La inmigración pronto será uno de los grandes problemas de España

El número de españoles que perciben la inmigración irregular como una amenaza importante para España ha aumentado notablemente, según el Barómetro del Real Instituto Elcano, que achaca el dato a las últimas entradas de inmigrantes por Ceuta y Melilla, aunque el motivo real, oculto todavía, es que los españoles empiezan a identificar a la inmigración con la delincuencia.


De 28 violaciones denunciadas que se atendieron en los dos últimos meses, en 26 de los casos el agresor era inmigrante y de origen musulmán. En 7 de los casos fueron en grupos de más de 3 agresores, 16 de los casos brutales con palizas que causaron roturas de hueso y apuñalamientos. El 95 por ciento de los casos de violación se deben a inmigrantes, un dato estremecedor. Los políticos y los medios de comunicación sometidos al poder ocultan esos datos cuidadosamente y rara vez revelan el origen o nacionalidad del delincuente, que casi siempre es rumano o magrebí

En las ciudades donde hay CIES, el 100% de violaciones, robos y otro tipo de delitos se producen en aquellos días en los que dejan a los inmigrantes internados en esos centros salir a dar una vuelta.

Seguir ocultando e ignorando que inmigración extracomunitaria y delincuencia no van unidas es un error porque el fenómeno, que cada día irá a mas, se convertirá pronto en una preocupación obsesiva. Los ciudadanos, con toda lógica y razón, culparán a los políticos del drama porque, como suele ocurrir con todos los problemas, éstos son aparcados para que se resuelvan por si mismo, mientras la clase política sigue gozando de privilegios y ventajas, sin cumplir con su deber de gobernar eficazmente ni hacer nada útil por el país.

Muchos expertos creen que dentro de no mas de seis años, el altísimo índice delictivo de algunos grupos de inmigrantes, sobre todo musulmanes, magrebíes, rumanos y subsaharianos, será el mayor problema nacional, junto con la corrupción, el desempleo y la odiada clase política.

Los subsaharianos, que cuando eran pocos entraban en España con humildad y comportamiento ejemplar, se están organizando y despertando, internándose cada día mas en los ámbitos del descaro y la delincuencia. En muchos semáforos de España, hay subsaharianos ofreciéndose a las mujeres que viajan solas con la frase "negro follar bien", lo que demuestra el deterioro de la conducta social de ese grupo.

Además de la delincuencia, hay otros factores que impulsan a la población española a rechazar a ciertos grupos de inmigrantes y étnias marginadas, como la gitana, entre las que destacan el uso abusivo que hacen de los servicios sociales y de salud, abarrotando las urgencias y avasallando con sus exigencias, el escaso interés por encontrar un trabajo digno de muchos de ellos, la tendencia a vivir en guettos, apartados del resto de la ciudadanía y sin integrarse, la utilización de la fuerza bruta para entrar en teritorio español, como está ocurriendo con las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla, y la competencia desleal que representan como trabajadores baratos, ya que muchos de ellos están dispuestos a realizar tareas casi gratis, devaluando los salarios tradicionales.

Los analistas políticos vaticinan que a medida que crezca el rechazo a los inmigrantes crecerán en España los partidos neonazis, de extrema derecha y radicales que prediquen la expulsión de esos grupos, como está ocurriendo en otros países de Europa donde el fenómeno de la inmigración delictiva ya se ha convertido en drama.

La Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático 2015, COP21, podría abrir la vía hacia el estatus de “desplazado medioambiental”, o dicho en palabras algo ​menos rebuscadas: de refugiado climático. También se habla de “ecorefugiado” y​ de​”persona ecológicamente desplazada”.

