Tartessos: la misteriosa civilización Ibérica desaparecida
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Tartessos: la misteriosa civilización Ibérica desaparecida
Decía Platón que más allá de las Columnas de Hércules se encontraba la famosa Atlántida, donde los hombres tenían una inteligencia superior, una organización social favorable y una economía prospera. Muchos investigadores discuten si la civilización de Tartessos fue realmente la fabulosa Atlántida.
Tartessos (o Tartesios) nació aproximadamente en el año 1200 a.C. en los territorios de Cádiz, cerca a la desembocadura del rio Guadalquivir en Doñana. La verdad es que pocos establecimientos se han encontrado de esta civilización, por el contrario, miles de incógnitas han nacido sobre ellos. Muchos de ellos tienen que ver con su origen, los lugares donde estaba establecido, las ciudades más importantes y también su final.
El desconocimiento de todos los aspectos de Tartessos ha sido contrastado con los últimos descubrimientos, donde se da cuenta de una perspectiva cultural sorprendente, ya que muchos de los objetos encontrados generan más sorpresa debido al gran desarrollo tecnológico que tuvieron en esa época tan antigua.
Gracias a los textos fenicios principalmente, conocemos que los habitantes de Tartessos se ocupaban de la minería y la orfebrería. La elaboración de objetos en bronce, oro y plata, así como el buen manejo del estaño hizo muy conocida en todo el Mediterráneo las armas, las joyas y vasijas de este pueblo ibérico.
Lo confirma el historiador griego Herodoto cuando hace referencia al rey Argantonio, el cual hizo tratos comerciales con los griegos. Se confirma la utilización de barcos rápidos (posiblemente los primeros trirremes), así como armas con puntas de un precario acero. La verdad es que fue conocido por todos, la bravura y el ingenio de este pueblo, por ese motivo nació el mito de Hércules entre los griegos, donde el héroe tenía que robar unos rebaños del rey de Tarsis. Así se confirma la fiereza de esta civilización, a pesar de no dedicarse exclusivamente a la guerra.
Aunque usualmente este tesoro encontrado a mediados del siglo XX se le atribuye a los fenicios, se sabe que fue encontrado cerca de Sevilla, unas tierras que fueron tartessias en otra época. Las piezas de orfebrería que componen este ajuar son de oro trabajado en las minas que los tartessos tenían a las orillas del Atlántico. Compuesto por 21 piezas de oro de 24 quilates, junto a otros utensilios con decorados florales y colores vivos que cuentan historias, dignan la civilización española con un tesoro posiblemente de un rey, del rey Argantonio.
Con el encuentro de dicho tesoro se logró conocer diversos enlaces comerciales que se tenían con las nacientes civilizaciones de Oriente Próximo, incluso se atribuye la llegada de la gallina a las tierras españolas, junto con el cultivo extensivo de la oliva y posiblemente de la vid. Fuera de esto, las telas fenicias, conocidas por su color púrpura fueron el medio de cambio que más aceptaban, pues a pesar de no ser descubierto un poblado gigantesco hasta ahora, se ve en los pequeños establecimientos tartessios estos tipos de telas junto con otros objetos de gran valor.
Se presume que los tartessos basaban su religión en la adoración de dioses que venían de Oriente. En la Isla Muir se descubrió figuras del dios sirio- cananeo Melqart, que es el mismo Reshef egipcio. Este dios era el protector marítimo de los barcos fenicios, pero al mismo tiempo era el dios guerrero que se utilizaba como insignia en las guerras de oriente.
Muchos objetos de adoración del siglo VII a.C. dan la idea de su adoración a los dioses del Mediterráneo, los cuales ayudaban a los marinos, aunque no se ha encontrado que los artesanos y mineros, así como los herreros tuvieran una proximidad con la religión de manera fuerte. Por esto creemos que tenían un conocimiento superior.
