Cuatro curiosidades del calendario que quizás no conocías
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Cuatro curiosidades del calendario que quizás no conocías
Días que nunca existieron, años demasiado largos o falsas coincidencias históricas, el calendario ha sufrido algunos baches hasta llegar al actual
Calcular los años siempre ha dado quebraderos de cabeza a la humanidad, pero es una medida necesaria. Conocer los periodos aproximados de las estaciones del año ayuda a los agricultores a saber cuándo cultivar, y actualmente es casi imposible que podamos pasar una semana entera sin mirar qué día es.
En este artículo comentaremos varias curiosidades relativas a nuestro calendario, con diferentes problemas y ajustes que ahora mismo nos resultan difíciles de implementar, como saltarse algunos días o cambiar el nombre de un mes.
¿Por qué noviembre no es el noveno mes?
Si pensamos en el nombre de los meses, notaremos una incoherencia. Los meses de septiembre a diciembre parecen referirse a los meses situados del séptimo al décimo lugar, y sin embargo, no coinciden con su posición real en el año.
Este es un vestigio evolutivo anterior al calendario romano. Antes de Julio Cesar, el calendario usado por los romanos separaba los meses según el periodo lunar, lo que lo hacía muy inestable y favorecía que los sacerdotes encargados intercalaran meses en algunas ocasiones. Este calendario empezaba el año en marzo, y muchos meses se nombraban acorde a su posición, como pasaba en septiembre o diciembre.
Julio Cesar, influenciado por los egipcios, decidió desechar su inestable calendario y adoptar un calendario basado en el ciclo solar, mucho más estable. En este calendario juliano, el año empieza en enero y los años tendrían una duración fija de 365 días, con un año bisiesto cada cuatro años, para ajustar las casi 6 horas extra que incluye un año.
Unos años después de su muerte, se bautizó al séptimo mes como Julius (julio) en su honor. Casi al mismo tiempo, el octavo mes fue nombrado Augustus (agosto) en honor de Octavio Augusto, el actual emperador en ese momento. Varios emperadores romanos posteriores, como Calígula o Nerón, intentaron cambiar el calendario e introducir sus nombres en los últimos meses del año, pero los cambios no llegaron a calar en la población y no persisten en la actualidad.
El año que duró 445 días
Cuando se intenta implementar un nuevo calendario, en ocasiones este debe ser reajustado. Es como tener un reloj nuevo, que necesita ser puesto con la hora local para que empiece a funcionar correctamente. En el caso de un calendario, este ajuste se traduce en años extraños con días de más o de menos, algo que termina en las quejas de la población.
Uno de los primeros ajustes fue precisamente el del calendario juliano, comentado más arriba e implementado por Julio Cesar en el 45 a.C. Imitando a los egipcios, Julio quiso que su nuevo año solar empezara cerca del solsticio de invierno, fácil de medir por el numero de horas de sol.
Para hacerlo, no le quedaba más remedio que tener un año excesivamente largo, de 445 días, para esperar al solsticio de invierno y empezar a contar. Ese año, el 45 a.C. fue caótico para los ciudadanos romanos, que se quejaron de irregularidades en el cobro de impuestos y en la burocracia.
El solsticio de invierno era para los romanos la fiesta del Natalis Solis Invicti, asociada al nacimiento de Apolo. Durante siete días, los esclavos podían vivir como sus amos, llevar sus ropas y no recibir ningún castigo. Una vez acabó esta fiesta, empezó el año nuevo. Con este criterio, el solsticio de invierno se sitúa el 25 de diciembre, y el comienzo de año siete días después, el 1 de enero.
Los diez días que no existieron
Debido a la influencia romana, la mayoría de países de Occidente adoptaron el calendario juliano. Pero este tenía errores, un pequeño error de cálculo en la duración del año. Los egipcios y los romanos calculaban una duración de 365 días y 6 horas para un año, lo que les obligaba a corregir esas 6 horas con un año bisiesto cada 4 años. En realidad, el año tiene una duración variable, de aproximadamente 365 días, 5 horas y 49 minutos. Puede parecer un pequeño error, pero esos minutos de menos se acumulaban cada año, provocando un desplazamiento en el día de los solsticios y equinoccios.
Para ajustar el error se creó en 1582 un nuevo calendario llamado gregoriano, que es el que usamos actualmente. Este calendario fue promovido por el papa Gregorio XIII y se parece al juliano, excepto por dos puntos. Cada cuatrocientos años, es necesario eliminar tres años bisiestos. De este modo, se corrige el error provocado por esos minutos de menos. También se propuso ajustar el retraso que ya había moviendo el equinoccio de primavera al 21 de marzo, que en el calendario juliano se había desplazado al 11 de marzo.
En el Concilio de Nicea de 1582 se propusieron dos soluciones: o se quitaba el año bisiesto durante 40 años, o se quitaban diez días de golpe ese mismo año. Temerosos de que si quitaban el año bisiesto luego les costara recuperarlo, prefirieron quitar diez días de golpe. Los elegidos fueron los días entre el 5 y el 14 de octubre de 1582, fechas que no afectaban a ninguna celebración religiosa. Esos días nunca existieron en el calendario gregoriano.
Coincidencias que no lo son tanto
A partir de 1582, en el continente europeo convivían tanto el calendario juliano como el gregoriano. En un primer momento, el gregoriano solo fue instaurado en España, Portugal e Italia. El resto de países presentaron resistencia en cambiar de calendario, más aún si era algo instigado por la Iglesia Católica. Acabaron haciéndolo por las complicaciones que suponía tener que cambiar de fecha al cambiar de país.
Uno de los países europeos que más tardó en implementarlo fue Inglaterra, que lo hizo en 1752. Las calles se llenaron de manifestantes pidiendo recuperar esos once días perdidos, uno más que el resto de países debido precisamente al retraso de su instauración.
Cuando se comenta que Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día, realmente no tuvieron en cuenta esta diferencia de calendario. Ambos murieron el mismo día según sus propios calendarios, lo que significa que murieron con diez días de diferencia. Y es que medir el tiempo de manera absoluta ha sido difícil hasta hace poco.
¡Asombroso!
Calcular los años siempre ha dado quebraderos de cabeza a la humanidad, pero es una medida necesaria. Conocer los periodos aproximados de las estaciones del año ayuda a los agricultores a saber cuándo cultivar, y actualmente es casi imposible que podamos pasar una semana entera sin mirar qué día es.
En este artículo comentaremos varias curiosidades relativas a nuestro calendario, con diferentes problemas y ajustes que ahora mismo nos resultan difíciles de implementar, como saltarse algunos días o cambiar el nombre de un mes.
¿Por qué noviembre no es el noveno mes?
Si pensamos en el nombre de los meses, notaremos una incoherencia. Los meses de septiembre a diciembre parecen referirse a los meses situados del séptimo al décimo lugar, y sin embargo, no coinciden con su posición real en el año.
Este es un vestigio evolutivo anterior al calendario romano. Antes de Julio Cesar, el calendario usado por los romanos separaba los meses según el periodo lunar, lo que lo hacía muy inestable y favorecía que los sacerdotes encargados intercalaran meses en algunas ocasiones. Este calendario empezaba el año en marzo, y muchos meses se nombraban acorde a su posición, como pasaba en septiembre o diciembre.
Julio Cesar, influenciado por los egipcios, decidió desechar su inestable calendario y adoptar un calendario basado en el ciclo solar, mucho más estable. En este calendario juliano, el año empieza en enero y los años tendrían una duración fija de 365 días, con un año bisiesto cada cuatro años, para ajustar las casi 6 horas extra que incluye un año.
