Cuatro curiosidades del calendario que quizás no conocías
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Cuatro curiosidades del calendario que quizás no conocías
Días que nunca existieron, años demasiado largos o falsas coincidencias históricas, el calendario ha sufrido algunos baches hasta llegar al actual
Calcular los años siempre ha dado quebraderos de cabeza a la humanidad, pero es una medida necesaria. Conocer los periodos aproximados de las estaciones del año ayuda a los agricultores a saber cuándo cultivar, y actualmente es casi imposible que podamos pasar una semana entera sin mirar qué día es.
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En este artículo comentaremos varias curiosidades relativas a nuestro calendario, con diferentes problemas y ajustes que ahora mismo nos resultan difíciles de implementar, como saltarse algunos días o cambiar el nombre de un mes.
¿Por qué noviembre no es el noveno mes?
Si pensamos en el nombre de los meses, notaremos una incoherencia. Los meses de septiembre a diciembre parecen referirse a los meses situados del séptimo al décimo lugar, y sin embargo, no coinciden con su posición real en el año.
Este es un vestigio evolutivo anterior al calendario romano. Antes de Julio Cesar, el calendario usado por los romanos separaba los meses según el periodo lunar, lo que lo hacía muy inestable y favorecía que los sacerdotes encargados intercalaran meses en algunas ocasiones. Este calendario empezaba el año en marzo, y muchos meses se nombraban acorde a su posición, como pasaba en septiembre o diciembre.
Julio Cesar, influenciado por los egipcios, decidió desechar su inestable calendario y adoptar un calendario basado en el ciclo solar, mucho más estable. En este calendario juliano, el año empieza en enero y los años tendrían una duración fija de 365 días, con un año bisiesto cada cuatro años, para ajustar las casi 6 horas extra que incluye un año.
Unos años después de su muerte, se bautizó al séptimo mes como Julius (julio) en su honor. Casi al mismo tiempo, el octavo mes fue nombrado Augustus (agosto) en honor de Octavio Augusto, el actual emperador en ese momento. Varios emperadores romanos posteriores, como Calígula o Nerón, intentaron cambiar el calendario e introducir sus nombres en los últimos meses del año, pero los cambios no llegaron a calar en la población y no persisten en la actualidad.
El año que duró 445 días
Cuando se intenta implementar un nuevo calendario, en ocasiones este debe ser reajustado. Es como tener un reloj nuevo, que necesita ser puesto con la hora local para que empiece a funcionar correctamente. En el caso de un calendario, este ajuste se traduce en años extraños con días de más o de menos, algo que termina en las quejas de la población.
Uno de los primeros ajustes fue precisamente el del calendario juliano, comentado más arriba e implementado por Julio Cesar en el 45 a.C. Imitando a los egipcios, Julio quiso que su nuevo año solar empezara cerca del solsticio de invierno, fácil de medir por el numero de horas de sol.
Para hacerlo, no le quedaba más remedio que tener un año excesivamente largo, de 445 días, para esperar al solsticio de invierno y empezar a contar. Ese año, el 45 a.C. fue caótico para los ciudadanos romanos, que se quejaron de irregularidades en el cobro de impuestos y en la burocracia.
El solsticio de invierno era para los romanos la fiesta del Natalis Solis Invicti, asociada al nacimiento de Apolo. Durante siete días, los esclavos podían vivir como sus amos, llevar sus ropas y no recibir ningún castigo. Una vez acabó esta fiesta, empezó el año nuevo. Con este criterio, el solsticio de invierno se sitúa el 25 de diciembre, y el comienzo de año siete días después, el 1 de enero.
Los diez días que no existieron
Debido a la influencia romana, la mayoría de países de Occidente adoptaron el calendario juliano. Pero este tenía errores, un pequeño error de cálculo en la duración del año. Los egipcios y los romanos calculaban una duración de 365 días y 6 horas para un año, lo que les obligaba a corregir esas 6 horas con un año bisiesto cada 4 años. En realidad, el año tiene una duración variable, de aproximadamente 365 días, 5 horas y 49 minutos. Puede parecer un pequeño error, pero esos minutos de menos se acumulaban cada año, provocando un desplazamiento en el día de los solsticios y equinoccios.