Las avanzadas de Cartago fueron vistas como el ocasionante del fin tartessio, aunque esto se cree más por los mitos de los intelectuales romanos que querían descalificar al Imperio africano. La verdad es que nadie sabe sobre su desaparición, en los sitios arqueológicos explorados se encontraron muchas quemas de la ciudad pero no se ven armas, como si después de un incendio hubiesen escapado sus pobladores hacia el mar.
Se presume que muchos de los habitantes de esta gran civilización llegaron a América y dieron inicio a muchas de las civilizaciones, ya que conocemos el artilugio mesoamericano caracterizado por trabajar el oro y la plata de manera sublime, es por ello que consideramos que ellos no desaparecieron sino migraron a estos territorios americanos, que permanecían inhóspitos hace dos milenios.
Los textos no se equivocan cuando consideran la precisión de las armas fabricadas por los herreros tartessios, Homero al igual que otros escritores griegos, muestran la preferencia de las armas ensambladas en Iberia, incluso se ha creído que la constitución de armas de bronce fue iniciada por estos personajes.
La fundición del cobre, junto con el estaño en grandes hornos que han sido encontrados en Huelva, un sitio arqueológico recientemente explorado, da cuenta de las peripecias de los tartessios para sacar un material tan fuerte que podía fácilmente partir las armas babilónicas. La extracción y el trabajo con el oro son más misteriosos aún, debido a que su fundición como ya vimos, daba objetos con 24 quilates. Se cree que posiblemente utilizaban azogue para perfeccionar la calidad del oro.
Hoy en día permanece en profundo misterio esta gran civilización, cuyos secretos se los llevaron donde es muy difícil escarbar.. ¿Que opinas de esta cultura desaparecida? Déjanos tu comentario más abajo! Ufo Spain
Tartessos (o Tartesios) nació aproximadamente en el año 1200 a.C. en los territorios de Cádiz, cerca a la desembocadura del rio Guadalquivir en Doñana. La verdad es que pocos establecimientos se han encontrado de esta civilización, por el contrario, miles de incógnitas han nacido sobre ellos. Muchos de ellos tienen que ver con su origen, los lugares donde estaba establecido, las ciudades más importantes y también su final.
El desconocimiento de todos los aspectos de Tartessos ha sido contrastado con los últimos descubrimientos, donde se da cuenta de una perspectiva cultural sorprendente, ya que muchos de los objetos encontrados generan más sorpresa debido al gran desarrollo tecnológico que tuvieron en esa época tan antigua.
Gracias a los textos fenicios principalmente, conocemos que los habitantes de Tartessos se ocupaban de la minería y la orfebrería. La elaboración de objetos en bronce, oro y plata, así como el buen manejo del estaño hizo muy conocida en todo el Mediterráneo las armas, las joyas y vasijas de este pueblo ibérico.
Lo confirma el historiador griego Herodoto cuando hace referencia al rey Argantonio, el cual hizo tratos comerciales con los griegos. Se confirma la utilización de barcos rápidos (posiblemente los primeros trirremes), así como armas con puntas de un precario acero. La verdad es que fue conocido por todos, la bravura y el ingenio de este pueblo, por ese motivo nació el mito de Hércules entre los griegos, donde el héroe tenía que robar unos rebaños del rey de Tarsis. Así se confirma la fiereza de esta civilización, a pesar de no dedicarse exclusivamente a la guerra.
Aunque usualmente este tesoro encontrado a mediados del siglo XX se le atribuye a los fenicios, se sabe que fue encontrado cerca de Sevilla, unas tierras que fueron tartessias en otra época. Las piezas de orfebrería que componen este ajuar son de oro trabajado en las minas que los tartessos tenían a las orillas del Atlántico. Compuesto por 21 piezas de oro de 24 quilates, junto a otros utensilios con decorados florales y colores vivos que cuentan historias, dignan la civilización española con un tesoro posiblemente de un rey, del rey Argantonio.