Unos años después de su muerte, se bautizó al séptimo mes como Julius (julio) en su honor. Casi al mismo tiempo, el octavo mes fue nombrado Augustus (agosto) en honor de Octavio Augusto, el actual emperador en ese momento. Varios emperadores romanos posteriores, como Calígula o Nerón, intentaron cambiar el calendario e introducir sus nombres en los últimos meses del año, pero los cambios no llegaron a calar en la población y no persisten en la actualidad.
El año que duró 445 días
Cuando se intenta implementar un nuevo calendario, en ocasiones este debe ser reajustado. Es como tener un reloj nuevo, que necesita ser puesto con la hora local para que empiece a funcionar correctamente. En el caso de un calendario, este ajuste se traduce en años extraños con días de más o de menos, algo que termina en las quejas de la población.
Uno de los primeros ajustes fue precisamente el del calendario juliano, comentado más arriba e implementado por Julio Cesar en el 45 a.C. Imitando a los egipcios, Julio quiso que su nuevo año solar empezara cerca del solsticio de invierno, fácil de medir por el numero de horas de sol.
Para hacerlo, no le quedaba más remedio que tener un año excesivamente largo, de 445 días, para esperar al solsticio de invierno y empezar a contar. Ese año, el 45 a.C. fue caótico para los ciudadanos romanos, que se quejaron de irregularidades en el cobro de impuestos y en la burocracia.
El solsticio de invierno era para los romanos la fiesta del Natalis Solis Invicti, asociada al nacimiento de Apolo. Durante siete días, los esclavos podían vivir como sus amos, llevar sus ropas y no recibir ningún castigo. Una vez acabó esta fiesta, empezó el año nuevo. Con este criterio, el solsticio de invierno se sitúa el 25 de diciembre, y el comienzo de año siete días después, el 1 de enero.
Los diez días que no existieron
Debido a la influencia romana, la mayoría de países de Occidente adoptaron el calendario juliano. Pero este tenía errores, un pequeño error de cálculo en la duración del año. Los egipcios y los romanos calculaban una duración de 365 días y 6 horas para un año, lo que les obligaba a corregir esas 6 horas con un año bisiesto cada 4 años. En realidad, el año tiene una duración variable, de aproximadamente 365 días, 5 horas y 49 minutos. Puede parecer un pequeño error, pero esos minutos de menos se acumulaban cada año, provocando un desplazamiento en el día de los solsticios y equinoccios.
Para ajustar el error se creó en 1582 un nuevo calendario llamado gregoriano, que es el que usamos actualmente. Este calendario fue promovido por el papa Gregorio XIII y se parece al juliano, excepto por dos puntos. Cada cuatrocientos años, es necesario eliminar tres años bisiestos. De este modo, se corrige el error provocado por esos minutos de menos. También se propuso ajustar el retraso que ya había moviendo el equinoccio de primavera al 21 de marzo, que en el calendario juliano se había desplazado al 11 de marzo.
En el Concilio de Nicea de 1582 se propusieron dos soluciones: o se quitaba el año bisiesto durante 40 años, o se quitaban diez días de golpe ese mismo año. Temerosos de que si quitaban el año bisiesto luego les costara recuperarlo, prefirieron quitar diez días de golpe. Los elegidos fueron los días entre el 5 y el 14 de octubre de 1582, fechas que no afectaban a ninguna celebración religiosa. Esos días nunca existieron en el calendario gregoriano.
Coincidencias que no lo son tanto
A partir de 1582, en el continente europeo convivían tanto el calendario juliano como el gregoriano. En un primer momento, el gregoriano solo fue instaurado en España, Portugal e Italia. El resto de países presentaron resistencia en cambiar de calendario, más aún si era algo instigado por la Iglesia Católica. Acabaron haciéndolo por las complicaciones que suponía tener que cambiar de fecha al cambiar de país.
Uno de los países europeos que más tardó en implementarlo fue Inglaterra, que lo hizo en 1752. Las calles se llenaron de manifestantes pidiendo recuperar esos once días perdidos, uno más que el resto de países debido precisamente al retraso de su instauración.
Cuando se comenta que Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día, realmente no tuvieron en cuenta esta diferencia de calendario. Ambos murieron el mismo día según sus propios calendarios, lo que significa que murieron con diez días de diferencia. Y es que medir el tiempo de manera absoluta ha sido difícil hasta hace poco.
¡Asombroso!
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¿Por qué febrero tiene tan solo 28 días?
¿Y POR QUÉ PUEDE SER BISIESTO?
El mes cojo del calendario, aquel con el que se "juega" cada cuatro años y se añade un día extra. Febrero es desde hace más de 2.000 años un período que no encaja en la manera de contar el tiempo
Los romanos ni siquiera le habían puesto nombre. Para ellos, el año empezaba con las cosechas, el 1 de marzo por "martius", en honor al dios de la guerra, Marte, y terminaba en diciembre. En el denominado "calendario Romulus" no contabilizaban casi 60 días, ya que era un período que el campo estaba parado.
El rey Numa Pompilio añadió los 2 meses restantes al calendario en el año 732 a.C. para adaptarlos a los ciclos lunares, como ya hacían los egipcios. Se incorporaba al año enero (o "Ianuro" en honor al dios Iano, protector de las puertas) y febrero (o "Februo", como se le conocía a Plutón).
Julio César lo pegó un pequeño reajuste y se instauró el denominado "calendario juliano". Cada cuatro años, había que sumar un día extra, lo que conocemos como bisiesto, del latín "bis sextus ante calendas martii", o "repetido al sexto día antes del primer día del mes de marzo". No olvidemos que antiguamente para los romanos ese era el día más importante de todo el año. Pero los romanos eran muy supersticiosos y preferían que los días fueran impares y, para que les cuadrasen los 355 días que entonces duraba el año, dejaron a febrero con tan solo 28 días.
El calendario gregoriano, en honor al papa Gregorio XIII, puso un poco de orden en 1582: el año tendría 12 meses, con 365 días y un día extra cada cuatro años que caería siempre en febrero. Así, el segundo mes del año tendría siempre cuatro semanas de siete días. Malas noticias: da igual cuándo comience, siempre habrá cuatro lunes por lo menos.
Es un mes tan corto que se pueden dar circunstancias especiales. Por ejemplo, puede ser un febrero sin luna llena, lo que se denomina la "luna negra", según explica Tiempo.com. Si esto ocurre, en enero y en marzo habrá dos veces este fenómeno, que se conoce como "luna azul". Si tenemos la suerte de tener un febrero con luna, esta se denomina "luna de nieve".
elconfidencial
El mes cojo del calendario, aquel con el que se "juega" cada cuatro años y se añade un día extra. Febrero es desde hace más de 2.000 años un período que no encaja en la manera de contar el tiempo
Los romanos ni siquiera le habían puesto nombre. Para ellos, el año empezaba con las cosechas, el 1 de marzo por "martius", en honor al dios de la guerra, Marte, y terminaba en diciembre. En el denominado "calendario Romulus" no contabilizaban casi 60 días, ya que era un período que el campo estaba parado.
El rey Numa Pompilio añadió los 2 meses restantes al calendario en el año 732 a.C. para adaptarlos a los ciclos lunares, como ya hacían los egipcios. Se incorporaba al año enero (o "Ianuro" en honor al dios Iano, protector de las puertas) y febrero (o "Februo", como se le conocía a Plutón).