Para ajustar el error se creó en 1582 un nuevo calendario llamado gregoriano, que es el que usamos actualmente. Este calendario fue promovido por el papa Gregorio XIII y se parece al juliano, excepto por dos puntos. Cada cuatrocientos años, es necesario eliminar tres años bisiestos. De este modo, se corrige el error provocado por esos minutos de menos. También se propuso ajustar el retraso que ya había moviendo el equinoccio de primavera al 21 de marzo, que en el calendario juliano se había desplazado al 11 de marzo.
En el Concilio de Nicea de 1582 se propusieron dos soluciones: o se quitaba el año bisiesto durante 40 años, o se quitaban diez días de golpe ese mismo año. Temerosos de que si quitaban el año bisiesto luego les costara recuperarlo, prefirieron quitar diez días de golpe. Los elegidos fueron los días entre el 5 y el 14 de octubre de 1582, fechas que no afectaban a ninguna celebración religiosa. Esos días nunca existieron en el calendario gregoriano.
Coincidencias que no lo son tanto
A partir de 1582, en el continente europeo convivían tanto el calendario juliano como el gregoriano. En un primer momento, el gregoriano solo fue instaurado en España, Portugal e Italia. El resto de países presentaron resistencia en cambiar de calendario, más aún si era algo instigado por la Iglesia Católica. Acabaron haciéndolo por las complicaciones que suponía tener que cambiar de fecha al cambiar de país.
Uno de los países europeos que más tardó en implementarlo fue Inglaterra, que lo hizo en 1752. Las calles se llenaron de manifestantes pidiendo recuperar esos once días perdidos, uno más que el resto de países debido precisamente al retraso de su instauración.
Cuando se comenta que Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día, realmente no tuvieron en cuenta esta diferencia de calendario. Ambos murieron el mismo día según sus propios calendarios, lo que significa que murieron con diez días de diferencia. Y es que medir el tiempo de manera absoluta ha sido difícil hasta hace poco.
¡Asombroso!
Calcular los años siempre ha dado quebraderos de cabeza a la humanidad, pero es una medida necesaria. Conocer los periodos aproximados de las estaciones del año ayuda a los agricultores a saber cuándo cultivar, y actualmente es casi imposible que podamos pasar una semana entera sin mirar qué día es.
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En este artículo comentaremos varias curiosidades relativas a nuestro calendario, con diferentes problemas y ajustes que ahora mismo nos resultan difíciles de implementar, como saltarse algunos días o cambiar el nombre de un mes.
¿Por qué noviembre no es el noveno mes?
Si pensamos en el nombre de los meses, notaremos una incoherencia. Los meses de septiembre a diciembre parecen referirse a los meses situados del séptimo al décimo lugar, y sin embargo, no coinciden con su posición real en el año.
Este es un vestigio evolutivo anterior al calendario romano. Antes de Julio Cesar, el calendario usado por los romanos separaba los meses según el periodo lunar, lo que lo hacía muy inestable y favorecía que los sacerdotes encargados intercalaran meses en algunas ocasiones. Este calendario empezaba el año en marzo, y muchos meses se nombraban acorde a su posición, como pasaba en septiembre o diciembre.
Julio Cesar, influenciado por los egipcios, decidió desechar su inestable calendario y adoptar un calendario basado en el ciclo solar, mucho más estable. En este calendario juliano, el año empieza en enero y los años tendrían una duración fija de 365 días, con un año bisiesto cada cuatro años, para ajustar las casi 6 horas extra que incluye un año.
Unos años después de su muerte, se bautizó al séptimo mes como Julius (julio) en su honor. Casi al mismo tiempo, el octavo mes fue nombrado Augustus (agosto) en honor de Octavio Augusto, el actual emperador en ese momento. Varios emperadores romanos posteriores, como Calígula o Nerón, intentaron cambiar el calendario e introducir sus nombres en los últimos meses del año, pero los cambios no llegaron a calar en la población y no persisten en la actualidad.
El año que duró 445 días
Cuando se intenta implementar un nuevo calendario, en ocasiones este debe ser reajustado. Es como tener un reloj nuevo, que necesita ser puesto con la hora local para que empiece a funcionar correctamente. En el caso de un calendario, este ajuste se traduce en años extraños con días de más o de menos, algo que termina en las quejas de la población.