Con el encuentro de dicho tesoro se logró conocer diversos enlaces comerciales que se tenían con las nacientes civilizaciones de Oriente Próximo, incluso se atribuye la llegada de la gallina a las tierras españolas, junto con el cultivo extensivo de la oliva y posiblemente de la vid. Fuera de esto, las telas fenicias, conocidas por su color púrpura fueron el medio de cambio que más aceptaban, pues a pesar de no ser descubierto un poblado gigantesco hasta ahora, se ve en los pequeños establecimientos tartessios estos tipos de telas junto con otros objetos de gran valor.
Se presume que los tartessos basaban su religión en la adoración de dioses que venían de Oriente. En la Isla Muir se descubrió figuras del dios sirio- cananeo Melqart, que es el mismo Reshef egipcio. Este dios era el protector marítimo de los barcos fenicios, pero al mismo tiempo era el dios guerrero que se utilizaba como insignia en las guerras de oriente.
Muchos objetos de adoración del siglo VII a.C. dan la idea de su adoración a los dioses del Mediterráneo, los cuales ayudaban a los marinos, aunque no se ha encontrado que los artesanos y mineros, así como los herreros tuvieran una proximidad con la religión de manera fuerte. Por esto creemos que tenían un conocimiento superior.
Las avanzadas de Cartago fueron vistas como el ocasionante del fin tartessio, aunque esto se cree más por los mitos de los intelectuales romanos que querían descalificar al Imperio africano. La verdad es que nadie sabe sobre su desaparición, en los sitios arqueológicos explorados se encontraron muchas quemas de la ciudad pero no se ven armas, como si después de un incendio hubiesen escapado sus pobladores hacia el mar.
Se presume que muchos de los habitantes de esta gran civilización llegaron a América y dieron inicio a muchas de las civilizaciones, ya que conocemos el artilugio mesoamericano caracterizado por trabajar el oro y la plata de manera sublime, es por ello que consideramos que ellos no desaparecieron sino migraron a estos territorios americanos, que permanecían inhóspitos hace dos milenios.
Los textos no se equivocan cuando consideran la precisión de las armas fabricadas por los herreros tartessios, Homero al igual que otros escritores griegos, muestran la preferencia de las armas ensambladas en Iberia, incluso se ha creído que la constitución de armas de bronce fue iniciada por estos personajes.
La fundición del cobre, junto con el estaño en grandes hornos que han sido encontrados en Huelva, un sitio arqueológico recientemente explorado, da cuenta de las peripecias de los tartessios para sacar un material tan fuerte que podía fácilmente partir las armas babilónicas. La extracción y el trabajo con el oro son más misteriosos aún, debido a que su fundición como ya vimos, daba objetos con 24 quilates. Se cree que posiblemente utilizaban azogue para perfeccionar la calidad del oro.
Hoy en día permanece en profundo misterio esta gran civilización, cuyos secretos se los llevaron donde es muy difícil escarbar.. ¿Que opinas de esta cultura desaparecida? Déjanos tu comentario más abajo! Ufo Spain
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¿Quiénes fueron los Tartessos y qué comían?
El territorio que ocuparon era de una importante feracidad: tierras ricas, campiña, costa, dehesa y tierras altas que aún hoy son de una enorme riqueza agrícola y ganadera
Tartessos, un pueblo íbero descendiente de los pueblos del Bronce final atlántico y que estableció la que se conoce como Primera Civilización de Occidente, vive aún a caballo entre la prehistoria y el mundo antiguo. Desgraciadamente, aunque los tartesos desarrollaron sistemas de escritura, no se ha conseguido traducir aún: falta una nueva Piedra Rosetta que proporcione las claves, o una mente brillante que conjeture teorías y conduzca hacia realidades. Entonces empezará a brillar con esa luz propia que hace mucho tiempo que se percibe.
Los últimos años han sido pródigos en excelente investigación sobre este pueblo, que se conformó en una zona que ocupaba las actuales provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla, y cuya expansión alcanzó las provincias de Málaga, Córdoba, Badajoz e incluso el Algarve portugués.