Julio César lo pegó un pequeño reajuste y se instauró el denominado "calendario juliano". Cada cuatro años, había que sumar un día extra, lo que conocemos como bisiesto, del latín "bis sextus ante calendas martii", o "repetido al sexto día antes del primer día del mes de marzo". No olvidemos que antiguamente para los romanos ese era el día más importante de todo el año. Pero los romanos eran muy supersticiosos y preferían que los días fueran impares y, para que les cuadrasen los 355 días que entonces duraba el año, dejaron a febrero con tan solo 28 días.
Febreros sin luna llena
Julio César añadía días a su mes preferido "julio" y luego llegaba Augusto y decidía que "agosto" debía ser más largo. También usaban el día bisiesto a su antojo. De hecho, eran los pontífices los que fijaban cuál mes sería más largo para así acabar antes con la administración de algún gobernante enemigo.El calendario gregoriano, en honor al papa Gregorio XIII, puso un poco de orden en 1582: el año tendría 12 meses, con 365 días y un día extra cada cuatro años que caería siempre en febrero. Así, el segundo mes del año tendría siempre cuatro semanas de siete días. Malas noticias: da igual cuándo comience, siempre habrá cuatro lunes por lo menos.
Es un mes tan corto que se pueden dar circunstancias especiales. Por ejemplo, puede ser un febrero sin luna llena, lo que se denomina la "luna negra", según explica Tiempo.com. Si esto ocurre, en enero y en marzo habrá dos veces este fenómeno, que se conoce como "luna azul". Si tenemos la suerte de tener un febrero con luna, esta se denomina "luna de nieve".
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Por qué hay personas supersticiosas y cómo dejar de serlo
La superstición se alimenta de la incertidumbre sobre el desarrollo de situaciones vitales incontrolables, en las que las personas establecen unas expectativas y se experimenta un nivel de estrés muy elevado
No pasar por debajo de un andamio o escaleras, no abrir un paraguas dentro de casa, no pasar la sal de mano en mano (sino dejarla sobre la mesa), no poner el pan del revés, no brindar con agua y un largo etcétera de acciones que las personas supersticiosas no llevan a cabo por miedo a tener 'mala suerte', como cruzarse con un gato negro o que se rompa un espejo. Eso sin contar con el número 13, que no lo incluyen nunca en su vida y mucho menos si es martes, porque ya se sabe lo que dice el dicho: en 13 y martes ni te cases ni te embarques».
Para empezar, la suerte, por sí sola, es positiva: o hay suerte o no la hay, pero nunca será negativa, por lo que la llamada 'mala suerte' no existe. Eso sí, los supersticiosos ya se encargan también de llevar a cabo una serie de rituales para atraer a la suerte, como tocar madera o la barriga de las embarazadas, así como se tranquilizan al encontrar un trébol de cuatro hojas (significa que algo bueno va a ocurrir en tu vida) o cruzan los dedos para que algo malo no pase. ¡Y no nos olvidemos de usar ropa interior roja el último día del año para empezarlo con buen pie!
En primer lugar, y para entender a los supersticiosos, habría que hacer una diferenciación entre las supersticiones 'positivas' y 'negativas'. Las primeras van dirigidas a propiciar la aparición de la suerte y a la consecución de metas personales; las segundas están relacionadas con eventos o comportamientos negativos, por lo que la persona tenderá a evitarlos y, de esta manera, intentará espantar la 'mala suerte'.
Indica la psicóloga general sanitaria Paloma del Rey ( @palomareypsicologia) que las supersticiones son creencias irracionales por las que las personas que las sufren consideran que una acción, objeto o circunstancia, sin una relación objetiva con la situación vital en la que se encuentran, pueden influir significativamente, tanto de forma positiva como negativa, en ella: «La superstición se alimenta de la incertidumbre sobre el desarrollo de situaciones vitales incontrolables, en las que las personas establecen unas expectativas y se experimenta un nivel de estrés muy elevado», cuenta.
Las principales características de este tipo de personas, según la experta en psicología, son las siguientes:
¿Y cuáles son las supersticiones más arraigadas? Más de una y de dos seguro que te suenan...
Gatos negros: el hecho de encontrarse con un gato negro es sinónimo de que algo malo va a ocurrir.
Pasar por debajo de escaleras: esta creencia se relaciona, nuevamente, con la atracción de la mala suerte.
El número 13: esta superstición engloba cualquier elemento que porte este número (día, portal, puerta…) y se considera que atrae la mala suerte y que algo malo puede ocurrir. De hecho, como dato curioso, algunos edificios emblemáticos que atraen al turismo en grandes ciudades, no tienen un piso que sea el 13
Verse en un espejo roto: en este caso, se considera que el hecho de romper un espejo o mirarse en él implica que a lo largo de 7 años la persona tendrá mala suerte.
Barrerse los pies: en el caso de hacerlo, la persona no se casará nunca.
Brindar con agua: al parecer, brindar con agua significa que deseas el mal a la persona con la que brindas.
Poner el pan boca abajo: dicen que poner el pan boca abajo trae 'mala suerte'.
Pasar la sal: una persona supersticiosa nunca te pasará la sal de mano en mano, sino que primero la posará sobre la mesa para que tú la cojas de ahí.
Las personas supersticiosas, como hemos comentado, debido a esta creencia irracional, pueden ver limitada en gran parte su vida, pero nada que no pueda cambiar con una serie de consejos. Por ejemplo, tendrían que comenzar a pensar de forma objetiva, cuestionando la veracidad de sus pensamientos para ayudarles a tomar conciencia de que somos los únicos capaces de guiar nuestros pasos en nuestra vida. «Es importante generar pensamientos alternativos y buscar pruebas que nos ayuden a contrarrestar la irracionalidad de las supersticiones», alerta Paloma Rey.
Además, cuenta la psicóloga que hay que enfrentarse progresivamente a los miedos: «El elemento más paralizante y que bloquea el correcto funcionamiento de la vida de las personas supersticiosas es el miedo, así que es recomendable enfrentarse a las situaciones temidas y comprobar con hechos, que la creencia irracional no se cumple». Para evitar episodios de ansiedad, la especialista aconseja una exposición progresiva y con la ayuda de un profesional que le permita establecer objetivos alcanzables y contrarrestar así la creencia irracional que se esconde tras la superstición.
Fuente.
No pasar por debajo de un andamio o escaleras, no abrir un paraguas dentro de casa, no pasar la sal de mano en mano (sino dejarla sobre la mesa), no poner el pan del revés, no brindar con agua y un largo etcétera de acciones que las personas supersticiosas no llevan a cabo por miedo a tener 'mala suerte', como cruzarse con un gato negro o que se rompa un espejo. Eso sin contar con el número 13, que no lo incluyen nunca en su vida y mucho menos si es martes, porque ya se sabe lo que dice el dicho: en 13 y martes ni te cases ni te embarques».
Para empezar, la suerte, por sí sola, es positiva: o hay suerte o no la hay, pero nunca será negativa, por lo que la llamada 'mala suerte' no existe. Eso sí, los supersticiosos ya se encargan también de llevar a cabo una serie de rituales para atraer a la suerte, como tocar madera o la barriga de las embarazadas, así como se tranquilizan al encontrar un trébol de cuatro hojas (significa que algo bueno va a ocurrir en tu vida) o cruzan los dedos para que algo malo no pase. ¡Y no nos olvidemos de usar ropa interior roja el último día del año para empezarlo con buen pie!