Francia quiere poner sobre la mesa de negociaciones este tema que se plantea en términos cada vez más dramáticos a los Estados. En 2012, las catastrófes naturales han causado la migración forzada de más de 32 millones de personas, o sea casi el doble del año anterior. El informe Stern (Stern Review on the Economics of Climate Change), publicado en 2006 cifra en 200 millones el número de desplazados de aquí al 2050. A pesar de esta previsión apocalíptica, ha hecho falta esperar al año 2012 para ver a los Estados tomar cartas en el asunto del estatus de esas personas. Los primeros pasos dados en ese sentido tienen de momento un alcance regional, como la Convención de Kampala de 2012, firmada por 42 Estados africanos, o la Iniciativa Nansen lanzada ese mismo año por Noruega y Suiza, a la que se ha unido Francia en febrero de 2014.

En la Conferencia de París la meta será llegar a implicar a toda la comunidad internacional sobre una primera base, la de una agenda que fije las etapas de una futura convención internacional. Según sus primeros contornos, el estatus de “desplazado medioambiental” será adoptado, excluyendo de entrada el de refugiado, para no comprometer el éxito de la propuesta poniendo el listón demasiado alto para ciertos países. La aplicación de ese estatus de ​”​desplazado medioambiental​”​

se daría en casos de conmoción grave medioambiental que volviera inevitable el desplazamiento masivo de personas, ya sea que esos trastornos fueran debido a causas naturales o industriales.

Ese estatus aseguraría a las víctimas una atención humanitaria automática y la garantía de sus derechos fundamentales. Sería concedido a título provisorio, para dejar abierta la posibilidad de volver al país de origen. En el caso de no poder volver, los “desplazados medioambientales” entrarían entonces en la categoría de refugiados. La convención pondría a los Estados signatarios en la obligación de actuar tanto para prevenir catastrófes como para acoger a las víctimas de esas catastrófes.

La Corte Internacional de Justicia de La Haya estará dotada de un poder conminatorio para hacer aplicar por la comunidad internacional las medidas que todos los Estados no tienen necesariamente los medios para llevarlas a cabo. Dicho de otra manera: le competirá a la llamada comunidad internacional (un eufemismo por naciones desarrolladas, o sea occidentales) el asumir en exclusiva la tarea de aportar ayuda humanitaria y acoger en sus países a los “desplazados medioambientales”, que pronto se convertirán en refugiados permanentes.​

La ​invasión programada de las naciones occidentales por las masas del Tercer Mundo sigue su marcha imparable ante el estupor y la pasividad de un Occidente que sólo aspira a desaparecer en silencio, la boca muda y los ojos cerrados ante su miserable agonía.

¿La diversidad perjudica a la sociedad? El célebre sociólogo Robert Putnam llega a una conclusión políticamente incorrecta y responde afirmativamente a esta pregunta.

“La diversidad es algo maravilloso, es cosa sabida”: esa es la verdad que el sistema proclama y los bardos de la multicultura repiten. Nadie aporta pruebas convincentes de ello, más bien todo indica lo contrario: la experiencia vivida por millones de personas y los estudios científicos de los investigadores no contaminados por la ideología en boga ni a sueldo de los promotores de teorías tan nefastas como artificialmente elevadas a categoría de modelo infalible de sociedad y de ideal humano insuperable. El sociólogo Robert Putnam de la Universidad de Harvard, también creía en ello hasta que sus propios estudios le han señalado serios problemas de anomia relacionados con la convivencia de las culturas.

La fórmula: “La inmigración es una riqueza” se ha convertido en un tópico, pero es muy posible que la “diversidad étnica” engendrada por la inmigración socave el “capital social” de las sociedades sometidas a este proceso, es decir todas las redes sociales “ciudadanas” que permiten la participación de los individuos en la sociedad. Esta es la conclusión políticamente incorrecta a la que ha llegado uno de los más importantes sociólogos norteamericanos, Robert Putnam.

Este profesor de la Universidad de Harvard se convirtió en una estrella de la sociología con un artículo titulado “Bowlling alone” (más tarde se publicó en un libro). Ahí describía la caída de la participación cívica y la erosión de lo que algunos, desde Alexis de Toqueville en el siglo XIX, habían presentado como un elemento esencial de la democracia norteamericana: las asociaciones voluntarias. El concepto de “capital social” golpeó los espíritus, penetró en el vocabulario y en las políticas públicas con una rapidez fulgurante, y le valió a su autor una fama que le llevó a ser invitado a la Casa Banca, tanto con Clinton como con Bush.

