Los efectos de las nuevas drogas de diseño
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Los efectos de las nuevas drogas de diseño
Los nuevos drogadictos de medio mundo cocinan en sus casas drogas de diseño que emulan las metanfetaminas y que sintetizan derivados de ciertos opiáceos.
KOKODRILO ZOMBI
Todo el mundo en los barrios del norte de Miami sabía que Rudy Eugene, un quinqui de 31 años, era apenas un macarra negro que tenía el dudoso honor de haber sido el primer idiota sobre el que la policía de Florida había usado una pistola paralizante (taser) cuando fueron a buscarle hacía diez años acusado de haber amenazado de muerte a su propia madre. Lo que nadie sabía, ni siquiera su madre, es que Eugene podía llegar a ser, con algo de ayuda sintética, un zombi caníbal.
Hace unos días, Rudy Eugene salió de una fiesta cerca de Miami Beach con un chute en el cuerpo de “sales de baño”, una droga de diseño muy potente y barata (entre diez y veinte dólares por un gramo) que es una combinación de cocaína y metanfetamina y que une las paranoias y la agresividad de la meta con las alucinaciones del LSD y la extrema psicosis de las PCP (el polvo de
ángel).
Eugene, el macarra, debió de caer en hipertermia, tuvo que sentir un primer golpe de calor fruto de la droga, una sensación de estrés brutal como de que tus órganos comienzan a freírse. Aquello le forzó a abandonar su coche cerca de la playa, a desnudarse para tratar de refrescar su cuerpo y andar cerca de cuatro kilómetros por la vía de servicio peatonal de una autopista. Allí se encontró con Ronald Poppo, un sintecho habitual de la zona, un vagabundo que hace casi medio siglo fue alumno del mejor colegio público de Nueva York, el instituto Stuyvensant.
KOKODRILO ZOMBI
Todo el mundo en los barrios del norte de Miami sabía que Rudy Eugene, un quinqui de 31 años, era apenas un macarra negro que tenía el dudoso honor de haber sido el primer idiota sobre el que la policía de Florida había usado una pistola paralizante (taser) cuando fueron a buscarle hacía diez años acusado de haber amenazado de muerte a su propia madre. Lo que nadie sabía, ni siquiera su madre, es que Eugene podía llegar a ser, con algo de ayuda sintética, un zombi caníbal.
Hace unos días, Rudy Eugene salió de una fiesta cerca de Miami Beach con un chute en el cuerpo de “sales de baño”, una droga de diseño muy potente y barata (entre diez y veinte dólares por un gramo) que es una combinación de cocaína y metanfetamina y que une las paranoias y la agresividad de la meta con las alucinaciones del LSD y la extrema psicosis de las PCP (el polvo de
ángel).
Eugene, el macarra, debió de caer en hipertermia, tuvo que sentir un primer golpe de calor fruto de la droga, una sensación de estrés brutal como de que tus órganos comienzan a freírse. Aquello le forzó a abandonar su coche cerca de la playa, a desnudarse para tratar de refrescar su cuerpo y andar cerca de cuatro kilómetros por la vía de servicio peatonal de una autopista. Allí se encontró con Ronald Poppo, un sintecho habitual de la zona, un vagabundo que hace casi medio siglo fue alumno del mejor colegio público de Nueva York, el instituto Stuyvensant.
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Un caníbal frenético
Los que han probado las sales de baño dicen que tienen la sensación de que miden tres metros de alto, llevan un escudo blindado y están en un lugar muy oscuro de su mente al que jamás querrían volver. Un drogadicto que probó las sales de baño aseguró a los médicos que en su alucinación creyó que estaba en un manicomio tenebroso y que había sido poseído por Jason Voorhees, el asesino de la máscara de hockey de las películas de Viernes 13. Por eso no es extraño que Eugene, con una fuerza despiadada, se lanzara sobre Poppo, le arrancara la ropa, le golpeara y comenzara a devorarle la cara. Durante dieciocho minutos, el quinqui se convirtió en un caníbal frenético.