En primer lugar, y para entender a los supersticiosos, habría que hacer una diferenciación entre las supersticiones 'positivas' y 'negativas'. Las primeras van dirigidas a propiciar la aparición de la suerte y a la consecución de metas personales; las segundas están relacionadas con eventos o comportamientos negativos, por lo que la persona tenderá a evitarlos y, de esta manera, intentará espantar la 'mala suerte'.
Indica la psicóloga general sanitaria Paloma del Rey ( @palomareypsicologia) que las supersticiones son creencias irracionales por las que las personas que las sufren consideran que una acción, objeto o circunstancia, sin una relación objetiva con la situación vital en la que se encuentran, pueden influir significativamente, tanto de forma positiva como negativa, en ella: «La superstición se alimenta de la incertidumbre sobre el desarrollo de situaciones vitales incontrolables, en las que las personas establecen unas expectativas y se experimenta un nivel de estrés muy elevado», cuenta.
Las principales características de este tipo de personas, según la experta en psicología, son las siguientes:
Teoría causa-efecto: «Esto consiste en la creencia de que las cosas ocurren por causas ajenas a ellos», dice Paloma Rey. Independientemente de lo que ocurra, las personas supersticiosas consideran que su suerte o sus méritos están influenciados por un ente superior. Esto, tal como advierte, puede generar «niveles altos de ansiedad en el individuo», la pérdida de confianza en sus propias capacidades y un aumento significativo del miedo asociado a la pérdida de control sobre sus eventos vitales.
Impulsos y miedos: El origen de las supersticiones recae en la necesidad de controlar las cosas negativas que puedan afectar al funcionamiento de la vida y actúan como un elemento de seguridad que les ayuda a evitar su aparición. «Las personas supersticiosas tenderán a realizar rituales de forma diaria, los cuales pueden dar lugar a bloqueos emocionales y condicionar su correcto funcionamiento. Además, en el caso de las personas que presentan algún tipo de comportamiento compulsivo o fobia «es posible que desarrollen este tipo de personalidad y que se agrave con el transcurso del tiempo» al ir incorporando nuevas supersticiones y rituales a sus vidas que favorezcan la sensación de inseguridad y pérdida de control.
¿Y cuáles son las supersticiones más arraigadas? Más de una y de dos seguro que te suenan...
Gatos negros: el hecho de encontrarse con un gato negro es sinónimo de que algo malo va a ocurrir.
Pasar por debajo de escaleras: esta creencia se relaciona, nuevamente, con la atracción de la mala suerte.
El número 13: esta superstición engloba cualquier elemento que porte este número (día, portal, puerta…) y se considera que atrae la mala suerte y que algo malo puede ocurrir. De hecho, como dato curioso, algunos edificios emblemáticos que atraen al turismo en grandes ciudades, no tienen un piso que sea el 13
Verse en un espejo roto: en este caso, se considera que el hecho de romper un espejo o mirarse en él implica que a lo largo de 7 años la persona tendrá mala suerte.
Barrerse los pies: en el caso de hacerlo, la persona no se casará nunca.
Brindar con agua: al parecer, brindar con agua significa que deseas el mal a la persona con la que brindas.
Poner el pan boca abajo: dicen que poner el pan boca abajo trae 'mala suerte'.
Pasar la sal: una persona supersticiosa nunca te pasará la sal de mano en mano, sino que primero la posará sobre la mesa para que tú la cojas de ahí.
Para dejar la superstición
Las personas supersticiosas, como hemos comentado, debido a esta creencia irracional, pueden ver limitada en gran parte su vida, pero nada que no pueda cambiar con una serie de consejos. Por ejemplo, tendrían que comenzar a pensar de forma objetiva, cuestionando la veracidad de sus pensamientos para ayudarles a tomar conciencia de que somos los únicos capaces de guiar nuestros pasos en nuestra vida. «Es importante generar pensamientos alternativos y buscar pruebas que nos ayuden a contrarrestar la irracionalidad de las supersticiones», alerta Paloma Rey.
Además, cuenta la psicóloga que hay que enfrentarse progresivamente a los miedos: «El elemento más paralizante y que bloquea el correcto funcionamiento de la vida de las personas supersticiosas es el miedo, así que es recomendable enfrentarse a las situaciones temidas y comprobar con hechos, que la creencia irracional no se cumple». Para evitar episodios de ansiedad, la especialista aconseja una exposición progresiva y con la ayuda de un profesional que le permita establecer objetivos alcanzables y contrarrestar así la creencia irracional que se esconde tras la superstición.
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1582, el año en el que octubre duró 21 días
En octubre de 1582, el papa Gregorio XIII introdujo un nuevo calendario que tomó su nombre de él: el gregoriano. Este corregía un ligero desfase del calendario juliano, en vigor desde el año 46 a.C., y es el que se utiliza hoy en día en gran parte del mundo.
El 4 de octubre de 1582, los habitantes de Italia, Francia, España y Portugal se fueron a dormir para despertarse diez días después, exactamente el día 15 de octubre. No se trató de ninguna enfermedad o extraño fenómeno paranormal, sino simplemente por un mero procedimiento administrativo: un cambio de calendario.
El calendario juliano -introducido en Europa por Julio César, quien se basó en el egipcio- era bastante exacto, pero tenía un pequeñísimo error: establecía la duración del año en 365 días y 6 horas, cuando en realidad era de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos, lo que suponía que cada año la fecha oficial se atrasaba 11 minutos y 15 segundos respecto a la astronómica. Se trataba pues de una diferencia mínima, pero en los más de 1600 años que el calendario juliano había estado en vigor había acumulado ya un desfase de casi 10 días.
Un error tolerado
En realidad el error no era ninguna sorpresa: ya desde el siglo IV se sabía que el calendario juliano no era del todo exacto; y en siglo XIII los astrónomos del rey Alfonso el Sabio de Castilla habían recogido, en las llamadas Tablas Alfonsíes, un cómputo casi exacto del desfase, que fijaron en 10 minutos y 44 segundos por año.
El desfase del calendario juliano era conocido desde el siglo IV, pero solo empezó a ser visto como un problema cuando el error acumulado afectó a la fecha de la Pascua.
A pesar de esto, no se habían tomado medidas al respecto. La razón, aparte de que el desfase era mínimo, era que el calendario importante en la Europa cristiana no era el civil sino el litúrgico y durante siglos no afectó a las fechas señaladas. Solo empezó a ser visto como un problema cuando el error acumulado afectó a la fecha de la Pascua, cuya celebración había sido fijada en el domingo sucesivo a la primera luna llena de primavera.
Fue por ello que el papa Gregorio XIII decidió crear una “comisión del calendario” para implantar las correcciones necesarias, en base a los estudios astronómicos disponibles. De ella formaban parte estudiosos como Christophorus Clavius, un astrónomo al que recurrió el propio Galileo, y Luigi Lilio, que fue el autor principal de una propuesta de calendario que se tomó como modelo. Lilio murió en 1576 sin ver nacer el nuevo calendario, que fue finalmente aprobado en septiembre de 1580. Sin embargo, su aplicación se retrasó hasta octubre de 1582.
Los problemas del cambio
Pero la medida no fue muy popular en un primer momento y al principio solo Italia, Francia, España y Portugal la aplicaron, a pesar de que Gregorio XIII la había promulgado a través de una bula papal. Los países católicos adoptaron el nuevo modelo en los años siguientes, mientras que la mayoría siguió usando sus propios calendarios. Todavía hoy en día, en los países que no son de tradición cristiana, se mantiene un sistema dual en el que el calendario católico es usado paralelamente al propio.
