Persecuciones religiosas durante la Segunda República.
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Persecuciones religiosas durante la Segunda República.
GUERRA CIVIL ESPAÑOLA:
Persecuciones religiosas durante la Segunda República.
Apenas desatada la guerra civil, en octubre de 1934, comenzó la matanza de clérigos, treinta y cuatro de ellos en Asturias y tres más en Palencia y Cataluña. En julio de 1936, apenas armadas las masas por el Gobierno de Giral, la matanza tomó proporciones gigantesca hasta convertirse, probablemente, en la mayor persecución religiosa de la historia, más mortífera que la de la Revolución francesa o las de la época romana.
Acosados como alimañas, unos siete mil religiosos más tres mil laicos fueron sacrificados, a menudo con extrema crueldad, por el mero hecho de sus creencias. Hubo sacerdotes toreados, y a algunos les sacaron los ojos, o les cortaron la lengua o los testículos. Otros fueron arrastrados por tranvías u otros vehículos hasta morir. Once detenidos en una checa de Valencia fueron golpeados y descuartizados con mazas y cuchillos. Un cadáver tenía una cruz incrustada en los maxilares. Algunos fueron arrojados a fieras del zoo madrileño…, y así un largo catálogo de horrores. Los cadáveres solían ser ultrajados, quemados, objetos de burla, desenterrándose incluso ataúdes de monjas fallecidas años antes, para irrisión pública.
También fueron incendiadas o destrozadas innumerables obras de arte, edificios, pinturas, esculturas, etc., así como bibliotecas antiguas y valiosísimas de monasterios e instituciones educativas (recuerde que, al instaurarse la Republica, varia bibliotecas fueron pasto de las llamas a monos de los anticlericales, entre ellas la principal de los Jesuitas en Madrid, considerada por muchos como la segunda de España después de la Biblioteca Nacional). Diversos dirigentes izquierdistas hicieron declaraciones felicitándose por la erradicación de la Iglesia en España, y en periódicos republicanos, como el azañista Política, podían leerse verdaderas incitaciones a la destrucción del patrimonio histórico de carácter religioso.
Esta persecución estaba inscrita en el ideario jacobino y revolucionario como algo necesario para alcanzar los fines de emancipación humana a que las izquierdas decían aspirar. Hasta tal punto les parecía urgente aquella limpieza. Que les llevaron atender a su tremendo coste político, pues aquella in disimulable oleada de crímenes y destrucción impidió al Frente Popular <vender> adecuadamente en el exterior la imagen de libertad y cultura con la que pensaba ganar el respaldo de las democracias. Solo los regímenes soviéticos y del PRI mexicano apoyaron, como es sabido, a las izquierdas españolas: ambos habían llevado a cabo sus propias y sangrientas persecuciones religiosas.
Persecuciones religiosas durante la Segunda República.
Apenas desatada la guerra civil, en octubre de 1934, comenzó la matanza de clérigos, treinta y cuatro de ellos en Asturias y tres más en Palencia y Cataluña. En julio de 1936, apenas armadas las masas por el Gobierno de Giral, la matanza tomó proporciones gigantesca hasta convertirse, probablemente, en la mayor persecución religiosa de la historia, más mortífera que la de la Revolución francesa o las de la época romana.
Acosados como alimañas, unos siete mil religiosos más tres mil laicos fueron sacrificados, a menudo con extrema crueldad, por el mero hecho de sus creencias. Hubo sacerdotes toreados, y a algunos les sacaron los ojos, o les cortaron la lengua o los testículos. Otros fueron arrastrados por tranvías u otros vehículos hasta morir. Once detenidos en una checa de Valencia fueron golpeados y descuartizados con mazas y cuchillos. Un cadáver tenía una cruz incrustada en los maxilares. Algunos fueron arrojados a fieras del zoo madrileño…, y así un largo catálogo de horrores. Los cadáveres solían ser ultrajados, quemados, objetos de burla, desenterrándose incluso ataúdes de monjas fallecidas años antes, para irrisión pública.
También fueron incendiadas o destrozadas innumerables obras de arte, edificios, pinturas, esculturas, etc., así como bibliotecas antiguas y valiosísimas de monasterios e instituciones educativas (recuerde que, al instaurarse la Republica, varia bibliotecas fueron pasto de las llamas a monos de los anticlericales, entre ellas la principal de los Jesuitas en Madrid, considerada por muchos como la segunda de España después de la Biblioteca Nacional). Diversos dirigentes izquierdistas hicieron declaraciones felicitándose por la erradicación de la Iglesia en España, y en periódicos republicanos, como el azañista Política, podían leerse verdaderas incitaciones a la destrucción del patrimonio histórico de carácter religioso.
Esta persecución estaba inscrita en el ideario jacobino y revolucionario como algo necesario para alcanzar los fines de emancipación humana a que las izquierdas decían aspirar. Hasta tal punto les parecía urgente aquella limpieza. Que les llevaron atender a su tremendo coste político, pues aquella in disimulable oleada de crímenes y destrucción impidió al Frente Popular <vender> adecuadamente en el exterior la imagen de libertad y cultura con la que pensaba ganar el respaldo de las democracias. Solo los regímenes soviéticos y del PRI mexicano apoyaron, como es sabido, a las izquierdas españolas: ambos habían llevado a cabo sus propias y sangrientas persecuciones religiosas.
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Re: Persecuciones religiosas durante la Segunda República.
Un resultado bastante previsible del reparto de armas a las masas fue el estallido de una persecución contra la iglesia que tomó proporciones gigantescas, superiores a las de la Revolución francesa y, probablemente, a las del Imperio romano. En ella caerían en torno a 7.000 religiosos, incluyendo 13 obispos, más de 3.000 laicos católicos por el mero hecho de serlo, la mitad en sólo los dos primeros meses.
Acompaño a la siega una extrema crueldad. Un anciano coadjutor fue desnudado, martirizado y mutilado, metiéndole en la boca sus partes viriles. A otro le fusilaron poco a poco, apuntando sucesivamente a órganos no vitales. Varios fueron toreados, y a alguno le sacaron los ojos y lo castraron. A un capellán le sacaron un ojo, le cortaron una oreja y la lengua, y le degollaron. A otro le torturaron con agujas saqueras ante su anciana madre. Otro fue atado a un tranvía a arrastrado hasta morir. Once detenidos en una checa fueron golpeados y cortados con mazas palos y cuchillos, hasta hacerlos pedazos. Bastante fueron asesinados lentamente, en espectáculos públicos, a hachazos, etc. Un cadáver tenía una cruz incrustada entre los maxilares. A una profesora de la Universidad de Valencia le arrancaron los ojos y le cortaron la lengua para impedirle seguir gritando (viva Cristo Rey). A otra seglar la violaron delante de su hermano, atado a un olivo, y luego mataron a ambos. Casos como éstos, recogidos por el investigador V. Cárcel Ortiz en La gran persecución, España, 1636-1939, y referidos a la diócesis de Valencia, se repitieron en las demás regiones, con algunas variantes, como la de las personas arrojadas vivas a fieras del zoo madrileño. Otros muchos eran fusilados en grupos. Cayeron así jóvenes y ancianos y cerca de trescientas mojas de todas las edades, en circunstancias a menudo horripilante. Varios obispos fueron vejados y apaleados; al de Barbastro le cortaron los testículos y luego ya agonizante, le arrancaron algún diente de oro.
Con frecuencia se ofrecía a las víctimas salvar la vida a cambio de algún acto o expresión antirreligiosa, como blasfemia, pisar un crucifijo, etc., pero nunca o rara vez tuvieron éxito esas presiones justificando el conocido verso de Claudel, (… et pas une apostasie) (y ni una apostasía).
Las vejaciones y ensañamiento con las víctimas proseguían muchas veces sobre los cadáveres, los cuales eran golpeados, quemados o tirados por barrancos. En los conventos eran exhumados a menudo ataúdes y esqueletos o cuerpos momificados, y expuestos al ludibrio público. Muchos templos quedaron convertidos en cuadras o almacenes, y los altares en pesebres, y menudearon las ceremonias burlescas, con imitaciones obscenas de misas y destrucción de objetos del culto. En los cementerios solían ser quebradas las cruces y rotas las lápidas con alusiones cristianas.
Acompaño a la siega una extrema crueldad. Un anciano coadjutor fue desnudado, martirizado y mutilado, metiéndole en la boca sus partes viriles. A otro le fusilaron poco a poco, apuntando sucesivamente a órganos no vitales. Varios fueron toreados, y a alguno le sacaron los ojos y lo castraron. A un capellán le sacaron un ojo, le cortaron una oreja y la lengua, y le degollaron. A otro le torturaron con agujas saqueras ante su anciana madre. Otro fue atado a un tranvía a arrastrado hasta morir. Once detenidos en una checa fueron golpeados y cortados con mazas palos y cuchillos, hasta hacerlos pedazos. Bastante fueron asesinados lentamente, en espectáculos públicos, a hachazos, etc. Un cadáver tenía una cruz incrustada entre los maxilares. A una profesora de la Universidad de Valencia le arrancaron los ojos y le cortaron la lengua para impedirle seguir gritando (viva Cristo Rey). A otra seglar la violaron delante de su hermano, atado a un olivo, y luego mataron a ambos. Casos como éstos, recogidos por el investigador V. Cárcel Ortiz en La gran persecución, España, 1636-1939, y referidos a la diócesis de Valencia, se repitieron en las demás regiones, con algunas variantes, como la de las personas arrojadas vivas a fieras del zoo madrileño. Otros muchos eran fusilados en grupos. Cayeron así jóvenes y ancianos y cerca de trescientas mojas de todas las edades, en circunstancias a menudo horripilante. Varios obispos fueron vejados y apaleados; al de Barbastro le cortaron los testículos y luego ya agonizante, le arrancaron algún diente de oro.
Con frecuencia se ofrecía a las víctimas salvar la vida a cambio de algún acto o expresión antirreligiosa, como blasfemia, pisar un crucifijo, etc., pero nunca o rara vez tuvieron éxito esas presiones justificando el conocido verso de Claudel, (… et pas une apostasie) (y ni una apostasía).
Las vejaciones y ensañamiento con las víctimas proseguían muchas veces sobre los cadáveres, los cuales eran golpeados, quemados o tirados por barrancos. En los conventos eran exhumados a menudo ataúdes y esqueletos o cuerpos momificados, y expuestos al ludibrio público. Muchos templos quedaron convertidos en cuadras o almacenes, y los altares en pesebres, y menudearon las ceremonias burlescas, con imitaciones obscenas de misas y destrucción de objetos del culto. En los cementerios solían ser quebradas las cruces y rotas las lápidas con alusiones cristianas.
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Matanzas de Paracuellos
Las llamadas matanzas de Paracuellos fueron una serie de episodios de asesinato masivo organizados durante la Batalla de Madrid, en el transcurso de la Guerra Civil Española, y que llevaron a la muerte de varios miles de prisioneros considerados opuestos al bando republicano. Los hechos se desarrollaron en los parajes del arroyo de San José, en Paracuellos de Jarama, y en el soto de Aldovea, en el término municipal de Torrejón de Ardoz, ambos lugares cercanos a la ciudad de Madrid.
Las matanzas se realizaron aprovechando los traslados de presos de diversas cárceles madrileñas, conocidos popularmente como sacas, llevados a cabo entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, mientras se enfrentaban las tropas gubernamentales y franquistas[2] por el control de la ciudad. Del total de 33 sacas de presos que tuvieron lugar en las fechas citadas, 23 de ellas terminaron en asesinatos: las de los días 7, 8, 9, 18, 24, 25, 26, 27, 28, 29 y 30 de noviembre y las del 1 y el 3 de diciembre. Entre el 10 y el 17 de noviembre no hubo extracción alguna, y desde el 4 de diciembre cesaron.[3]
Los convoyes mencionados fueron desviados hacia los lugares del arroyo San José, en la vega del río Jarama, y a un caz o canal de irrigación fuera de uso, en la vega del río del Henares donde miles de prisioneros fueron asesinados. Entre ellos se encontraban militares que habían participado en la sublevación o que no se habían incorporado a la defensa de la República,[4] falangistas, religiosos, militantes de la derecha, burgueses y otras personas que en su inmensa mayoría habían sido detenidas por ser simplemente consideradas como partidarias de la sublevación, y custodiadas sin amparo legal ni acusación formal.
Tras ser extraídos de las prisiones con listas elaboradas y notificaciones de traslado o libertad con membrete de la Dirección General de Seguridad y, en ocasiones, firmadas por Segundo Serrano Poncela, el delegado de Orden Público de la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, encabezada por Santiago Carrillo, y posteriormente fusilados de manera sumaria por milicias pertenecientes a las organizaciones obreras. Antes del 7 de noviembre ya habían tenido lugar algunas sacas, especialmente durante el mes de octubre, fruto del cambio de manos del control de las prisiones, que pasó de las de los funcionarios de prisiones a las de las milicias a raíz del asalto a la Cárcel Modelo, que tuvo lugar el 22 de agosto de 1936, si bien el número de asesinados fue mucho menor y carecieron del carácter sistemático y organizado que tuvieron las de noviembre y diciembre.[5]
La matanzas de Paracuellos son consideradas las de mayor dimensión que tuvieron lugar en la retaguardia de la zona republicana. El número de asesinados ascendió a varios miles, entre 2.000 y 5.000, si bien la cifra exacta sigue siendo objeto de discrepancia y controversia. También son objeto de enconadas discusiones aspectos como quién dio la orden de ejecutar a los evacuados de las cárceles, por qué unas sacas terminaron en asesinatos masivos en tanto que en otras los prisioneros llegaban sanos y salvos a su destino y, en definitiva, las responsabilidades directas e indirectas de los fusilamientos.
http://es.wikipedia.org/wiki/Matanzas_de_Paracuellos
Paracuellos, la mayor fosa común de la Guerra Civil
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Las pruebas contra Carrillo en Paracuellos
Después de décadas de debate, el ensayo de César Vidal Paracuellos-Katyn arrojó luz sobre la responsabilidad de Carrillo en la matanza de Paracuellos.
EXTRACTO DE 'PARACUELLOS-KATYN'
Santiago Carrillo no es el único que tuvo responsabilidad en la matanza de Paracuellos del Jarama (Madrid) en otoño de 1936 (4.200 asesinados totalmente identificados) pero la investigación histórica que realiza César Vidal en Paracuellos-Katyn (Libros Libres 2005) aporta datos esclarecedores sobre la implicación directa de Carrillo en estos horribles crímenes. En el momento de la matanza, Carrillo era responsable de seguridad de la Junta de Madrid.