El territorio que ocuparon era de una importante feracidad: tierras ricas, campiña, costa, dehesa y tierras altas que aún hoy son de una enorme riqueza agrícola y ganadera. La producción agroalimentaria incluía innumerables variedades de productos, y estos en abundancia. E incluso nos consta que dispusieron de otro tipo de bienes para comerciar: los metales. Oro, plata, estaño y bronce fueron los que enriquecieron a este pueblo y que se expandieron por todo el Mediterráneo a lo largo de la duración de esta civilización, entre los S.XIII al V a.C.
Con una geografía algo diferente a la actual, la desembocadura del Guadalquivir era una gran zona abierta y con mayor desarrollo de marisma: el Lacus Ligustinus, una ensenada que recogía las aguas del Guadalquivir y que se fue colmatando con el paso del tiempo dando lugar a la zona actual, de marisma aún en ciertos lugares pero con una costa bien perfilada. A orillas de este eje que supuso el Guadalquivir se desarrolló Tartessos, que utilizó el río como vía de comunicación. Lugares como Asta Regia, El Carambolo, Cerro Salomón o Carmona son algunos de los más eminentes yacimientos arqueológicos que muestran su historia.
Los orígenes de Tartessos se nutren, como todas las civilizaciones que se precian, de leyendas. La primera de ellas es la de los reyes mitológicos: Gerión, Gárgoris y Habis, todos ellos vinculados de una forma extraordinaria con los fundamentos de la primera de las culturas, la agricultura. A través de sus historias vamos acercándonos a estadios humanos civilizados y organizados. El primero de ellos, Gerión, vivía más allá de las columnas de Hércules: era un rico pastor que poseía rebaños de bueyes y vacas rojas, y que le robó el héroe griego Heracles, en uno de sus míticos doce trabajos.
Por su parte, Gárgoris, Rey también de los curetes según la mitología inventó dos habilidades imprescindibles, la primera de ellas, la apicultura, que les dio no sólo miel para la elaboración de una repostería de corte mediterráneo, también una rica y fermentada hidromiel, proporcionó métodos de conservación e incluso adobo de carnes. Además, Gárgoris inventó el comercio, algo muy necesario porque en época ya histórica sus tierras serían visitadas por griegos y fenicios en busca de sus míticas riquezas.
El último de la saga mitológica es Habis, hijo y nieto de Gárgoris porque fue fruto del incesto con su hija, y que según las leyendas tartesias fue el descubridor de la agricultura. Aprendió a labrar la tierra con ayuda de bueyes y de un arado, y se lo enseñó a su pueblo. Y no sólo eso, la agricultura condujo a una sociedad con leyes y con un orden. Ya tenemos los orígenes de una civilización.
El único rey del que sí nos habla la historia fue Argantonio, quizás más una estirpe que una sola persona pero, en cualquier caso, sí sabemos que reinó en el s. VI. Y fomentó el comercio y la amistad con los griegos. Tras ese auge de relaciones internacionales, producción agroalimentaria y poder político, se acaban las noticias que tenemos de Tartessos, desapareciendo entre las brumas de la historia.
Toda esta historia es la nuestra, es la de una civilización que aún se nos muestra remisa porque no hemos aprendido a interpretar su escritura. Que se nutrió de cereales, panes y gachas, que celebró banquetes con vino y cerveza y que peregrinó a centros religiosos o santuarios como Cancho Roano. Lugar este último donde se han encontrado ánforas con cereales (trigo y cebada) y legumbres (habas), algunas de ellas repletas de frutos secos (piñones y almendras) y vino, miel de jara, aceite y aceitunas.
Entre los instrumentos de este lugar se han hallado asadores de hierro, quizás para cocinar carne, molinos de mano para triturar cereal y auténticas despensas con innumerables ánforas repletas de comida. Era evidente que este yacimiento estaba bien preparado para acoger a numerosos peregrinos o visitantes. Además de todo esto había cerámica para la celebración de los banquetes, algunas piezas de origen griego y otras de fabricación local, así como vasos metálicos y cuchillos.