Tras veinte minutos, un agente de Policía llamado José Rivera llegó corriendo después de que una cámara de tráfico de la autopista alertara del ataque. El policía sacó su arma y le gritó a Eugene que parara. Según el testimonio del agente, Rudy Eugene se detuvo, levantó la cara, gruñó como una bestia salvaje y engulló un trozo de Poppo antes de bajar la cabeza para arrancar otro pedazo...
Rivera disparó una vez sobre el atacante. Eugene, con la droga disociando el dolor en su cabeza, masticó más deprisa. Rivera vació el cargador de su revólver. Rudy Eugene estaba muerto y Ronald Poppo, sin cara, trató de sentarse...
El agente guardó su arma y llamó a los sanitarios (que estabilizaron al vagabundo y lo llevaron al hospital). Después, Rivera fue trasladado por sus compañeros a la unidad de psiquiatría de la Policía en estado de shock. Allí contó -y días más tarde a un equipo de reporteros de la CBS- que la única vez que había visto algo parecido -un hombre que se estaba comiendo vivo a otro y que no obedecía órdenes ni se detenía cuando se le disparaba y que gruñía como toda forma de comunicación- había sido en esa serie de televisión de zombis llamada The Walking Dead.
Los noticieros de todo el país rebotaron la noticia y comenzaron las similitudes. En Milwaukee, una mujer puesta de sales de baño devoró tres dedos del pie de su hijo. Al norte, un hombre mató y se comió trozos de su compañero de piso. En Panama City, en Florida, una mujer trató de decapitar a su madre. En esa misma ciudad, un hombre que fue detenido cuando iba hasta arriba de sales de baño, arrancó con sus dientes el asiento del coche policial.
Es cierto que todas las drogas, incluso las que tantos pretenden legalizar, como la cocaína, el yayo, la heroína o la marihuana, en su versión sour diesel, te pueden freír los sesos hasta achicharrarlos.
Tras veinte minutos, un agente de Policía llamado José Rivera llegó corriendo después de que una cámara de tráfico de la autopista alertara del ataque. El policía sacó su arma y le gritó a Eugene que parara. Según el testimonio del agente, Rudy Eugene se detuvo, levantó la cara, gruñó como una bestia salvaje y engulló un trozo de Poppo antes de bajar la cabeza para arrancar otro pedazo...
Rivera disparó una vez sobre el atacante. Eugene, con la droga disociando el dolor en su cabeza, masticó más deprisa. Rivera vació el cargador de su revólver. Rudy Eugene estaba muerto y Ronald Poppo, sin cara, trató de sentarse...
El agente guardó su arma y llamó a los sanitarios (que estabilizaron al vagabundo y lo llevaron al hospital). Después, Rivera fue trasladado por sus compañeros a la unidad de psiquiatría de la Policía en estado de shock. Allí contó -y días más tarde a un equipo de reporteros de la CBS- que la única vez que había visto algo parecido -un hombre que se estaba comiendo vivo a otro y que no obedecía órdenes ni se detenía cuando se le disparaba y que gruñía como toda forma de comunicación- había sido en esa serie de televisión de zombis llamada The Walking Dead.
Los noticieros de todo el país rebotaron la noticia y comenzaron las similitudes. En Milwaukee, una mujer puesta de sales de baño devoró tres dedos del pie de su hijo. Al norte, un hombre mató y se comió trozos de su compañero de piso. En Panama City, en Florida, una mujer trató de decapitar a su madre. En esa misma ciudad, un hombre que fue detenido cuando iba hasta arriba de sales de baño, arrancó con sus dientes el asiento del coche policial.
Es cierto que todas las drogas, incluso las que tantos pretenden legalizar, como la cocaína, el yayo, la heroína o la marihuana, en su versión sour diesel, te pueden freír los sesos hasta achicharrarlos.
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Salfumán
Pero también es cierto que cuando la droga clásica se retira y el cerebro se desengancha, todo debería volver a la normalidad -salvo por esa enfermedad crónica que hayas agarrado después de pincharte con agujas compartidas y un largo etcétera de miserias-. Esto no es así en el caso de estas drogas sintéticas -de diseño- (alucinógenos, entactógenos, estimulantes, sedantes, derivados de la
piperazina y un largo etcétera, incluidos los fármacos para la disfunción eréctil), que son lo más parecido que hay a jugar a la ruleta rusa.