Vidal explica que "ninguno de los que supieron, en noviembre de 1936 lo que estaba sucedieron" tuvieron dudas sobre "la responsabilidad ejecutora" de Carrillo en la matanza. Entre los textos que apuntan en esta dirección destaca el del nacionalista vasco Jesús de Galíndez –fue asesor de la Dirección General de Prisiones cuando el también peneuvista Manuel de Irujo fue nombrado Ministro de Justicia de la Segunda República– escribió en 1945 en sus memorias del asedio de Madrid:
El mismo día 6 de noviembre se decide la limpieza de esta quinta columna por las nuevas autoridades que controlaban el orden público. La trágica limpieza de noviembre fue desgraciadamente histórica; no caben paliativos a la verdad. En la noche del 6 de noviembre fueron minuciosamente revisadas las fichas de unos seiscientos presos de la cárcel Modelo y, comprobada su condición de fascistas, fueron ejecutados en el pueblecito de Paracuellos del Jarama. Dos noches después otros cuatrocientos. Total 1.020. En días sucesivos la limpieza siguió hasta el 4 de diciembre. Para mí la limpieza de noviembre es el borrón más grave de la defensa de Madrid, por ser dirigida por las autoridades encargadas del orden público. (J. de Galíndez Suárez, Los vascos en el Madrid sitiado)
La responsabilidad directa de Carrillo en estos millares de crímenes fue confirmada de manera irrefutable tras la apertura de los archivos de la antigua Unión Soviética. César Vidal recoge un documento de enorme importancia escrito a mano por Gueorgui Dimitrov, líder en ese tiempo de la Internacional Comunista al servicio de Stalin. En el texto, escrito el 30 de julio de 1937, informa de la manera en que prosigue el proyecto de toma del poder del PCE en el Gobierno del Frente Popular. La referencia a las matanzas de Carrillo aparece en relación con las críticas al ministro peneuvista de Justicia, Manuel de Irujo:
Pasemos ahora a Irujo. Es una nacionalista casco, católico. Es un buen jesuita, digno discípulo de Ignacio de Loyola (...). Se dedica especialmente a acosar y perseguir a gente humilde y a los antifascistas que el años pasado trataron con brutalidad a los presos fascistas en agosto, septiembre, octubre y noviembre.
Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban acercando a Madrid, Carrillo, que era entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los funcionarios fascistas detenidos. En nombre de la ley, el fascista Irujo, ministro de Justicia del gobierno republicano, ha iniciado una investigación contra los comunistas, socialistas y anarquistas que trataron con brutalidad a los presos fascistas. (...) Irujo está haciendo todo lo posible e imposible para salvar a los trotskystas y sabotear los juicios que se celebran contra ellos.
EXTRACTO DE 'PARACUELLOS-KATYN'
Santiago Carrillo no es el único que tuvo responsabilidad en la matanza de Paracuellos del Jarama (Madrid) en otoño de 1936 (4.200 asesinados totalmente identificados) pero la investigación histórica que realiza César Vidal en Paracuellos-Katyn (Libros Libres 2005) aporta datos esclarecedores sobre la implicación directa de Carrillo en estos horribles crímenes. En el momento de la matanza, Carrillo era responsable de seguridad de la Junta de Madrid.
Vidal explica que "ninguno de los que supieron, en noviembre de 1936 lo que estaba sucedieron" tuvieron dudas sobre "la responsabilidad ejecutora" de Carrillo en la matanza. Entre los textos que apuntan en esta dirección destaca el del nacionalista vasco Jesús de Galíndez –fue asesor de la Dirección General de Prisiones cuando el también peneuvista Manuel de Irujo fue nombrado Ministro de Justicia de la Segunda República– escribió en 1945 en sus memorias del asedio de Madrid:
El mismo día 6 de noviembre se decide la limpieza de esta quinta columna por las nuevas autoridades que controlaban el orden público. La trágica limpieza de noviembre fue desgraciadamente histórica; no caben paliativos a la verdad. En la noche del 6 de noviembre fueron minuciosamente revisadas las fichas de unos seiscientos presos de la cárcel Modelo y, comprobada su condición de fascistas, fueron ejecutados en el pueblecito de Paracuellos del Jarama. Dos noches después otros cuatrocientos. Total 1.020. En días sucesivos la limpieza siguió hasta el 4 de diciembre. Para mí la limpieza de noviembre es el borrón más grave de la defensa de Madrid, por ser dirigida por las autoridades encargadas del orden público. (J. de Galíndez Suárez, Los vascos en el Madrid sitiado)
La responsabilidad directa de Carrillo en estos millares de crímenes fue confirmada de manera irrefutable tras la apertura de los archivos de la antigua Unión Soviética. César Vidal recoge un documento de enorme importancia escrito a mano por Gueorgui Dimitrov, líder en ese tiempo de la Internacional Comunista al servicio de Stalin. En el texto, escrito el 30 de julio de 1937, informa de la manera en que prosigue el proyecto de toma del poder del PCE en el Gobierno del Frente Popular. La referencia a las matanzas de Carrillo aparece en relación con las críticas al ministro peneuvista de Justicia, Manuel de Irujo:
Pasemos ahora a Irujo. Es una nacionalista casco, católico. Es un buen jesuita, digno discípulo de Ignacio de Loyola (...). Se dedica especialmente a acosar y perseguir a gente humilde y a los antifascistas que el años pasado trataron con brutalidad a los presos fascistas en agosto, septiembre, octubre y noviembre.
Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban acercando a Madrid, Carrillo, que era entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los funcionarios fascistas detenidos. En nombre de la ley, el fascista Irujo, ministro de Justicia del gobierno republicano, ha iniciado una investigación contra los comunistas, socialistas y anarquistas que trataron con brutalidad a los presos fascistas. (...) Irujo está haciendo todo lo posible e imposible para salvar a los trotskystas y sabotear los juicios que se celebran contra ellos.
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Re: Persecuciones religiosas durante la Segunda República.
Pero, como explica César Vidal en su investigación, otro agente de Stalin, Stoyán Mínev Stepanov, delegado en España de la Komitern de 1937 a 1939, redactaba en abril de 1939 un informe sobre las causas de la derrota en España. En él también mencionaba a Carrilo de forma reveladora, al hablar de la resistencia que había plantado el PSOE tras al avance del PCE: "Provocan la persecución contra muchos comunistas (incluso también contra Carrillo) por la represión arbitraria de los fascistas en otoño de 1936". Lo que demuestra que la responsabilidad de Carrillo no sólo era conocida por el PCE y los agentes de Stalin, sino que también fue utilizada por el PSOE para frenar el avance del PCE en el seno de la guerra interna del Frente Popular.
Además de estas pruebas, ya en la época de la Transición un antiguo miliciano denominado El Estudiante que asegura que acompañó a Carrillo en sus tareas represivas, escribió una carta al ex dirigente comunista que en su momento no tuvo eco en la prensa por las ansias de reconciliación que presidían la Transición. Sí se publicó una entrevista en un diario de la época en la que se reafirmaba del contenido de la carta e, incluso, aparecía llorando en fotografías de los lugares donde , según su testimonio, Carrillo perpetró sus crímenes
En la carta, El Estudiante dice:
Hoy soy vecino de Aranjuez, tengo 65 años y en el año 1936 fui enterrador del cementerio de Paracuellos del Jarama. También estuve en la checa de la Escuadrilla del Amanecer, de la calle Marqués de Cubas 17 de Madrid, donde presencié los mas (sic) horrendos martirios y crímenes (sic). También estuve en el cuartel de asalto de la calle Pontones donde tú, Santiago Carrillo, mandabas realizar toda clase de martirios y ejecuciones de la checa de tu mando. Yo soy el pionero al que llamabas, el estudiante, que llevaba la correspondencia de las distintas checas a cambio de la comida que me dabais.
¿Me recuerdas ahora, Santiago Carrillo? ¿Te acuerdas cuando tú, acompañado de la miliciana Sagrario Ramírez, Santiago Escalona y Ramírez Roiz, alias el Pancho, en la carretera de Fuencarral km 5, el día 24 de agosto de 1936, siete de la mañana, asesinasteis al Duque de Veragua, que tú, Santiago Carrillo, madasteis (sic) que le quitaran el anillo de oro con piedras preciosas; y recuerdas que no se lo podian (sic) quitar y tú, Santiago Carrillo ordenastes (sic) que le coartaran el dedo; recuerdas, Santiago Carrillo, la noche que fuisteis a la checa de Fomento con tu coche Ford M-984 conducido por el comunista Juan Llascu y los chequistas Manuel Domicris, el Valiente, y el guarda de asalto José Bartolomé, y que entonces en el sotano (sic) mandastes(sic) quemar los pechos de la monja sor Felisa del Convento de las Maravillas de la calle de Bravo Murillo, y que así lo hizo el Valiente, con un cigarro puro. Esto sucedió el día 29 de agosto a las tres de la madrugada.
Además de estas pruebas, ya en la época de la Transición un antiguo miliciano denominado El Estudiante que asegura que acompañó a Carrillo en sus tareas represivas, escribió una carta al ex dirigente comunista que en su momento no tuvo eco en la prensa por las ansias de reconciliación que presidían la Transición. Sí se publicó una entrevista en un diario de la época en la que se reafirmaba del contenido de la carta e, incluso, aparecía llorando en fotografías de los lugares donde , según su testimonio, Carrillo perpetró sus crímenes
En la carta, El Estudiante dice:
Hoy soy vecino de Aranjuez, tengo 65 años y en el año 1936 fui enterrador del cementerio de Paracuellos del Jarama. También estuve en la checa de la Escuadrilla del Amanecer, de la calle Marqués de Cubas 17 de Madrid, donde presencié los mas (sic) horrendos martirios y crímenes (sic). También estuve en el cuartel de asalto de la calle Pontones donde tú, Santiago Carrillo, mandabas realizar toda clase de martirios y ejecuciones de la checa de tu mando. Yo soy el pionero al que llamabas, el estudiante, que llevaba la correspondencia de las distintas checas a cambio de la comida que me dabais.
¿Me recuerdas ahora, Santiago Carrillo? ¿Te acuerdas cuando tú, acompañado de la miliciana Sagrario Ramírez, Santiago Escalona y Ramírez Roiz, alias el Pancho, en la carretera de Fuencarral km 5, el día 24 de agosto de 1936, siete de la mañana, asesinasteis al Duque de Veragua, que tú, Santiago Carrillo, madasteis (sic) que le quitaran el anillo de oro con piedras preciosas; y recuerdas que no se lo podian (sic) quitar y tú, Santiago Carrillo ordenastes (sic) que le coartaran el dedo; recuerdas, Santiago Carrillo, la noche que fuisteis a la checa de Fomento con tu coche Ford M-984 conducido por el comunista Juan Llascu y los chequistas Manuel Domicris, el Valiente, y el guarda de asalto José Bartolomé, y que entonces en el sotano (sic) mandastes(sic) quemar los pechos de la monja sor Felisa del Convento de las Maravillas de la calle de Bravo Murillo, y que así lo hizo el Valiente, con un cigarro puro. Esto sucedió el día 29 de agosto a las tres de la madrugada.
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Religiosas Mártires en la Guerra Civil (1936-1939)
Elenco de las mujeres consagradas (religiosas y monjas) que fueron humilladas, torturadas, violadas, vejadas y asesinadas durante la Guerra Civil española por odio a la fe y a la Iglesia de Jesucristo. Ahora reinan con su Esposo para toda la eternidad.
Casa de Vallecas:
1- Sor Dolores Úrsula Caro Martín
2- Sor Concepción Pérez Giral
3- Sor Andrea Calle González
Las obligaron a dejar las obras caritativas de la Casa de Misericordia de Albacete y salir hacia Madrid, después de haberlas exigido vestir de seglares para hacer desaparecer todo signo religioso. Se vistieron de seglares, sí, pero se les notaba lo que eran. El cambio consistió en sustituir el hábito por una sencilla bata de percal, la toca por un pañuelo o la desarreglada melena. Sor Dolores, Sor Andrea y Sor Concepción decidieron no despojarse de su querido rosario, habían encontrado en él y en la Eucaristía celebrada clandestinamente en el sótano refugio la fuerza para ser testigos en medio de la persecución.
Sor Dolores y Sor Concepción lo llevaban en la cintura, debajo del vestido de seglar y Sor Andrea, la más joven, puesto como collar. Por este detalle fueron reconocidas como “monjas” al bajarse del tranvía cuando llegaron al pueblo de Vallecas para dejar a Sor Concepción en casa de un tío suyo que no quiso recibirlas. Primero las apedrearon, después las condujeron al Ateneo Libertario del pueblo donde fueron acosadas, insultadas y detenidas. Durante varias horas sufrieron provocaciones inmorales por parte de los miembros del tribunal integrado por cinco milicianos republicanos. Seguidamente separaron a las dos más jóvenes de Sor Mª Concepción y las llevaron a una celda de la checa ubicada en el Colegio de las Religiosas Terciarias de la Divina Pastora. Allí, unos milicianos atrevidos y desvergonzados sometieron a Sor Dolores y Sor Andrea al terrible martirio de la violación.
Seguidamente las llevaron a Los Toriles, como si fueran toros de miura. Allí las torearon y arrastraron mofándose de ellas un grupo numeroso de niños, jóvenes y milicianos adultos. Por último acabaron con su vida con un tiro que atravesó el cráneo, a Sor Dolores en el parietal izquierdo y a Sor Andrea en el derecho. A Sor Mª Concepción en lugar de torearla materialmente lo hicieron moralmente con provocaciones obscenas. Al final sufrió el tiro final en el cráneo, junto a la vía del tren en el término llamado del Pozo del Tío Raimundo, no sin antes proferir un grito fuerte como Cristo en la cruz. Como Él puso su vida en las manos del Padre y gritó: “Viva Cristo Rey”. Era el 3 de septiembre de 1936. Sus cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Vallecas, pudieron ser reconocidos y rescatados en 1941. Sigue
El incendiario comienzo de la Segunda República
17 Fotos: El incendiario comienzo de la Segunda República
Casa de Vallecas:
1- Sor Dolores Úrsula Caro Martín
2- Sor Concepción Pérez Giral
3- Sor Andrea Calle González
Las obligaron a dejar las obras caritativas de la Casa de Misericordia de Albacete y salir hacia Madrid, después de haberlas exigido vestir de seglares para hacer desaparecer todo signo religioso. Se vistieron de seglares, sí, pero se les notaba lo que eran. El cambio consistió en sustituir el hábito por una sencilla bata de percal, la toca por un pañuelo o la desarreglada melena. Sor Dolores, Sor Andrea y Sor Concepción decidieron no despojarse de su querido rosario, habían encontrado en él y en la Eucaristía celebrada clandestinamente en el sótano refugio la fuerza para ser testigos en medio de la persecución.
Sor Dolores y Sor Concepción lo llevaban en la cintura, debajo del vestido de seglar y Sor Andrea, la más joven, puesto como collar. Por este detalle fueron reconocidas como “monjas” al bajarse del tranvía cuando llegaron al pueblo de Vallecas para dejar a Sor Concepción en casa de un tío suyo que no quiso recibirlas. Primero las apedrearon, después las condujeron al Ateneo Libertario del pueblo donde fueron acosadas, insultadas y detenidas. Durante varias horas sufrieron provocaciones inmorales por parte de los miembros del tribunal integrado por cinco milicianos republicanos. Seguidamente separaron a las dos más jóvenes de Sor Mª Concepción y las llevaron a una celda de la checa ubicada en el Colegio de las Religiosas Terciarias de la Divina Pastora. Allí, unos milicianos atrevidos y desvergonzados sometieron a Sor Dolores y Sor Andrea al terrible martirio de la violación.
