POR QUÉ LA TELEVISIÓN INFLUYE TANTO Y PARA MAL
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POR QUÉ LA TELEVISIÓN INFLUYE TANTO Y PARA MAL
A día de hoy, a nadie sorprende que los políticos disfruten en la televisión más que un niño con juguete nuevo. Ni que asistan a cualquier programa por muy indecoroso que sea su contenido, bailen, canten o hagan el ganso. La mayor parte de los dirigentes españoles actuales no resistiría un debate en profundidad pero salva bien la cara en espectáculos televisivos donde se vocifera, se recurre a la demagogia o se repiten simplezas a granel. O en esos otros donde se desnudan públicamente los aspectos íntimos, el lado humano, o cotilla, del personaje. El mero hecho de aparecer en la pequeña pantalla constituye un argumento de autoridad, una aureola que ofrece credibilidad a los ojos del público. El arte de la política se degrada a un ejercicio de imagen, oficio de figurantes, cómicos de tercera o saltimbanquis. Incluso el auge de los nuevos partidos en España, como Podemos o Ciudadanos, no sólo se debió al hastío de la población con la vieja política: también a su intensa presencia televisiva. La pequeña pantalla hace y deshace, crea y destruye partidos, encumbra y derriba gobiernos. ¿De dónde proviene su inmenso poder?
En su libro, Homo Videns, Giovanni Sartori considera que la televisión es un invento que implica un cambio fundamental, una fuerte regresión en el proceso de comunicación humana. La tele difunde imágenes, y con frecuencia las transforma en entretenimiento, pero anula los conceptos, las ideas. Atrofia la capacidad de abstracción, ese recurso a lo simbólico que se expresa a través del lenguaje. Anquilosa el entendimiento, sustituyendo el conocimiento profundo por una visión superficial. Y fomenta en el televidente una actitud perezosa, pasiva y acomodaticia. El sujeto se acostumbra a responder sólo ante estímulos audiovisuales, puras imágenes con lenguaje simple, y acaba mostrando desinterés por los conceptos abstractos, esas ideas imprescindibles para el razonamiento.
Aunque lo veas… no lo creas
La imagen televisiva puede engañar con mayor facilidad que la palabra, manipular con más sutileza, porque la gente está preparada para dudar de lo que oye… pero no de lo que ve. Y porque la pérdida de capacidad de abstracción dificulta enormemente la distinción entre verdad y falsedad. La pantalla ofrece al espectador una engañosa sensación de que adquiere sabiduría, conocimiento del mundo sin esfuerzo, recostado en su sofá. Y le impulsa a aceptar argumentos simplistas, ésos que sólo le hacen sentir bien. Las mayores necedades y sinsentidos pueden convertirse en verdad revelada una vez repetidos hasta la saciedad, acompañados de imágenes sugestivas, si el público carece de argumentos, de una lógica de razonamiento que le permita resistirse a la avalancha.
El deterioro de la educación, la escasez de mentes debidamente formadas, abrió un enorme espacio a la manipulación audiovisual. La realidad es crecientemente compleja pero la tele la describe de forma cada vez más sencilla, más maniquea, con conmovedoras historias de buenos y malos. Los miedos irracionales, la expansión de doctrinas milenaristas, la difusión de teorías conspirativas o la identificación de notorios malos, malísimos, que generan todos los problemas mundiales, son manifestaciones de esa creciente simplicidad y credulidad del público.
El televisor modifica sustancialmente la naturaleza de la comunicación, trasladando el énfasis de la palabra a la imagen. El cine ya usaba un recurso similar pero nunca dispuso de semejante poder manipulador. Cuando en 1895 los hermanos Lumière proyectaron sus tomas en un local de París, muchos espectadores saltaron horrorizados de sus butacas, corrieron hacia la salida huyendo de un tren que se abalanzaba sobre ellos. La tranquilidad regresó cuando se les explicó que la locomotora era una ilusión: no estaba realmente ahí. Desde entonces, las películas no engañan porque todo el mundo sabe que sus contenidos forman parte de la ficción. Pero nadie advirtió al público de que los productos televisivos son una verdad distorsionada, una parte muy sesgada y descontextualizada de la realidad. Por ello, muchas personas siguen creyendo la “verdad” televisiva a pies juntillas: “el mundo es aquello que sale en la pequeña pantalla; y lo que no aparece no existe”.
Reducción de la política a imagen
La influencia de la televisión no sólo estriba en su sustitución del concepto por imagen. Un estudio concluyó que, viendo la tele, la parte derecha del cerebro se muestra dos veces más activa que la izquierda, conduciendo a una suerte de hipnosis, a una actitud acrítica que conduce a creer todo lo que se exhibe en la pantalla, por muy dudoso y cuestionable que sea. Otro estudio señaló que las personas insatisfechas con su vida pasan delante de la pequeña pantalla un 30% más de tiempo que el resto. ¿Es el consumo televisivo la causa de la desazón o tan sólo un refugio ante la insatisfacción vital? Quizá el efecto sea bidireccional. Se ha comparado el abuso televisivo al de ciertas drogas adictivas: generan placer momentáneo pero vacío existencial, pesadumbre y desasosiego en el largo plazo.