Como sociedad organizada y rica en recursos, probablemente había panaderos, cocineros y sirvientes que se ocuparan de la organización y desarrollo de los banquetes. Desde luego, la tartesia era una sociedad estructurada, compleja y próspera. La primera civilización de Occidente estuvo bien nutrida, disfrutó de los placeres de la mesa e incluso pudo ofrecer a sus dioses y a sus visitantes banquetes en los que gozar de los productos y platos creados por ellos. Una auténtica gastronomía de los orígenes que forma parte de ese sustrato cultural y alimentario que estableció unos comienzos dignos de dioses, héroes y reyes.
Tartessos, un pueblo íbero descendiente de los pueblos del Bronce final atlántico y que estableció la que se conoce como Primera Civilización de Occidente, vive aún a caballo entre la prehistoria y el mundo antiguo. Desgraciadamente, aunque los tartesos desarrollaron sistemas de escritura, no se ha conseguido traducir aún: falta una nueva Piedra Rosetta que proporcione las claves, o una mente brillante que conjeture teorías y conduzca hacia realidades. Entonces empezará a brillar con esa luz propia que hace mucho tiempo que se percibe.
Los últimos años han sido pródigos en excelente investigación sobre este pueblo, que se conformó en una zona que ocupaba las actuales provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla, y cuya expansión alcanzó las provincias de Málaga, Córdoba, Badajoz e incluso el Algarve portugués.
El territorio que ocuparon era de una importante feracidad: tierras ricas, campiña, costa, dehesa y tierras altas que aún hoy son de una enorme riqueza agrícola y ganadera. La producción agroalimentaria incluía innumerables variedades de productos, y estos en abundancia. E incluso nos consta que dispusieron de otro tipo de bienes para comerciar: los metales. Oro, plata, estaño y bronce fueron los que enriquecieron a este pueblo y que se expandieron por todo el Mediterráneo a lo largo de la duración de esta civilización, entre los S.XIII al V a.C.
Con una geografía algo diferente a la actual, la desembocadura del Guadalquivir era una gran zona abierta y con mayor desarrollo de marisma: el Lacus Ligustinus, una ensenada que recogía las aguas del Guadalquivir y que se fue colmatando con el paso del tiempo dando lugar a la zona actual, de marisma aún en ciertos lugares pero con una costa bien perfilada. A orillas de este eje que supuso el Guadalquivir se desarrolló Tartessos, que utilizó el río como vía de comunicación. Lugares como Asta Regia, El Carambolo, Cerro Salomón o Carmona son algunos de los más eminentes yacimientos arqueológicos que muestran su historia.
Los orígenes de Tartessos se nutren, como todas las civilizaciones que se precian, de leyendas. La primera de ellas es la de los reyes mitológicos: Gerión, Gárgoris y Habis, todos ellos vinculados de una forma extraordinaria con los fundamentos de la primera de las culturas, la agricultura. A través de sus historias vamos acercándonos a estadios humanos civilizados y organizados. El primero de ellos, Gerión, vivía más allá de las columnas de Hércules: era un rico pastor que poseía rebaños de bueyes y vacas rojas, y que le robó el héroe griego Heracles, en uno de sus míticos doce trabajos.
Por su parte, Gárgoris, Rey también de los curetes según la mitología inventó dos habilidades imprescindibles, la primera de ellas, la apicultura, que les dio no sólo miel para la elaboración de una repostería de corte mediterráneo, también una rica y fermentada hidromiel, proporcionó métodos de conservación e incluso adobo de carnes. Además, Gárgoris inventó el comercio, algo muy necesario porque en época ya histórica sus tierras serían visitadas por griegos y fenicios en busca de sus míticas riquezas.