Seguidamente las llevaron a Los Toriles, como si fueran toros de miura. Allí las torearon y arrastraron mofándose de ellas un grupo numeroso de niños, jóvenes y milicianos adultos. Por último acabaron con su vida con un tiro que atravesó el cráneo, a Sor Dolores en el parietal izquierdo y a Sor Andrea en el derecho. A Sor Mª Concepción en lugar de torearla materialmente lo hicieron moralmente con provocaciones obscenas. Al final sufrió el tiro final en el cráneo, junto a la vía del tren en el término llamado del Pozo del Tío Raimundo, no sin antes proferir un grito fuerte como Cristo en la cruz. Como Él puso su vida en las manos del Padre y gritó: “Viva Cristo Rey”. Era el 3 de septiembre de 1936. Sus cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Vallecas, pudieron ser reconocidos y rescatados en 1941. Sigue
El incendiario comienzo de la Segunda República
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Asesinato planificado? [Sobre la persecución religiosa durante la Guerra Civil]
No es ningún tabú, pero incomoda porque empaña la imagen de una República entendida como paradigma de las libertades. Es la cara oscura, muy oscura, de la reacción en Cataluña tras la sublevación franquista: 2.441 eclesiásticos asesinados sobre un total de 8.360 muertos por la represión en la retaguardia. Además, los otros 6.000, una buena parte – la mayoría – eran gente de misa.
Con cuentagotas, a base de monografías locales y martirologios, la cuestión se ha ido estudiando. Incluso hace poco salía el brutal testimonio novelado de un miliciano de la FAI que relata sus atrocidades ( Entre el rojo y el negro , de Miquel Mir). Pero faltaba una obra de síntesis. Y eso es lo que ha hecho el filólogo Jordi Albertí, doblado ahora de historiador a El silencio de las campanas (Proa). Tras la iniciativa está Albert Manent, además de dos particulares anónimos que han financiado la investigación.
El volumen (400 páginas), prologado por Josep M. Solé Sabaté, tiene tres pilares. Uno consiste en explicar los antecedentes anticlericales en Cataluña, desde las bullangues del 1835 en la Semana Trágica de 1909, pasando por la mampostería. El segundo es la descripción selectiva de la matanza, básicamente entre julio y diciembre de 1936. Aquí Hay casos espectaculares, como el paradigmático del pueblo de Collado, donde el joven cura Tomás Capdevila, de 33 años, que durante la República se había negado a dejar las campanas para avisar de la hora de empezar y terminar la jornada laboral, en ver cómo iban las cosas, se ocultó en el bosque. Al cabo de dos meses, enfermo, volvió a casa. El capturaron y exhibieron en la plaza, donde abrazó a su madre y le pidió que perdonara a los que la iban a matar. Los del Comité de Sarral – también lo querían los de Conesa – se lo llevaron en coche. Durante una hora y media de trayecto lo torturaron: le cortaron la lengua y los testículos, y le sacaron los ojos. Ya en el cementerio, cuando sonaban las once, le dispararon un tiro por cada campanada.
Y el tercero es el análisis de todo, donde Alberti defiende la tesis de que ni la existencia de una Iglesia golpista y reaccionaria ni el hervor de un sentimiento popular entre las masas politizadas por las izquierdas contra esta misma Iglesia no explican la brutalidad de la masacre.
Según el estudioso, que no esconde su posición de creyente y catalanista, había la consigna, sobre todo desde la FAI – y dentro de esta, del grupo Solidarios, después dicho Nosotros -, de “destruir la Iglesia como paso simbólico y material para la instauración de una revolución comunista libertaria “. Y ello contó con la “complicidad o la pasividad” de los partidos republicanos de izquierdas. Una muestra son estas palabras de Lluís Companys, en agosto de 36: “Los acontecimientos que estamos viviendo eran inevitables. En España existían tres instituciones violentamente odiosas, el clericalismo, el militarismo y el latifundismo. Cuando, hace unas semanas, el ejército ha sublevado contra el pueblo, éste finalmente se ha despertado. Y un pueblo que despierta es terrible. [...] He encontrado en la FAI posicionamientos constructivos de un gran interés “.
Ignasi Aragay
Con cuentagotas, a base de monografías locales y martirologios, la cuestión se ha ido estudiando. Incluso hace poco salía el brutal testimonio novelado de un miliciano de la FAI que relata sus atrocidades ( Entre el rojo y el negro , de Miquel Mir). Pero faltaba una obra de síntesis. Y eso es lo que ha hecho el filólogo Jordi Albertí, doblado ahora de historiador a El silencio de las campanas (Proa). Tras la iniciativa está Albert Manent, además de dos particulares anónimos que han financiado la investigación.
El volumen (400 páginas), prologado por Josep M. Solé Sabaté, tiene tres pilares. Uno consiste en explicar los antecedentes anticlericales en Cataluña, desde las bullangues del 1835 en la Semana Trágica de 1909, pasando por la mampostería. El segundo es la descripción selectiva de la matanza, básicamente entre julio y diciembre de 1936. Aquí Hay casos espectaculares, como el paradigmático del pueblo de Collado, donde el joven cura Tomás Capdevila, de 33 años, que durante la República se había negado a dejar las campanas para avisar de la hora de empezar y terminar la jornada laboral, en ver cómo iban las cosas, se ocultó en el bosque. Al cabo de dos meses, enfermo, volvió a casa. El capturaron y exhibieron en la plaza, donde abrazó a su madre y le pidió que perdonara a los que la iban a matar. Los del Comité de Sarral – también lo querían los de Conesa – se lo llevaron en coche. Durante una hora y media de trayecto lo torturaron: le cortaron la lengua y los testículos, y le sacaron los ojos. Ya en el cementerio, cuando sonaban las once, le dispararon un tiro por cada campanada.
Y el tercero es el análisis de todo, donde Alberti defiende la tesis de que ni la existencia de una Iglesia golpista y reaccionaria ni el hervor de un sentimiento popular entre las masas politizadas por las izquierdas contra esta misma Iglesia no explican la brutalidad de la masacre.
Según el estudioso, que no esconde su posición de creyente y catalanista, había la consigna, sobre todo desde la FAI – y dentro de esta, del grupo Solidarios, después dicho Nosotros -, de “destruir la Iglesia como paso simbólico y material para la instauración de una revolución comunista libertaria “. Y ello contó con la “complicidad o la pasividad” de los partidos republicanos de izquierdas. Una muestra son estas palabras de Lluís Companys, en agosto de 36: “Los acontecimientos que estamos viviendo eran inevitables. En España existían tres instituciones violentamente odiosas, el clericalismo, el militarismo y el latifundismo. Cuando, hace unas semanas, el ejército ha sublevado contra el pueblo, éste finalmente se ha despertado. Y un pueblo que despierta es terrible. [...] He encontrado en la FAI posicionamientos constructivos de un gran interés “.
Ignasi Aragay
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La Fonda de Cal Ros y las checas: Muchos prisioneros asesinados por los rojos servían de alimento a los cerdos que había en las checas
En Gerona era y aún es muy conocida una fonda o restaurante con el nombre de Cal Ros. Tenía por aquellos años los mejores clientes de la ciudad y comarca; comerciantes, autoridades, estudiantes y artesanos. Se comía muy bien y a buen precio y el trato era excelente, familiar y cordial.
Llegó el 18 de julio de 1936 y la persecución religiosa fue muy dura también en Gerona. En la Fonda de Cal Ros, gracias a la bondad, simpatía y discreción del dueño, se recogieron de manera alterna hasta siete sacerdotes, a los que tenían escondidos en una habitación fuera de uso muy bien disimulada, en el segundo piso. El señor Dalmau, un excelente gerundense, sincero y dispuesto a hacer el bien, no podía decir que no a los santos sacerdotes que el odio a la Fe quería exterminar, sin ninguna razón humana, a pesar de saber que se jugaba la vida. De esta manera, el sr. Dalmau organizó, secretamente y con mucha destreza, el paso hacia la frontera por la Junquera, de muchos sacerdotes, padres de familia y jóvenes que deseaban o necesitaban huir. Consiguió organizar la huida de 114 catalanes.
Debemos agradecer a las criadas y trabajadoras de Cal Ros que con gran discreción y con caridad humana y cristiana, nunca delataron la presencia en el restaurante de disimulados sacerdotes y ciudadanos que huían de la persecución de los comités rojos.
Huir de la zona roja era muy peligroso. Las fronteras y los puertos eran vigilados por elementos muy peligrosos. Si un joven en edad militar era detenido en la frontera se lo consideraba un desertor y se lo destinaba a un batallón de trabajos casi forzados o en primera línea del frente de guerra. Al poco tiempo era asesinado con un tiro por la espalda por el comisario político del ejército. Conocemos una gran lista de nombres. Un doloroso calvario para las madres, esposas y novias.
Las buenas personas que organizaban expediciones de desertores lo hacían por ideal y altruismo. Pero necesitaban tener contactos con policías “amarillos” que cobraban un canon para extender salvoconductos. También los organizadores de las expediciones tenían contactos con personas del país, muchos de ellos contrabandistas de profesión, conocedores de los caminos de montaña, y que se ofrecían para acompañar a los fugitivos hasta la frontera a cambio de dinero. Ordinariamente viajaban de noche. Había un buen número de guías a lo largo de los Pirineos. Cobraban en joyas o en monedas de plata. Las familias tenían que hacer un gran esfuerzo entre parientes y amigos, y bajo un silencio sepulcral, para recoger la cantidad necesaria y además sin ninguna garantía. Muchas veces la expedición era interceptada por carabineros o milicianos. Unos morían en la montaña, otros podían huir y muchos quedaban detenidos. Hasta el mes de julio de 1936, en España era normal en el comercio la circulación de monedas de plata de cinco pesetas, llamadas “duros” o incluso de una peseta. (Hay que recordar estas cosas a los más jóvenes que desconocen este particular)
Al estallar la Revolución, el día 20 de julio de 1936, el gobierno retiró las monedas de plata, y la gente las escondió convencida de que eran más valiosas que el papel-moneda. También los que huyeron por mar tuvieron que pagar secretamente un canon en plata o alhajas.
Una niña de 14 años recluida en una checa
También iban a comer a Cal Ros, en tiempos de los rojos, milicianos armados con pistola ceñida a la cintura. Como sabemos eran unos caraduras y unos aprovechados pues comían gratis. Un día uno de ellos vio que el hijo del sr. Dalmau subía por las escaleras arriba unas bandejas de comida. ¿Quién vivía arriba?, sospecharon. Organizaron un registro y encontraron a 7 sacerdotes. Un joven que también estaba escondido intentó escapar y dio un golpe de codo al miliciano que lo detuvo. Con el golpe cayo el fusil al suelo. El joven, en defensa propia, cogió el arma y disparó al miliciano. La fonda y toda la casa fueron usurpadas y cerradas. El señor Dalmau tuvo que huir por un balcón de la parte posterior. Fueron detenidos un hijo, dos nueras y la hija de 14 años que se llamaba Clara.
Los llevaron detenidos a las checas de Barcelona. Recordemos que las checas, invento ruso, eran prisiones de torturas que se hicieron muy famosas en Barcelona, Valencia y Madrid en tiempo de los rojos. Muchos de los que entraban detenidos dejaban la piel después de horripilantes torturas.
El obispo Irurita fue detenido y llevado a la checa de la calle San Elias (un antiguo convento) y asesinado después en el cementerio de Montcada. Algunos libros explican detalladamente los tormentos en las checas. Muchos prisioneros asesinados servían de alimento a los cerdos que había en las checas. Otros eran quemados en la fabrica de cemento de Montcada.
En el paseo de San Juan de Barcelona había una checa con la fama de que quien entraba no salía. Una de las pocas personas que salió de allí con vida fue Montserrat Mumany, una madre de familia cristiana. Ella, lo atribuye a una especial gracia de la Virgen de Montserrat.
Como dijimos, la niña de 14 años, Clara Dalmau, por tanto menor de edad, fue encerrada en una checa. Hoy es la señora de Can Reig en el gerundense pueblo de L´Estanyol. Simpática y con buena salud, vive rodeada de magníficos campos de avellanos. Nos ha explicado inimaginables historias de los siniestros años de la Revolución anarcomarxista, y especialmente los episodios propios de una chiquilla de 14 años que después de ser liberada de la checa se dedicó con firmeza y decisión a la búsqueda de sus hermanos encarcelados. Su padre, tras grandes obstáculos, consiguió refugiarse en Francia y pasó a la España Nacional.
Fuente: FAMILIARES Y AMIGOS DE LOS REPRESALIADOS POR LA 2ª REPUBLICA (1931-1939)
Llegó el 18 de julio de 1936 y la persecución religiosa fue muy dura también en Gerona. En la Fonda de Cal Ros, gracias a la bondad, simpatía y discreción del dueño, se recogieron de manera alterna hasta siete sacerdotes, a los que tenían escondidos en una habitación fuera de uso muy bien disimulada, en el segundo piso. El señor Dalmau, un excelente gerundense, sincero y dispuesto a hacer el bien, no podía decir que no a los santos sacerdotes que el odio a la Fe quería exterminar, sin ninguna razón humana, a pesar de saber que se jugaba la vida. De esta manera, el sr. Dalmau organizó, secretamente y con mucha destreza, el paso hacia la frontera por la Junquera, de muchos sacerdotes, padres de familia y jóvenes que deseaban o necesitaban huir. Consiguió organizar la huida de 114 catalanes.
Debemos agradecer a las criadas y trabajadoras de Cal Ros que con gran discreción y con caridad humana y cristiana, nunca delataron la presencia en el restaurante de disimulados sacerdotes y ciudadanos que huían de la persecución de los comités rojos.
Huir de la zona roja era muy peligroso. Las fronteras y los puertos eran vigilados por elementos muy peligrosos. Si un joven en edad militar era detenido en la frontera se lo consideraba un desertor y se lo destinaba a un batallón de trabajos casi forzados o en primera línea del frente de guerra. Al poco tiempo era asesinado con un tiro por la espalda por el comisario político del ejército. Conocemos una gran lista de nombres. Un doloroso calvario para las madres, esposas y novias.
Las buenas personas que organizaban expediciones de desertores lo hacían por ideal y altruismo. Pero necesitaban tener contactos con policías “amarillos” que cobraban un canon para extender salvoconductos. También los organizadores de las expediciones tenían contactos con personas del país, muchos de ellos contrabandistas de profesión, conocedores de los caminos de montaña, y que se ofrecían para acompañar a los fugitivos hasta la frontera a cambio de dinero. Ordinariamente viajaban de noche. Había un buen número de guías a lo largo de los Pirineos. Cobraban en joyas o en monedas de plata. Las familias tenían que hacer un gran esfuerzo entre parientes y amigos, y bajo un silencio sepulcral, para recoger la cantidad necesaria y además sin ninguna garantía. Muchas veces la expedición era interceptada por carabineros o milicianos. Unos morían en la montaña, otros podían huir y muchos quedaban detenidos. Hasta el mes de julio de 1936, en España era normal en el comercio la circulación de monedas de plata de cinco pesetas, llamadas “duros” o incluso de una peseta. (Hay que recordar estas cosas a los más jóvenes que desconocen este particular)
Al estallar la Revolución, el día 20 de julio de 1936, el gobierno retiró las monedas de plata, y la gente las escondió convencida de que eran más valiosas que el papel-moneda. También los que huyeron por mar tuvieron que pagar secretamente un canon en plata o alhajas.