Incluso en los países que acogieron de buen grado la reforma, el cambio no estuvo libre de quebraderos de cabeza. El más evidente tenía que ver con los documentos oficiales: se decidió que todas las fechas anteriores a la reforma se mantendrían según el calendario en vigor en ese momento, por la evidente imposibilidad de cambiarlas. Además hubo que revisar todas las fechas administrativas previstas, tales como juicios y pagos, que se retrasaron diez días, generando no pocas complicaciones.
La transición de un calendario a otro dio como resultado algunas anécdotas curiosas. Las personas que habían muerto inmediatamente antes del 5 de octubre -entre las que se encontraban nombres como el de Santa Teresa de Jesús- tuvieron que “esperar”, sobre el papel, otros diez días antes de ser enterradas. Las invitaciones oficiales de países que todavía no habían adoptado el cambio, por no ser católicos, tenían que especificar a qué calendario se referían para evitar confusiones.
Pero la anécdota más curiosa es seguramente que, aunque Cervantes y Shakespeare son homenajeados conjuntamente en el Día del Libro, ninguno de los dos murió ese día: el castellano falleció el 22 de abril de 1616 pero fue enterrado al día siguiente, mientras que en la Inglaterra anglicana seguía vigente el calendario juliano y, por lo tanto, cuando allí era el 23 de abril en España ya era el 3 de mayo.
Aun después de todo ello, el nuevo sistema no resultó ser definitivo, aunque sí más consistente que el anterior. Variaciones en la velocidad de rotación de la Tierra crean una diferencia ínfima de un día cada 3300 años aproximadamente, que se resolvería fácilmente quitando dicho día de un año bisiesto. Pero aún quedan casi 3000 años para ello, así que no hay prisa.
El 4 de octubre de 1582, los habitantes de Italia, Francia, España y Portugal se fueron a dormir para despertarse diez días después, exactamente el día 15 de octubre. No se trató de ninguna enfermedad o extraño fenómeno paranormal, sino simplemente por un mero procedimiento administrativo: un cambio de calendario.
El calendario juliano -introducido en Europa por Julio César, quien se basó en el egipcio- era bastante exacto, pero tenía un pequeñísimo error: establecía la duración del año en 365 días y 6 horas, cuando en realidad era de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos, lo que suponía que cada año la fecha oficial se atrasaba 11 minutos y 15 segundos respecto a la astronómica. Se trataba pues de una diferencia mínima, pero en los más de 1600 años que el calendario juliano había estado en vigor había acumulado ya un desfase de casi 10 días.
Un error tolerado
En realidad el error no era ninguna sorpresa: ya desde el siglo IV se sabía que el calendario juliano no era del todo exacto; y en siglo XIII los astrónomos del rey Alfonso el Sabio de Castilla habían recogido, en las llamadas Tablas Alfonsíes, un cómputo casi exacto del desfase, que fijaron en 10 minutos y 44 segundos por año.
El desfase del calendario juliano era conocido desde el siglo IV, pero solo empezó a ser visto como un problema cuando el error acumulado afectó a la fecha de la Pascua.
A pesar de esto, no se habían tomado medidas al respecto. La razón, aparte de que el desfase era mínimo, era que el calendario importante en la Europa cristiana no era el civil sino el litúrgico y durante siglos no afectó a las fechas señaladas. Solo empezó a ser visto como un problema cuando el error acumulado afectó a la fecha de la Pascua, cuya celebración había sido fijada en el domingo sucesivo a la primera luna llena de primavera.
Fue por ello que el papa Gregorio XIII decidió crear una “comisión del calendario” para implantar las correcciones necesarias, en base a los estudios astronómicos disponibles. De ella formaban parte estudiosos como Christophorus Clavius, un astrónomo al que recurrió el propio Galileo, y Luigi Lilio, que fue el autor principal de una propuesta de calendario que se tomó como modelo. Lilio murió en 1576 sin ver nacer el nuevo calendario, que fue finalmente aprobado en septiembre de 1580. Sin embargo, su aplicación se retrasó hasta octubre de 1582.
Los problemas del cambio
Pero la medida no fue muy popular en un primer momento y al principio solo Italia, Francia, España y Portugal la aplicaron, a pesar de que Gregorio XIII la había promulgado a través de una bula papal. Los países católicos adoptaron el nuevo modelo en los años siguientes, mientras que la mayoría siguió usando sus propios calendarios. Todavía hoy en día, en los países que no son de tradición cristiana, se mantiene un sistema dual en el que el calendario católico es usado paralelamente al propio.
Incluso en los países que acogieron de buen grado la reforma, el cambio no estuvo libre de quebraderos de cabeza. El más evidente tenía que ver con los documentos oficiales: se decidió que todas las fechas anteriores a la reforma se mantendrían según el calendario en vigor en ese momento, por la evidente imposibilidad de cambiarlas. Además hubo que revisar todas las fechas administrativas previstas, tales como juicios y pagos, que se retrasaron diez días, generando no pocas complicaciones.
La transición de un calendario a otro dio como resultado algunas anécdotas curiosas. Las personas que habían muerto inmediatamente antes del 5 de octubre -entre las que se encontraban nombres como el de Santa Teresa de Jesús- tuvieron que “esperar”, sobre el papel, otros diez días antes de ser enterradas. Las invitaciones oficiales de países que todavía no habían adoptado el cambio, por no ser católicos, tenían que especificar a qué calendario se referían para evitar confusiones.
Pero la anécdota más curiosa es seguramente que, aunque Cervantes y Shakespeare son homenajeados conjuntamente en el Día del Libro, ninguno de los dos murió ese día: el castellano falleció el 22 de abril de 1616 pero fue enterrado al día siguiente, mientras que en la Inglaterra anglicana seguía vigente el calendario juliano y, por lo tanto, cuando allí era el 23 de abril en España ya era el 3 de mayo.
Aun después de todo ello, el nuevo sistema no resultó ser definitivo, aunque sí más consistente que el anterior. Variaciones en la velocidad de rotación de la Tierra crean una diferencia ínfima de un día cada 3300 años aproximadamente, que se resolvería fácilmente quitando dicho día de un año bisiesto. Pero aún quedan casi 3000 años para ello, así que no hay prisa.
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Los egipcios dividieron el cielo para crear el calendario de 365 días hace 5,000 años
El calendario egipcio constaba de 365 días y consideraba 3 estaciones, basadas en las inundaciones anuales del Nilo. Así funcionaba.
Llegó un punto en el que la situación era insostenible. Después de décadas de pedir la clemencia de los dioses, y no tener resultados favorables, los egipcios volvieron la mirada a las alturas. Fue así, entre las constelaciones y los movimientos del Sol, que encontraron el calendario egipcio: un sistema para dividir el año en exactamente 360 días, con 5 «añadidos» más.
Este sistema calendárico se desarrolló hacia el III milenio a.C., cuando esta civilización empezó a medir los ciclos agrarios. Específicamente, para poder predecir las inundaciones del Nilo, y evitar que las cosechas se vieran afectadas. Esto es lo que sabemos.
Dividir la bóveda celeste y sus constelaciones
En el Antiguo Egipto, el ritmo de la vida estaba marcado por el ciclo solar. A nivel simbólico, lo representaron con el trayecto que seguía Ra, el dios del disco solar, a través de la bóveda celeste. A lo largo del día, desfilaba a través del cielo. Por las noches, vencía a los seres de las tinieblas, para resucitar nuevamente al día siguiente: vigoroso y victorioso.
Así, los egipcios también entendían la victoria de la vida sobre la muerte. Por ello, gran parte del desarrollo agrario se basó en la observación de fenómenos astronómicos. Sólo así lograron ‘predecir’ las inundaciones del Nilo —y usarlas a su favor, para aprovechar las jornadas de riego que el río les permitía.