El problema de estas drogas de diseño es que si las sintetizas en un laboratorio, en una condiciones higiénicas adecuadas y con unos productos de buena calidad, el resultado es profesional, el cuelgue es largo y el síndrome de abstinencia, llevadero.
Todo lo anterior tiene una expresión en dinero:
meterse droga de buena calidad y viajar durante cuatro horas a lomos del caballo es caro. Cuando el dinero se acaba, al yonqui le es lo mismo viajar durante una hora a lomos de un asno y por eso, cuando alguien es un quinqui macarra, acaba metiéndose sales de baño -un sustituto barato de la metanfetamina de calidad-, y cuando alguien es un drogata ruso tirado y no tiene para heroína (en torno a cien euros el viaje), se mete un kokodrilo en vena. Cinco euros por un kokodrilo todo lo
más. Claro que el kokodrilo te devora la carne pero, oye, qué se puede esperar cuando viajas por cinco euros...
Hace un par de años, alguien en Rusia, en concreto en Siberia, recordó que se podía transformar la codeína en desomorfina (un análogo del opiáceo diez veces más potente que la morfina) sintetizando el analgésico (es el que toma el doctor House para mitigar sus terribles dolores en la pierna mala) en tres pasos. El resultado es un sustituto bastante aparente de la heroína, pero todavía caro si se hace bien. Así que otro alguien decidió fabricarlo en la cocina de casa usando
la codeína que se compraba sin receta en cualquier farmacia de la Federación Rusa -jarabes para la tos- y reactivos como la gasolina, el fósforo de las cerillas y salfumán (ácido clorhídrico). El resultado, inyectado en vena, tiene una magnífica relación entre calidad (media) y precio (ridículo).
Y lo mejor de todo es que solo se tarda media hora en fabricar una dosis. Ya no hay miedo al síndrome de abstinencia y eso convierte al kokodrilo en una droga tan adictiva que no hay forma de desengancharse. En esa magnífica relación entre precio y calidad, solo hay un ‘pero’ irresoluble: el que lo prueba tiene una esperanza de vida de dos años porque, como hemos apuntado antes, el kokodrilo te devora la carne. Literal. Es lo que pasa cuando sintetizas algo con ayuda de gasolina y un reactivo como el salfumán.
En cuanto un yonqui se inyecta en la vena un chute de kokodrilo, la zona de alrededor comienza a gangrenarse y todo el tejido se va descomponiendo.... El kokodrilo devora y el yonqui se pudre.
Al final, poco antes de la muerte, la escena de un kokodrilo adicto es la de un zombi: la piel gangrenada se cae, huesos al aire, miembros amputados, cerebro destruido.
Rusia se ha tomado en serio el problema cuando las estadísticas han señalado que, en estos mismos momentos, cien mil rusos se pudren. Para las farmacias, cuyos márgenes de beneficio con la venta libre de codeína subieron de media un 25 por ciento, el negocio legal se ha acabado.
Hay al menos una decena de países occidentales en los que la venta de codeína sigue siendo legal y sin receta. Algunos son países en crisis con sociedades deprimidas. Pronto podríamos ver un ejército de zombis capaces de comerse a su madre y con los huesos al aire.
De todo lo anterior hay imágenes suficientes en internet, pero renunciamos a publicarlas aquí por su extrema crueldad.
‘Salvia divinorum’ y ventanas abiertas
Los viajes con ciertas sustancias naturales, como el tradicional peyote o la Salvia divinorum, están de moda. Siempre lo han estado, pero la crisis ha irrumpido con fuerza para revitalizar el consumo de estos alucinógenos clásicos que en algunos casos, sobre todo cuando su potencia es alta, producen delirios y alucinaciones tan demenciales que la mayoría de las víctimas de esas sustancias lo son por haberse arrojado desde una ventana cuando huían de una alucinación visual. El consejo eterno es el mismo: no las prueben. Si lo hacen, jamás lo hagan en un piso alto.
piperazina y un largo etcétera, incluidos los fármacos para la disfunción eréctil), que son lo más parecido que hay a jugar a la ruleta rusa.