Una niña de 14 años recluida en una checa
También iban a comer a Cal Ros, en tiempos de los rojos, milicianos armados con pistola ceñida a la cintura. Como sabemos eran unos caraduras y unos aprovechados pues comían gratis. Un día uno de ellos vio que el hijo del sr. Dalmau subía por las escaleras arriba unas bandejas de comida. ¿Quién vivía arriba?, sospecharon. Organizaron un registro y encontraron a 7 sacerdotes. Un joven que también estaba escondido intentó escapar y dio un golpe de codo al miliciano que lo detuvo. Con el golpe cayo el fusil al suelo. El joven, en defensa propia, cogió el arma y disparó al miliciano. La fonda y toda la casa fueron usurpadas y cerradas. El señor Dalmau tuvo que huir por un balcón de la parte posterior. Fueron detenidos un hijo, dos nueras y la hija de 14 años que se llamaba Clara.
Los llevaron detenidos a las checas de Barcelona. Recordemos que las checas, invento ruso, eran prisiones de torturas que se hicieron muy famosas en Barcelona, Valencia y Madrid en tiempo de los rojos. Muchos de los que entraban detenidos dejaban la piel después de horripilantes torturas.
El obispo Irurita fue detenido y llevado a la checa de la calle San Elias (un antiguo convento) y asesinado después en el cementerio de Montcada. Algunos libros explican detalladamente los tormentos en las checas. Muchos prisioneros asesinados servían de alimento a los cerdos que había en las checas. Otros eran quemados en la fabrica de cemento de Montcada.
En el paseo de San Juan de Barcelona había una checa con la fama de que quien entraba no salía. Una de las pocas personas que salió de allí con vida fue Montserrat Mumany, una madre de familia cristiana. Ella, lo atribuye a una especial gracia de la Virgen de Montserrat.
Como dijimos, la niña de 14 años, Clara Dalmau, por tanto menor de edad, fue encerrada en una checa. Hoy es la señora de Can Reig en el gerundense pueblo de L´Estanyol. Simpática y con buena salud, vive rodeada de magníficos campos de avellanos. Nos ha explicado inimaginables historias de los siniestros años de la Revolución anarcomarxista, y especialmente los episodios propios de una chiquilla de 14 años que después de ser liberada de la checa se dedicó con firmeza y decisión a la búsqueda de sus hermanos encarcelados. Su padre, tras grandes obstáculos, consiguió refugiarse en Francia y pasó a la España Nacional.
Fuente: FAMILIARES Y AMIGOS DE LOS REPRESALIADOS POR LA 2ª REPUBLICA (1931-1939)
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Persecución religiosa durante la Guerra Civil Española
El fenómeno de la persecución de los miembros de la Iglesia Católica que se enmarca en el contexto histórico de la Guerra Civil Española comprende a miles de personas, religiosos y laicos que forman parte del conjunto de víctimas de la Guerra Civil, e incluye también la destrucción de patrimonio artístico religioso y documental. Entre estas personas se encontraron numerosos religiosos pertenecientes al clero secular, órdenes, congregaciones y distintas organizaciones dependientes de la Iglesia Católica española que sufrieron actos de violencia que culminaron en miles de asesinatos, alcanzando las dimensiones de un fenómeno de persecución en las áreas de control nominal republicano principal, aunque no únicamente, durante los primeros meses del conflicto armado y de la revolución social que tuvo lugar en dicha zona. En la zona bajo control de las fuerzas sublevadas existieron también episodios, aunque en un número muchísimo menor y en momentos puntuales, hacia religiosos (católicos o de otras confesiones).
Esta violencia no sólo se manifestó en contra de los derechos fundamentales de miles de personas, muchas de las cuales fueron asesinadas —algunas, incluso, tras sufrir tortura—, sino que también se ejerció de manera sistemática contra aquellos bienes y objetos considerados símbolos de la religiosidad, dañando o destruyendo gran parte del patrimonio arquitectónico, artístico y documental.
La interpretación del origen y motivaciones generales de estos hechos, así como de las circunstancias de algunos de ellos, en particular en lo que respecta a su consideración desde la dimensión política y religiosa, pero también sobre su terminología, la actitud de la Iglesia y sus consecuencias en el desarrollo de la contienda y la posterior represión del régimen franquista, son todavía objeto de fuerte controversia entre los especialistas.
Citado como referencia en numerosas otras obras, un detallado estudio publicado en 1961 por Antonio Montero Moreno,3 identificó a un total de 6.832 víctimas religiosas asesinadas en el territorio republicano, de las cuales 13 eran obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas.
La Iglesia Católica, considerando que muchas de estas víctimas lo fueron como "consecuencia de su fe", las definió como mártires. Esta denominación de carácter religioso fue también adoptada por la propaganda del bando sublevado y posteriormente, por la dictadura franquista, haciéndola extensiva a todas las víctimas afines a su causa, quienes fueron llamadas mártires de la Cruzada o mártires de la Guerra Civil.
Aunque reclamado por el régimen franquista y a pesar de su estrecha relación con la Iglesia Católica, no fue hasta después de la Transición Española, que el Vaticano, durante el papado de Juan Pablo II y tras la modificación en 1983 del Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum el Código de Derecho Canónico aplicable y vigente hasta entonces, que establecía un plazo mínimo de cincuenta años antes de presentar los procesos en Roma, impulsó numerosas causas de beatificación y canonización, generando un polémico debate entre distintos sectores de la sociedad española, que desembocaron a partir de 1987 en las primeras ceremonias.
En el contexto de la controvertida iniciativa del Gobierno español presidido por José Luis Rodríguez Zapatero sobre la llamada "Ley de Memoria Histórica" y a pesar de las críticas recibidas, el Vaticano, prosiguiendo con las causas de beatificación que comenzaron a abrirse más de veinte años antes, llevó a cabo una masiva ceremonia de declaración de beatos "mártires" en otoño de 2007...Sigue
TAMBIÉN:
>1936. El PSOE saquea el banco de España.
> El diario de los crímenes de la II República (que el PSOE jamas te contara)
> La izquierda heredera del 36 sigue tensando la cuerda: Brutal paliza al rector de un seminario de Valencia sólo por ser sacerdote
Esta violencia no sólo se manifestó en contra de los derechos fundamentales de miles de personas, muchas de las cuales fueron asesinadas —algunas, incluso, tras sufrir tortura—, sino que también se ejerció de manera sistemática contra aquellos bienes y objetos considerados símbolos de la religiosidad, dañando o destruyendo gran parte del patrimonio arquitectónico, artístico y documental.
La interpretación del origen y motivaciones generales de estos hechos, así como de las circunstancias de algunos de ellos, en particular en lo que respecta a su consideración desde la dimensión política y religiosa, pero también sobre su terminología, la actitud de la Iglesia y sus consecuencias en el desarrollo de la contienda y la posterior represión del régimen franquista, son todavía objeto de fuerte controversia entre los especialistas.
Citado como referencia en numerosas otras obras, un detallado estudio publicado en 1961 por Antonio Montero Moreno,3 identificó a un total de 6.832 víctimas religiosas asesinadas en el territorio republicano, de las cuales 13 eran obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas.
La Iglesia Católica, considerando que muchas de estas víctimas lo fueron como "consecuencia de su fe", las definió como mártires. Esta denominación de carácter religioso fue también adoptada por la propaganda del bando sublevado y posteriormente, por la dictadura franquista, haciéndola extensiva a todas las víctimas afines a su causa, quienes fueron llamadas mártires de la Cruzada o mártires de la Guerra Civil.
Aunque reclamado por el régimen franquista y a pesar de su estrecha relación con la Iglesia Católica, no fue hasta después de la Transición Española, que el Vaticano, durante el papado de Juan Pablo II y tras la modificación en 1983 del Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum el Código de Derecho Canónico aplicable y vigente hasta entonces, que establecía un plazo mínimo de cincuenta años antes de presentar los procesos en Roma, impulsó numerosas causas de beatificación y canonización, generando un polémico debate entre distintos sectores de la sociedad española, que desembocaron a partir de 1987 en las primeras ceremonias.
En el contexto de la controvertida iniciativa del Gobierno español presidido por José Luis Rodríguez Zapatero sobre la llamada "Ley de Memoria Histórica" y a pesar de las críticas recibidas, el Vaticano, prosiguiendo con las causas de beatificación que comenzaron a abrirse más de veinte años antes, llevó a cabo una masiva ceremonia de declaración de beatos "mártires" en otoño de 2007...Sigue
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>1936. El PSOE saquea el banco de España.
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> La izquierda heredera del 36 sigue tensando la cuerda: Brutal paliza al rector de un seminario de Valencia sólo por ser sacerdote
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LE SACARON LOS OJOS, LE AMPUTARON LA LENGUA…
EL ASESINATO DEL BEATO
TOMÀS CAPDEVILA MIQUEL
LE SACARON LOS OJOS, LE AMPUTARON LA LENGUA
Y LOS GENITALES, ANTES DE ASESINARLO
TOMÀS CAPDEVILA MIQUEL
LE SACARON LOS OJOS, LE AMPUTARON LA LENGUA
Y LOS GENITALES, ANTES DE ASESINARLO
Natural de Forés. Bautizado, el 25 de enero de 1903. Ordenado, el 22 de septiembre de 1928. Ejerció su ministerio sacerdotal como vicario en Altafulla y en la Santíssima Trinitat de Tarragona, Riudecanyes, Sarral, Montbrió del Camp regente de Conesa. Martirizado el día 6 de septiembre de 1936, en Solivella. Tenía 33 años de edad y llevaba 8 de vida religiosa. Beatificado en Tarragona el 13 de octubre de 2013.
Sacerdote. Nació el 22 de enero de 1903 en Forés (provincia y arzobispado de Tarragona); bautizado el 25 del mismo mes en la iglesia de San Miguel Arcángel, de la misma población; hijo legítimo de los consortes Tomás Capdevila Batet, de Blancafort, y Dolores Miquel Tarragó, natural y vecina de Forés. Fueron sus abuerlos paternos Miguel y Rosa, y los maternos, Juan y María, de esta población. Actuaron como padrinos Isidro Capdevila Batet, de Blancafort, y Antonia Miquel Taragó, de ésta, a quienes el oficiante, mosén Pablo Figuerola, advirtió el parentesco espiritual que contraían y la obligación de enseñar la doctrina cristiana al bautizado, al que se le impusieron los nombres de Tomás, Ramón, Pablo. Los certifica el doctor Blas Quintana, secretario de Estudios del Seminario de Tarragona, el 22 de agosto de 1952.
El pequeño Tomás, a los siete años, presidía el rosario en la iglesia parroquial. Fue ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1928, según consta en la página 11 del Libro III de Ordenaciones Sacerdotales de la Archidiócesis. El 30 de septiembre cantó la primera misa en su parroquia de Forés. Fue destinado como vicario en Altafulla y se doctoró en la Universidad Pontificia de Tarragona.
Ejerció su ministerio sacerdotal como vicario a las parroquias de Altafulla y en la Santísima Trinidad de Tarragona, Riudecanyes, Sarral, Montbrió del Camp y Conesa. En Sarral no permitió que tocaran las campanas el Viernes Santo de 1934. En Conesa manifestó un gran celo apostólico, en especial durante el mes de mayo y en la enseñanza del catecismo a los niños. Introdujo la comunión semanal. Tenía una gran capacidad de trabajo. Era amado por sus feligreses. En Conesa hizo construir un rico comulgatorio de alabastro; restauró las estatuas de la fachada de la iglesia. Era aficionado a la arqueología y a la archivística.
SU ÚLTIMA MISA.- Celebró la última misa el 21 de julio de 1936. Alrededor de las 22:00 horas abandonó la parroquia que regentaba para ponerse a salvo de la persecución religiosa. Se trasladó a pie a su pueblo natal, Forés, acompañado de sus padres. Permaneció pocos días en casa; junto a su padre se refugió en un bosque situado al norte de Forés, en la partida llamada Sabellá, hasta el 5 de septiembre, día en que regresó a la casa paterna, forzado por una urticaria con fiebre.
PERSEGUIDO Y HUMILLADO.- A las cinco de la tarde del día siguiente, 6 de septiembre de 1936, un grupo armado del comité revolucionario local se personó en la casa, situada en los alrededores del pueblo. El sacerdote huyó por una puerta trasera y se internó entre los matorrales de un bosque contiguo. Pero fue divisado y denunciado por un grupo de milicianos que vigilaba los alrededores. Más de treinta personas, todos hijos del pueblo, se lanzaron a la caza y captura del sacerdote con las armas en las manos, y cercaron el barranco. El sacerdote, viéndose preso se sentó encima de una piedra esperando a sus verdugos. “Manos arriba; pasa delante”, le dijeron al encontrarle. Obedeció sin rechistar y se dispuso a caminar con los brazos en alto.
A media cuesta pidió descansar; se lo permitieron, pero con las manos en alto. Y les dijo: “Levantádmelas, que no puedo”. Entonces le obligaron a proseguir y empezaron a pegarle, a escupirle y a mofarse de él. Llegados a la cumbre, se congregó en ella la mayoría del pueblo, que no movió un dedo por defenderlo. Lo condujeron al Ayuntamiento, a cuya entrada le esperaba su madre. Cuando llegó se abrazaron; y le dijo: “No llore mi muerte; no se vengue ni haga atentado alguno”. Luego, abrazando a su sobrino, le dijo: “Adiós; sé muy bueno”. La escena arrancó lágrimas en muchos de los presentes. Bruscamente, y con palabras soeces, fue arrancado de los brazos de su madre; a empujones fue conducido en presencia del Comité. Le preguntaron si quería beber vino; contestó que no. “¡Bien lo bebías en misa!”, le espetó uno, y le echaron el vino al rostro.
UN PUEBLO REVUELTO Y TEMEROSO.- El pueblo estaba revuelto y temeroso. El Comité local de Forés llamó a los de Conesa y Sarral. Para condenarlo constituyeron un tribunal que le acusó, entre otras cosas, de no dejar tocar las campanas de la iglesia parroquial de Sarral el Viernes Santo de 1934, y de escribir en diarios católicos. El sacerdote, contestó: “Primero hemos de obedecer las leyes de la Iglesia”. A continuación le abofetearon y le escupieron. El Comité de Forés, al entregarlo a los de Sarral y Conesa, dijeron: “Haced de él lo que queráis”. Entonces lo introdujeron en un coche y se dirigieron hacia Solivella. Durante el trayecto, por espacio de hora y media, empezó el cruento martirio del sacerdote. Le amputaron la lengua y los miembros genitales, le sacaron los ojos y le fracturaron la clavícula izquierda. La víctima iba desangrándose poco a poco.