Uno de los primeros ajustes fue precisamente el del calendario juliano, comentado más arriba e implementado por Julio Cesar en el 45 a.C. Imitando a los egipcios, Julio quiso que su nuevo año solar empezara cerca del solsticio de invierno, fácil de medir por el numero de horas de sol.
Para hacerlo, no le quedaba más remedio que tener un año excesivamente largo, de 445 días, para esperar al solsticio de invierno y empezar a contar. Ese año, el 45 a.C. fue caótico para los ciudadanos romanos, que se quejaron de irregularidades en el cobro de impuestos y en la burocracia.
El solsticio de invierno era para los romanos la fiesta del Natalis Solis Invicti, asociada al nacimiento de Apolo. Durante siete días, los esclavos podían vivir como sus amos, llevar sus ropas y no recibir ningún castigo. Una vez acabó esta fiesta, empezó el año nuevo. Con este criterio, el solsticio de invierno se sitúa el 25 de diciembre, y el comienzo de año siete días después, el 1 de enero.
Los diez días que no existieron
Debido a la influencia romana, la mayoría de países de Occidente adoptaron el calendario juliano. Pero este tenía errores, un pequeño error de cálculo en la duración del año. Los egipcios y los romanos calculaban una duración de 365 días y 6 horas para un año, lo que les obligaba a corregir esas 6 horas con un año bisiesto cada 4 años. En realidad, el año tiene una duración variable, de aproximadamente 365 días, 5 horas y 49 minutos. Puede parecer un pequeño error, pero esos minutos de menos se acumulaban cada año, provocando un desplazamiento en el día de los solsticios y equinoccios.
Para ajustar el error se creó en 1582 un nuevo calendario llamado gregoriano, que es el que usamos actualmente. Este calendario fue promovido por el papa Gregorio XIII y se parece al juliano, excepto por dos puntos. Cada cuatrocientos años, es necesario eliminar tres años bisiestos. De este modo, se corrige el error provocado por esos minutos de menos. También se propuso ajustar el retraso que ya había moviendo el equinoccio de primavera al 21 de marzo, que en el calendario juliano se había desplazado al 11 de marzo.
En el Concilio de Nicea de 1582 se propusieron dos soluciones: o se quitaba el año bisiesto durante 40 años, o se quitaban diez días de golpe ese mismo año. Temerosos de que si quitaban el año bisiesto luego les costara recuperarlo, prefirieron quitar diez días de golpe. Los elegidos fueron los días entre el 5 y el 14 de octubre de 1582, fechas que no afectaban a ninguna celebración religiosa. Esos días nunca existieron en el calendario gregoriano.
Coincidencias que no lo son tanto
A partir de 1582, en el continente europeo convivían tanto el calendario juliano como el gregoriano. En un primer momento, el gregoriano solo fue instaurado en España, Portugal e Italia. El resto de países presentaron resistencia en cambiar de calendario, más aún si era algo instigado por la Iglesia Católica. Acabaron haciéndolo por las complicaciones que suponía tener que cambiar de fecha al cambiar de país.
Uno de los países europeos que más tardó en implementarlo fue Inglaterra, que lo hizo en 1752. Las calles se llenaron de manifestantes pidiendo recuperar esos once días perdidos, uno más que el resto de países debido precisamente al retraso de su instauración.
Cuando se comenta que Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día, realmente no tuvieron en cuenta esta diferencia de calendario. Ambos murieron el mismo día según sus propios calendarios, lo que significa que murieron con diez días de diferencia. Y es que medir el tiempo de manera absoluta ha sido difícil hasta hace poco.
¡Asombroso!
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¿Por qué febrero tiene tan solo 28 días?
¿Y POR QUÉ PUEDE SER BISIESTO?
El mes cojo del calendario, aquel con el que se "juega" cada cuatro años y se añade un día extra. Febrero es desde hace más de 2.000 años un período que no encaja en la manera de contar el tiempo
Los romanos ni siquiera le habían puesto nombre. Para ellos, el año empezaba con las cosechas, el 1 de marzo por "martius", en honor al dios de la guerra, Marte, y terminaba en diciembre. En el denominado "calendario Romulus" no contabilizaban casi 60 días, ya que era un período que el campo estaba parado.