El último de la saga mitológica es Habis, hijo y nieto de Gárgoris porque fue fruto del incesto con su hija, y que según las leyendas tartesias fue el descubridor de la agricultura. Aprendió a labrar la tierra con ayuda de bueyes y de un arado, y se lo enseñó a su pueblo. Y no sólo eso, la agricultura condujo a una sociedad con leyes y con un orden. Ya tenemos los orígenes de una civilización.
El único rey del que sí nos habla la historia fue Argantonio, quizás más una estirpe que una sola persona pero, en cualquier caso, sí sabemos que reinó en el s. VI. Y fomentó el comercio y la amistad con los griegos. Tras ese auge de relaciones internacionales, producción agroalimentaria y poder político, se acaban las noticias que tenemos de Tartessos, desapareciendo entre las brumas de la historia.
Toda esta historia es la nuestra, es la de una civilización que aún se nos muestra remisa porque no hemos aprendido a interpretar su escritura. Que se nutrió de cereales, panes y gachas, que celebró banquetes con vino y cerveza y que peregrinó a centros religiosos o santuarios como Cancho Roano. Lugar este último donde se han encontrado ánforas con cereales (trigo y cebada) y legumbres (habas), algunas de ellas repletas de frutos secos (piñones y almendras) y vino, miel de jara, aceite y aceitunas.
Entre los instrumentos de este lugar se han hallado asadores de hierro, quizás para cocinar carne, molinos de mano para triturar cereal y auténticas despensas con innumerables ánforas repletas de comida. Era evidente que este yacimiento estaba bien preparado para acoger a numerosos peregrinos o visitantes. Además de todo esto había cerámica para la celebración de los banquetes, algunas piezas de origen griego y otras de fabricación local, así como vasos metálicos y cuchillos.
Como sociedad organizada y rica en recursos, probablemente había panaderos, cocineros y sirvientes que se ocuparan de la organización y desarrollo de los banquetes. Desde luego, la tartesia era una sociedad estructurada, compleja y próspera. La primera civilización de Occidente estuvo bien nutrida, disfrutó de los placeres de la mesa e incluso pudo ofrecer a sus dioses y a sus visitantes banquetes en los que gozar de los productos y platos creados por ellos. Una auténtica gastronomía de los orígenes que forma parte de ese sustrato cultural y alimentario que estableció unos comienzos dignos de dioses, héroes y reyes.
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El enigma de Tartessos: la teoría que explicaría su desaparición
Allá por el siglo IV a.C., cuando el historiador griego Éforo de Cime escribió que había una ciudad "con un mercado muy próspero, la llamada Tartessos, ciudad ilustre, regada por un río que lleva gran cantidad de estaño, oro y cobre de Céltica", ya no quedaba ni rastro de la urbe a la cual hacía referencia y que algunos identificaron con la mítica Atlántida de Platón. Después de caer en el olvido, sería ya en 1958 cuando un espectacular hallazgo, un tesoro de la Edad del Hierro descubierto en Sevilla, bautizado como el Tesoro del Carambolo, puso de nuevo a Tartessos en el foco de interés.
El mito que llevó al arqueólogo alemán Adolf Schulten a investigar el que parecía un legendario lugar lleno tesoros y de historias protagonizadas por héroes mitológicos, se ha transformado finalmente, gracias a los estudios y a las investigaciones científicas, en una sofisticada cultura que se desarrolló durante el Bronce tardío y la primera Edad del Hierro (entre los siglos VIII y V a.C.) en el suroeste de la península ibérica, cuya población se fusionó con los colonos fenicios procedentes del Mediterráneo oriental.
un Origen misterioso
A día de hoy, el mundo científico aún debate sobre los límites geográficos y cronológicos de Tartessos así como sobre cuáles habrían podido ser las causas de su final. Para algunos, el colapso se produjo a finales del siglo VI a.C. en los núcleos urbanos que comprendían las actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla debido principalmente a causas políticas, climáticas o incluso por el devastador efecto de un tsunami.