EN SOLIVELLA.– Llegó Solivella tan exhausto que permaneció desmayado y sin conocimiento en la plaza mayor, durante media hora. La macabra comitiva se puso de nuevo en marcha y se dirigió al cementerio de la localidad. Como el camino era de herradura, lo bajaron del coche, fue arrastrado hasta el cementerio y lo precipitaron por un terraplén. El reloj de la iglesia parroquial tocaba, en aquel momento, las once de la noche del día 6 de septiembre de 1936. Los milicianos, siguiendo el pausado compás de las campanas, le descerrajaron once tiros a boca de jarro. Allí permaneció el cadáver, – que “presentaba toda suerte de cortaduras, – según declaró su madre al fiscal-, hasta el día siguiente en que se le dio sepultura, cubriéndole el cuerpo con unas lechadas de cal.
SOLEMNES FUNERALES.- Sus restos, exhumados del cementerio de Solivella el día 2 de septiembre de 1939, fueron trasladados a Conesa, recibiendo cristiana sepultura al día siguiente. El sacerdote era muy querido en su pueblo natal, por lo que, una vez liberada la población por las tropas nacionales, lo primero que se hizo fue el traslado de sus restos mortales, de una manera espontánea y solemne. Los vecinos se arrodillaban al paso del féretro. Gentes de los pueblos cercanos se sumaron a los solemnes funerales. Sigue...
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En España hubo un genocidio anticatólico que debería ser reconocido de forma oficial
Hoy Tarragona ha acogido la beatificación de 522 mártires católicos que murieron asesinados durante la Guerra Civil Española. A pesar de las mentiras que vienen lanzando algunos, este acto tiene como fin no subir a los altares a quienes murieron asesinados por sus ideas políticas -siendo esos asesinatos condenables-, sino a personas que fueron asesinadas por mantenerse fieles a su fe y que, además, en muchos casos, perdonando a quienes les iban a asesinar.
El recuerdo de esos crímenes echa por tierra ciertos mitos ideológicos sobre la Segunda República, un régimen cuya implantación vino acompañada de una persecución religiosa -quema de conventos, expulsión de la Compañía de Jesús, prohibición a los religiosos de dedicarse a la enseñanza, etc.- que al cabo de cinco años llegó tan lejos que acabó desencadenando una guerra. A modo de ejemplo, en sólo dos meses tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, 142 iglesias fueron incendiadas. Esa brutal persecución religiosa prosiguió en toda España hasta la sublevación militar y continuó en la zona dominada por el gobierno del Frente Popular arrojando cifras terribles: fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas, muchas de éstas, además, violadas.
Un caso de genocidio en toda regla
Los canonizados y beatificados hasta ahora son sólo una pequeña parte de esos 6.832 mártires, a los que habría que añadir miles de laicos católicos que fueron igualmente asesinados por razón de su fe: hasta ahora 11 de ellos han sido canonizados y 1.001 beatificados, 1.523 si sumamos los beatificados hoy. Una matanza de tan considerables proporciones durante apenas tres años, por supuesto, no fue obra de unos incontrolados, como dicen algunos. La salvaje persecución religiosa perpetrada en el bando rojo durante la Guerra Civil fue la matanza sistemática de un grupo religioso con el claro fin de exterminarlo. En este sentido no exagero nada cuando en el título de esta entrada hablo de un “genocidio anticatólico”. La Real Academia Española define genocidio de la siguiente forma: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad.” Así mismo, el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional califica como genocidio ciertos actos “perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”, y el primero de los actos de genocidio que cita es el siguiente: “Matanza de miembros del grupo”.
Unos crímenes que derrumban los mitos izquierdistas sobre la República
En la anterior legislatura, el mismo partido que ostentaba el poder en la zona roja durante esa guerra -el PSOE- promovió y aprobó una ley sectaria, con el fin de que la memoria oficial de aquella contienda y de los crímenes cometidos en ella sea la que dictan quienes buscan mitificar a la Seguna República y al bando rojo, y no los hechos comprobados que muestra la historia. Cuando hay actos como el de hoy algunos se ponen muy nerviosos, porque saben que el conocimiento de aquellos crímenes echa por tierra esos mitos y deja al descubierto lo que realmente ocurrió en España: una sangrienta guerra en la que ambos bandos cometieron numerosos crímenes, que en el caso del bando rojo fueron, en un gran número, crímenes movidos por el odio al catolicismo, el mismo odio que sigue envenenando a una parte del mapa político español. Es triste que a algunos les mueva el odio hasta el punto de no respetar que la Iglesia honre a sus mártires, es decir, a quienes murieron por culpa de ese odio anticatólico, pero lo que no se puede aceptar en democracia es que los odios de algunos se impongan a la verdad sobre aquellos crímenes y al merecido reconocimiento de sus víctimas. España no puede seguir sometida a una ley sectaria, cínicamente llamada “de memoria histórica”, que en realidad impone una amnesia absoluta sobre todo recuerdo de los crímenes cometidos en uno de los bandos.
EL RECUERDO DE LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DESMITIFICA A LA SEGUNDA REPÚBLICA
El recuerdo de esos crímenes echa por tierra ciertos mitos ideológicos sobre la Segunda República, un régimen cuya implantación vino acompañada de una persecución religiosa -quema de conventos, expulsión de la Compañía de Jesús, prohibición a los religiosos de dedicarse a la enseñanza, etc.- que al cabo de cinco años llegó tan lejos que acabó desencadenando una guerra. A modo de ejemplo, en sólo dos meses tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, 142 iglesias fueron incendiadas. Esa brutal persecución religiosa prosiguió en toda España hasta la sublevación militar y continuó en la zona dominada por el gobierno del Frente Popular arrojando cifras terribles: fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas, muchas de éstas, además, violadas.
Un caso de genocidio en toda regla
Los canonizados y beatificados hasta ahora son sólo una pequeña parte de esos 6.832 mártires, a los que habría que añadir miles de laicos católicos que fueron igualmente asesinados por razón de su fe: hasta ahora 11 de ellos han sido canonizados y 1.001 beatificados, 1.523 si sumamos los beatificados hoy. Una matanza de tan considerables proporciones durante apenas tres años, por supuesto, no fue obra de unos incontrolados, como dicen algunos. La salvaje persecución religiosa perpetrada en el bando rojo durante la Guerra Civil fue la matanza sistemática de un grupo religioso con el claro fin de exterminarlo. En este sentido no exagero nada cuando en el título de esta entrada hablo de un “genocidio anticatólico”. La Real Academia Española define genocidio de la siguiente forma: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad.” Así mismo, el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional califica como genocidio ciertos actos “perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”, y el primero de los actos de genocidio que cita es el siguiente: “Matanza de miembros del grupo”.
Unos crímenes que derrumban los mitos izquierdistas sobre la República
En la anterior legislatura, el mismo partido que ostentaba el poder en la zona roja durante esa guerra -el PSOE- promovió y aprobó una ley sectaria, con el fin de que la memoria oficial de aquella contienda y de los crímenes cometidos en ella sea la que dictan quienes buscan mitificar a la Seguna República y al bando rojo, y no los hechos comprobados que muestra la historia. Cuando hay actos como el de hoy algunos se ponen muy nerviosos, porque saben que el conocimiento de aquellos crímenes echa por tierra esos mitos y deja al descubierto lo que realmente ocurrió en España: una sangrienta guerra en la que ambos bandos cometieron numerosos crímenes, que en el caso del bando rojo fueron, en un gran número, crímenes movidos por el odio al catolicismo, el mismo odio que sigue envenenando a una parte del mapa político español. Es triste que a algunos les mueva el odio hasta el punto de no respetar que la Iglesia honre a sus mártires, es decir, a quienes murieron por culpa de ese odio anticatólico, pero lo que no se puede aceptar en democracia es que los odios de algunos se impongan a la verdad sobre aquellos crímenes y al merecido reconocimiento de sus víctimas. España no puede seguir sometida a una ley sectaria, cínicamente llamada “de memoria histórica”, que en realidad impone una amnesia absoluta sobre todo recuerdo de los crímenes cometidos en uno de los bandos.
EL RECUERDO DE LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DESMITIFICA A LA SEGUNDA REPÚBLICA
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Mártires de la Cruzada:La matanza de católicos del 1936 fue planificada
En sólo seis meses, casi 7000 miembros del clero, entre ellos 13 obispos, fueron martirizados en España por el ejército rojo.
En solo seis meses, casi 7000 miembros del clero, entre ellos 13 obispos, fueron martirizados en España por los comunistas. La persecución arrasó también con conventos, tantos de hombres como de mujeres. Los laicos comprometidos también fueron víctimas. España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la Revolución Francesa.
Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil, entre obispos, sacerdotes diocesanos y seminaristas, religiosos, religiosas y laicos de ambos sexos. Durante la persecución religiosa republicana la archidiócesis de Valencia pagó uno de los mayores tributos de sangre
“El silenci de les campanes”, un nuevo estudio sobre aquella persecución religiosa, desmonta el mito de los “incontrolados”.
Por alguna razón, miles y miles de españoles odiaban a los curas en 1936, dice cierto mito popular. El pueblo, indignado por el alzamiento militar del 18 de julio, con las armas que tenía a mano, se fue a matar curas.
Fueron sobre todo elementos incontrolados, o criminales salidos de la cárcel quienes hicieron algunos crímenes. Y en 2 meses los descontrolados mataron unos 3.400 clérigos, entre curas y frailes.
¿Pueden unos descontrolados matar 70 curas al día , que era la media de agosto de 1936?
El filólogo catalán Jordi Albertí, que se define catalanista y creyente, ha publicado una crónica analítica de los primeros meses de la Guerra Civil en Cataluña, centrándose en la persecución contra los católicos. Se titula “El silenci de les campanes, la persecució religiosa durant la guerra civil”, y lo ha publicado la editorial Proa.
Según Albertí, las matanzas del 36 fueron planificadas: las planificaron los comunistas libertarios, es decir el partido anarquista (la FAI) y su sindicato, la CNT. Otros grupos de la izquierda fueron cómplices en distinta medida –especialmente entusiastas los comunistas-, o bien se inhibieron con omisiones culpables.
La Legión Roja del anarquismo libertario
Para Jordi Albertí, la masacre empezó a gestarse cuando en 1922 se creó el grupo “Solidarios” (Durruti, Ascaso, García Oliver…) del que surgiría la FAI en 1927 y que para 1933 tendría el control total del sindicato CNT. En este año 1933 crean “la Legión Roja”, un grupo de acción preparado para aprovechar “los impulsos espontáneos o provocados en el pueblo” y conducirlos no a una República democrática sino a la revolución.
Los teóricos de este grupo tenían claro que la revolución se enfrentaba a “la hidra de las tres cabezas”: capital, ejército e Iglesia. De éstas, la más fácil de cortar era la Iglesia: consistía en denigrar y luego matar a gente desarmada, bien localizada, muy repartida. El efecto ideológico era muy rentable: cada parroquia en llamas era un aviso de que una nueva era y una nueva moral habían llegado. ¡La revolución!
El 18 de julio se sublevan los militares. El 19 de julio hay combates en las calles de Barcelona. Los anarquistas libertarios se apoderan de las armas del cuartel de Sant Andreu y de las Drassanes.
Datos de clero asesinado en Cataluña: (fue la más castigada, con la excepción de Valencia):
4 obispos asesinados: Irurita (Barcelona), Huix (Lérida), Borrás (auxiliar de Tarragona), Polanco (de Teruel, ejecutado en Gerona en 1939)
Diócesis de Lérida: 270 clérigos asesinados, el 65% de los que había. [Sólo Barbastro perdió un mayor porcentaje de clérigos: el 88%].
Diócesis de Tortosa: 316 asesinados, el 62% del clero.
Diócesis de Vic: 177 asesinados, el 27% del clero.
Diócesis de Barcelona: 279 clérigos asesinados, el 22%.
Diócesis de Gerona: 194 asesinados, el 20% del clero.
Diócesis de Urgell: 109 asesinados, el 20%.
Diócesis de Solsona: 60 asesinados, el 13% del clero.
[datos de Vicente Cárcel Ortí en “La gran persecución, España 1931- 1939 ” , Planeta Testimonio, 2000]
Si están organizados no son incontrolados
No eran incontrolados y no eran desorganizados. Se organizaron: en unos 200 comités de milicias y patrullas de control en Cataluña. Establecieron centros de detención. Buscaban personas concretas y tenían listas de nombres. Había que hacer la Revolución empezando por la eliminación visible de la Iglesia.
Durante medio año, las autoridades republicanas dejarán hacer a milicias y anarquistas. La sensación de impunidad al atentar contra los católicos se había incubado ya años antes, con las quemas de conventos de muchas ciudades españolas del año 1931 y 1932.
El libro de Jordi Albertí aporta numerosa documentación sobre la pasividad de los líderes políticos, incluido el presidente de la Generalitat, Companys.
La persecución a cargo de anarquistas y luego comunistas fue tan eficaz en Barcelona que el 8 de agosto de 1936 Andreu Nin, jefe del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) dice en un discurso: “había muchos problemas en España. El problema de la Iglesia nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz; hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto”.
Solidaridad Obrera , el diario anarcosindicalista de Barcelona, en plena vorágine de sangre el 15 de agosto de 1936, incitaba así: “Hay que extirpar a esta gente; la Iglesia ha de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo”.
Y el 25 de mayo de 1937, cuando el gobierno republicano declara que debe haber libertad de culto, Solidaridad Obrera se ríe, porque ya no se ven curas en Barcelona ni hay iglesia que no haya sido destruida o confiscada, excepto la capilla de la delegación del gobierno de Euskadi en Cataluña. “¿Libertad de culto? ¿Que se puede volver a decir misa? Por lo que respecta a Madrid y Barcelona no sabemos donde se podrá hacer esa clase de pantomimas. No hay un templo en pie ni un altar donde colocar un cáliz.”
Odio y muerte, por fechas en España
Año 1931: mayo; asaltos, saqueos y quemas de casi 100 iglesias y edificios religiosos en Madrid, Valencia, Alicante, Murcia, Sevilla y Cádiz. La Guardia Civil y los bomberos no intervienen.
Año 1932: Expulsión de los jesuitas (más de 3.000). Quemas y asaltos de edificios eclesiales en Zaragoza, Córdoba, Cádiz (enero); Sevilla (abril); Granada (julio), Cádiz, Sevilla y Granada (octubre). Sensación de impunidad.
Año 1934: Revolución de Asturias, 33 curas y religiosos asesinados en Mieres, Turón, Oviedo.
Año 1936, antes del 18 de julio, día de la rebelión militar: 17 curas y religiosos asesinados.
Del 18 de julio al 1 de agosto: 861 clérigos asesinados.
Agosto de 1936: 2.077 asesinatos (más de 70 al día), incluyendo 10 obispos.
Asesinatos acumulados a 14 de septiembre : 3.400 sacerdotes y religiosos asesinados (no contamos laicos) en menos de 2 meses.
El resto de las víctimas se repartirán durante los siguientes años de la guerra.
