de tantos círculos intelectuales de nuestros días».
A las cuestiones políticas hubo que sumar el componente religioso. «La deformación propagandística de España y de la América hispana, de sus gentes y de la mayoría de sus obras, hace ya mucho tiempo que se fundió con lo dogmático del anticatolicismo. Esta torcida mezcla perdura en la literatura popular y en los prejuicios tradicionales, y continúa apoyando nuestro complejo nórdico de superioridad para sembrar confusión en las perspectivas históricas de Latinoamérica y de los Estados Unidos», explica Philip Powell en el citado libro. Como muestra, en 1916, cerca de 40 iglesias protestantes se reunieron en Panamá para organizar una ofensiva religiosa contra el carácter decadente e idólatra del Catolicismo. La falsa creencia de que los protestantes eran superiores a los católicos –algo que se justificaba en el auge del Imperio inglés en el momento que desplazó al español– dio lugar a una doctrina racista que situaba a los anglosajones en lo más alto de la escala evolutiva.
La economía parecía darles la razón. Para el economista Max Weber, los protestantes representan el «espíritu del capitalismo moderno», caracterizado por la búsqueda racional del beneficio a través de una profesión elegida libremente. Y hasta mediados del siglo XX no se comenzó a rebatir esta proclamada superioridad del mundo protestante y anglosajón sobre el Catolicismo y los pueblos latinos. Todavía en 1980 un grupo de reflexión, «El Council for Inter-American Security», elaboró varios documentos muy conocidos en los que cuestionaban la capacidad de la Iglesia católica para resistir el avance marxismo-leninismo.
Como le ocurrió antes a Inglaterra, la perspectiva de que el legado de su imperio acabe tan deformado como lo ha hecho el español hizo que EE.UU. empezara a mirar la historia de nuestro país con una mirada menos severa tras la II Guerra Mundial. «Nadie que lea los periódicos podrá dudar que las naciones del mundo están compilando una nueva Leyenda Negra, ni de que los Estados Unidos han disfrutado de un poderío mundial; como España, se han permitido llevar la autocrítica hasta el extremo; y, a la postre, su destino puede ser el mismo», afirma el hispanista William S. Maltby en su libro «The Black Legend in England» (1969). El sesgo antiespañol de cuantiosos materiales educativos norteamericanos, que llegaban hasta la caricatura, han sido progresivamente corregidos, entre otras razones por el aumento de la influencia hispana en EE.UU. El pasado español de numerosos estados norteamericanos, como en el caso de California, Florida o Texas, está siendo poco a poco desempolvado en los últimos años. ABC
A las cuestiones políticas hubo que sumar el componente religioso. «La deformación propagandística de España y de la América hispana, de sus gentes y de la mayoría de sus obras, hace ya mucho tiempo que se fundió con lo dogmático del anticatolicismo. Esta torcida mezcla perdura en la literatura popular y en los prejuicios tradicionales, y continúa apoyando nuestro complejo nórdico de superioridad para sembrar confusión en las perspectivas históricas de Latinoamérica y de los Estados Unidos», explica Philip Powell en el citado libro. Como muestra, en 1916, cerca de 40 iglesias protestantes se reunieron en Panamá para organizar una ofensiva religiosa contra el carácter decadente e idólatra del Catolicismo. La falsa creencia de que los protestantes eran superiores a los católicos –algo que se justificaba en el auge del Imperio inglés en el momento que desplazó al español– dio lugar a una doctrina racista que situaba a los anglosajones en lo más alto de la escala evolutiva.
La economía parecía darles la razón. Para el economista Max Weber, los protestantes representan el «espíritu del capitalismo moderno», caracterizado por la búsqueda racional del beneficio a través de una profesión elegida libremente. Y hasta mediados del siglo XX no se comenzó a rebatir esta proclamada superioridad del mundo protestante y anglosajón sobre el Catolicismo y los pueblos latinos. Todavía en 1980 un grupo de reflexión, «El Council for Inter-American Security», elaboró varios documentos muy conocidos en los que cuestionaban la capacidad de la Iglesia católica para resistir el avance marxismo-leninismo.
Como le ocurrió antes a Inglaterra, la perspectiva de que el legado de su imperio acabe tan deformado como lo ha hecho el español hizo que EE.UU. empezara a mirar la historia de nuestro país con una mirada menos severa tras la II Guerra Mundial. «Nadie que lea los periódicos podrá dudar que las naciones del mundo están compilando una nueva Leyenda Negra, ni de que los Estados Unidos han disfrutado de un poderío mundial; como España, se han permitido llevar la autocrítica hasta el extremo; y, a la postre, su destino puede ser el mismo», afirma el hispanista William S. Maltby en su libro «The Black Legend in England» (1969). El sesgo antiespañol de cuantiosos materiales educativos norteamericanos, que llegaban hasta la caricatura, han sido progresivamente corregidos, entre otras razones por el aumento de la influencia hispana en EE.UU. El pasado español de numerosos estados norteamericanos, como en el caso de California, Florida o Texas, está siendo poco a poco desempolvado en los últimos años. ABC
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