Pero gracias al descubrimiento en la provincia de Badajoz, en Extremadura, de los yacimientos de Cancho Roano o Casas del Turuñuelo (el edificio mejor conservado de la arqueología protohistórica del Mediterráneo occidental, en cuyo patio se documentó una impresionante hecatombe ritual, principalmente de caballos) se ha podido constatar que sus pobladores se trasladaron más al norte, al valle medio del Guadiana, donde su produjo un gran auge tanto económico como cultural de esta cultura.
Pero, con todo, siguen surgiendo preguntas sobre el enigmático final de estos asentamientos norteños: ¿Qué ocurrió con su población y con los poblados entre finales del siglo V a.C. y principios del IV a.C.? ¿Dónde fueron finalmente sus habitantes? Estos son algunos de los interrogantes que intenta dilucidar en su libro El final de Tarteso. Arqueología Protohistórica del Valle Medio del Guadiana, Esther Rodríguez González, arqueóloga de la Universidad Autónoma de Madrid y a la vez codirectora de los trabajos arqueológicos en el yacimiento de Casas del Turuñuelo.
"Nada en el registro arqueológico permite deducir la existencia de una crisis interna en el sistema, pues no se han hallado indicios que definan el empobrecimiento de los asentamientos ni la reducción de su extensión, de modo que solo cabe suponer el acontecimiento de un hecho abrupto e inesperado que forzase a la población que habitaba este espacio a clausurar sus edificios y marcharse en busca de otras regiones donde el desarrollo de la vida fuese posible", ha manifestado la arqueóloga respecto a las causas del misterioso final.
Y es que, según la investigadora, su enigmático final vendría confirmado por la existencia de un solo nivel de destrucción. De hecho, en estos yacimientos ha podido documentarse que los tartesios "clausuraron" muchas de sus grandes construcciones y ocultaron sus riquezas mediante complejas ceremonias rituales, lo que descartaría totalmente la posibilidad de esto se hubiese llevado a cabo en un contexto bélico. De hecho, según Rodríguez, no se ha encontrado ninguna evidencia en el registro arqueológico que confirme una crisis generalizada en la península ibérica a finales del siglo V a.C.
En su libro, Esther Rodríguez da cuenta de sus últimas investigaciones, que apuntan a un cambio climático, aunque no como un acontecimiento devastador, sino como una continua serie de inundaciones, tal como se desprende de las excavaciones llevadas a cabo, por ejemplo, en el patio de Casas del Turuñuelo, donde se ha identificado un nivel de inundación que afectó al lugar justo antes de su clausura ritual y su abandono. Aunque la investigadora plantea que esta hipótesis deberá ser confirmada por los análisis de las semillas y la fauna que han podido recuperarse, así como por los estudios geomorfológicos que se lleven a cabo.
En resumen, según los métodos de investigación empleados, el planteamiento de Esther Rodríguez respecto al final de esta segunda fase de la cultura tartésica sería el siguiente: "Gracias al empleo de modelos predictivos de inundaciones hemos conseguido documentar la existencia de crecidas periódicas del río Guadiana, acontecidas cada 500 años, que debieron de afectar a muchos de los enclaves ubicados en las márgenes de su cuenca. Las inundaciones convertirían las tierras en improductivas, al mismo tiempo que arrasarían los entornos inmediatos a los yacimientos, lo que complicaría el desarrollo de la vida y la producción en estos enclaves, obligando a la población a buscar mejores tierras en las que establecerse
¡Asombroso!
El mito que llevó al arqueólogo alemán Adolf Schulten a investigar el que parecía un legendario lugar lleno tesoros y de historias protagonizadas por héroes mitológicos, se ha transformado finalmente, gracias a los estudios y a las investigaciones científicas, en una sofisticada cultura que se desarrolló durante el Bronce tardío y la primera Edad del Hierro (entre los siglos VIII y V a.C.) en el suroeste de la península ibérica, cuya población se fusionó con los colonos fenicios procedentes del Mediterráneo oriental.
un Origen misterioso
A día de hoy, el mundo científico aún debate sobre los límites geográficos y cronológicos de Tartessos así como sobre cuáles habrían podido ser las causas de su final. Para algunos, el colapso se produjo a finales del siglo VI a.C. en los núcleos urbanos que comprendían las actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla debido principalmente a causas políticas, climáticas o incluso por el devastador efecto de un tsunami.