Con todo lo anterior, no había un solo calendario egipcio. En la antigüedad, se emplearon dos, el oficial y el agrícola:
Calendario oficial: dividía el año en 360 días, a los que se les añadían 5 más para compensar la imprecisión; a su vez, partía el año en 12 meses de 30 días.
Calendario agrícola: estaba regido por la aparición de la estrella Sirio en la bóveda celeste, como el punto de referencia de cuándo empezarían las inundaciones (sin embargo, también dividía el año en 365 días y 6 horas).
Por lo cual, Sirio se convirtió en un punto de referencia vital en el calendario egipcio. La mención más antigua que se tiene de ella data de la Dinastía I, cuando se le representó como una vaca sentada con el ideograma de ‘año’ entre los cuernos.
El año tenía 3 estaciones
El calendario egipcio consideró sólo 3 estaciones: Akhet, relativa al periodo de inundaciones; Peret, la temporada de siembra; y Chemu, para recolectar los bienes de la tierra.
«El calendario civil egipcio se introdujo más tarde», documenta Britannica, «presumiblemente con fines administrativos y contables más precisos.»
Evidencia de todo ello quedó escrita en las cámaras funerarias de los faraones. Usualmente, los escribas dedicaban los techos de estos espacios para explicar la división anual, considerando incluso las estaciones. Así de importante era el calendario egipcio a nivel simbólico.
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Cómo determinaron los antiguos egipcios que el día tenía 24 horas (y no más ni menos)
La relación de la humanidad con la medición del tiempo comenzó antes de que apareciera la primera palabra escrita. Por eso nos resulta difícil investigar el origen de muchas unidades de medida del tiempo.
Es fácil suponer que, dado que algunas de las unidades que derivan de fenómenos astronómicos son bastante fáciles de explicar, muchas culturas diferentes de todo el mundo las utilizaron de forma independiente.
Es el caso de los movimientos aparentes del Sol con respecto a la Tierra, para medir la duración de un día o un año. En cuanto a la medida de los meses, se hace en función de las fases de la Luna.
Sin embargo, hay algunas medidas del tiempo que no están claramente relacionadas con ningún fenómeno astronómico. Dos ejemplos son la semana y la hora.
Una de las tradiciones escritas más antiguas, los textos jeroglíficos egipcios, nos ofrecen nuevos datos sobre el origen de la hora. Al parecer, se originó en la zona del norte de África y Oriente Próximo, y se adoptó en Europa antes de extenderse por todo el mundo en la era moderna.
Para entender por qué la palabra wnwt se traduce como “hora”, hay que viajar hasta la ciudad de Asyut. Allí, el interior de las tapas rectangulares de madera de los ataúdes del año 2000 a. C. se decoraban a veces con una tabla astronómica.
Esa tabla contenía columnas que representaban periodos de 10 días del año. El calendario civil egipcio tenía 12 meses, cada uno con tres “semanas” de 10 días, seguidas de cinco días de festivales.
En cada columna se enumeran 12 nombres de estrellas, formando 12 filas. Toda la tabla representa los cambios en el cielo estelar a lo largo de todo un año, de forma similar a un mapa estelar moderno.
Pues bien, esas 12 estrellas son la primera división sistemática de la noche en 12 áreas temporales, cada una de ellas gobernada por una estrella. Sin embargo, la palabra wnwt nunca aparece asociada a estas tablas estelares de los ataúdes.
No es hasta el año 1210 a. C., en el Nuevo Reino –el periodo del antiguo Egipto comprendido entre los siglos XVI y XI a. C.–, que se hace explícito el vínculo entre el número de filas y la palabra wnwt.
Un templo, el Osireion de Abydos, contiene abundante información astronómica, incluidas instrucciones sobre cómo hacer un reloj de sol y un texto que describe los movimientos de las estrellas. También contiene una tabla estelar de tipo ataúd en la que, de forma única, las 12 filas están etiquetadas con la palabra wnwt.
En el Reino Nuevo había 12 wnwt nocturnos y también 12 wnwt diurnos, ambos claramente medidas de tiempo. En ellos la idea de la hora está casi en su forma moderna si no fuera por dos cosas.
En primer lugar, aunque hay 12 horas de día y 12 horas de noche, siempre se expresan por separado, nunca juntas como un día de 24 horas.
El tiempo diurno se medía utilizando las sombras proyectadas por el Sol, mientras que las horas nocturnas se medían principalmente por las estrellas. Esto sólo podía hacerse mientras el Sol y las estrellas eran visibles, respectivamente, y había dos periodos alrededor de la salida y la puesta del sol que no contenían ninguna hora.
En segundo lugar, el wnwt del Nuevo Reino y nuestra hora moderna difieren en longitud. Los relojes de sol y de agua demuestran muy claramente que la longitud del wnwt variaba a lo largo del año: largas horas nocturnas en torno al solsticio de invierno, largas horas diurnas en torno al solsticio de verano.
Para responder a la pregunta de dónde procede el número 12, tenemos que averiguar por qué se eligieron 12 estrellas por período de 10 días.
Sin duda, esta elección es el verdadero origen de la hora. ¿El 12 era sólo un número conveniente? Tal vez, pero el origen de las tablas de estrellas del ataúd sugiere otra posibilidad.
Estrellas cronometradoras
Los antiguos egipcios optaron por utilizar la brillante estrella Sirio como modelo, y seleccionaron otras estrellas en función de su similitud de comportamiento con Sirio.
El punto clave parece ser que las estrellas que usaban como cronómetro desaparecían durante 70 días al año, al igual que Sirio, aunque las otras estrellas no fueran tan brillantes.
Según el texto estelar de Osireion, cada 10 días desaparece una estrella parecida a Sirio y reaparece otra, durante todo el año.
Dependiendo de la época del año, entre 10 y 14 de estas estrellas son visibles cada noche. Si se registran a intervalos de 10 días a lo largo del año, se obtiene una tabla muy parecida a la tabla de las estrellas del ataúd.
Hacia el año 2000 a. C., la representación se hizo más esquemática que precisa y surgió una tabla con 12 filas, lo que dio lugar a las tablas de los ataúdes que podemos ver en los museos de Egipto y otros lugares.
Por lo tanto, es posible que la elección de 12 como número de horas de la noche –y finalmente 24 como número total de horas desde el mediodía hasta el mediodía siguiente– esté relacionada con la elección de una semana de 10 días.
Así pues, nuestra hora moderna tiene su origen en una confluencia de decisiones que tuvieron lugar hace más de 4.000 años.
*Robert Cockcroft es profesor adjunto de Física y Astronomía y Sarah Symons es profesora de Ciencia interdisciplinar, ambos de la universidad McMaster.
Link.
Es fácil suponer que, dado que algunas de las unidades que derivan de fenómenos astronómicos son bastante fáciles de explicar, muchas culturas diferentes de todo el mundo las utilizaron de forma independiente.
Es el caso de los movimientos aparentes del Sol con respecto a la Tierra, para medir la duración de un día o un año. En cuanto a la medida de los meses, se hace en función de las fases de la Luna.
Sin embargo, hay algunas medidas del tiempo que no están claramente relacionadas con ningún fenómeno astronómico. Dos ejemplos son la semana y la hora.
Una de las tradiciones escritas más antiguas, los textos jeroglíficos egipcios, nos ofrecen nuevos datos sobre el origen de la hora. Al parecer, se originó en la zona del norte de África y Oriente Próximo, y se adoptó en Europa antes de extenderse por todo el mundo en la era moderna.