La televisión fomenta la simplificación de la política, su reducción a imágenes y consignas, la desaparición de las ideas profundas, el surgimiento de un público buen conocedor de los dirigentes pero muy ignorante de las profundidades de la política. Como en otros aspectos, la caja tonta empuja a la comodidad, al mínimo esfuerzo y a una falsa sensación de conocimiento político. Bryan Caplan, profesor de economía en la Universidad George Mason (Virginia), sostiene que una parte significativa del electorado actúa de forma irracional, impulsiva, poco informada, tan sólo bajo el influjo de emociones, persiguiendo aquello que le hace sentir bien.
Así, los políticos han encontrado un enorme hueco para la manipulación: el uso de la televisión no como un potente medio para transmitir ideas cruciales sino como vía para la difusión de imágenes y emociones a las masas. Han convertido la pequeña pantalla en un anzuelo para pescar votos entre electores hipnotizados. No necesitan proponer políticas sensatas; basta con aferrarse a una buena apariencia, a un discurso maniqueo, a frases emotivas o ingeniosas. Ciertamente, pocos inventos tan interesantes han sido utilizados tan rematadamente mal.
@BenegasJ & @BlancoJuanM
En su libro, Homo Videns, Giovanni Sartori considera que la televisión es un invento que implica un cambio fundamental, una fuerte regresión en el proceso de comunicación humana. La tele difunde imágenes, y con frecuencia las transforma en entretenimiento, pero anula los conceptos, las ideas. Atrofia la capacidad de abstracción, ese recurso a lo simbólico que se expresa a través del lenguaje. Anquilosa el entendimiento, sustituyendo el conocimiento profundo por una visión superficial. Y fomenta en el televidente una actitud perezosa, pasiva y acomodaticia. El sujeto se acostumbra a responder sólo ante estímulos audiovisuales, puras imágenes con lenguaje simple, y acaba mostrando desinterés por los conceptos abstractos, esas ideas imprescindibles para el razonamiento.
Aunque lo veas… no lo creas
La imagen televisiva puede engañar con mayor facilidad que la palabra, manipular con más sutileza, porque la gente está preparada para dudar de lo que oye… pero no de lo que ve. Y porque la pérdida de capacidad de abstracción dificulta enormemente la distinción entre verdad y falsedad. La pantalla ofrece al espectador una engañosa sensación de que adquiere sabiduría, conocimiento del mundo sin esfuerzo, recostado en su sofá. Y le impulsa a aceptar argumentos simplistas, ésos que sólo le hacen sentir bien. Las mayores necedades y sinsentidos pueden convertirse en verdad revelada una vez repetidos hasta la saciedad, acompañados de imágenes sugestivas, si el público carece de argumentos, de una lógica de razonamiento que le permita resistirse a la avalancha.
El deterioro de la educación, la escasez de mentes debidamente formadas, abrió un enorme espacio a la manipulación audiovisual. La realidad es crecientemente compleja pero la tele la describe de forma cada vez más sencilla, más maniquea, con conmovedoras historias de buenos y malos. Los miedos irracionales, la expansión de doctrinas milenaristas, la difusión de teorías conspirativas o la identificación de notorios malos, malísimos, que generan todos los problemas mundiales, son manifestaciones de esa creciente simplicidad y credulidad del público.
El televisor modifica sustancialmente la naturaleza de la comunicación, trasladando el énfasis de la palabra a la imagen. El cine ya usaba un recurso similar pero nunca dispuso de semejante poder manipulador. Cuando en 1895 los hermanos Lumière proyectaron sus tomas en un local de París, muchos espectadores saltaron horrorizados de sus butacas, corrieron hacia la salida huyendo de un tren que se abalanzaba sobre ellos. La tranquilidad regresó cuando se les explicó que la locomotora era una ilusión: no estaba realmente ahí. Desde entonces, las películas no engañan porque todo el mundo sabe que sus contenidos forman parte de la ficción. Pero nadie advirtió al público de que los productos televisivos son una verdad distorsionada, una parte muy sesgada y descontextualizada de la realidad. Por ello, muchas personas siguen creyendo la “verdad” televisiva a pies juntillas: “el mundo es aquello que sale en la pequeña pantalla; y lo que no aparece no existe”.