En junio pasado, la publicación de un nuevo artículo de Putnam desencadenó una importante polémica. El texto titulado “E Pluribus Unum Diversity and Community in the Twenty-First Century” (publicado en la revista “Scandinavian Political Studies”) retoma y profundiza un discurso ofrecido por el sociólogo con ocasión de la recepción del Premio Skytte que se le ha otorgó por su concepto de “capital social”. En él Putnam presenta los primeros resultados de sus investigaciones sobre el impacto de la diversidad sobre el capital social, y define su programa.


El mismo Putnam se encuentra incómodo con sus propias conclusiones. Algunos universitarios de izquierda piensan que ha traicionado su bando (Putnam siempre ha sido considerado un sociólogo de izquierda). Por el otro lado, los conservadores, como el ex candidato a la presidencia, Pat Buchanan, lo califican de genio y lo felicitan por provocar una toma de conciencia acerca de los riesgos de la inmigración.


En artículo, Putnam sostiene que “sería una lástima que un progresismo políticamente correcto se dedicara a negar el hecho de que la diversidad representa un desafío para la solidaridad social. Y añade que “sería igualmente una lástima que un conservadurismo ahistórico y etnocéntrico negara que sea posible y deseable afrontar este desafío.

Pero, ¿cómo llega Putnam a sus conclusiones? En primer lugar Putnam nos recuerda que en una sociedad rica en capital social, los niños crecen en buena salud, todo el mundo goza de seguridad, la esperanza de vida es incluso mayor y la vida democrática es de buena calidad. Sin el famoso capital social, estos indicadores caen en picado.

Putnam llevó a cabo su investigación en 2000, ante 30.000 personas en 41 ciudades de los EE.UU, ricos y pobres, blancos y negros,latinos o asiáticos. Se les preguntó a los encuestados si tenían confianza en sus vecinos, acerca de sus “prácticas y actitudes cívicas , y acerca de sus amistades.

Conclusiones:

Cuanto más elevada es la diversidad étnica:

- menos confianza tienen los ciudadanos en el gobierno, en los dirigentes y los medios de comunicación locales

- menos altos son los índices de registro en las listas electorales (en los EE.UU hay que registrarse antes de votar)

- menos altos son los índices de voluntariado o de donaciones a los organismos de caridad

- menos inclinados están los ciudadanos a participar en proyectos comunitarios

- menos amigos o relaciones vecinales tienen las personas

- más ven la televisión y admiten estar de acuerdo con el enunciado “la televisión es mi pasatiempo más importante”

Dicho de otra manera: ¡el capital social es más bien asocial!

En definitiva: Putnam estima que los dados desmienten las dos teorías más comunes en la literatura sobre el tema de la inmigración. La primera, la del “contacto” (muy corriente entre los bienpensantes de las grandes ciudades), pretende que cuando más se codea uno con gentes de otras culturas más se vuelve uno tolerante. La segunda. la del “conflicto”, postula por el contrario, que cuando más se tiene contacto con otras culturas, más los individuos se repliegan sobre sus propias comunidades para formar ghettos o cuasi-ghettos.

Putnam concluye, en cambio, que la diversidad conduce a las personas a comportarse como… tortugas. La “diversidad provoca la anomia y el aislamiento. Las personas que viven en lugares “diversificados” parecen refugiarse en su carapazón como las tortugas”. En los lugares “diversificados”, no sólo los niveles de confianza de los miembros de las demás comunidades se hunden sino que paralelamente la confianza hacia los demás miembros de la propia comunidad se erosiona. el individuo, para retomar la fórmula de Tocqueville, se refugia en la “soledad de su propio corazón”.