La hora en el Antiguo Egipto
Los Textos de las Pirámides, escritos antes del 2400 a. C., son los primeros escritos del Antiguo Egipto. En los ellos se incluye la palabra wnwt (pronunciada aproximadamente “wenut”), con un jeroglífico de una estrella asociado. De ello se deduce que wnwt se relaciona con la noche.Para entender por qué la palabra wnwt se traduce como “hora”, hay que viajar hasta la ciudad de Asyut. Allí, el interior de las tapas rectangulares de madera de los ataúdes del año 2000 a. C. se decoraban a veces con una tabla astronómica.
Esa tabla contenía columnas que representaban periodos de 10 días del año. El calendario civil egipcio tenía 12 meses, cada uno con tres “semanas” de 10 días, seguidas de cinco días de festivales.
En cada columna se enumeran 12 nombres de estrellas, formando 12 filas. Toda la tabla representa los cambios en el cielo estelar a lo largo de todo un año, de forma similar a un mapa estelar moderno.
Pues bien, esas 12 estrellas son la primera división sistemática de la noche en 12 áreas temporales, cada una de ellas gobernada por una estrella. Sin embargo, la palabra wnwt nunca aparece asociada a estas tablas estelares de los ataúdes.
No es hasta el año 1210 a. C., en el Nuevo Reino –el periodo del antiguo Egipto comprendido entre los siglos XVI y XI a. C.–, que se hace explícito el vínculo entre el número de filas y la palabra wnwt.
Instrucciones astronómicas
Un templo, el Osireion de Abydos, contiene abundante información astronómica, incluidas instrucciones sobre cómo hacer un reloj de sol y un texto que describe los movimientos de las estrellas. También contiene una tabla estelar de tipo ataúd en la que, de forma única, las 12 filas están etiquetadas con la palabra wnwt.
En el Reino Nuevo había 12 wnwt nocturnos y también 12 wnwt diurnos, ambos claramente medidas de tiempo. En ellos la idea de la hora está casi en su forma moderna si no fuera por dos cosas.
En primer lugar, aunque hay 12 horas de día y 12 horas de noche, siempre se expresan por separado, nunca juntas como un día de 24 horas.
El tiempo diurno se medía utilizando las sombras proyectadas por el Sol, mientras que las horas nocturnas se medían principalmente por las estrellas. Esto sólo podía hacerse mientras el Sol y las estrellas eran visibles, respectivamente, y había dos periodos alrededor de la salida y la puesta del sol que no contenían ninguna hora.
En segundo lugar, el wnwt del Nuevo Reino y nuestra hora moderna difieren en longitud. Los relojes de sol y de agua demuestran muy claramente que la longitud del wnwt variaba a lo largo del año: largas horas nocturnas en torno al solsticio de invierno, largas horas diurnas en torno al solsticio de verano.
Para responder a la pregunta de dónde procede el número 12, tenemos que averiguar por qué se eligieron 12 estrellas por período de 10 días.
Sin duda, esta elección es el verdadero origen de la hora. ¿El 12 era sólo un número conveniente? Tal vez, pero el origen de las tablas de estrellas del ataúd sugiere otra posibilidad.
Estrellas cronometradoras
Los antiguos egipcios optaron por utilizar la brillante estrella Sirio como modelo, y seleccionaron otras estrellas en función de su similitud de comportamiento con Sirio.
El punto clave parece ser que las estrellas que usaban como cronómetro desaparecían durante 70 días al año, al igual que Sirio, aunque las otras estrellas no fueran tan brillantes.
Según el texto estelar de Osireion, cada 10 días desaparece una estrella parecida a Sirio y reaparece otra, durante todo el año.
Dependiendo de la época del año, entre 10 y 14 de estas estrellas son visibles cada noche. Si se registran a intervalos de 10 días a lo largo del año, se obtiene una tabla muy parecida a la tabla de las estrellas del ataúd.
Hacia el año 2000 a. C., la representación se hizo más esquemática que precisa y surgió una tabla con 12 filas, lo que dio lugar a las tablas de los ataúdes que podemos ver en los museos de Egipto y otros lugares.
Por lo tanto, es posible que la elección de 12 como número de horas de la noche –y finalmente 24 como número total de horas desde el mediodía hasta el mediodía siguiente– esté relacionada con la elección de una semana de 10 días.
Así pues, nuestra hora moderna tiene su origen en una confluencia de decisiones que tuvieron lugar hace más de 4.000 años.
*Robert Cockcroft es profesor adjunto de Física y Astronomía y Sarah Symons es profesora de Ciencia interdisciplinar, ambos de la universidad McMaster.
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El número en latín que le dio el nombre al mes de octubre
El calendario que ha llegado hasta nuestros días, como casi todo, es herencia del poderoso Imperio Romano. Originariamente, el calendario primitivo de Roma se dividía solamente en 10 meses y no coincidía con los ciclos astronómicos. Fue Numa Pompilio, el segundo rey de Roma (715-672 a. de C.), quien adaptó el calendario al año solar según el modelo egipcio y le agregó los 2 meses restantes.
Desde que Roma lo hiciera su calendario oficial, el modelo compuesto por doce meses se extendió por toda Europa y fue utilizado hasta el siglo XV, cuando hizo su entrada el calendario gregoriano.
Los nombres que los romanos utilizaban para designar los meses del año tienen su origen en dioses, emperadores o números, y estos se han conservado en las lenguas inglesa, española, francesa, italiana y portuguesa.
Así, octubre ha conservado su nombre original de la época de Rómulo, del término latino 'october': octavo. A pesar de ser el décimo mes en la actualidad gracias a la aportación del calendario juliano, es el octavo mes en el calendario romano, puesto que se consideraba que marzo era el primer mes del año y diciembre, el último.
En la religión católica, el mes de octubre está dedicado a la Virgen del Rosario y ángeles de la guarda.
Desde que Roma lo hiciera su calendario oficial, el modelo compuesto por doce meses se extendió por toda Europa y fue utilizado hasta el siglo XV, cuando hizo su entrada el calendario gregoriano.
Los nombres que los romanos utilizaban para designar los meses del año tienen su origen en dioses, emperadores o números, y estos se han conservado en las lenguas inglesa, española, francesa, italiana y portuguesa.
Así, octubre ha conservado su nombre original de la época de Rómulo, del término latino 'october': octavo. A pesar de ser el décimo mes en la actualidad gracias a la aportación del calendario juliano, es el octavo mes en el calendario romano, puesto que se consideraba que marzo era el primer mes del año y diciembre, el último.
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¿Por qué febrero es tan corto? Descubre la respuesta ancestral de los romanos
El segundo mes del año tiene de 1 a 3 días menos que el resto y la explicación tiene mucho que ver con la superstición y el pragmatismo de la antigua Roma y una realidad matemática.
Treinta días trae septiembre, con abril junio y noviembre... Es el inicio de una tonada usada como regla nemotécnica para recordar cuántos días tiene cada mes del año. "De 28 solo uno, y los demás, 31", termina. ¿Por qué hay 12 meses? ¿Por qué febrero es tan corto y no hay siete meses de 30 días y cuatro de 31?
La respuesta rápida sería porque así lo hacían ya los romanos a causa de una combinación de observaciones astronómicas, elementos prácticos y supersticiones que han hecho que se mantenga la "anomalía" del febrero de 28 días, o 29, durante miles de años y se extienda a todo el mundo.