Reducción de la política a imagen
La influencia de la televisión no sólo estriba en su sustitución del concepto por imagen. Un estudio concluyó que, viendo la tele, la parte derecha del cerebro se muestra dos veces más activa que la izquierda, conduciendo a una suerte de hipnosis, a una actitud acrítica que conduce a creer todo lo que se exhibe en la pantalla, por muy dudoso y cuestionable que sea. Otro estudio señaló que las personas insatisfechas con su vida pasan delante de la pequeña pantalla un 30% más de tiempo que el resto. ¿Es el consumo televisivo la causa de la desazón o tan sólo un refugio ante la insatisfacción vital? Quizá el efecto sea bidireccional. Se ha comparado el abuso televisivo al de ciertas drogas adictivas: generan placer momentáneo pero vacío existencial, pesadumbre y desasosiego en el largo plazo.
La televisión fomenta la simplificación de la política, su reducción a imágenes y consignas, la desaparición de las ideas profundas, el surgimiento de un público buen conocedor de los dirigentes pero muy ignorante de las profundidades de la política. Como en otros aspectos, la caja tonta empuja a la comodidad, al mínimo esfuerzo y a una falsa sensación de conocimiento político. Bryan Caplan, profesor de economía en la Universidad George Mason (Virginia), sostiene que una parte significativa del electorado actúa de forma irracional, impulsiva, poco informada, tan sólo bajo el influjo de emociones, persiguiendo aquello que le hace sentir bien.
Así, los políticos han encontrado un enorme hueco para la manipulación: el uso de la televisión no como un potente medio para transmitir ideas cruciales sino como vía para la difusión de imágenes y emociones a las masas. Han convertido la pequeña pantalla en un anzuelo para pescar votos entre electores hipnotizados. No necesitan proponer políticas sensatas; basta con aferrarse a una buena apariencia, a un discurso maniqueo, a frases emotivas o ingeniosas. Ciertamente, pocos inventos tan interesantes han sido utilizados tan rematadamente mal.
@BenegasJ & @BlancoJuanM
Cybernauta- Co-Administrador
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Re: POR QUÉ LA TELEVISIÓN INFLUYE TANTO Y PARA MAL
La televisión PERJUDICA SERIAMENTE tu salud
¿Sabías Que?- Cybernauta VIP
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Re: POR QUÉ LA TELEVISIÓN INFLUYE TANTO Y PARA MAL
Hay ESPERANZA. Se DESPLOMA el CONSUMO DE TELEVISIÓN.
Internauta- Cybernauta-Master
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La crisis de la televisión
Para variar os quiero dejar una buena noticia para el bienestar de este país y de toda la humanidad en general.
Informaba la prensa esta semana que Paolo Vasile, consejero delegado de Mediaset España, dejará de serlo en los próximos meses coincidiendo con su septuagésimo cumpleaños. Vasile, un profesional muy conocido y valorado en el sector, lleva más de veinte años al frente de uno de los principales y más influyentes grupos mediáticos del país, matriz de cadenas de televisión generalistas como Telecinco o Cuatro. La salida de Vasile posee una elevada carga simbólica, marca el final de una era habida cuenta de las dificultades que están empezando a atravesar las televisiones convencionales. La audiencia no hace más que descender, también lo hace la facturación publicitaria y, con ella, la cotización en Bolsa, una tormenta perfecta que los directivos audiovisuales no saben muy bien cómo capear.
Desde el mes de enero Mediaset España ha perdido en el parqué el 40% de su valor, su principal competidora, el grupo Atresmedia, el 25%. A otros gigantes mediáticos como Prisa o Vocento no les va mucho mejor. La acción de la primera vale un 38% menos que hace diez meses y la de la segunda un 35% menos. Durante años Mediaset marcaba el ritmo de la televisión en España, Telecinco se situaba a la cabeza de audiencia y los beneficios eran cuantiosos. Vasile había convertido aquella empresa en una máquina de hacer dinero. Ahora los inversores descuentan que el negocio de los medios de comunicación está dejando de serlo y, más concretamente, el de la televisión convencional, que hasta hace no mucho tiempo era extraordinariamente rentable a poco que la empresa en cuestión estuviese bien gestionada. Pero las cosas empezaron a cambiar hace unos cinco o seis años, cuando empezaron a consolidarse en el mercado español plataformas de televisión a la carta como Netflix, Amazon Prime o HBO que, a cambio de una suscripción mensual, ofrecen un catálogo de contenido prácticamente ilimitado.
Junto a la irrupción de esas plataformas, nuevos formatos se han ido abriendo camino a lo largo de la última década a través de internet en servicios de vídeo en streaming como YouTube, Twitch o TikTok. Como resultado, en el segmento más joven de la audiencia, el de los menores de 25 años, apenas se ve la televisión. Entre 25 y 50 años el consumo ha descendido drásticamente y promete hacerlo más en el futuro. La audiencia de las grandes cadenas de la televisión digital terrestre ha envejecido y es mucho menos rentable para los anunciantes, que buscan a su público objetivo en otros caladeros.