El problema de estas drogas de diseño es que si las sintetizas en un laboratorio, en una condiciones higiénicas adecuadas y con unos productos de buena calidad, el resultado es profesional, el cuelgue es largo y el síndrome de abstinencia, llevadero.
Todo lo anterior tiene una expresión en dinero:
meterse droga de buena calidad y viajar durante cuatro horas a lomos del caballo es caro. Cuando el dinero se acaba, al yonqui le es lo mismo viajar durante una hora a lomos de un asno y por eso, cuando alguien es un quinqui macarra, acaba metiéndose sales de baño -un sustituto barato de la metanfetamina de calidad-, y cuando alguien es un drogata ruso tirado y no tiene para heroína (en torno a cien euros el viaje), se mete un kokodrilo en vena. Cinco euros por un kokodrilo todo lo
más. Claro que el kokodrilo te devora la carne pero, oye, qué se puede esperar cuando viajas por cinco euros...
Hace un par de años, alguien en Rusia, en concreto en Siberia, recordó que se podía transformar la codeína en desomorfina (un análogo del opiáceo diez veces más potente que la morfina) sintetizando el analgésico (es el que toma el doctor House para mitigar sus terribles dolores en la pierna mala) en tres pasos. El resultado es un sustituto bastante aparente de la heroína, pero todavía caro si se hace bien. Así que otro alguien decidió fabricarlo en la cocina de casa usando
la codeína que se compraba sin receta en cualquier farmacia de la Federación Rusa -jarabes para la tos- y reactivos como la gasolina, el fósforo de las cerillas y salfumán (ácido clorhídrico). El resultado, inyectado en vena, tiene una magnífica relación entre calidad (media) y precio (ridículo).
Y lo mejor de todo es que solo se tarda media hora en fabricar una dosis. Ya no hay miedo al síndrome de abstinencia y eso convierte al kokodrilo en una droga tan adictiva que no hay forma de desengancharse. En esa magnífica relación entre precio y calidad, solo hay un ‘pero’ irresoluble: el que lo prueba tiene una esperanza de vida de dos años porque, como hemos apuntado antes, el kokodrilo te devora la carne. Literal. Es lo que pasa cuando sintetizas algo con ayuda de gasolina y un reactivo como el salfumán.
En cuanto un yonqui se inyecta en la vena un chute de kokodrilo, la zona de alrededor comienza a gangrenarse y todo el tejido se va descomponiendo.... El kokodrilo devora y el yonqui se pudre.
Al final, poco antes de la muerte, la escena de un kokodrilo adicto es la de un zombi: la piel gangrenada se cae, huesos al aire, miembros amputados, cerebro destruido.
Rusia se ha tomado en serio el problema cuando las estadísticas han señalado que, en estos mismos momentos, cien mil rusos se pudren. Para las farmacias, cuyos márgenes de beneficio con la venta libre de codeína subieron de media un 25 por ciento, el negocio legal se ha acabado.
Hay al menos una decena de países occidentales en los que la venta de codeína sigue siendo legal y sin receta. Algunos son países en crisis con sociedades deprimidas. Pronto podríamos ver un ejército de zombis capaces de comerse a su madre y con los huesos al aire.
De todo lo anterior hay imágenes suficientes en internet, pero renunciamos a publicarlas aquí por su extrema crueldad.
‘Salvia divinorum’ y ventanas abiertas
Los viajes con ciertas sustancias naturales, como el tradicional peyote o la Salvia divinorum, están de moda. Siempre lo han estado, pero la crisis ha irrumpido con fuerza para revitalizar el consumo de estos alucinógenos clásicos que en algunos casos, sobre todo cuando su potencia es alta, producen delirios y alucinaciones tan demenciales que la mayoría de las víctimas de esas sustancias lo son por haberse arrojado desde una ventana cuando huían de una alucinación visual. El consejo eterno es el mismo: no las prueben. Si lo hacen, jamás lo hagan en un piso alto.
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