Las sociedades agrarias que crearon los primeros calendarios a lo largo del planeta –ya fuera en China, Egipto o Mesoamérica– se basaban en los ciclos de la Luna y del Sol, que ordenaban de forma "natural" los trabajos en el campo.
Pero estos ciclos no coinciden entre sí ni son exactos: la Tierra tarda 365 (y poco menos de un cuarto) vueltas sobre su eje en dar una vuelta alrededor del Sol, tiempo durante el que la Luna da 12 vueltas y media a la Tierra. Los calendarios "humanos" debían buscar la corrección de estos desajustes que a la larga llevarían a desfases que impedirían la organización racional de las sociedades.
Roma no fue una excepción y su adaptación a esa realidad científica, física, en el contexto del Mediterráneo de hace más de 2.000 años ha condicionado nuestro calendario gregoriano actual, heredero directo de los calendarios romanos, que ya recogían un febrero de 28 días.
¿De dónde provenía ese calendario con un mes tan corto? Ni los propios romanos lo tenían muy claro. La tradición –en la que es imposible distinguir leyenda de realidad– atribuía a Rómulo, fundador y primer rey de Roma, la creación de un calendario de 304 días divididos en 10 meses.
El mítico soberano "estableció que el tiempo suficiente para cumplir este año era hasta cuanto tardaba un niño en salir del vientre de su madre", escribía el poeta Ovidio en época de Augusto. En el siglo III d.C. Censorio daba la relación de esos meses, de marzo a diciembre, con 30 o 31 días cada uno. Enero y febrero eran un tiempo en el limbo que se dejaba pasar hasta el inicio de la primavera.
Esta historia era asumida por muchos eruditos romanos, pero no todos. Plutarco, coetáneo de Ovidio, sostenía que Roma había gozado de un calendario de 12 meses desde sus inicios, aunque "los romanos contaban los meses desordenadamente y sin regla alguna, no dando a unos ni veinte días y dando a otros treinta y cinco".
Sea como fuere, ese calendario debía suponer tal desbarajuste que, como señalaba el historiador Tito Livio, el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, "dividió el año en doce meses, correspondientes a las revoluciones de la Luna". Este soberano, otro personaje entre la realidad y el mito, habría sido el responsable de agregar los dos meses que "faltaban", al inicio (enero) y al final (febrero).
Fuente.
Treinta días trae septiembre, con abril junio y noviembre... Es el inicio de una tonada usada como regla nemotécnica para recordar cuántos días tiene cada mes del año. "De 28 solo uno, y los demás, 31", termina. ¿Por qué hay 12 meses? ¿Por qué febrero es tan corto y no hay siete meses de 30 días y cuatro de 31?
La respuesta rápida sería porque así lo hacían ya los romanos a causa de una combinación de observaciones astronómicas, elementos prácticos y supersticiones que han hecho que se mantenga la "anomalía" del febrero de 28 días, o 29, durante miles de años y se extienda a todo el mundo.
Calendarios solares y lunares
Las sociedades agrarias que crearon los primeros calendarios a lo largo del planeta –ya fuera en China, Egipto o Mesoamérica– se basaban en los ciclos de la Luna y del Sol, que ordenaban de forma "natural" los trabajos en el campo.
Pero estos ciclos no coinciden entre sí ni son exactos: la Tierra tarda 365 (y poco menos de un cuarto) vueltas sobre su eje en dar una vuelta alrededor del Sol, tiempo durante el que la Luna da 12 vueltas y media a la Tierra. Los calendarios "humanos" debían buscar la corrección de estos desajustes que a la larga llevarían a desfases que impedirían la organización racional de las sociedades.
Roma no fue una excepción y su adaptación a esa realidad científica, física, en el contexto del Mediterráneo de hace más de 2.000 años ha condicionado nuestro calendario gregoriano actual, heredero directo de los calendarios romanos, que ya recogían un febrero de 28 días.
¿De dónde provenía ese calendario con un mes tan corto? Ni los propios romanos lo tenían muy claro. La tradición –en la que es imposible distinguir leyenda de realidad– atribuía a Rómulo, fundador y primer rey de Roma, la creación de un calendario de 304 días divididos en 10 meses.
El mítico soberano "estableció que el tiempo suficiente para cumplir este año era hasta cuanto tardaba un niño en salir del vientre de su madre", escribía el poeta Ovidio en época de Augusto. En el siglo III d.C. Censorio daba la relación de esos meses, de marzo a diciembre, con 30 o 31 días cada uno. Enero y febrero eran un tiempo en el limbo que se dejaba pasar hasta el inicio de la primavera.
Esta historia era asumida por muchos eruditos romanos, pero no todos. Plutarco, coetáneo de Ovidio, sostenía que Roma había gozado de un calendario de 12 meses desde sus inicios, aunque "los romanos contaban los meses desordenadamente y sin regla alguna, no dando a unos ni veinte días y dando a otros treinta y cinco".
La superstición de los romanos
Sea como fuere, ese calendario debía suponer tal desbarajuste que, como señalaba el historiador Tito Livio, el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, "dividió el año en doce meses, correspondientes a las revoluciones de la Luna". Este soberano, otro personaje entre la realidad y el mito, habría sido el responsable de agregar los dos meses que "faltaban", al inicio (enero) y al final (febrero).
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El origen de los nombres de los meses del año
Misteriosa y apasionante, la antigua doctrina secreta del pueblo judío cuyas claves eran pasadas de los grandes maestros a sus alumnos dilectos que juraban no difundirlas, el 12 es uno de los números sagrados. Los signos zodiacales son doce, también los discípulos de Cristo, las tribus de Israel, las puertas de la antigua Jerusalén, los ángeles que custodiaban esas puertas, donde también se menciona que de cada una de las doce tribus alcanzarían la salvación doce mil elegidos después del juicio Universal.
En la tradición de los antiguos pueblos del norte de Europa, el 12 representaba la cosecha como número benéfico y hay teorías que aseguran que allí nació la costumbre de vender frutas por docena.
En Grecia utilizaban un sistema duodecimal para dividir conjuntos de productos o en ciertas medidas. Doce son las horas que señala la esfera de un reloj, que al marcar las doce del tiempo diurno indica que el sol está en su centro.
En el caso de los meses, en la antigua Roma los meses eran 10, pero Julio César, quiso tener su propio y lo insertó como el mes de "Julio", corresponden todos a nombres de Dioses, emperadores, o números.
El emperador Augusto no quiso ser menos y a continuación se creó el mes de "Agosto". Por eso septiembre que sería séptimo, es desde entonces noveno, octubre, que viene de octavo es el décimo, noviembre originado del número nueve es undécimo y diciembre que señala claramente que hablamos del 10, es el doce
En la tradición de los antiguos pueblos del norte de Europa, el 12 representaba la cosecha como número benéfico y hay teorías que aseguran que allí nació la costumbre de vender frutas por docena.
En Grecia utilizaban un sistema duodecimal para dividir conjuntos de productos o en ciertas medidas. Doce son las horas que señala la esfera de un reloj, que al marcar las doce del tiempo diurno indica que el sol está en su centro.
En el caso de los meses, en la antigua Roma los meses eran 10, pero Julio César, quiso tener su propio y lo insertó como el mes de "Julio", corresponden todos a nombres de Dioses, emperadores, o números.
El emperador Augusto no quiso ser menos y a continuación se creó el mes de "Agosto". Por eso septiembre que sería séptimo, es desde entonces noveno, octubre, que viene de octavo es el décimo, noviembre originado del número nueve es undécimo y diciembre que señala claramente que hablamos del 10, es el doce
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