Durante este periodo de transformación los grandes grupos mediáticos han tratado de enfrentar el problema acometiendo grandes inversiones en nuevas producciones, pero pocas han funcionado como estaba previsto. El público, simplemente, evita la televisión de toda la vida y se decanta por las alternativas digitales, que están a mano y son de contenido muy variado. La pandemia no ha hecho más que acelerar esa tendencia. En España la penetración de internet es de las más altas del mundo, la conexión de banda ancha alcanza a casi el 90% de la población y la cobertura 4G y 5G en los teléfonos móviles abarca la práctica totalidad de las áreas pobladas del país.
Todo se ha dispuesto, como vemos, para que la otrora todopoderosa televisión generalista entre en crisis obligando a todo el sector a reconvertirse para adaptarse a los tiempos, algo que llevará años y que desconocemos si se verá coronado por el éxito. Pues bien, para hablar de este tema tan interesante hoy regresa a La ContraCrónica Rubén Arranz, periodista y redactor de VozPópuli, que este tema lo tiene estudiado muy a fondo.
Fernando Díaz Villanueva
Informaba la prensa esta semana que Paolo Vasile, consejero delegado de Mediaset España, dejará de serlo en los próximos meses coincidiendo con su septuagésimo cumpleaños. Vasile, un profesional muy conocido y valorado en el sector, lleva más de veinte años al frente de uno de los principales y más influyentes grupos mediáticos del país, matriz de cadenas de televisión generalistas como Telecinco o Cuatro. La salida de Vasile posee una elevada carga simbólica, marca el final de una era habida cuenta de las dificultades que están empezando a atravesar las televisiones convencionales. La audiencia no hace más que descender, también lo hace la facturación publicitaria y, con ella, la cotización en Bolsa, una tormenta perfecta que los directivos audiovisuales no saben muy bien cómo capear.
Desde el mes de enero Mediaset España ha perdido en el parqué el 40% de su valor, su principal competidora, el grupo Atresmedia, el 25%. A otros gigantes mediáticos como Prisa o Vocento no les va mucho mejor. La acción de la primera vale un 38% menos que hace diez meses y la de la segunda un 35% menos. Durante años Mediaset marcaba el ritmo de la televisión en España, Telecinco se situaba a la cabeza de audiencia y los beneficios eran cuantiosos. Vasile había convertido aquella empresa en una máquina de hacer dinero. Ahora los inversores descuentan que el negocio de los medios de comunicación está dejando de serlo y, más concretamente, el de la televisión convencional, que hasta hace no mucho tiempo era extraordinariamente rentable a poco que la empresa en cuestión estuviese bien gestionada. Pero las cosas empezaron a cambiar hace unos cinco o seis años, cuando empezaron a consolidarse en el mercado español plataformas de televisión a la carta como Netflix, Amazon Prime o HBO que, a cambio de una suscripción mensual, ofrecen un catálogo de contenido prácticamente ilimitado.
Junto a la irrupción de esas plataformas, nuevos formatos se han ido abriendo camino a lo largo de la última década a través de internet en servicios de vídeo en streaming como YouTube, Twitch o TikTok. Como resultado, en el segmento más joven de la audiencia, el de los menores de 25 años, apenas se ve la televisión. Entre 25 y 50 años el consumo ha descendido drásticamente y promete hacerlo más en el futuro. La audiencia de las grandes cadenas de la televisión digital terrestre ha envejecido y es mucho menos rentable para los anunciantes, que buscan a su público objetivo en otros caladeros.
Durante este periodo de transformación los grandes grupos mediáticos han tratado de enfrentar el problema acometiendo grandes inversiones en nuevas producciones, pero pocas han funcionado como estaba previsto. El público, simplemente, evita la televisión de toda la vida y se decanta por las alternativas digitales, que están a mano y son de contenido muy variado. La pandemia no ha hecho más que acelerar esa tendencia. En España la penetración de internet es de las más altas del mundo, la conexión de banda ancha alcanza a casi el 90% de la población y la cobertura 4G y 5G en los teléfonos móviles abarca la práctica totalidad de las áreas pobladas del país.
Todo se ha dispuesto, como vemos, para que la otrora todopoderosa televisión generalista entre en crisis obligando a todo el sector a reconvertirse para adaptarse a los tiempos, algo que llevará años y que desconocemos si se verá coronado por el éxito. Pues bien, para hablar de este tema tan interesante hoy regresa a La ContraCrónica Rubén Arranz, periodista y redactor de VozPópuli, que este tema lo tiene estudiado muy a fondo.
Fernando Díaz Villanueva
¿Sabías Que?- Cybernauta VIP
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