Años de prensa antirreligiosa
Según el historiador Vicente Cárcel, en 1936 existían en España 146 diarios antirreligiosos, algunos especialmente virulentos como El socialista, El Pueblo, o El Crisol, que aplaudieron en 1931 la quema de conventos y pedían más. El Crisol ya en 1931 decía que había polvorines en los conventos. El Heraldo de Madrid decía que los frailes empezaron disparando contra los obreros.
Pero para Jordi Albertí, todo el magma previo de anticlericalismo es insuficiente para explicar la magnitud de la matanza: de la quema más o menos frecuentes de conventos a la masacre de miles de sacerdotes hay un paso que implica organización y voluntad.
Joan Peiró (ministro de Industria de la República en el gobierno de Largo Caballero) es citado por Albertí como una de las pocas voces anarquistas que hablaron contra las matanzas. Y que especificó que no se trató sólo de los anarquistas: “todos los partidos, desde Estat Català al POUM, pasando por Esquerra Republicana y el Partido Socialista Obrero catalán, han dado un contingente de ladrones y asesinos por lo menos igual al de la CNT y la FAI”, escribía en 1936 en su libro “Perill a la retaguardia”.
Mucha memoria histórica… pero nadie ha pedido perdón
El libro de Albertí viene prologado por el historiador Josep Maria Solé Sabaté: “se trata de un libro lacerante que remueve las conciencias y todavía nadie ha pedido perdón por ello”, recuerda.
La Iglesia , como colectivo organizado, ha perdonado a los asesinos de esas fechas en varias ocasiones: en documentos colectivos de los obispos ya en su carta de 1 de julio de 1937, en el documento “Constructores de la Paz” de 1986, en el documento “La fidelidad de Dios dura siempre” de 1999… sin embargo, ninguna de las organizaciones entonces implicadas han pedido perdón, efectivamente.
De hecho, el gobierno español nunca condenó ni reparó aquellos hechos: ni las quemas del año 1931 ni las matanzas del 36 al 39. Han pasado 70 años de esos hechos y se habla mucho de “memoria histórica”. Las televisiones no dejan de pasar reportajes de supervivientes de la guerra y de aquellos años, aunque casi ninguno de los mártires católicos (que no eran combatientes, sino civiles desarmados asesinados sólo por ser cristianos).
Entidades que existían entonces y ahora como el PSOE, el PCE, el POUM, la CNT, la FAI, Estat Català… ¿pedirán perdón algún día? ¿Condenarán al menos algunos de los actos de sus militantes –y no de incontrolados- contra 10.000 civiles cristianos desarmados y odiados por su fe?
España, 1936-1939 : unos 7.000 eclesiásticos y unos 3.000 laicos martirizados por ser católicos, es decir, unos 10.000 mártires. Antonio Montero, en su libro La persecución religiosa en España, publicado en la BAC en 1961, habla de 4.184 sacerdotes diocesanos (incluidos 12 obispos y muchos seminaristas), 2.365 religiosos y 283 monjas. Pero a medida que han avanzado las investigaciones se ven cifras mayores: Montero contaba 334 sacerdotes asesinados en Madrid, mientras que la postulación de la causa ha visto luego que eran al menos 491.
Juan Hernández
Religiosas Adoratrices momentos antes de ser fusiladas por milicianos del Frente Popular
En solo seis meses, casi 7000 miembros del clero, entre ellos 13 obispos, fueron martirizados en España por los comunistas. La persecución arrasó también con conventos, tantos de hombres como de mujeres. Los laicos comprometidos también fueron víctimas. España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la Revolución Francesa.
Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil, entre obispos, sacerdotes diocesanos y seminaristas, religiosos, religiosas y laicos de ambos sexos. Durante la persecución religiosa republicana la archidiócesis de Valencia pagó uno de los mayores tributos de sangre
“El silenci de les campanes”, un nuevo estudio sobre aquella persecución religiosa, desmonta el mito de los “incontrolados”.
Por alguna razón, miles y miles de españoles odiaban a los curas en 1936, dice cierto mito popular. El pueblo, indignado por el alzamiento militar del 18 de julio, con las armas que tenía a mano, se fue a matar curas.
Fueron sobre todo elementos incontrolados, o criminales salidos de la cárcel quienes hicieron algunos crímenes. Y en 2 meses los descontrolados mataron unos 3.400 clérigos, entre curas y frailes.
¿Pueden unos descontrolados matar 70 curas al día , que era la media de agosto de 1936?
El filólogo catalán Jordi Albertí, que se define catalanista y creyente, ha publicado una crónica analítica de los primeros meses de la Guerra Civil en Cataluña, centrándose en la persecución contra los católicos. Se titula “El silenci de les campanes, la persecució religiosa durant la guerra civil”, y lo ha publicado la editorial Proa.
Según Albertí, las matanzas del 36 fueron planificadas: las planificaron los comunistas libertarios, es decir el partido anarquista (la FAI) y su sindicato, la CNT. Otros grupos de la izquierda fueron cómplices en distinta medida –especialmente entusiastas los comunistas-, o bien se inhibieron con omisiones culpables.
La Legión Roja del anarquismo libertario
Para Jordi Albertí, la masacre empezó a gestarse cuando en 1922 se creó el grupo “Solidarios” (Durruti, Ascaso, García Oliver…) del que surgiría la FAI en 1927 y que para 1933 tendría el control total del sindicato CNT. En este año 1933 crean “la Legión Roja”, un grupo de acción preparado para aprovechar “los impulsos espontáneos o provocados en el pueblo” y conducirlos no a una República democrática sino a la revolución.
Los teóricos de este grupo tenían claro que la revolución se enfrentaba a “la hidra de las tres cabezas”: capital, ejército e Iglesia. De éstas, la más fácil de cortar era la Iglesia: consistía en denigrar y luego matar a gente desarmada, bien localizada, muy repartida. El efecto ideológico era muy rentable: cada parroquia en llamas era un aviso de que una nueva era y una nueva moral habían llegado. ¡La revolución!
El 18 de julio se sublevan los militares. El 19 de julio hay combates en las calles de Barcelona. Los anarquistas libertarios se apoderan de las armas del cuartel de Sant Andreu y de las Drassanes.
Datos de clero asesinado en Cataluña: (fue la más castigada, con la excepción de Valencia):
4 obispos asesinados: Irurita (Barcelona), Huix (Lérida), Borrás (auxiliar de Tarragona), Polanco (de Teruel, ejecutado en Gerona en 1939)
Diócesis de Lérida: 270 clérigos asesinados, el 65% de los que había. [Sólo Barbastro perdió un mayor porcentaje de clérigos: el 88%].
Diócesis de Tortosa: 316 asesinados, el 62% del clero.
Diócesis de Vic: 177 asesinados, el 27% del clero.
Diócesis de Barcelona: 279 clérigos asesinados, el 22%.
Diócesis de Gerona: 194 asesinados, el 20% del clero.
Diócesis de Urgell: 109 asesinados, el 20%.
Diócesis de Solsona: 60 asesinados, el 13% del clero.
[datos de Vicente Cárcel Ortí en “La gran persecución, España 1931- 1939 ” , Planeta Testimonio, 2000]
Si están organizados no son incontrolados
No eran incontrolados y no eran desorganizados. Se organizaron: en unos 200 comités de milicias y patrullas de control en Cataluña. Establecieron centros de detención. Buscaban personas concretas y tenían listas de nombres. Había que hacer la Revolución empezando por la eliminación visible de la Iglesia.
Durante medio año, las autoridades republicanas dejarán hacer a milicias y anarquistas. La sensación de impunidad al atentar contra los católicos se había incubado ya años antes, con las quemas de conventos de muchas ciudades españolas del año 1931 y 1932.
El libro de Jordi Albertí aporta numerosa documentación sobre la pasividad de los líderes políticos, incluido el presidente de la Generalitat, Companys.
La persecución a cargo de anarquistas y luego comunistas fue tan eficaz en Barcelona que el 8 de agosto de 1936 Andreu Nin, jefe del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) dice en un discurso: “había muchos problemas en España. El problema de la Iglesia nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz; hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto”.
Solidaridad Obrera , el diario anarcosindicalista de Barcelona, en plena vorágine de sangre el 15 de agosto de 1936, incitaba así: “Hay que extirpar a esta gente; la Iglesia ha de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo”.
Y el 25 de mayo de 1937, cuando el gobierno republicano declara que debe haber libertad de culto, Solidaridad Obrera se ríe, porque ya no se ven curas en Barcelona ni hay iglesia que no haya sido destruida o confiscada, excepto la capilla de la delegación del gobierno de Euskadi en Cataluña. “¿Libertad de culto? ¿Que se puede volver a decir misa? Por lo que respecta a Madrid y Barcelona no sabemos donde se podrá hacer esa clase de pantomimas. No hay un templo en pie ni un altar donde colocar un cáliz.”
Odio y muerte, por fechas en España
Año 1931: mayo; asaltos, saqueos y quemas de casi 100 iglesias y edificios religiosos en Madrid, Valencia, Alicante, Murcia, Sevilla y Cádiz. La Guardia Civil y los bomberos no intervienen.
Año 1932: Expulsión de los jesuitas (más de 3.000). Quemas y asaltos de edificios eclesiales en Zaragoza, Córdoba, Cádiz (enero); Sevilla (abril); Granada (julio), Cádiz, Sevilla y Granada (octubre). Sensación de impunidad.
Año 1934: Revolución de Asturias, 33 curas y religiosos asesinados en Mieres, Turón, Oviedo.
Año 1936, antes del 18 de julio, día de la rebelión militar: 17 curas y religiosos asesinados.
Del 18 de julio al 1 de agosto: 861 clérigos asesinados.
Agosto de 1936: 2.077 asesinatos (más de 70 al día), incluyendo 10 obispos.
Asesinatos acumulados a 14 de septiembre : 3.400 sacerdotes y religiosos asesinados (no contamos laicos) en menos de 2 meses.
El resto de las víctimas se repartirán durante los siguientes años de la guerra.
Años de prensa antirreligiosa
Según el historiador Vicente Cárcel, en 1936 existían en España 146 diarios antirreligiosos, algunos especialmente virulentos como El socialista, El Pueblo, o El Crisol, que aplaudieron en 1931 la quema de conventos y pedían más. El Crisol ya en 1931 decía que había polvorines en los conventos. El Heraldo de Madrid decía que los frailes empezaron disparando contra los obreros.
Pero para Jordi Albertí, todo el magma previo de anticlericalismo es insuficiente para explicar la magnitud de la matanza: de la quema más o menos frecuentes de conventos a la masacre de miles de sacerdotes hay un paso que implica organización y voluntad.
Joan Peiró (ministro de Industria de la República en el gobierno de Largo Caballero) es citado por Albertí como una de las pocas voces anarquistas que hablaron contra las matanzas. Y que especificó que no se trató sólo de los anarquistas: “todos los partidos, desde Estat Català al POUM, pasando por Esquerra Republicana y el Partido Socialista Obrero catalán, han dado un contingente de ladrones y asesinos por lo menos igual al de la CNT y la FAI”, escribía en 1936 en su libro “Perill a la retaguardia”.
Mucha memoria histórica… pero nadie ha pedido perdón
El libro de Albertí viene prologado por el historiador Josep Maria Solé Sabaté: “se trata de un libro lacerante que remueve las conciencias y todavía nadie ha pedido perdón por ello”, recuerda.
La Iglesia , como colectivo organizado, ha perdonado a los asesinos de esas fechas en varias ocasiones: en documentos colectivos de los obispos ya en su carta de 1 de julio de 1937, en el documento “Constructores de la Paz” de 1986, en el documento “La fidelidad de Dios dura siempre” de 1999… sin embargo, ninguna de las organizaciones entonces implicadas han pedido perdón, efectivamente.
De hecho, el gobierno español nunca condenó ni reparó aquellos hechos: ni las quemas del año 1931 ni las matanzas del 36 al 39. Han pasado 70 años de esos hechos y se habla mucho de “memoria histórica”. Las televisiones no dejan de pasar reportajes de supervivientes de la guerra y de aquellos años, aunque casi ninguno de los mártires católicos (que no eran combatientes, sino civiles desarmados asesinados sólo por ser cristianos).
Entidades que existían entonces y ahora como el PSOE, el PCE, el POUM, la CNT, la FAI, Estat Català… ¿pedirán perdón algún día? ¿Condenarán al menos algunos de los actos de sus militantes –y no de incontrolados- contra 10.000 civiles cristianos desarmados y odiados por su fe?
España, 1936-1939 : unos 7.000 eclesiásticos y unos 3.000 laicos martirizados por ser católicos, es decir, unos 10.000 mártires. Antonio Montero, en su libro La persecución religiosa en España, publicado en la BAC en 1961, habla de 4.184 sacerdotes diocesanos (incluidos 12 obispos y muchos seminaristas), 2.365 religiosos y 283 monjas. Pero a medida que han avanzado las investigaciones se ven cifras mayores: Montero contaba 334 sacerdotes asesinados en Madrid, mientras que la postulación de la causa ha visto luego que eran al menos 491.
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Aserrada y dada de comer a los cerdos por negarse a apostatar
Apolonia Lizárraga era la madre superiora de de las Hermanas Carmelitas de la Caridad desde el año 1925. Cuando estalló la Guerra Civil tenía 69 años y se encontraba en la Casa General de Vic. Allí se preocupó durante los primeros días de la guerra por encontrar acomodo seguro para las novicias y los enfermos que estaban a cargo de la congregación de religiosas.
Tras haber intentado garantizar la seguridad de todas las personas a su cargo, ella misma se buscó acomodo en la casa de una familia que colaboraba con su orden. Allí permaneció hasta que fue apresada durante un registro realizado por milicianos del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista).
Inmediatamente fue trasladada a la checa barcelonesa de San Elías -bajo control de la CNT-FAI-, que ocupaba el edificio que hasta el comienzo de la guerra había sido un convento de religiosas Clarisas. Allí permaneció varios días presa, sometida a privaciones, insultos y golpes. Finalmente, el ocho de septiembre, uno de los responsables de la cárcel, apodado “el jorobado”, en compañía de otros tres milicianos, la trasladaron al patio central.
Una vez allí fue desnudada integramente y se le propuso apostatar para salvar su vida. La religiosa se negó, y los milicianos la colgaron de un gancho que habían instalado en una de las paredes. Ese gancho se usó en numerosas ocasiones para dar muerte de manera salvaje a los presos allí detenidos.
Esta muerte consistía en que eran aserrados vivos, hasta que morían desangrados entre terribles dolores. Y sus cuerpos eran posteriormente descuartizados y dados de comer a una piara de 42 cerdos que habían llevado a la checa tras una requisa realizada en los alrededores de la ciudad.
Poco después, los milicianos realizaron la matanza de varios de estos animales y vendían el producto anunciándolo como “chorizo de monja”. En clara referencia al martirio cometido con la superiora de las Carmelitas de la Caridad.
