Batalla de Covadonga, 722. 10.000 musulmanes son derrotados por 300 españoles

Corría el final del invierno del 722, hace ya 11 años que los moros han entrando en Hispania.

La noche y la tormenta se aliaron con Pelayo y sus hombres. Aquel joven conde con algunos de sus sirvientes y campesinos que aterrados se le habían unido, habían conseguido llegar a la Cova de la Donna. Ateridos, exhaustos, famélicos y casi sin armas, se refugiaron junto al eremita que habitaba aquellas piedras y mantenía la cueva y el culto a la vieja talla de la Señora.

Bajo las estribaciones de la montaña, se agolpaban los musulmanes de la guarnición de Astorga, al mando de su comandante Al Qama y un extraño y siniestro personaje. D. Oppas

Pelayo y algunos de los suyos, han pasado muchas horas amontonando piedras y flechas en diferentes puntos de los desfiladeros que rodean la cueva. Troncos cruzados en los caminos para obligar al enemigo a usar las mas angostas gargantas, son el reflejo del conocimiento y aprovechamiento del terreno.

Pero aquella noche, el mismo Dios prestara su ayuda a Pelayo.

Los hispanos miran impasibles mientras la lluvia moja sus ropas y el viento de la tormenta que se acerca, arrastra las palabras desde la cumbre de un desfiladero del monte Auseva al llano.

El jefe sarraceno Al Qama se ríe. 300 asnos salvajes contra todo mi ejército.

De entre sus filas surge un personajillo que se dirige a Pelayo.

Ríndete hijo mío. Mira que soy el obispo de Toledo. Abraza la nueva Fe, comparte la grandeza de nuestros nuevos hermanos.
Pelayo no dice nada. Solo mira.

La Fe católica está acabada, su Dios es más poderoso. La iglesia ha desaparecido.

Pelayo responde. No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del señor llegara a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios.

El obispo contesto. Verdaderamente así está escrito y comenzó la batalla.

Piedras, venablos, flechas, vuelan certeras desde las rocas la probabilidad de acertar es grande. Son demasiados. Los moros responden. Los hispanos se repliegan

La tormenta estalla, Los truenos suenan como la voz de Dios entre las peñas. El viento huracanado mueve el agua y la lanza contra los caballos que pifian y se niegan a avanzar.

Los rayos iluminan a los hispanos mientras corren entre las rocas buscando sus puntos prefijados de combate. El guerrillero Español, jamás encontró risco vedado a su pie.

Los moros disparan sus flechas pero estas vuelven a caer sobre su propia infantería. Carros y caballos se agolpan en las angostas sendas y se hunden en el barro.

Los “asnos salvajes” no dejan de lanzar piedras y flechas.

Los moros tienen miedo. No quieren avanzar, sus jefes los empujan y ellos comienzan a retroceder.

Es el momento en el que las sombras salen, se cuelan entre las filas de los infieles y matan a dos o tres y huyen antes de ser vistos. Cortan tendones, cabezas, piernas y vuelven a la sombra.
Los moros aterrorizados huyen. Ha comenzado la Reconquista.