Pero gracias al descubrimiento en la provincia de Badajoz, en Extremadura, de los yacimientos de Cancho Roano o Casas del Turuñuelo (el edificio mejor conservado de la arqueología protohistórica del Mediterráneo occidental, en cuyo patio se documentó una impresionante hecatombe ritual, principalmente de caballos) se ha podido constatar que sus pobladores se trasladaron más al norte, al valle medio del Guadiana, donde su produjo un gran auge tanto económico como cultural de esta cultura.
Pero, con todo, siguen surgiendo preguntas sobre el enigmático final de estos asentamientos norteños: ¿Qué ocurrió con su población y con los poblados entre finales del siglo V a.C. y principios del IV a.C.? ¿Dónde fueron finalmente sus habitantes? Estos son algunos de los interrogantes que intenta dilucidar en su libro El final de Tarteso. Arqueología Protohistórica del Valle Medio del Guadiana, Esther Rodríguez González, arqueóloga de la Universidad Autónoma de Madrid y a la vez codirectora de los trabajos arqueológicos en el yacimiento de Casas del Turuñuelo.
Nueva hipótesis
"Nada en el registro arqueológico permite deducir la existencia de una crisis interna en el sistema, pues no se han hallado indicios que definan el empobrecimiento de los asentamientos ni la reducción de su extensión, de modo que solo cabe suponer el acontecimiento de un hecho abrupto e inesperado que forzase a la población que habitaba este espacio a clausurar sus edificios y marcharse en busca de otras regiones donde el desarrollo de la vida fuese posible", ha manifestado la arqueóloga respecto a las causas del misterioso final.
Y es que, según la investigadora, su enigmático final vendría confirmado por la existencia de un solo nivel de destrucción. De hecho, en estos yacimientos ha podido documentarse que los tartesios "clausuraron" muchas de sus grandes construcciones y ocultaron sus riquezas mediante complejas ceremonias rituales, lo que descartaría totalmente la posibilidad de esto se hubiese llevado a cabo en un contexto bélico. De hecho, según Rodríguez, no se ha encontrado ninguna evidencia en el registro arqueológico que confirme una crisis generalizada en la península ibérica a finales del siglo V a.C.
En su libro, Esther Rodríguez da cuenta de sus últimas investigaciones, que apuntan a un cambio climático, aunque no como un acontecimiento devastador, sino como una continua serie de inundaciones, tal como se desprende de las excavaciones llevadas a cabo, por ejemplo, en el patio de Casas del Turuñuelo, donde se ha identificado un nivel de inundación que afectó al lugar justo antes de su clausura ritual y su abandono. Aunque la investigadora plantea que esta hipótesis deberá ser confirmada por los análisis de las semillas y la fauna que han podido recuperarse, así como por los estudios geomorfológicos que se lleven a cabo.
En resumen, según los métodos de investigación empleados, el planteamiento de Esther Rodríguez respecto al final de esta segunda fase de la cultura tartésica sería el siguiente: "Gracias al empleo de modelos predictivos de inundaciones hemos conseguido documentar la existencia de crecidas periódicas del río Guadiana, acontecidas cada 500 años, que debieron de afectar a muchos de los enclaves ubicados en las márgenes de su cuenca. Las inundaciones convertirían las tierras en improductivas, al mismo tiempo que arrasarían los entornos inmediatos a los yacimientos, lo que complicaría el desarrollo de la vida y la producción en estos enclaves, obligando a la población a buscar mejores tierras en las que establecerse
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