Varios testimonios de supervivientes de la checa de San Elías coinciden en señalar cómo fue la muerte de Apolonia Lizárraga:
“Actualmente se han encontrado testigos que nos refieren que estando ellos presos en la cárcel de San Elías en el año 1936, era de dominio público que el jefe de la checa, un tal «Jorobado», cebaba en total unos trescientos cerdos con carne humana. Que muchos presos eran echados a dichas piaras y que la General de las Carmelitas de la Caridad, Madre Apolonia Lizárraga, fue una de dichas víctimas que aserraron, descuartizaron (en cuatro partes) y luego en trozos más pequeños fue devorada por dichos animales que en la citada checa engordaban en número de 42”. Así lo cuenta Antonio Montero en su libro Historia de la persecución religiosa en España.
Otros testimonios coiciden en explicar la misma versión:
“Fue cogida prisionera, llevada por los milicianos a una checa, la desnudaron y la llevaron a un patio. La ataron muñecas y tobillos y fue colgada de un gancho a la pared del patio. Con un serrucho la cortaron. Ella rezaba y rogaba por sus asesinos. Estos luego dieron su cuerpo a comer a unos cerdos que tenían allí, que al poco tiempo los mataron y los comían y vendían diciendo que eran chorizos de monja“.
La Madre Apolonia Lizárraga fue beatificada el 28 de octubre de 2007 y recibió el nombre de Apolonia del Santísimo Sacramento.
Tras haber intentado garantizar la seguridad de todas las personas a su cargo, ella misma se buscó acomodo en la casa de una familia que colaboraba con su orden. Allí permaneció hasta que fue apresada durante un registro realizado por milicianos del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista).
Inmediatamente fue trasladada a la checa barcelonesa de San Elías -bajo control de la CNT-FAI-, que ocupaba el edificio que hasta el comienzo de la guerra había sido un convento de religiosas Clarisas. Allí permaneció varios días presa, sometida a privaciones, insultos y golpes. Finalmente, el ocho de septiembre, uno de los responsables de la cárcel, apodado “el jorobado”, en compañía de otros tres milicianos, la trasladaron al patio central.
Una vez allí fue desnudada integramente y se le propuso apostatar para salvar su vida. La religiosa se negó, y los milicianos la colgaron de un gancho que habían instalado en una de las paredes. Ese gancho se usó en numerosas ocasiones para dar muerte de manera salvaje a los presos allí detenidos.
Esta muerte consistía en que eran aserrados vivos, hasta que morían desangrados entre terribles dolores. Y sus cuerpos eran posteriormente descuartizados y dados de comer a una piara de 42 cerdos que habían llevado a la checa tras una requisa realizada en los alrededores de la ciudad.
Poco después, los milicianos realizaron la matanza de varios de estos animales y vendían el producto anunciándolo como “chorizo de monja”. En clara referencia al martirio cometido con la superiora de las Carmelitas de la Caridad.
Varios testimonios de supervivientes de la checa de San Elías coinciden en señalar cómo fue la muerte de Apolonia Lizárraga:
“Actualmente se han encontrado testigos que nos refieren que estando ellos presos en la cárcel de San Elías en el año 1936, era de dominio público que el jefe de la checa, un tal «Jorobado», cebaba en total unos trescientos cerdos con carne humana. Que muchos presos eran echados a dichas piaras y que la General de las Carmelitas de la Caridad, Madre Apolonia Lizárraga, fue una de dichas víctimas que aserraron, descuartizaron (en cuatro partes) y luego en trozos más pequeños fue devorada por dichos animales que en la citada checa engordaban en número de 42”. Así lo cuenta Antonio Montero en su libro Historia de la persecución religiosa en España.
Otros testimonios coiciden en explicar la misma versión:
“Fue cogida prisionera, llevada por los milicianos a una checa, la desnudaron y la llevaron a un patio. La ataron muñecas y tobillos y fue colgada de un gancho a la pared del patio. Con un serrucho la cortaron. Ella rezaba y rogaba por sus asesinos. Estos luego dieron su cuerpo a comer a unos cerdos que tenían allí, que al poco tiempo los mataron y los comían y vendían diciendo que eran chorizos de monja“.
La Madre Apolonia Lizárraga fue beatificada el 28 de octubre de 2007 y recibió el nombre de Apolonia del Santísimo Sacramento.
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El genocidio católico perpetrado por la II República que aún no se reconoce como tal.
La izquierda española es totalmente incapaz de olvidar y superar su derrota ante el Franquismo, y no cesan en su intento de manipular cualquier hecho pasado para su supuesta ‘Memoria Histórica’ sobre el bando que ganó la guerra civil de 1936.
Pero estos que se empeñan en hablar tanto del pasado, deberían de saber que si intentan cambiar los nombres de las calles y destruir monumentos, se exponen a que los demás tengamos derecho a recordarles las atrocidades cometidas por los republicanos. Que por cierto, no fueron pocas. Aunque hoy resaltaré entre toda esa barbarie republicana, el genocidio católico/cristiano que se llevó a cabo desde el verano de 1936, tras el alzamiento de lo que hoy llaman el ejército Franquista, meses después de supuestamente ganar las elecciones el Frente Popular en febrero del 36.
Tras esta victoria del bando republicano, se asesinó a 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes y religiosos, 283 monjas, gran parte de ellas primero violadas, y más de 3.000 seglares. En total, unos 10.000 muertos por un supuesto delito de ser católicos y no renunciar a su fe.
Hay que decir que en muchos casos antes de ser asesinados, fueron torturados y vejados de forma sádica y cruel. Aquí unos ejemplos:
El obispo de Jaén fue asesinado con su hermana por una miliciana apodada “la Pecosa” ante 2.000 personas, cerca de Madrid, en un terreno pantanoso.
A los obispos de Guadix y Almería se les obligó a fregar la cubierta del barco prisión Astoy Mendi antes de ser asesinados en las cercanías de Málaga.
Al obispo de Ciudad Real le asesinaron mientras trabajaba en una historia de Toledo. Tras fusilarle, destruyeron su fichero de 1.200 fichas.
A una monja le asesinaron por rechazar la proposición matrimonial que le hizo uno de los milicianos que irrumpieron en su convento. El “Comité de la sangre” de El Pardo, en Madrid, se fue emborrachando con vino de misa mientras sus miembros juzgaban al párroco. Uno de ellos se afeitó utilizando el cáliz para mojar la brocha.
En la calle María de Molina de Madrid, se abandonó el cadáver de un jesuita con un letrero colgado del cuello en el que se leía: “Soy un jesuita”.
En Cervera (Lérida), a unos monjes les fueron metiendo cuentas de rosario en las orejas hasta que les perforaron los tímpanos.
A Antonio Díaz del Moral, en Ciempozuelos (cerca de Madrid), le encerraron en un corral lleno de toros de lidia, que lo cornearon hasta dejarlo inconsciente. Después le cortaron una oreja, a imitación de la amputación de la oreja del toro que se hace en honor del torero. Con frecuencia pasearon orejas de sacerdotes.
Algunas personas fueron quemadas, y otras enterradas vivas, tras ser obligadas a cavar su propia tumba.
En Alcázar de San Juan, a un joven que se distinguía por su piedad le arrancaron los ojos.
En Ciudad Real, los crímenes fueron realmente brutales. A la madre de dos jesuitas le obligaron a tragarse un crucifijo. Ochocientas personas fueron arrojadas al pozo de una mina.
Generalmente el momento de la muerte era acogido con aplausos por la multitud que presenciaba las torturas, como si se tratara del momento de la verdad en una corrida. Luego gritaban “¡Libertad! ¡Muera el fascismo!”. Mas de un sacerdote se volvió loco ante estas atrocidades. Un párroco de Barcelona se paseó varios días enloquecido para mofa de sus vecinos antes de ser asesinado frente a todo el pueblo.
La matanza de los miembros de la Iglesia de Cataluña y Aragón dejó atónitos a muchos de los habitantes de estas dos regiones. Casi nadie sospechaba que el anticatolicismo fuera tan grande. Al fin y al cabo, desde 1931 allí no se había quemado ninguna iglesia.
Las diócesis masacradas, gran parte de ellas en Cataluña: – Lérida: 270 clérigos asesinados, un 65% del total. – Tortosa: 316 asesinados, un 62% del clero. – Vic: 177 asesinados, 27% del clero. – Barcelona: 279 asesinados, 22% del total. – Gerona: 194 sacerdotes muertos, 20% de los que se encontraban en el momento del ataque. – Urgel: 109 asesinados, 20% de sus sacerdotes. – Solsona: 60 muertos, 13% del clero de la diócesis.
Otras diócesis en el resto de España también sufrieron la pérdida de un gran porcentaje de sus sacerdotes. En Málaga prácticamente asesinaron a la mitad del clérigo de la región, al igual que en Toledo y Menorca. Pero no olvidemos que estos ataques fueron a nivel nacional, todas las diócesis españolas sufrieron ataques y grandes pérdidas, como los más de 300 sacerdotes fusilados en Madrid, o la pérdida del 27% del clero en Valencia.
Durante todos estos años transcurridos hasta la fecha, la izquierda española ha intentado quitarse la culpa de dicha masacre, siempre alegando que los ataques fueron perpetrados por delincuentes liberados de las cárceles durante la guerra, nada que ver con ellos. Obviamente, es una absoluta mentira por dos datos que corroboran su total implicación.
El primero es que desde el año 31, se fue sucediendo sistemáticamente la destrucción del patrimonio eclesiástico, más de 20.000 iglesias o conventos fueron destruidos, quemados, o saqueados durante la época republicana y la guerra civil por parte de las milicias del Frente Popular.
Y el segundo dato que tumba la excusa izquierdista, es que el genocidio católico que empieza con fuerza en el 36, fue totalmente controlado y organizado. ¿Cómo si no, entre los meses de julio y agosto de dicho año, se asesinaron a más de 3.000 personas en poco más de 50 días? Para cualquier persona con dos dedos de frente, queda bastante claro que una matanza así tiene que estar bien organizada y controlada.
Termino haciéndome una pregunta, ¿ qué nunca se ha declarado esta masacre como lo que fue, un genocidio católico?
Pero estos que se empeñan en hablar tanto del pasado, deberían de saber que si intentan cambiar los nombres de las calles y destruir monumentos, se exponen a que los demás tengamos derecho a recordarles las atrocidades cometidas por los republicanos. Que por cierto, no fueron pocas. Aunque hoy resaltaré entre toda esa barbarie republicana, el genocidio católico/cristiano que se llevó a cabo desde el verano de 1936, tras el alzamiento de lo que hoy llaman el ejército Franquista, meses después de supuestamente ganar las elecciones el Frente Popular en febrero del 36.
El genocidio católico en España
Tras esta victoria del bando republicano, se asesinó a 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes y religiosos, 283 monjas, gran parte de ellas primero violadas, y más de 3.000 seglares. En total, unos 10.000 muertos por un supuesto delito de ser católicos y no renunciar a su fe.
Hay que decir que en muchos casos antes de ser asesinados, fueron torturados y vejados de forma sádica y cruel. Aquí unos ejemplos:
El obispo de Jaén fue asesinado con su hermana por una miliciana apodada “la Pecosa” ante 2.000 personas, cerca de Madrid, en un terreno pantanoso.
A los obispos de Guadix y Almería se les obligó a fregar la cubierta del barco prisión Astoy Mendi antes de ser asesinados en las cercanías de Málaga.
Al obispo de Ciudad Real le asesinaron mientras trabajaba en una historia de Toledo. Tras fusilarle, destruyeron su fichero de 1.200 fichas.
A una monja le asesinaron por rechazar la proposición matrimonial que le hizo uno de los milicianos que irrumpieron en su convento. El “Comité de la sangre” de El Pardo, en Madrid, se fue emborrachando con vino de misa mientras sus miembros juzgaban al párroco. Uno de ellos se afeitó utilizando el cáliz para mojar la brocha.
En la calle María de Molina de Madrid, se abandonó el cadáver de un jesuita con un letrero colgado del cuello en el que se leía: “Soy un jesuita”.
En Cervera (Lérida), a unos monjes les fueron metiendo cuentas de rosario en las orejas hasta que les perforaron los tímpanos.
A Antonio Díaz del Moral, en Ciempozuelos (cerca de Madrid), le encerraron en un corral lleno de toros de lidia, que lo cornearon hasta dejarlo inconsciente. Después le cortaron una oreja, a imitación de la amputación de la oreja del toro que se hace en honor del torero. Con frecuencia pasearon orejas de sacerdotes.
Algunas personas fueron quemadas, y otras enterradas vivas, tras ser obligadas a cavar su propia tumba.
En Alcázar de San Juan, a un joven que se distinguía por su piedad le arrancaron los ojos.
En Ciudad Real, los crímenes fueron realmente brutales. A la madre de dos jesuitas le obligaron a tragarse un crucifijo. Ochocientas personas fueron arrojadas al pozo de una mina.
Generalmente el momento de la muerte era acogido con aplausos por la multitud que presenciaba las torturas, como si se tratara del momento de la verdad en una corrida. Luego gritaban “¡Libertad! ¡Muera el fascismo!”. Mas de un sacerdote se volvió loco ante estas atrocidades. Un párroco de Barcelona se paseó varios días enloquecido para mofa de sus vecinos antes de ser asesinado frente a todo el pueblo.
La matanza de los miembros de la Iglesia de Cataluña y Aragón dejó atónitos a muchos de los habitantes de estas dos regiones. Casi nadie sospechaba que el anticatolicismo fuera tan grande. Al fin y al cabo, desde 1931 allí no se había quemado ninguna iglesia.
Las diócesis masacradas, gran parte de ellas en Cataluña: – Lérida: 270 clérigos asesinados, un 65% del total. – Tortosa: 316 asesinados, un 62% del clero. – Vic: 177 asesinados, 27% del clero. – Barcelona: 279 asesinados, 22% del total. – Gerona: 194 sacerdotes muertos, 20% de los que se encontraban en el momento del ataque. – Urgel: 109 asesinados, 20% de sus sacerdotes. – Solsona: 60 muertos, 13% del clero de la diócesis.
Otras diócesis en el resto de España también sufrieron la pérdida de un gran porcentaje de sus sacerdotes. En Málaga prácticamente asesinaron a la mitad del clérigo de la región, al igual que en Toledo y Menorca. Pero no olvidemos que estos ataques fueron a nivel nacional, todas las diócesis españolas sufrieron ataques y grandes pérdidas, como los más de 300 sacerdotes fusilados en Madrid, o la pérdida del 27% del clero en Valencia.
Durante todos estos años transcurridos hasta la fecha, la izquierda española ha intentado quitarse la culpa de dicha masacre, siempre alegando que los ataques fueron perpetrados por delincuentes liberados de las cárceles durante la guerra, nada que ver con ellos. Obviamente, es una absoluta mentira por dos datos que corroboran su total implicación.
El primero es que desde el año 31, se fue sucediendo sistemáticamente la destrucción del patrimonio eclesiástico, más de 20.000 iglesias o conventos fueron destruidos, quemados, o saqueados durante la época republicana y la guerra civil por parte de las milicias del Frente Popular.