El rey Numa Pompilio añadió los 2 meses restantes al calendario en el año 732 a.C. para adaptarlos a los ciclos lunares, como ya hacían los egipcios. Se incorporaba al año enero (o "Ianuro" en honor al dios Iano, protector de las puertas) y febrero (o "Februo", como se le conocía a Plutón).
Julio César lo pegó un pequeño reajuste y se instauró el denominado "calendario juliano". Cada cuatro años, había que sumar un día extra, lo que conocemos como bisiesto, del latín "bis sextus ante calendas martii", o "repetido al sexto día antes del primer día del mes de marzo". No olvidemos que antiguamente para los romanos ese era el día más importante de todo el año. Pero los romanos eran muy supersticiosos y preferían que los días fueran impares y, para que les cuadrasen los 355 días que entonces duraba el año, dejaron a febrero con tan solo 28 días.
El calendario gregoriano, en honor al papa Gregorio XIII, puso un poco de orden en 1582: el año tendría 12 meses, con 365 días y un día extra cada cuatro años que caería siempre en febrero. Así, el segundo mes del año tendría siempre cuatro semanas de siete días. Malas noticias: da igual cuándo comience, siempre habrá cuatro lunes por lo menos.
Es un mes tan corto que se pueden dar circunstancias especiales. Por ejemplo, puede ser un febrero sin luna llena, lo que se denomina la "luna negra", según explica Tiempo.com. Si esto ocurre, en enero y en marzo habrá dos veces este fenómeno, que se conoce como "luna azul". Si tenemos la suerte de tener un febrero con luna, esta se denomina "luna de nieve".
elconfidencial
El mes cojo del calendario, aquel con el que se "juega" cada cuatro años y se añade un día extra. Febrero es desde hace más de 2.000 años un período que no encaja en la manera de contar el tiempo
Los romanos ni siquiera le habían puesto nombre. Para ellos, el año empezaba con las cosechas, el 1 de marzo por "martius", en honor al dios de la guerra, Marte, y terminaba en diciembre. En el denominado "calendario Romulus" no contabilizaban casi 60 días, ya que era un período que el campo estaba parado.
El rey Numa Pompilio añadió los 2 meses restantes al calendario en el año 732 a.C. para adaptarlos a los ciclos lunares, como ya hacían los egipcios. Se incorporaba al año enero (o "Ianuro" en honor al dios Iano, protector de las puertas) y febrero (o "Februo", como se le conocía a Plutón).
Julio César lo pegó un pequeño reajuste y se instauró el denominado "calendario juliano". Cada cuatro años, había que sumar un día extra, lo que conocemos como bisiesto, del latín "bis sextus ante calendas martii", o "repetido al sexto día antes del primer día del mes de marzo". No olvidemos que antiguamente para los romanos ese era el día más importante de todo el año. Pero los romanos eran muy supersticiosos y preferían que los días fueran impares y, para que les cuadrasen los 355 días que entonces duraba el año, dejaron a febrero con tan solo 28 días.
Febreros sin luna llena
Julio César añadía días a su mes preferido "julio" y luego llegaba Augusto y decidía que "agosto" debía ser más largo. También usaban el día bisiesto a su antojo. De hecho, eran los pontífices los que fijaban cuál mes sería más largo para así acabar antes con la administración de algún gobernante enemigo.El calendario gregoriano, en honor al papa Gregorio XIII, puso un poco de orden en 1582: el año tendría 12 meses, con 365 días y un día extra cada cuatro años que caería siempre en febrero. Así, el segundo mes del año tendría siempre cuatro semanas de siete días. Malas noticias: da igual cuándo comience, siempre habrá cuatro lunes por lo menos.
Es un mes tan corto que se pueden dar circunstancias especiales. Por ejemplo, puede ser un febrero sin luna llena, lo que se denomina la "luna negra", según explica Tiempo.com. Si esto ocurre, en enero y en marzo habrá dos veces este fenómeno, que se conoce como "luna azul". Si tenemos la suerte de tener un febrero con luna, esta se denomina "luna de nieve".
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