Y el segundo dato que tumba la excusa izquierdista, es que el genocidio católico que empieza con fuerza en el 36, fue totalmente controlado y organizado. ¿Cómo si no, entre los meses de julio y agosto de dicho año, se asesinaron a más de 3.000 personas en poco más de 50 días? Para cualquier persona con dos dedos de frente, queda bastante claro que una matanza así tiene que estar bien organizada y controlada.
Termino haciéndome una pregunta, ¿ qué nunca se ha declarado esta masacre como lo que fue, un genocidio católico?
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Luis Companys fue responsable del asesinato de más de 8.000 personas, en su mayoría católicos
La violencia acompañó a Luis Companys toda su vida, muy especialmente desde el estallido de la Guerra Civil. Una joya
Si en Historia las cosas son lo que son, para los políticos corruptos las cosas dejan de ser lo que son, las recrean para convertirlas en coartadas y las justificaciones de sus fechorías, con el único objetivo de mantenerse en el poder. Y esto es lo que está sucediendo con la figura del que fuera presidente de la Generalidad de Cataluña, Luis Companys… Porque una cosa es lo que dice la historia y otra muy diferente la imagen que de él difunden los políticos separatistas catalanes y sus aliados socialistas y comunistas de Podemos.
Pase que los separatistas catalanes y sus aliados se adentren en el laberinto enloquecedor de la historia manipulada, pero que los demás les secundemos… Eso algunos no lo vamos a hacer ni por todas las amenazas de multas y de cárcel con las que nos quiere hacer callar la liberticida Comisión de la Verdad, que no se sabe si es más estalinista que maoísta, y que descalifica como demócratas a quienes la están promoviendo para que se convierta en ley.
Levantan a Luis Companys sobre un pedestal racista. Porque, naturalmente, en la versión de la historia politizada, Luis Companys es bueno, pero que muy bueno. ¿Y por qué fue tan requetebueno Luis Companys, si no desfizo entuertos como don Quijote? Pues era tan bueno, tan bueno, que ni falta que le hacía desfacer entuertos para demostrar su bondad, ya que ni las virtudes le ascendían ni los defectos le rebajaban, por cuanto toda su excelencia derivaba exclusivamente de que era catalán. Y por eso, la versión nacionalista le descalza, cuando va al encuentro del pelotón de fusilamiento, para morir pisando directamente la tierra catalana.
La verdad histórica de Luis Companys se silencia en beneficio de la exaltación catalanista. Se le hace un monumento con una tierna imagen de la niña del pañuelo, lo que contrasta con la opinión que nos han transmitido quienes le trataron. Miguel Serra y Pamiés, destacado miembro del PSUC, al que el presidente de la Generalidad, Luis Companys, le nombró consejero, dice lo siguiente: “A Luis Companys le daban ataques, se tiraba de los pelos, arrojaba cosas, se quitaba la chaqueta, rasgaba la corbata, se abría la camisa. Este comportamiento era típico”. Por su parte, su correligionario Juan Solé Plá, diputado de Ezquerra Republicana en la Segunda República afirma que Luis Companys “en el fondo es un enfermo mental, un anormal excitable y con depresiones cíclicas; tiene fobias violentas de envidia y de grandeza violenta, arrebatada, seguidas de fobia de miedo, de persecución, de agobio extraordinario y a veces, ridículo […] lloraba y gemía como una mujer engañada”. Pero todas estas carencias eran compatibles con su gran ambición, pues Juan Puig y Ferreter, perteneciente a Ezquerra Republicana y consejero de Asistencia Social de la Generalidad con Companys, lo califica de “intrigante y sobornador, con pequeños egoísmos de vanidoso y sin escrúpulos para ascender”.
Y esta falta de escrúpulos es la que le permitió despuntar y darse a conocer en Cataluña por la defensa que hizo de los pistoleros que amedrantaban a la sociedad catalana en los años veinte, lo que la historia manipulada de sus panegiristas traduce como que Luis Companys fue un abogado laboralista.
La violencia acompañó a Luis Companys toda su vida, y muy especialmente al estallar la Guerra Civil. Luis Companys, además de diputado y ministro de Marina durante unos meses, durante la Segunda República, fue presidente de la Generalidad desde diciembre de 1933 hasta el golpe de Estado de octubre de 1934, y desde febrero de 1936 hasta el final de la guerra civil.
El 24 de julio de 1936, mediante un decreto presidencial, creó el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, que asesinó a millares de catalanes. Los cálculos varían de 8.000 a 9.000 asesinatos, entre cuyas victimas había un buen número de periodistas, que trabajaban en medios tan diversos como El Correo, Avui, Terra Ferma, El Matí, Diario de Lérida, La Cruz, Agencia Fabra, El Semanario Católico, El Correo de Lérida, Diario de Comercio de Barcelona, El Correo de Tortosa, el Correo Catalán o el Semanario Católico.
Los estudiosos, además de los periodistas, ofrecen los datos de otros sectores de la sociedad catalana, que fueron víctimas del genocidio de Luis Companys. Entre estas víctimas se cuentan: 16 poetas, 51 funcionarios del Ayuntamiento de Barcelona, 31 nobles, 16 socios del Barça, 199 militares y hasta 99 miembros del propio partido de Luis Companys, Ezquerra Republicana.
Pero el mayor número de las víctimas de las que es responsable Luis Companys, fueron perseguidos y asesinados por ser católicos. Y algunos de una manera tan cruel, como ya he contado en otros artículos, como fue el caso de las hermanas de sangre Carmen, Rosa y Magdalena Fradera Ferragutcasas, que las tres profesaron como Misioneras del Corazón de María, a las que desnudaron, las violaron y, a continuación, las penetraron con palos por la vagina y, por último, y como muestra de desprecio a su virginidad consagrada, las introdujeron de un golpe los cañones de sus pistolas hasta la empuñadura, para desgarrarlas las entrañas y acabar apretando el gatillo.
O como Apolonia Lizárraga y Ochoa de Zabalegui, superiora general de las Carmelitas de la Caridad, que fue apresada a primeros de septiembre de 1936 y encerrada en la checa barcelonesa de San Elías, una checa que controlaba el partido de Luis Companys. En esta checa, Apolonia fue sometida a todo tipo de vejaciones y malos tratos, aunque por pocos días. El día 8 de septiembre, el responsable de la checa, apodado 'El Jorobado', junto con otros tres milicianos la sacaron al patio central, donde la desnudaron totalmente. Tras vejarla, la colgaron de un gancho, la aserraron y echaron los trozos de su cuerpo a unos cerdos, que habían sido incautados y que los engordaba allí el responsable de la checa.
Por ofrecer un dato indicativo, decir que de los 5.060 sacerdotes que ejercían su ministerio el 18 de julio de 1936 en las ocho diócesis catalanas -Lérida, Tortosa, Tarragona, Vic, Barcelona, Gerona, Urgell y Solsona- fueron asesinados 1.541, lo que equivale al 30,4% del total.
Y junto al martirio de las personas, el de las cosas. Cuando George Orwell vio la ciudad de Barcelona la describió así en diciembre de 1936 en su libro Homenaje a Cataluña: “casi todas las iglesias habían sido saqueadas y las imágenes quemadas, y algunas de ellas estaban siendo sistemáticamente demolidas por cuadrillas de obreros”.
Pero nadie mejor que Luis Companys para describir la situación. En un libro publicado en Toulouse por Luis Carreras en 1938, se recogen las palabras de Luis Companys de una entrevista realizada en agosto de1936, cuando apenas había transcurrido un mes desde que estallara la guerra civil. Esto es lo que cuenta Luis Carreras en su libro Grandeza cristiana de España. Notas sobre la persecución religiosa: “Abordado en la entrevista el problema religioso, no sin cierto temor por lo delicado, al preguntarle a Companys por la posibilidad de la reapertura del culto católico, contestó vivamente:
-¡Oh, este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas!”.
Javier Paredes
Si en Historia las cosas son lo que son, para los políticos corruptos las cosas dejan de ser lo que son, las recrean para convertirlas en coartadas y las justificaciones de sus fechorías, con el único objetivo de mantenerse en el poder. Y esto es lo que está sucediendo con la figura del que fuera presidente de la Generalidad de Cataluña, Luis Companys… Porque una cosa es lo que dice la historia y otra muy diferente la imagen que de él difunden los políticos separatistas catalanes y sus aliados socialistas y comunistas de Podemos.
Pase que los separatistas catalanes y sus aliados se adentren en el laberinto enloquecedor de la historia manipulada, pero que los demás les secundemos… Eso algunos no lo vamos a hacer ni por todas las amenazas de multas y de cárcel con las que nos quiere hacer callar la liberticida Comisión de la Verdad, que no se sabe si es más estalinista que maoísta, y que descalifica como demócratas a quienes la están promoviendo para que se convierta en ley.
Levantan a Luis Companys sobre un pedestal racista. Porque, naturalmente, en la versión de la historia politizada, Luis Companys es bueno, pero que muy bueno. ¿Y por qué fue tan requetebueno Luis Companys, si no desfizo entuertos como don Quijote? Pues era tan bueno, tan bueno, que ni falta que le hacía desfacer entuertos para demostrar su bondad, ya que ni las virtudes le ascendían ni los defectos le rebajaban, por cuanto toda su excelencia derivaba exclusivamente de que era catalán. Y por eso, la versión nacionalista le descalza, cuando va al encuentro del pelotón de fusilamiento, para morir pisando directamente la tierra catalana.
La verdad histórica de Luis Companys se silencia en beneficio de la exaltación catalanista. Se le hace un monumento con una tierna imagen de la niña del pañuelo, lo que contrasta con la opinión que nos han transmitido quienes le trataron. Miguel Serra y Pamiés, destacado miembro del PSUC, al que el presidente de la Generalidad, Luis Companys, le nombró consejero, dice lo siguiente: “A Luis Companys le daban ataques, se tiraba de los pelos, arrojaba cosas, se quitaba la chaqueta, rasgaba la corbata, se abría la camisa. Este comportamiento era típico”. Por su parte, su correligionario Juan Solé Plá, diputado de Ezquerra Republicana en la Segunda República afirma que Luis Companys “en el fondo es un enfermo mental, un anormal excitable y con depresiones cíclicas; tiene fobias violentas de envidia y de grandeza violenta, arrebatada, seguidas de fobia de miedo, de persecución, de agobio extraordinario y a veces, ridículo […] lloraba y gemía como una mujer engañada”. Pero todas estas carencias eran compatibles con su gran ambición, pues Juan Puig y Ferreter, perteneciente a Ezquerra Republicana y consejero de Asistencia Social de la Generalidad con Companys, lo califica de “intrigante y sobornador, con pequeños egoísmos de vanidoso y sin escrúpulos para ascender”.
A Luis Companys, le daban ataques, se tiraba de los pelos, arrojaba cosas, se quitaba la chaqueta, rasgaba la corbata, se abría la camisa. Este comportamiento era típico
Y esta falta de escrúpulos es la que le permitió despuntar y darse a conocer en Cataluña por la defensa que hizo de los pistoleros que amedrantaban a la sociedad catalana en los años veinte, lo que la historia manipulada de sus panegiristas traduce como que Luis Companys fue un abogado laboralista.
La violencia acompañó a Luis Companys toda su vida, y muy especialmente al estallar la Guerra Civil. Luis Companys, además de diputado y ministro de Marina durante unos meses, durante la Segunda República, fue presidente de la Generalidad desde diciembre de 1933 hasta el golpe de Estado de octubre de 1934, y desde febrero de 1936 hasta el final de la guerra civil.
El 24 de julio de 1936, mediante un decreto presidencial, creó el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, que asesinó a millares de catalanes. Los cálculos varían de 8.000 a 9.000 asesinatos, entre cuyas victimas había un buen número de periodistas, que trabajaban en medios tan diversos como El Correo, Avui, Terra Ferma, El Matí, Diario de Lérida, La Cruz, Agencia Fabra, El Semanario Católico, El Correo de Lérida, Diario de Comercio de Barcelona, El Correo de Tortosa, el Correo Catalán o el Semanario Católico.
Los estudiosos, además de los periodistas, ofrecen los datos de otros sectores de la sociedad catalana, que fueron víctimas del genocidio de Luis Companys. Entre estas víctimas se cuentan: 16 poetas, 51 funcionarios del Ayuntamiento de Barcelona, 31 nobles, 16 socios del Barça, 199 militares y hasta 99 miembros del propio partido de Luis Companys, Ezquerra Republicana.
Hablando sobre el problema religioso, un mes después de estallar la guerra, él mismo exclamó que este problema no se planteaba siquiera, porque todas las iglesias habían sido destruidas
Pero el mayor número de las víctimas de las que es responsable Luis Companys, fueron perseguidos y asesinados por ser católicos. Y algunos de una manera tan cruel, como ya he contado en otros artículos, como fue el caso de las hermanas de sangre Carmen, Rosa y Magdalena Fradera Ferragutcasas, que las tres profesaron como Misioneras del Corazón de María, a las que desnudaron, las violaron y, a continuación, las penetraron con palos por la vagina y, por último, y como muestra de desprecio a su virginidad consagrada, las introdujeron de un golpe los cañones de sus pistolas hasta la empuñadura, para desgarrarlas las entrañas y acabar apretando el gatillo.
O como Apolonia Lizárraga y Ochoa de Zabalegui, superiora general de las Carmelitas de la Caridad, que fue apresada a primeros de septiembre de 1936 y encerrada en la checa barcelonesa de San Elías, una checa que controlaba el partido de Luis Companys. En esta checa, Apolonia fue sometida a todo tipo de vejaciones y malos tratos, aunque por pocos días. El día 8 de septiembre, el responsable de la checa, apodado 'El Jorobado', junto con otros tres milicianos la sacaron al patio central, donde la desnudaron totalmente. Tras vejarla, la colgaron de un gancho, la aserraron y echaron los trozos de su cuerpo a unos cerdos, que habían sido incautados y que los engordaba allí el responsable de la checa.
Por ofrecer un dato indicativo, decir que de los 5.060 sacerdotes que ejercían su ministerio el 18 de julio de 1936 en las ocho diócesis catalanas -Lérida, Tortosa, Tarragona, Vic, Barcelona, Gerona, Urgell y Solsona- fueron asesinados 1.541, lo que equivale al 30,4% del total.
Y junto al martirio de las personas, el de las cosas. Cuando George Orwell vio la ciudad de Barcelona la describió así en diciembre de 1936 en su libro Homenaje a Cataluña: “casi todas las iglesias habían sido saqueadas y las imágenes quemadas, y algunas de ellas estaban siendo sistemáticamente demolidas por cuadrillas de obreros”.
Pero nadie mejor que Luis Companys para describir la situación. En un libro publicado en Toulouse por Luis Carreras en 1938, se recogen las palabras de Luis Companys de una entrevista realizada en agosto de1936, cuando apenas había transcurrido un mes desde que estallara la guerra civil. Esto es lo que cuenta Luis Carreras en su libro Grandeza cristiana de España. Notas sobre la persecución religiosa: “Abordado en la entrevista el problema religioso, no sin cierto temor por lo delicado, al preguntarle a Companys por la posibilidad de la reapertura del culto católico, contestó vivamente:
-¡Oh, este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas!”.
Javier Paredes
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